4

VIDA DISTINTA

Sucias manchas de luz envolvían a David Starr. Lentamente tomaba conciencia de un terrible zumbido y una presión fuerte en su espalda. La presión en la espalda provenía de su posición: de espaldas sobre una superficie dura. Al zumbido lo identificaba como el de una pistola paralizante, un arma cuya radiación obraba sobre los centros nerviosos en la base del cerebro.

Antes de que la luz se tornara coherente, antes que tuviese conciencia total del entorno, sintió que lo sacudían por los hombros, oyó, lejanos, los golpes de enérgicas bofetadas en sus mejillas. La luz invadió sus ojos abiertos y alzó un brazo que apenas le respondía para evitar la siguiente bofetada.

Bigman estaba inclinado sobre él; la diminuta cara de conejo con su nariz redonda casi lo tocaban, y al verlo abrir los ojos exclamó:

—¡Por Ganímedes! Creí que te habían liquidado.

David se apoyó sobre un codo dolorido. Luego respondió:

—Casi parece que lo han hecho. ¿Dónde estamos?

—En los calabozos del huerto. No es posible salir: la puerta está bien cerrada y las ventanas tienen rejas.

El aspecto del sembrador era de total depresión.

David se tanteó debajo de los brazos. Le habían quitado sus desintegradores. ¡Naturalmente! Era lo menos que podía haber esperado. Preguntó:

—¿Te paralizaron a ti también, Bigman?

Este negó con un movimiento de cabeza.

—Zukis me puso fuera de combate con un golpe de culata. —Se palpó una zona del cráneo con gran disgusto. Luego se embraveció—: Pero casi le he quebrado un brazo.

Tras la puerta resonaron pasos. David se sentó, a la expectativa. Entró Hennes, acompañado por un hombre de más edad, de cara larga y fatigada en la que los ojos azules estaban casi cubiertos por cejas espesas y grises que nacían de una arruga permanente. Llevaba ropas de ciudad, muy similares a las de la Tierra, y no tenía las típicas botas altas marcianas.

—Vete a la cocina —ordenó Hennes a Bigman— y tan pronto como estornudes sin permiso te partiremos en dos.

Bigman puso mala cara, saludó a David con un «ya nos veremos, terrestre» y salió entre un sonoro taconeo de sus botas.

Hennes lo observó mientras salía y cerró la puerta detrás de él. Entonces se volvió hacia el hombre de cejas grises.

—Este es, señor Makian. Dice llamarse Williams.

—Has jugado fuerte al paralizarlo, Hennes. Si lo hubieses matado, un material valioso podría haberse ido en el polvo del canal.

Hennes se encogió de hombros:

—Estaba armado. No podíamos correr riesgos. Y, de todos modos, aquí lo tenemos, señor.

«Discuten sobre mí —pensó David—, como si no estuviese aquí o formara parte de esta cama».

Makian se volvió hacia él, con la mirada endurecida.

—Eh, tú, yo soy el dueño de estos huertos. En doscientos kilómetros a la redonda todo es de Makian. Yo digo quién estará en libertad y quién en la cárcel; quién trabaja y quién se muere de hambre; y hasta quién vivirá y quién morirá. ¿Me comprendes?

—Sí —respondió David.

—Entonces respóndeme con franqueza y nada tendrás que temer. Si intentaras ocultar algo te lo sonsacaríamos de uno u otro modo. Hasta podríamos matarte. ¿Sigues comprendiéndome?

—Perfectamente.

—¿Tu nombre es Williams?

—Es el único nombre que daré en Marte.

—Es razonable. ¿Qué sabes sobre envenenamiento de comida?

David bajó los pies de la cama, y comenzó a hablar:

—Pues mi hermana murió después de comer un bocadillo de pan y jamón, una tarde. Tenía doce años y allí estaba, muerta, con los restos de jamón todavía en la boca. Llamamos al médico; dijo que era envenenamiento y que no comiésemos nada de lo que había en la casa hasta tanto él regresara con un equipo de análisis. Nunca más lo vimos.

