Creyentes y no creyentes

A mí no me cuesta ningún trabajo rechazar las profecías de los charlatanes, incluso las de los que se revisten de los ropajes de la ciencia. Siempre es fácil reconocerlos por su apego al presente y a ideologías determinadas. Tampoco me cuesta trabajo, siquiera, comprender el caso de profetas como Jakob Lorber, Hazrat Mirza Chulam Ahmad, Edgar Cayce o Sai Baba, aunque este último afirme que es Dios. Sus dotes asombrosas y, si se quiere, sus conocimientos universales, pueden ser explicados por una teoría moderna, razonable y deducida matemáticamente que fue formulada por el físico atómico francés Jean E. Charon. Dice lo siguiente. La materia y el espíritu están unidas inseparablemente entre sí. En todo átomo, o, para ser más exactos, en todo electrón, se contiene la inteligencia total del universo[45]. Así se explican los conocimientos de los profetas, aunque ellos mismos no sean conscientes de dónde les vienen estos conocimientos, lo cual es, en sí mismo, una contradicción.

Pero sí me cuesta trabajo comprender un plano muy diferente: el de las religiones, que nos dicen que el Día del Juicio los no creyentes morirán ahogados o ejecutados, pasados a espada, envenenados (con «agua amarga»), a tiros o aplastados por los terremotos, o serán eliminados por algún desastre de otro tipo. Pero ¿cuáles no creyentes? ¿Los que no creen en los dogmas católicos? ¿Los que han tenido la desventura de ser educados en una iglesia cristiana? ¿Los que tienen la mala suerte de no haberse criado en tierras árabes o asiáticas? ¿Los que no conocen las enseñanzas del Corán, o las del budismo, o las del hinduismo? ¿Los que pertenecen a la religión sintoísta del Japón? ¿O los que no se adhieren al Libro de Mormón? ¡Parece que nuestro querido Dios y Señor ha dejado las cosas muy confusas, de una manera u otra!

Casi todas las religiones esperan a un redentor de algún tipo, a un salvador, a un mesías que se habrá de reencarnar. Para el cristianismo, esta figura es la de Jesucristo, el salvador que nos redimió hace 2000 años del peso ominoso del pecado original, pero que se espera que habrá de regresar «entronizado en las nubes» para juzgarnos. Pero ¿a qué se debe que Jesús se convirtiera en el mesías de los cristianos pero que su propio pueblo, el judío, no lo reconociera como tal? Todo esto es tan confuso, y está acompañado (como era de esperar) de tantos miles de comentarios farragosos, que debo concentrarme en las cuestiones esenciales.