10

NACE EL RANGER DEL ESPACIO

David aguardó. Era una insensatez hablar al vacío. Sin duda, los entes que habían construido las cavernas y que así podían inmovilizarlo, con un método tan inmaterial, serían por entero capaces de jugar todas las cartas.

Sintió que lo alzaban del suelo, lentamente, hasta que su espalda alcanzó la posición horizontal. Hizo un intento de extender el cuello, pero se encontró con que su cabeza estaba casi inmovilizada. Las ataduras no eran tan rígidas como las que rodeaban sus miembros, sino que le parecía llevar unos arreos aterciopelados que, simplemente, limitaban sus movimientos.

Con suavidad, una fuerza invisible lo impulsaba hacia adelante. Le pareció que penetraba en una masa de agua tibia, fragante, respirable. En cuanto su cabeza, que fue la última porción de su cuerpo en hacerlo, abandonó la cámara de aire, un sueño profundo se cerró a su alrededor.

David Starr abrió los ojos con la sensación de que no había transcurrido el tiempo, pero experimentó la cercanía de una presencia viva. No estaba en condiciones de precisar la forma que adoptaba esa sensación. En primer lugar, cobró conciencia del calor. Era la temperatura de un día de verano en la Tierra. En segundo lugar, una débil luz rojiza lo rodeaba sin permitirle una visión completa; con todo, girando la cabeza distinguió las paredes de una pequeña habitación. Ni movimiento ni vida.

Sin embargo, en algún lugar cercano, debía estar en acción una poderosa inteligencia. David lo sentía con claridad, aunque no pudiese explicarlo.

Con cautela intentó mover una mano y no tuvo obstáculos para alzarla. Con infinitos interrogantes rebulléndole en la mente se sentó: estaba sobre una superficie flexible, pero cuya naturaleza no podía determinar por la carencia de luz.

Una voz se oyó de pronto:

—La criatura está en condiciones de reconocer su entorno…

La parte final de la frase se resolvió en un sonido sin significación. David no logró determinar de dónde provenía la voz. Surgía de todos y de ningún lado.

Una segunda voz resonó. Era distinta, aún cuando la diferencia era muy sutil: más gentil, más delicada, tal vez femenina.

—¿Te encuentras bien, criatura?

—No puedo veros —respondió David.

La primera voz (David estimó que se trataba de un hombre) se dejó oír una vez más:

—Como he dicho, es un… —nuevamente un sonido sin significación—. No estás en condiciones de ver la mente.

La frase final fue confusa, pero a David le pareció entender la expresión «ver la mente».

—Puedo ver la materia —dijo—, pero hay poca luz para ello.

Hubo un silencio, como si los dos seres estuviesen conferenciando, y luego apareció un objeto, depositado con delicadeza sobre la mano de David: era su linterna.

—¿Tiene esto —inquirió la voz masculina— algún significado para ti en lo que a luz respecta?

—Vaya, por supuesto. ¿No lo veis? —Encendió la linterna y con su haz luminoso recorrió el cuarto. Estaba vacío de vida, las paredes desnudas. La superficie sobre la que descansaba era transparente a la luz y se hallaba a algo más de un metro por encima del piso.

—Es como te he dicho —resonó excitada la voz femenina—. El sentido de la visión de la criatura es activado por una radiación de onda corta.

—Pero en su mayor parte la radiación del instrumento es infrarroja y por eso he sacado mis conclusiones —protestó su interlocutor. La luz fue ganando brillo mientras la voz hablaba; viró hacia el anaranjado, luego hacia el amarillo y, por último, hacia el blanco.

David preguntó:

—¿Podéis bajar la temperatura de la habitación también?

—La hemos igualado a la de tu cuerpo.

—Sin embargo tendría que ser menor.

Al menos estaban bien dispuestos. Bienvenida y refrescante, una brisa fría sopló sobre David, que dejó que la temperatura descendiera hasta los veinte grados antes de detenerlos.

