Cómo seleccionar

Mi proceso de selección pasa por alto todo lo que es completamente incomprensible para nuestro entendimiento moderno. Esto no significa que dentro de veinte años no vayamos a analizar de nuevo estas cosas desde un punto de vista diferente. Quien diga que un proceso así es acientífico, que no hay que trabajar de esta forma, debería echar una ojeada a los estudiosos judíos que se han encontrado exactamente con el mismo problema durante siglos y durante miles de años. Tampoco ellos entendían el significado de los antiguos textos, de modo que todas las palabras, todas las frases, se distorsionaban de un modo u otro y se reinterpretaban y se replanteaban constantemente. Existen pruebas escritas de ello en los libros de midrash. La literatura midrashim, bien conocida, contiene los resultados de investigaciones sobre los textos realizadas por las mentes judías más despiertas a lo largo de muchos siglos[32].

Estas interpretaciones llenan centenares de páginas. Con cada nuevo nombre aparece un nuevo punto de vista. Todo esto no sirve más que para demostrar que los mayores eruditos judíos ya no comprendían los textos originales.

¿Cómo realizo yo, pues, mis selecciones? ¿Cómo trabajo? ¿Cómo puedo saber más que los eruditos del pasado, y cómo puedo decidir qué pasajes son originales y cuáles no lo son?

Cuando se narra la vida de Abraham[33] y se dice que los ángeles descendieron cuando nació, y que venció en una batalla al rey Nemrod de Babilonia, yo supongo que éstos son añadidos piadosos de redactores posteriores. Procuraban dejar a Abraham en buen lugar y atribuirle un origen glorioso, digno de quien fue. Pero siempre que Abraham (o quien fuera, el nombre es lo de menos) empieza a hablar en primera persona, yo aguzo el oído. Saco el máximo partido de estos pasajes, sobre todo cuando describen algún episodio asombroso relacionado con el espacio, que no podían inventarse los redactores posteriores porque no tenían acceso a un conocimiento tan detallado.

En el texto que los teólogos llaman El apocalipsis de Abraham, el autor (llamémoslo XY) describe a dos seres celestiales que bajan a la Tierra[34]. Estos dos seres celestiales subieron a Abraham a las alturas, pues el «altísimo» quería conversar con él. Abraham cuenta que no eran humanos y que le produjeron mucho miedo. Dice que tenían el cuerpo brillante «como un zafiro»; lo hicieron subir entre humo y fuego, «como con la fuerza de muchos vientos». Cuando llegó a las alturas, vio «una luz gloriosa e indescriptible» y unas figuras grandes que se gritaban entre sí unas palabras «que yo no entendí». Y por si algún lector no ha captado todavía adónde ha subido Abraham, él lo deja más claro todavía: «Pero yo quería volver a caer a la Tierra; el lugar alto donde nos encontrábamos estaba tan pronto de pie como cabeza abajo».

De modo que alguien nos está contando (en primera persona y en forma de narración» que quería «volver a caer a la Tierra».

Es lógico suponer, por lo tanto, que estaba más alto que la Tierra. Y ¿por qué no podría haberse inventado el texto un redactor posterior? Porque nadie podría haber sabido que las naves espaciales gigantes, como las estaciones espaciales del futuro, siempre rotan sobre su propio eje. La gravedad artificial sólo puede conseguirse en el interior de la nave gracias a la fuerza centrífuga provocada por la rotación propia de ésta. Y ¿qué dice el Apocalipsis de Abraham? «El lugar alto donde nos encontrábamos estaba tan pronto de pie como cabeza abajo». ¿Una coincidencia? ¿Meras fantasías estúpidas? ¿Por qué insiste Abraham en que estos seres no eran humanos y en que sus ropas brillaban como el zafiro?

Los textos como éste son, verdaderamente, claros como el cristal. Y les ha llegado su hora. El hombre moderno ya está harto de que le hagan tragarse cuentos de hadas religiosos. Existe una interpretación nueva, moderna, de los antiguos textos y tradiciones que lo aclara todo en un instante.

Antes de abordar un nuevo capítulo, quisiera avivar por última vez un viejo fuego al que he vuelto con frecuencia en el transcurso de los años. Apenas hay uno solo de mis libros en el que no se haga mención del profeta Enoc. No voy a volver a recorrer exhaustivamente terrenos ya cubiertos, pero sí me gustaría dejar en este terreno algunas señales orientativas que a los exégetas modernos les resultará difícil pasar por alto.