»Pero, en cambio; apareció otro individuo. Parecía tener mucha autoridad. Llevaba una escolta de hombres con ropas comunes. Nos describió cómo había ocurrido todo. Luego nos dijo: “Ha sido un ataque al corazón”. Le dijimos que era una ridiculez, porque mi hermana no tenía nada en el corazón, pero no hizo caso de lo que le decíamos. Nos advirtió que si íbamos por allí contando historias ridículas sobre comida envenenada nos veríamos en algún problema. Luego se llevó el jamón consigo. Y hasta se puso furioso con nosotros porque habíamos limpiado el jamón de los labios de mi hermana.

»Intenté comunicarme con el doctor, pero su enfermera siempre me decía que no estaba. Irrumpí por la fuerza en su despacho y lo hallé dentro, pero todo lo que me dijo fue que había hecho un diagnóstico equivocado. Parecía temeroso y no quería hablar del asunto. Fui a la policía, pero nadie quiso oírme.

»El jamón que aquel hombre se había llevado consigo era la única cosa en la casa que mi hermana había comido ese día y el resto de la familia no; era una pieza apenas abierta e importada de Marte. Nosotros somos gente a la antigua y nos gusta la comida tradicional. Ese era el único producto marciano en toda la casa. Traté de enterarme por los periódicos si había habido algún otro caso de envenenamiento por comida. Todo este asunto me parecía sospechoso. Incluso viajé a Ciudad Internacional. Dejé mi empleo y decidí que de una u otra forma tendría que descubrir qué era lo que había matado a mi hermana y hallaría a quienquiera que fuese responsable. Por allí ocurrió que le di a un tipo y apareció la policía con una orden de arresto.

»Pues bien, como me lo estaba esperando, escapé por poco. He venido a Marte por dos razones: primero, porque era el único modo de librarme de la cárcel —aunque ahora no parezca así, ¿no?—, y segundo porque he descubierto algo. Ha habido tres o cuatro muertes sospechosas en los restaurantes de Ciudad Internacional y en todos los casos se trataba de restaurantes que elaboran comidas con productos marcianos. Así que he comprendido que la respuesta estaba en Marte.

Makian se recorría el contorno del mentón con un grueso pulgar.

—Los hilos concuerdan, Hennes —comentó—. ¿Tú qué opinas?

—Digo que necesitamos los nombres y las fechas, que hay que comprobar toda la historia. No sabemos quién es este tipo.

—Bien sabes que no podemos hacerlo, Hennes —la voz de Makian sonaba a lamento—. No quiero que se haga nada que saque a luz todo este embrollo. Destruiría a todo el Sindicato. —Se volvió hacia David—. Mandaré a Benson para que hable contigo; es nuestro agrónomo. —Luego se dirigió a Hennes—. Quédate aquí hasta que llegue Benson.

Media hora más tarde llegó Benson. En el intervalo, David se había recostado con toda tranquilidad sobre su colchón, sin hacer caso de Hennes, quien, por su parte, adoptó igual actitud.

Luego se abrió la puerta y una voz dijo:

—Soy Benson.

Era una voz cortés, dubitante, que pertenecía a un individuo de rostro redondo, de unos cuarenta años, cabellos rubios cenicientos y gafas sin montura. Su boca pequeña se distendía en una sonrisa.

Benson siguió adelante:

—Y supongo que tú eres Williams.

—Así es —le respondió David Starr.

Benson observaba con interés al joven terrestre, como si le estuviese practicando un examen visual. Luego volvió a preguntar:

—¿Estás preparado para la violencia?

—Estoy desarmado —explicó David— y rodeado por un huerto lleno de hombres dispuestos a matarme si me salgo un punto de la línea.

—Sí, así es. ¿Puedes dejarnos solos, Hennes?

Hennes se puso en pie, a toda prisa, para protestar:

—¡No hay seguridad, Benson!

