¿Fue Jesús el Mesías?

Parece muy dudoso que debamos elevar a Jesús a la categoría de salvador cristiano, o incluso judío; no sólo porque, al contrario de lo que decían las profecías, no hubo una paz duradera después de su venida, sino también porque el reinado de la casa de David, que se suponía debía durar toda la eternidad, se extinguió hace miles de años. El libro «profético» de Isaías se traduce a veces en tiempo presente («Nos es nacido un niño»), a veces en futuro («El aumento de su reino y de la paz no tendrá fin»). El niño esperado no podía haber nacido todavía en tiempos de Isaías, lógicamente. Por lo tanto, resulta útil saber que el alefato hebreo en que están escritos los textos proféticos sólo contiene las consonantes y no puede reflejar el futuro gramatical[46]. Para facilitar la lectura, las vocales se indicaban con puntos pequeños entre las consonantes. En el texto original existía el imperfecto (pasado continuo) y el perfecto (pasado completo). No existía el futuro. Por lo tanto, los traductores podrán hacer las interpretaciones que quieran, y así es como el pasado continuo se convierte (abracadabra) en una posibilidad futura.

Los estudiosos están en desacuerdo, por supuesto, sobre qué pasajes de Isaías son auténticos. Siempre que un experto afirma que el libro de Isaías primitivo ha sufrido una reestructuración general, añadidos y supresiones, sale otro que declara lo contrario. Son disputas teológicas a las que me he ido acostumbrando con el paso de los años. Nadie conoce la verdad, pero no hay profecías mesiánicas a las que se haya atribuido una importancia tan universal como las de Isaías 9, 6 y Daniel 7,27.

El que desea a toda costa encontrar la figura mesiánica de Jesús a partir de estas vagas indicaciones y formulaciones se pega un batacazo inevitable cuando tiene que enfrentarse con los datos históricos. Tras la vida de Jesús no apareció un poder único ni un reino eterno. Los teólogos cristianos lo saben, por supuesto, y por eso se inventaron un hipotético «reino eterno» que habrá de seguir al Día del Juicio. Lo que no se nos ha aparecido todavía tendrá que aparecérsenos en el futuro: ¡cualquier cosa, con tal de mantener la esperanza!

El que se abre camino por el desierto de las discusiones teológicas llega a reconocer en los antiguos textos una esperanza dirigida hacia el futuro, una profecía de algún suceso importante que tendrá lugar en algún momento dado. Los profetas y los escritores apocalípticos imaginaron este suceso de diversos modos. Los profetas patriarcales prevén claramente que la escena tendrá lugar en la Tierra, mientras que los escritores apocalípticos se la imaginan en algún lugar por encima de la Tierra. El teólogo doctor Werner Küppers hace el siguiente comentario revelador:

La luz que arroja esta esperanza brilla sobre un fondo oscuro, y en su punto focal aparece la forma cambiante de una figura misteriosa: un Hijo del Hombre de aspecto humano, el elegido de la rectitud, la estrella de la paz, el nuevo sacerdote, el hombre, el Mesías. ¿Cómo hemos de entender tal combinación: una figura de una altura puramente coincidente, que es más que un simple hombre pero que tampoco es ángel ni Dios?[47].

La teología judía se aferra al Mesías como «hombre de origen humano»[48]; muchas veces no se le representa como una personalidad individual, sino como el conjunto de todo el pueblo de Israel.

La teología cristiana lo ve de manera diferente: como figura mesiánica equivalente al «hijo de Dios». Pero ambas versiones teológicas dejan sin respuesta diversas preguntas. ¿Dónde surgió la idea de un mesías? ¿Qué antigüedad tiene esta idea? No tiene mucho sentido citar a profetas como Isaías, Daniel o Ezequiel si sabemos que sus textos han sido manipulados y reescritos. Por la misma causa, tampoco podemos confiar en ellos para determinar fechas con alguna precisión: la idea de un mesías es, claramente, mucho más antigua que los profetas. Lo que ellos han registrado no son más que los vestigios en la memoria popular de una expectativa que ha existido desde la expulsión del paraíso. Los profetas, y sus redactores posteriores, se apoyaban en la sabiduría tradicional que abarcaba las esperanzas y las expectativas de todo un pueblo. Esta esperanza ya formaba parte integral, quizás era incluso una preocupación central, de una raza de seres humanos, antes de que se registrase por escrito ninguna palabra. Las expectativas de ser salvados y liberados son «muy antiguas, anteriores con mucho a los profetas»[49].

«Los israelitas han legado al mundo tres dones —escribe el teólogo Leo Landmann—: El monoteísmo, los edictos morales y los profetas verdaderos. A éstos debe añadirse un cuarto: la fe en el mesías»[50]. Es fácil demostrar lo contrario: muchas culturas y pueblos antiguos tenían expectativas mesiánicas.

En 1919 el teólogo H. W Schomerns escribió:

La certidumbre de la superioridad del cristianismo, de su validez absoluta, en efecto, sobre todas las religiones, refuerza y edifica al pueblo cristiano[51].

Yo creo que estas afirmaciones deberían moderarse con un conocimiento de las otras religiones. Deberíamos empezar por leer acerca de ellas y por entenderlas; y cualquier persona que, después de estos estudios, siga otorgando al cristianismo una superioridad absoluta, está cerrando los ojos y apoyándose en la fe ciega.

La fe es una cuestión individual. Yo, personalmente, respeto las creencias de toda persona. Pero creo que es un error infravalorar las demás religiones: han conservado su intensidad y su poder de fascinación durante miles de años, durante más tiempo que el cristianismo en muchos casos. Todas las religiones, sean pre o poscristianas, contienen la idea de la redención. Todas, sin excepción, esperan con impaciencia las señales celestiales y el regreso prometido de su mesías. La más importante y, sin duda, la más dinámica de las religiones poscristianas es el islam. En el libro sagrado de los musulmanes, el Corán, Jesús es aclamado como profeta, pero no es venerado como Mesías ni como hijo de Dios.