PSICOQUINESIA
Una nueva verdad científica no triunfa convenciendo a sus adversarios y haciéndoles ver la luz, sino más bien porque sus adversarios mueren y crece una nueva generación que está familiarizada con ella.
MAX PLANCK
Es prerrogativa de un loco decir verdades que nadie más dirá.
SHAKESPEARE
Un día los dioses se reúnen en los cielos y se quejan del lamentable estado de la humanidad. Están disgustados por nuestras vanas, estúpidas y absurdas locuras. Pero un día un dios se apiada de nosotros y decide realizar un experimento: dar a una persona muy corriente un poder ilimitado. ¿Cómo reaccionará un humano ante la posibilidad de convertirse en un dios?, se preguntan.
Esa persona normal y corriente es George Fotheringay un vendedor de ropa que de repente se encuentra con poderes divinos. Puede hacer que las velas floten, cambiar el color del agua, crear comidas espléndidas e incluso sacar diamantes de la nada. Al principio utiliza su poder por diversión y para hacer buenas obras. Pero con el tiempo su vanidad y afán de poder le superan y se convierte en un tirano sediento de poder, con palacios y riquezas increíbles. Embriagado con ese poder ilimitado, comete un error fatal. Con arrogancia, ordena que la Tierra deje de girar. De improviso se desencadena un caos inimaginable cuando vientos furiosos lanzan todo al aire a 1700 kilómetros por hora, la velocidad de rotación de la Tierra. Toda la humanidad es expulsada al espacio exterior. Presa de la desesperación, él pide su último deseo: que todo vuelva a ser como era.
Este es el argumento de la película El hombre que podía hacer milagros (1936), basada en el relato corto de H.G. Wells de 1911. (Más tarde sería readaptada en la película Como Dios, protagonizada por Jim Carrey). De todos los poderes atribuidos a la ESP, la psicoquinesia —o mente sobre materia, o la capacidad de mover objetos pensando en ellos— es con mucho el más poderoso, en esencia el poder de una deidad. El mensaje de Wells en su relato corto es que los poderes divinos también requieren un juicio y una sabiduría divinos.
La psicoquinesia aparece de forma destacada en la literatura, especialmente en la obra de Shakespeare La tempestad, donde el mago Próspero, su hija Miranda y el espíritu mágico Ariel quedan atrapados durante años en una isla desierta debido a la traición del hermano malvado de Próspero. Cuando Próspero se entera de que su malvado hermano navega en un barco cerca de allí, apela en venganza a su poder psicoquinético y conjura una monstruosa tormenta que hace que el barco de su malvado hermano se estrelle contra la isla. Próspero utiliza entonces sus poderes psicoquinéticos para manipular el destino de los infelices supervivientes, incluido Ferdinando, un joven apuesto e inocente para quien Próspero maquina un matrimonio con Miranda.
(El escritor ruso Vladimir Nabokov señaló que La tempestad guarda una sorprendente semejanza con una historia de ciencia ficción. De hecho, unos trescientos cincuenta años después de que fuera escrita, La tempestad fue readaptada en un clásico de la ciencia ficción llamado Planeta prohibido, en el que Próspero se convierte en el científico Morbius, el espíritu se convierte en el robot Robby, Miranda se convierte en la bella hija de Morbius, Altaira, y la isla se convierte en el planeta Altair-4. Gene Roddenberry, creador de la serie Star Trek, reconocía que Planeta prohibido fue una de sus fuentes de inspiración para su serie de televisión).
Más recientemente la psicoquinesia fue la idea argumental central en la novela Carrie (1974), de Stephen King, obra que lanzó a un escritor en la ruina al número uno del mundo entre los escritores de novelas de terror. Carrie es una patética y extremadamente tímida alumna de instituto que es despreciada por todos y acosada por su madre, una mujer mentalmente inestable. Su único consuelo es su poder psicoquinético, que al parecer le viene de familia. En la escena final, sus burladores la engañan haciéndole creer que será la reina del baile y luego derraman sangre de cerdo sobre su nuevo vestido. En un acto final de venganza, Carrie cierra todas las puertas con su poder mental, electrocuta a sus burladores, quema la escuela y desencadena una tormenta suicida que consume gran parte de la ciudad, y la destruye también a ella.
El tema de la psicoquinesia en manos de un individuo inestable era también la base de un memorable episodio de Star Trek titulado «Charly X», acerca de un joven habitante de una lejana colonia del espacio que es criminalmente inestable. En lugar de utilizar su poder psicoquinético para el bien, lo utiliza para controlar a otras personas y doblegar su voluntad a fin de satisfacer sus deseos egoístas. Si es capaz de dominar el Enterprise y la Tierra, podría desencadenar una catástrofe planetaria y destruir el planeta.
También es psicoquinesia el poder de la Fuerza, que ejerce la mítica sociedad de guerreros llamados los Caballeros Jedi en la saga La guerra de las galaxias.
Quizá la confrontación más famosa sobre psicoquinesia en la vida real tuvo lugar en el show de Johnny Carson en 1973. Esta confrontación épica implicó a Uri Geller, el psíquico israelí que se jactaba de doblar cucharas con la fuerza de su mente, y al Sorprendente Randi, un mago profesional que hizo una segunda carrera desvelando a impostores que decían poseer poderes psíquicos. (Curiosamente, los tres tenían una herencia común: todos habían empezado sus carreras como magos, dominando los trucos de prestidigitación que sorprendían a un público incrédulo).