David pensó: «Creo que os estáis comunicando con mi mente en forma directa; tal vez por eso creo oíros hablar lengua internacional».

La voz masculina respondió:

—La parte final de la frase es un sonido sin significación, pero es evidente que nos estamos comunicando.

David asintió para sí mismo; ahora comprendía por qué los sonidos sin significado. Cuando utilizaba un nombre propio que no era acompañado por ninguna imagen en su mente, sólo estaba emitiendo un elemento sin significación. Estática mental.

La voz femenina explicó:

—En la antigua historia de nuestra raza hay leyendas que relatan que nuestras mentes estaban cerradas unas a otras y que nos comunicábamos mediante símbolos visuales y auditivos. Por lo que dices, no puedo menos que preguntarme si tu propio pueblo no estará en esa situación, criatura.

—Así es —dijo David—. ¿Cuánto tiempo hace que me habéis traído a esta caverna?

La voz masculina repuso:

—No ha transcurrido aún una rotación planetaria. Te pedimos disculpas por las molestias que te hayamos ocasionado, pero ésta ha sido nuestra primera oportunidad de estudiar una de las nuevas criaturas de la superficie, viva. Hemos recogido a muchos antes de ahora; al último hace muy poco tiempo; pero ninguno estaba funcionando y la cantidad de información así obtenida ha sido, lógicamente, muy limitada.

David se preguntó si el cadáver recogido poco tiempo atrás habría sido el de Griswold. Con ciertas reservas, preguntó:

—¿Habéis finalizado el examen de mi persona?

La voz femenina denotó una veloz reacción.

—Temes ser dañado. En tu mente hay la clara impresión de que tal vez seamos tan brutales como para interferir en tus funciones vitales con el objetivo de adquirir más conocimiento. ¡Qué terrible!

—Os pido perdón si os he ofendido. Sólo ocurre que desconozco vuestros métodos.

La voz masculina aseguró:

—Sabemos todo lo que nos es preciso saber. Podemos muy bien investigar tu cuerpo molécula por molécula sin necesidad de contacto físico. La evidencia de nuestros psicomecanismos es suficiente.

—¿Qué son esos psicomecanismos que has mencionado?

—¿Tienes conocimiento de las transformaciones mentales de la materia?

—Me temo que no.

Hubo una pausa y luego, tajante, la voz masculina dijo:

—Acabo de investigar tu mente. A juzgar por su textura, estimo que el alcance de tus principios científicos no te bastará para comprender mis explicaciones.

David se sintió llamado a la realidad.

—Perdón —dijo.

La voz masculina continuó:

—Querría hacerte algunas preguntas.

—Dime, señor.

—¿Qué significa la parte final de tu frase?

—Es una simple forma de apelación cortés.

Se produjo una pausa.

—Oh, ya comprendo. Complicas tus símbolos de comunicación según la persona a la que te dirijas. Una costumbre curiosa. Pero me estoy demorando. Dime, criatura, tú irradias un enorme calor. ¿Estás enfermo o eso puede ser normal?

—Es normal. Los cuerpos muertos que habéis examinado estaban, sin duda, a la temperatura del ambiente, cualquiera que fuese. Pero mientras funcionan, nuestros cuerpos mantienen la temperatura que más les conviene.

—¿Es decir que no sois nativos de este planeta?

—Antes de responder a tu pregunta —dijo David—, querría saber cuál sería vuestra actitud hacia criaturas semejantes a mí, nativas de otro planeta.

—Te aseguro que tú y tus semejantes nos resultáis indiferentes y que sólo despertáis nuestra curiosidad. Veo en tu mente que te inquietan nuestras motivaciones; veo que temes nuestra hostilidad. Rechaza tales pensamientos.

—¿O sea que puedes leer en mi mente la respuesta a tus preguntas? ¿Por qué, entonces, me interrogas tan específicamente?

