Nadie nos engaña nunca,
somos nosotros quienes nos engañamos.
JOHANN WOLFGANG VON GOETHE (1749-1832)
EL HOMO SAPIENS ha temido a la muerte desde que fue capaz de pensar. Contempla los ciclos de la muerte y el renacer en la naturaleza. Ve las estrellas que palidecen al alba y vuelven a brillar de nuevo la noche siguiente. ¿Qué se encuentra entre la muerte y la nueva vida? ¿Alguna situación misteriosa de espera, de expectativa del nuevo nacimiento? Los que están convencidos de que la vida continúa más allá de la muerte pueden encontrar la fuerza suficiente para enfrentarse a la muerte con una relativa firmeza de ánimo. Pero persiste el miedo a la muerte; pues, tal como sabemos por propia experiencia, la esperanza es titubeante y dudosa.
El miedo del individuo es, también, el terror de las masas. Naciones enteras temen la guerra, la bomba atómica, la destrucción del medio ambiente. Muchos piensan con inquietud y con aprensión en los sucesos terribles con los que nos amenazan los textos sagrados: el fin del mundo, o el Día del Juicio. En el Nuevo Testamento, San Marcos anuncia (13, 24-25):
Empero en aquellos días, después de aquella aflicción, el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor; y las estrellas caerán del cielo, y las virtudes que están en los cielos serán conmovidas.
Su colega Lucas es más concreto todavía: indica, incluso, las señales de advertencia que precederán al Día del Juicio (21, 10-26).
Se levantará gente contra gente y reino contra reino. Y habrá grandes terremotos, y en varios lugares hambres y pestilencias; y habrá espantos y grandes señales del cielo (…). Entonces habrá señales en el sol y en la luna, y en las estrellas; y en la tierra angustia de gentes por la confusión del sonido de la mar y de las ondas; secándose los hombres a causa del temor y expectación de las cosas que sobrevendrán a la redondez de la Tierra: porque las virtudes de los cielos serán conmovidas.
El Corán describe también estos sucesos turbulentos en términos no menos dramáticos (sura 82):
Cuando el cielo se hienda, cuando las estrellas se dispersen, cuando los mares confundan sus aguas, cuando las tumbas estén trastornadas, entonces todas las almas verán sus acciones y sus omisiones.
El día del juicio se recuerda incluso en el canto gregoriano, en esas canciones tan sencillas pero tan impresionantes que todavía se cantan en los monasterios católicos. El Dies Irae (literalmente, «el día de la ira») se canta en la liturgia de los difuntos.
Se dice que en este mismo tiempo de destrucción turbulenta aparecerá el «juez» del día del juicio. En Marcos (13, 26-27) leemos:
Y entonces verán al Hijo del hombre, que vendrá en las nubes con mucha potestad y gloria. Y entonces enviará sus ángeles, y juntará sus escogidos de los cuatro vientos, desde el cabo de la Tierra hasta el cabo del cielo.
Lucas (21, 28) añade otra frase:
«Y cuando estas cosas comenzaren a hacerse, mirad, y levantad vuestras cabezas, porque vuestra redención está cerca».