PEREGRINÓ mi corazón y trajo de la sagrada selva la armonía. Jonás, con esta joya en la mano, peregrinó a la buharda paredaña de tía Algadefina, y gustaron juntos de los dos endecasílabos solemnes y rubenianos.

—Parece una cosa de Kipling —dijo ella.

—A mí me parece una cosa nuestra, referida a África, si hubiéramos tenido un gran poeta de África, pero cómo íbamos a tenerlo.

—Las causas injustas (y todas son injustas en cuanto causas, mi niño: sólo es justo lo gratuito), también tienen grandes poetas.

—No sé de qué hablaba Rubén en estos versos, pero a mí me abren un mundo de música y de tiempo.

Jonás estaba arrodillado con una sola rodilla junto al lecho de tía Algadefina, sosteniéndole el libro de Rubén en el facistol de sus manos. Y de pronto comprendió que tía Algadefina le estaba mintiendo, que tía Algadefina conocía desde mucho tiempo —no podía ser por menos— los versos de Rubén, pero no había querido decepcionarle en su hallazgo. Peregrinó mi corazón y trajo, esta mujer está jugando conmigo, como juegan siempre las mujeres, madres o lo que sean, de la sagrada selva la armonía, de la sagrada selva la armonía, de la sagrada selva la armonía, nuestra pasión está hecha de endecasílabos que ella conoce mucho antes que yo y que les habrá recitado a otros hombres, o a la inversa, me da igual, Rubén ya no se lleva, peregrinó mi corazón y trajo, poco ha peregrinado mi corazón, de una buhardilla a la de al lado, al amor más inmediato y familiar, de la sagrada selva la armonía, de qué sagrada selva, qué armonía, todo era uno y lo mismo, la sagrada selva familiar de la endogamia, como habría explicado Tomasito, y la armonía de unos poetas a los que él nunca iba a igualar, lo que quiere decir, o quería decir, que él nunca iba a ser él, como quizá Juanito al piano, en esto que tía Algadefina se incorporó, le vino la tos y escupió en su leve pañuelo, sangre sin duda, por la expresión de ella, aunque Jonás no vio la sangre, me está seduciendo, es la seducción de la muerte, es la seducción de todas las seducciones, es la eterna seducción de la mujer, de la madre a la viuda, pasando por la primera novia y la primera puta, o por Afrodita Anadiomenes, Afrodita me ofrece, quizá, un amor más puro, una verdad más desnuda, la elementalidad de las cosas que son en sí y viven en el éxtasis del presente (como hubiera dicho asimismo Tomasito), libres de la sagrada selva familiar y de las artificiales armonías de la poesía como ortopedia del sexo.

Peregrinó mi corazón y trajo

de la sagrada selva la armonía.

Jonás salió de la habitación. Dejó a la enferma postrada con su ahogo. Acababa de comprender, o así le parecía, el secreto de la palabra: la palabra es la seducción. Al lector no hay que convencerle de nada, sino seducirle. Rubén era fascinante, como sus maestros Baudelaire y Verlaine. ¿Qué verdad nos acerca Rubén? Ninguna, ni falta que hace (y cuando nos acerca/aporta alguna es peor poeta). Su verdad es su mentira, su seducción. El estilo debe de nacer con origen de cuchillo y soberanía de droga. A Verlaine le han puesto más música que a Baudelaire, pero Baudelaire es superior a Verlaine. Quizá la suprema calidad consista en resultar intraducible a cualquier otro lenguaje, por ejemplo a la música. Se queda por escribir bien, no por tener razón. Jonás pensaba todo esto, se estaba haciendo una poética, o lo que fuese, como sin querer, mientras leía a Rubén tendido en la cama. La tos ornitológica, angelical y decisiva de tía Algadefina le llegaba a través del tabique, pero de pronto se descubrió más fuerte que el amor, más fuerte que los sentimientos, más fuerte que la llamada de gorrión de aquella tos: se descubrió con espanto a sí mismo como indiferente a la verdad mentirosa de la vida, como fanático de la mentira verdadera del arte, donde nadie muere, la música de Rubén para siempre, enhechizando, seduciendo almas, cuerpos, vidas.

Peregrinó mi corazón y trajo, a eso es a lo que hay que llegar, a ser el gran seductor, a arrinconar la verdad mentirosa de la muerte con la mentira del arte, de la sagrada selva la armonía, armonía y selva de débil y perenne duración contra la nada.

Tía Algadefina, paredaña y trágica, seguía con su tos/llamada, pero Jonás, por primera vez, no acudió al aviso. Ella le había mentido como a un niño fingiendo sorpresa ante unos versos que se sabía de memoria. «Los mentirosos merecen morir solos», de la sagrada selva la armonía.