—Sólo puedo leer emociones y actitudes generales, ya que no existe comunicación estricta. Pero tú eres una criatura y no lo comprenderás. Para una información exacta, la comunicación debe implicar un esfuerzo de voluntad. Por si esto fuera de utilidad para tu mente, te informaré que tenemos muchos motivos para creerte miembro de una raza no perteneciente a este planeta. Por una parte, la composición de vuestros tejidos es bien distinta de la de cualquier cosa viviente que haya existido alguna vez en el mundo. La temperatura de vuestros cuerpos indica también que provenís de otro planeta, más cálido.

—Estás en lo cierto. Hemos venido de la Tierra.

—No comprendo la última palabra.

—Del planeta que sigue a éste, en orden de aproximación al Sol.

—Eso es muy interesante. Por el tiempo en que nuestra raza se retiró a las cavernas, medio millón de revoluciones atrás, sabíamos ya que vuestro planeta poseía vida, aunque no inteligencia, quizá. ¿Era inteligente vuestra raza por entonces?

—Apenas —dijo David. Un millón de años terrestres habían transcurrido desde que los marcianos abandonaran la superficie de su planeta.

—Es muy interesante, por cierto. Debo llevar este informe directamente a la Mente Central. Ven…

—Permite que me quede aquí… Quiero seguir comunicándome con esta criatura.

—Como gustes.

La voz femenina pidió:

—Háblame de tu mundo.

David habló libremente. Experimentaba una languidez placentera, casi deliciosa. La sospecha ya no lo poseía y no había motivos para que no respondiera con la total verdad. Las imágenes le brotaban sin interrupción. Aquellos seres eran gentiles y amistosos.

Y entonces ella liberó de su influencia la mente de David y él se detuvo, de pronto.

—¿Qué he estado diciendo? —exclamó con ira.

—Nada que pueda dañarte —le aseguró la voz femenina—. Sólo he alejado las inhibiciones de tu mente. Es ilegal hacerlo, y no hubiese tenido el atrevimiento necesario si… hubiese estado aquí. Pero tú no eres más que una criatura y yo soy muy curiosa. Sabía que tu desconfianza era demasiado profunda para que pudieras hablar sin una pequeña ayuda mía, y tu desconfianza está fuera de lugar. Jamás os haríamos daño, a menos que os inmiscuyerais con nosotros.

—¿Y acaso no lo hemos hecho ya? —preguntó David—. Hemos ocupado vuestro planeta, de uno a otro extremo.

—Aún me pones a prueba. Desconfías de mí. La superficie del planeta no nos sirve de nada. Esta es nuestra casa. Pero, a pesar de todo —la voz femenina sonaba anhelosa— debe representar una emoción profunda el hecho de viajar de un planeta a otro. Sabemos muy bien que existen muchos planetas y muchos soles. Pensar que criaturas como tú sois las herederas de todo ello, es tan interesante que agradezco una y otra vez que te hayamos captado en tu difícil camino de descenso a tiempo para abrirte un acceso.

—¡Qué! —David no pudo menos que gritar, aún cuando sabía que las ondas sonoras de sus cuerdas vocales no serían oídas y que sólo los pensamientos de su mente eran comprendidos—. ¿Vosotros habéis hecho esa abertura?

—No yo sola… me ayudó. Así es como hemos tenido oportunidad de investigarte.

—¿Pero cómo lo habéis hecho?

—Pues, por la voluntad.

—No logro comprender.

—Es muy simple. ¿No puedes ver en mi mente? Oh, lo he olvidado; tú eres una criatura. Verás, cuando nos retiramos a las cavernas nos vimos forzados a destruir muchos kilómetros cúbicos de materia para tener espacio para nosotros mismos bajo la superficie. No había dónde almacenar tanta cantidad de materia, de modo que la convertimos en energía y…

—No, no, no alcanzo a comprenderte.