—Te lo ruego, Hennes. —Los ojos apacibles de Benson estaban fijos en él, por encima de sus anteojos.

Hennes gruñó mientras golpeaba con una mano la caña de su bota, con evidente enfado, y se encaminó hacia la puerta. Tras él, Benson la cerró nuevamente.

—Mira, Williams, en los últimos seis meses he pasado a ser un hombre importante aquí. Incluso Hennes me escucha. Todavía no me he habituado a esto. —Sonrió una vez más—. Oye, el señor Makian me dice que tú has presenciado una muerte por ese extraño envenenamiento por comida.

—La de mi hermana.

—¡Oh! —Benson se sonrojó—. Lo siento terriblemente. Comprendo que será un tema muy penoso para ti, pero ¿podrías darme detalles? Es de gran importancia.

David repitió el relato que antes había hecho a Makian. Benson preguntó:

—¿Y ocurrió así, de pronto?

—No habrían pasado más de cinco o diez minutos después de que comenzó a comer.

—Espantoso. Espantoso. No tienes idea de lo duro que es todo esto. —Benson restregaba sus manos, nervioso—. De todos modos, Williams, quisiera completar esta historia para ti. La mayor parte la has adivinado ya y, hasta cierto punto, me siento responsable ante ti por lo que le ha ocurrido a tu hermana. Todos en Marte somos responsables hasta tanto se aclare el misterio. Esto tiene ya meses de duración, ha habido varios envenenamientos. No muchos, pero los suficientes como para que ya no sepamos qué hacer.

»Hemos investigado la procedencia de los cargamentos envenenados y estamos seguros de que no salen de ningún huerto. Pero algo hemos sacado en limpio: toda la comida envenenada se embarca desde Wingrad; las otras dos ciudades de Marte están limpias, por ahora. Esto indicaría que el foco está dentro de la ciudad y Hennes ha investigado a partir de ese dato. Ha ido a la ciudad, por las noches, para intentar detectarlo, pero todo ha sido inútil.

—Vaya. Eso explica las palabras de Bigman —dijo David.

—¿Quién? —el rostro de Benson tuvo una expresión inquisitiva que luego se diluyó en una sonrisa—. Oh, te refieres al hombrecito que anda por ahí gritando siempre. Sí, vio a Hennes una noche, cuando salía y Hennes lo echó. Es que es un hombre muy impulsivo, pero de todos modos creo que Hennes se equivoca. Naturalmente todo el veneno tendría que atravesar Wingrad, que es el punto de embarque de todo el hemisferio.

»El mismo señor Makian cree que la contaminación se efectúa en forma deliberada y a través de agentes humanos. Por último, él y algún otro integrante del Sindicato han recibido mensajes ofreciéndoles comprar sus huertos por cifras ridículamente bajas. No se habla del envenenamiento y no existe ninguna conexión evidente entre las ofertas de compra y este espantoso asunto.

David había escuchado con total atención. Luego preguntó:

—¿Y quién hace las ofertas de compra?

—Vaya, ¿cómo saberlo? He visto las cartas y sólo dicen que si el Sindicato acepta las ofertas, debe comunicarse mediante mensaje cifrado por una emisora subetérica particular, en determinada longitud de onda. Los mensajes dicen que el precio ofrecido irá decreciendo un diez por ciento cada mes.

—¿Y no se puede averiguar la procedencia de las cartas?

—Me temo que no. Llegan entre la correspondencia ordinaria, con el sello de «Asteroide». ¿Cómo buscar en los asteroides?

—¿Han informado a la Policía Planetaria?

Benson rió con suavidad.

—¿Crees que el señor Makian o cualquiera del Sindicato llamarían a la policía por algo como esto? Es una declaración de guerra personal contra ellos. No has captado aún la mentalidad marciana, Williams. Aquí no buscas el amparo de la ley cuando tienes algún problema, a menos que quieras reconocer que existen cosas que no logras manejar por ti mismo. Y no hay horticultor que esté dispuesto a ello. Por mi parte, he sugerido que se envíe la información al Consejo de Ciencias, pero el señor Makian no quiere oír hablar del asunto. Dice que el Consejo ha estado trabajando sin resultados en esto del envenenamiento y que si son la maldita clase de tipos que son, se las apañará sin ellos. Y aquí es donde entro yo.

