SEGUNDA PARTE

DEL mismo modo que hubo el año sin tiempo, hubo el año de la inundación, que fue cuando se desbordó la Esgueva y la gente iba en barca por entre el plateresco y el barroco de la ciudad.

La ciudad, pues, fue una Venecia semanal y adusta que trajo algunas gentes nuevas a casa de los Hernández, nuevas o menos habituales, pues los ríos siempre arrastran vidas, que ya lo dijo el clásico.

Las Caravaggio, de las Caravaggio de toda la vida, que vivían en un digno entresuelo, se vieron con el agua por el culo de la abuela, los muslos de la niña (Teté Caravaggio) y el cuello de los jarrones. Fue cuando acamparon unos días en el palacete de los Hernández.

Las Caravaggio, de las Caravaggio de toda la vida, eran todo un matriarcado, viudas, separadas, abuelas, madres, hijas, nietas, solteras y malmaridadas, todas con el luto elegante y muy clase media, la pluma en el sombrero, el lunar en el velito, el morado en la pestaña, la boca de as de picas y las manos joyosas, blancas y un poco hinchadas. A la madre de Teté Caravaggio la había dejado un capitán de la Marina Mercante por el sencillo procedimiento de irse al mar.

Es la ventaja que tienen los marinos: irse al mar y no volver: el mar se lo traga todo.

La madre de Teté Caravaggio tenía un ojo que se le iba (quizá por eso la había dejado el marino, partidario de brújulas seguras) y llevaba su viudedad marítima, que no mortuoria, con mucha dignidad y mucha pluma verde sobre el general luto familiar.

Teté Caravaggio era bellísima y gorda, la más gorda de la ciudad, y durante su estancia en casa de los Hernández, el año de la riada (que fue como otro año sin tiempo, pero diferente: un año que dio muchos niños y muchos muertos, al contrario del año sin tiempo), durante aquel año, se ha dicho (era como si el Dios antiguo mandase plagas sucesivas y nuevas sobre la ciudad), Teté Caravaggio conoció al capitancito Fernando Sánchez Heredia y Sánchez, un joven alto, moreno e impersonal.

A veces ocurre esto: que un hombre sin personalidad se personaliza y sale de la sombra gracias a un amor, gracias a una mujer. La mujer viene a ser así como el ácido contrastante del hombre, la que da relieve a aquello que no lo tiene.

El año de la riada, ya se ha dicho, fue en la ciudad como el año sin tiempo, pero a la inversa. En todo caso, una plaga benéfico/maléfica, como la otra, y siempre perjudicial —o vaya usted a saber— para la ciudad.

El matriarcado luctuoso y mundano de las Caravaggio, de las Caravaggio de toda la vida, aparte llenar el palacete (como el bar Cantábrico y el Salón Rojo) de pájaros verbales y grititos, de aves fonéticas y plumas verdes, veía con muy buenos ojos (incluso el ojo perdido de la madre de Teté), aquel romance veneciano entre la niña gorda/gordísima, con belleza de Niño Jesús de Praga, y el héroe africano don Fernando Sánchez Heredia y Sánchez, en quien nadie había reparado hasta que ella le sacó de la sombra, de la espesura de los hombres, con su mirada de mujer.

Teté Caravaggio (que hacía peligrar la navegación con sus ingencias adolescentes) y el capitancito don Fernando Sánchez Heredia y Sánchez (inmaculado, pero con medallas como heridas y heridas como medallas, según se ha dicho de algún otro), paseaban su amor en barca (una barca verde, esbelta y zozobrante) por toda la ciudad, el año de la inundación, cuando se desbordó la Esgueva, y era hermoso verles pasar en su barca verde, despacio y en silencio, a media tarde, remando musicalmente y rozando las piedras del adusto románico castellano y la multitud clamante en silencio de los apóstoles y los demonios góticos con el agua hasta la boca.