—Oh, no comprendes. Pues todo lo que te puedo decir es que la energía fue almacenada de modo tal que pudiese ser utilizada mediante un esfuerzo mental.

—Pero si toda esa materia que una vez estuvo en estas vastísimas cavernas ha sido convertida en energía…

—Habrá, aún, una gran cantidad. Sí, así es. Hemos vivido entre esa energía durante medio millón de revoluciones y está calculado que tenemos suficiente para veinte millones más de revoluciones. Ya antes de abandonar la superficie estudiamos la relación entre mente y materia, y desde que hemos venido a las cavernas, hemos perfeccionado nuestros conocimientos hasta tal punto que prescindimos por entero de la materia en lo que a uso personal se refiere. Somos entidades de pura mente y energía, que ni mueren ni nacen ya. Estoy aquí, contigo, pero a causa de que no puedes sentir la mente, no sabes de mi presencia sino a través de tu mente.

—Pero, sin duda, un pueblo como el vuestro puede convertirse en amo de todo el universo.

—¿Temes que disputemos el universo a pobres criaturas materiales como tú? ¿Que luchemos por un lugar entre las estrellas? No tiene sentido. Todo el universo está aquí, con nosotros. Nos bastamos a nosotros mismos.

David quedó en silencio. Luego, con lentitud, se llevó una mano a la cabeza: experimentaba la sensación de que finas, delicadísimas manos tocaban su mente. Era la primera vez que lo poseía tal sensación y se estremeció al captarla.

Ella volvió a hablar:

—Te pido perdón una vez más. Pero eres una criatura tan interesante. Tu mente me dice que tus congéneres están en peligro y que tú sospechas que la causa somos nosotros. Te aseguro, criatura, que no hay nada de eso.

Las palabras habían sido dichas con simplicidad. David no tenía más alternativas que creer en ellas.

Y prosiguió:

—Tu compañero me ha dicho que la química de mis tejidos es por entero distinta a la de cualquier tipo de vida en Marte. ¿Puedo preguntar qué significa eso?

—Es que se trata de una substancia compuesta de nitrógeno.

—Proteína —explicó David.

—No comprendo esa palabra.

—¿De qué se compone nuestra materia orgánica?

—De… Es totalmente distinto, pues casi no hay nitrógeno en estos elementos.

—¿O sea que no podéis ofrecerme comida?

—Creo que no… dice que cualquier materia orgánica de nuestro planeta te resultaría venenosa. Podemos elaborar compuestos simples del mismo tipo de tus tejidos, de los que podrías alimentarte, pero el complejo material nitrogenado que integra la masa principal de tus tejidos, sin un estudio profundo, está más allá de nuestras posibilidades. ¿Estás hambrienta, criatura?

La simpatía y la preocupación eran claras en los pensamientos de la interlocutora. (David seguía considerando femenina a la voz).

—Por ahora —respondió— aún tengo mi propia comida.

La voz femenina continuó:

—Me resulta incómodo pensar en ti simplemente como criatura. ¿Cuál es tu nombre? —Luego, como si temiera no ser comprendida, añadió—: ¿Cómo te identifican tus congéneres?

—Me llaman David Starr.

—No comprendo, pero creo captar una referencia a los soles del universo. ¿Te llaman así porque eres viajero en el espacio?

—No. Muchos de mis semejantes viajan a través del espacio. «Starr» carece de significación especial en el presente. Es sólo un sonido que me identifica, tal como vuestros nombres son sólo simples sonidos. Cuando menos, no se resuelven en una pintura o imagen. No logro comprenderlos.

—Es una pena. Tendrías que poseer un nombre que indicase que viajas por el espacio, que vigilas de uno a otro extremo del universo. Si yo fuese una criatura como tú, creo que me resultaría grata la denominación de «Ranger del espacio».

Y así fue como de los labios de una criatura viviente a la que no veía y jamás podría ver en su forma verdadera, David Starr oyó por vez primera el nombre con el que sería conocido en toda la Galaxia.