Pero, en realidad (y esto lo sabe todo teólogo que lleve algunos años de estudios), todo esto es francamente falso. Esos «textos originales», que son un rico filón para las especulaciones teológicas, no existen en realidad. ¿Qué es lo que tenemos verdaderamente? Unas copias que, sin excepción, se realizaron entre los siglos IV y X después de Cristo. Y todas estas copias (unas 1500 en total) están tomadas de copias anteriores; y ninguna copia es exactamente igual a otra. Se han contado más de 80 000 discrepancias textuales. No existe ni una sola página de estos supuestos «textos originales» que no contenga contradicciones. De copia a copia, los copistas alteraban los versículos pensando que ellos entendían mejor su significado y que eran capaces de expresarlo de una manera que se adaptaba mejor a las necesidades de su época.
Estos «textos bíblicos» originales están plagados de millares de errores que no es difícil poner al descubierto. El más conocido, el Codex Sinaiticus (que, como el Codex Vaticanus, data del siglo IV d. C.), fue descubierto en 1844 en el monasterio del Sinaí. Contiene más de 16 000 correcciones realizadas por siete manos diferentes. En varias partes, el texto se ha alterado varias veces y ha sido sustituido por un nuevo «texto original». El profesor doctor Friedrich Delitzsch, especialista altamente capacitado, encontró unos 3000 errores de transcripción, sólo en este texto[4].
Todo esto resulta comprensible cuando nos damos cuenta de que ninguno de los evangelistas fue, en realidad, contemporáneo de Jesús, y de que ningún contemporáneo suyo escribió ninguna crónica de primera mano. Sólo después de la destrucción de Jerusalén en el año 70 por el emperador romano Tito (39-81 d. C.) empezó alguien a escribir algo acerca de Jesús y de los suyos. El evangelista Marcos, el primero del Nuevo Testamento, escribió su versión al menos 40 años después de la crucifixión de su maestro. Los propios Padres de la Iglesia de los primeros siglos estaban de acuerdo (aunque disintiesen entre ellos en muchas otras cosas) en que los textos originales habían sido alterados. Hablaron muy claramente de la «adición, profanación, supresión, alteración y destrucción generalizada» de los textos. En este sentido, el especialista doctor Robert Kehl, de Zurich, escribió:
Ha sucedido con frecuencia que un mismo pasaje haya sido corregido en primer lugar por una mano y que después haya sido «recorregido» por otra persona para darle un significado muy distinto, en función del dogma que marcase por entonces una escuela de pensamiento determinada. En todo caso, las correcciones individuales (y tanto más las correcciones generalizadas y sistemáticas) produjeron un caos completamente indescifrable[5].
Cualquier persona que disponga de una Biblia puede comprobar la veracidad de esta conclusión tan tajante. Basta con algunos ejemplos: compárense, por ejemplo, los Evangelios de Mateo y de Lucas con el de Marcos. Los dos primeros afirman que Jesús nació en Belén. Marcos dice que nació en Nazaret[6].