La Edad de Oro

En el hinduismo todo se complica más por la existencia de deidades multiformes. Al principio de las cuatro épocas del mundo hubo una Era de los Dioses, la Krtayuga o Devayuga. Este periodo fue perfecto en todos los sentidos, pues en él no existía ni la enfermedad ni la envidia, ni el enfrentamiento, ni la mala voluntad, ni el miedo, ni el dolor. En aquellos tiempos, según las enseñanzas hinduistas, todas las personas tenían fijo su propósito únicamente en el Brahma superior, e incluso los miembros de las cuatro castas vivían en armonía entre sí. La vida y los propios seres humanos eran sencillamente perfectos. La gente se dedicaba a hacer una vida ascética y al estudio de las escrituras. Los deseos materiales eran desconocidos. La gente amaba la verdad y el conocimiento. No había injusticia, pues nadie sentía ningún anhelo terrenal. En el Bhagavata-Purana, uno de los muchos textos de la religión hinduista, se describe a las gentes de esa edad dorada como satisfechos, amistosos, pacientes, delicados y misericordiosos. Eran felices porque llevaban la paz en sus corazones y no estaban reñidos con nada.

Era, por lo tanto, un mundo que apenas podemos imaginarnos. Actualmente, por supuesto, los deseos y los anhelos nos arrastran de un lado a otro. La idea de una era de felicidad absoluta que no está teñida de deseos nos resulta muy ajena. Pero esta edad de oro del hinduismo no es, por así decirlo, más que un deseo proyectado sobre el futuro lejano. Tal como fue la «edad soñada», así volverán a ser las cosas en el futuro. Volverá una era de belleza, de fuerza, de juventud y de armonía.

El hinduismo no tiene una pareja «fundadora» como Adán y Eva; Brahma creó a ocho mil personas de una vez, mil parejas de cada casta, que eran como los seres divinos. Los miembros de estas parejas se amaban entre sí, pero no produjeron hijos. Sólo al final de sus vidas engendraron dos hijos cada una de estas parejas; no por el sexo, sino sólo por el poder del pensamiento. Así, la Tierra se pobló de seres espirituales.

Este feliz estado de cosas perduró hasta que los espíritus negativos, además de los dioses de todo tipo, introdujeron el caos y la confusión entre los seres humanos. Se concebía a los dioses como seres enormemente poderosos e inmortales, pero que eran semejantes a los seres humanos en todos los demás sentidos y que estaban dotados de personalidades individuales. La más alta de estas deidades era el «Príncipe del universo, que lo gobernaba todo»[56]. Los dioses hindúes son tantos, tan diversos y están tan interrelacionados entre sí que no puedo describirlos aquí con mayor detalle. Baste decir que los dioses habían dominado el arte de viajar por el aire y por el espacio por medio de máquinas voladoras de toda clase y de todo tipo. Todos estos objetos voladores tenían un carácter real y material: no eran espirituales ni eran fruto de la fantasía ni de la imaginación.

En los textos religiosos hindúes se describen con gran detalle aparatos voladores con temibles sistemas de armas, sobre todo en los Vedas, que se tienen por las fuentes más antiguas del lenguaje y de la religión. La palabra veda significa «conocimiento sagrado». Uno de estos textos, el Rigveda, es una colección de 1028 himnos a los dioses. Afirma sin ambigüedades que estas máquinas voladoras venían del cosmos a la Tierra, y que los dioses bajaron en persona a impartir conocimientos a los seres humanos. Del mismo modo que en las leyendas judías, en los textos hindúes se describen batallas entre los dioses; pero no en un cielo indefinido de gloria espiritual, sino «en el firmamento», «sobre la Tierra».