—¿Usted ha investigado el envenenamiento?

—Sí. Soy el agrónomo de los huertos…

—Es lo que el señor Makian me ha dicho.

—Ajá. Para decirlo claro, un agrónomo es la persona que se especializa en agricultura científica. He estudiado los principios de mantenimiento de la fertilidad, rotación de suelos y toda esta clase de temas. Mi especialidad la constituyen los problemas marcianos. No somos muchos los que estamos en esas condiciones. Así es que puedes alcanzar una buena posición, aunque los horticultores pierdan a veces la calma y te consideren un idiota de academia, sin experiencia práctica. En fin, también he seguido cursos adicionales de botánica y bacteriología; de modo que el señor Makian me ha puesto al frente de todo el programa de investigación sobre envenenamiento en Marte. Los demás miembros del Sindicato prestan su cooperación.

—¿Y qué es lo que ha podido averiguar usted, señor Benson?

—En realidad, tan poco como el Consejo de Ciencias, lo cual no es sorprendente si se considera que dispongo de mucho menos equipo auxiliar que ellos. Pero he desarrollado algunas teorías. El envenenamiento es tan veloz que no debe ser atribuible a otra cosa que no sea una toxina bacteriana. Al menos, si tomamos cuenta de la degeneración de los nervios, producida en todos los casos, y demás síntomas. Sospecho que se trata de una bacteria marciana.

—¿Qué?

—Sabrás que existe una vida marciana. Cuando arribaron los primeros terrestres, Marte estaba cubierto de formas simples de vida. Crecían algas gigantes cuyo color azul verdoso era visible al telescopio incluso antes de que se efectuaran los viajes espaciales. Había formas bacterianas que vivían en las algas y hasta diminutas criaturas similares a insectos, de movimiento libre, aunque elaboraban sus propias sustancias alimenticias, como las plantas.

—¿Y aún existen?

—Vaya, sí, por supuesto. Hemos limpiado el suelo por completo de ellas, antes de trabajar las áreas destinadas a nuestros huertos e introducir nuestras propias corrientes de bacterias, las necesarias para que las plantas se desarrollen. Pero en las áreas no cultivadas la vida marciana sigue floreciente.

—¿Y cómo puede ser, pues, que afecten a nuestras plantaciones?

—Esa es una buena pregunta. Ocurre que los huertos marcianos no son exactamente iguales a los huertos terrestres. Aquí, los cultivos no están al aire libre ni reciben luz solar directa. En Marte el sol no suministra suficiente calor para las plantas terrestres y, además, no hay lluvias. Pero la tierra es buena, fértil, y hay una cantidad adecuada de bióxido de carbono gracias al cual viven en principio las plantas. De modo que en Marte los cultivos se desarrollan bajo grandes placas de cristal. La siembra, el cuidado y la cosecha se hacen con maquinaria casi por entero automática, es decir, que nuestros horticultores son maquinistas más que otra cosa. Los campos tienen riego artificial a través de un sistema planetario de acequias que se alimentan desde las capas de hielo polar.

»Te explico todo esto para que comprendas que sería difícil contaminar las plantas de un modo ordinario. Los campos están cerrados y vigilados en todas las direcciones, excepto por debajo.

—¿Y qué significa esto? —inquirió David.

—Significa que bajo la superficie están las famosas cavernas marcianas y dentro de ellas podría haber vida inteligente, marcianos.

—¿Usted se refiere a hombres marcianos?

—Hombres no. Organismos tan inteligentes como el hombre. Tengo mis razones para creer que existen inteligencias marcianas que tal vez estén ansiosas por arrojarnos, a los terrestres, de la superficie de su planeta.