EL APIO en regueros, el aceite en confluencias, el pimentón en rutas rojas y mínimas, casi aztecas, los ajos como las joyas sueltas de un collar deshecho, el azúcar navideño y la lentísima caminata del vino. Bisabuela Leonisa en un extremo de la casa y la Ino en el otro, dejando que la vieja inmortal se muriese sola (ya iban siendo igual de viejas).

Jonás huía de aquel hogar y se escribía mucho con tía Clara, que estaba en Madrid sirviendo a Azaña. ¿Qué era el azañismo? El azañismo llegó a ser todo un movimiento cívico en España. Un movimiento que venía de Carlos III, los iluminados, los doceañistas y así, hasta cobrar cuerpo, de nuevo, en aquel hombre alto, gordo y feo de Alcalá de Henares, que con su verbo clásico y nuevo llegara a cautivar a todos los españoles, o casi.

Unamuno en el 98, luego Ortega y por fin Azaña (así se lo decían a Jonás las cartas madrileñas de tía Clara), eran los tres españoles que habían levantado aquel tercio de siglo, sólo que Azaña, siendo un intelectual como era, había tenido más cojones que los demás para meterse en política y cortarles borlas a los militares, africanistas o no, que siempre se están peleando por las borlas.

Eso, más o menos, era el azañismo, se decía Jonás, mientras seguía dibujando su campesina vagamente caucasiana, que le iba a valer un notable, y quién sabe si un sobresaliente, bajo la dirección de don Joaquín y la superdirección de don Ramón de Rioseco, que se acercaba al muchacho con el ruido acompasado/desacompasado de su andar (una bota con alza de corcho, por un accidente de automóvil, y un bastón elegante y dandy, como remedio estético de la cojera).

—Muy bien ese reojito, joven. Usted ha estudiado mucho a Teotocópuli y a don Francisco.

Ramón de Rioseco siempre llamaba Teotocópuli y don Francisco al Greco y Goya, como incluyéndose confianzudamente en la minoría de los grandes. Luego se iba a hablar con otro alumno (aunque prefería a las alumnas), y Jonás oía el alejarse de su bota/plancha, como decían los condiscípulos, y el punteado de su bastón sobre la vieja madera del piso.

En aquella Escuela de Artes y Oficios Artísticos conoció Jonás a Juanito Rodríguez Cimera, que era alto, romántico, chopiniano, y dibujaba muy bien al carboncillo. Juanito Rodríguez Cimera, hijo de viuda de militar, gustaba mucho a las chicas de la escuela. Pero Jonás tenía de su parte toda la inconsciencia de la edad como para competir con él. Jonás y Juanito se hicieron muy amigos, salían juntos con chicas y, cuando paseaban solos por el Parque Grande, en invierno o verano, discutían de todo y no estaban de acuerdo en nada, ya que Juanito era más siglo XIX y Jonás era más siglo XX.

Por ejemplo, la guerra de África:

—Mi padre murió en la guerra de África, y ya sólo por eso aquella guerra es sagrada —decía Juanito.

—Yo he tenido en mi casa a los capitancitos de África y te aseguro que no eran más que unos tahúres sangrientos.

—Cómo puedes decir eso de los héroes gloriosos de nuestro Imperio.

—Palabras, Juanito. España acaba allá abajo y no hay por qué seguir matando moros para dominarlos.

—Les llevamos nuestra cultura, nuestra civilización, nuestra religión, que es la verdadera, y nuestra estirpe.

—Eso último de la estirpe no lo entiendo, pero vale, Juanito. Suponiendo que hay un Dios, en el que yo también estoy dispuesto a creer, pienso que será un Dios universal que puede manifestarse bajo todas las formas, y que es tan válida la máscara africana como el crucifijo de Gregorio Fernández. Lo que importa es la conciencia de una mirada superior que nos mira y nos crea.

—Lo que importa es sacar a los salvajes del paganismo y traerlos al Evangelio.

—El Evangelio de tus Hermanos Maristas, Juanito. Eres local.

—No entiendo lo que dices, pero sé que la razón está de mi parte.

—Los católicos siempre tenéis la razón de vuestra parte, como Claudel, que no hace más que echarle sermones a Gide.

—Déjate de literatura, Jonás. Te hablo del Evangelio.

—El Evangelio también es literatura. Alguien lo escribió.

—Estás blasfemando, Jonás.

—Estoy razonando, Juanito.

De estas discrepancias se alimentaba la amistad profunda de Jonás y Juanito. Jonás admiraba a Juanito Rodríguez Cimera por cómo tocaba Chopin al piano. Él hubiera sido incapaz. Juanito Rodríguez Cimera admiraba a Jonás por las frases que se le ocurrían al paso sobre las chicas del paseo, verdaderas metáforas.

—Tú eres un poeta, Jonás.

—Quizá, pero de eso no se vive.

«Beethoven me da más música. Chopin me da mejor música.» La frase era del Journal de André Gide, que Jonás leía en francés, y gustaba de repetírsela a su amigo Juanito Rodríguez Cimera. Una amistad profunda entre hombres está hecha siempre de pequeñas coincidencias, aunque disientan en las grandes cosas. Se puede estar de acuerdo en las grandes cosas con un energúmeno y no ser amigo de él.