Antes de la aparición de Geller, Carson consultó con Randi, que sugirió que Johnny llevara su propia provisión de cucharas y las hiciera examinar antes del espectáculo. Cuando ya estaban en antena Carson sorprendió a Geller al pedirle que doblara no sus propias cucharas, sino las cucharas de Carson. Cada vez que Geller lo intentaba, fracasaba, lo que provocó una situación embarazosa. (Más tarde, Randi apareció en el programa de Johnny Carson y realizó con éxito el truco de doblar cucharas, pero tuvo cuidado en decir que este arte era pura magia, y no el resultado de un poder psíquico).[30]
El Sorprendente Randi ha ofrecido un millón de dólares a quienquiera que pueda demostrar satisfactoriamente poderes psíquicos. Hasta ahora ningún psíquico ha sido capaz de responder a su desafío millonario.
Un problema que se plantea al analizar científicamente la psicoquinesia es que los científicos son fáciles de engañar por aquellos que afirman tener poderes psíquicos. Los científicos están formados para creer lo que ven en el laboratorio. Sin embargo, los magos que afirman poseer poderes psíquicos están entrenados para engañar a otros, confundiendo sus sensaciones visuales. Como resultado, los científicos han sido meros observadores de los fenómenos psíquicos. Por ejemplo, en 1982 se invitó a parapsicólogos a analizar a dos muchachos de los que se pensaba que tenían dones extraordinarios: Michael Edwards y Steve Shaw. Estos jóvenes afirmaban ser capaces de doblar metales, crear imágenes en una película fotográfica mediante sus pensamientos, mover objetos mediante psicoquinesia y leer la mente. El parapsicólogo Michael Thalbourne quedó tan impresionado que inventó el término «psicoquineta» para describirlos. En el Laboratorio McDonnell para la Investigación Psíquica en Saint Louis, Missouri, los parapsicólogos estaban desconcertados por las capacidades de los muchachos. Los parapsicólogos pensaban que tenían una prueba genuina de los poderes psíquicos de los muchachos y empezaron a preparar un artículo científico sobre ellos. Pero al año siguiente los muchachos reconocieron que eran impostores y que sus «poderes» tenían su origen en trucos de magia estándar, y no eran sobrenaturales. (Uno de los jóvenes, Steve Shaw, llegaría a convertirse en un mago destacado, con frecuentes apariciones en la televisión nacional; en una ocasión incluso fue «enterrado vivo» durante días).
Muchos experimentos sobre psicoquinesia se han realizado en el Instituto Rhine de la Universidad de Duke en condiciones controladas, pero con resultados contrapuestos. Una pionera en el tema, la profesora Gertrude Schmeidler, era mi colega en la Universidad de Nueva York. Antigua editora de la Parapsychology Magazine y presidenta de la Asociación de Parapsicología, estaba fascinada por la ESP y realizó muchos estudios sobre sus propios estudiantes en la facultad. Solía acudir a fiestas donde famosos psíquicos realizaban trucos ante los invitados, con el fin de reclutar más sujetos para sus experimentos. Pero después de analizar a centenares de estudiantes y numerosos psíquicos y mentalistas, me confió que era incapaz de encontrar a una sola persona que pudiera realizar estas hazañas psicoquinéticas a demanda bajo condiciones controladas.
En cierta ocasión distribuyó por una habitación minúsculos termistores que podían medir cambios en temperatura de una fracción de grado. Tras un esfuerzo mental extenuante, un mentalista fue capaz de elevar la temperatura de un termistor en una décima de grado. Schmeidler estaba orgullosa de poder realizar este experimento en condiciones rigurosas. Pero estaba muy lejos de ser capaz de mover grandes objetos a demanda por la fuerza de la mente.
Uno de los estudios más rigurosos, pero también más controvertidos, sobre psicoquinesia fue realizado en el programa PEAR (Princeton Engineering Anomalies Research o de Investigación de las Anomalías de Ingeniería) en la Universidad de Princeton, fundado por Robert G. Jahn en 1979, cuando era decano de la Escuela de Ingeniería y Ciencia Aplicada. Los ingenieros del PEAR investigaban si la mente humana era o no capaz de alterar mediante el puro pensamiento los resultados de sucesos aleatorios. Por ejemplo, sabemos que cuando lanzamos una moneda hay un 50 por ciento de probabilidades de que salga cara y un 50 por ciento de que salga cruz. Pero los científicos del PEAR afirmaban que el pensamiento humano por sí solo era capaz de alterar los resultados de estos sucesos aleatorios. Durante un período de veintiocho años, hasta que el programa finalizó en 2007, los ingenieros del PEAR realizaron miles de experimentos que suponían 1,7 millones de ensayos y 340 millones de lanzamientos de monedas. Los resultados parecían confirmar que los efectos de la psicoquinesia existen, pero son minúsculos, en promedio no más de unas pocas partes por diez mil; e incluso estos magros resultados han sido cuestionados por otros científicos que afirman que los investigadores tenían sutiles sesgos ocultos en sus datos.
(En 1988 el ejército de Estados Unidos pidió al Consejo Nacional de Investigación que investigara las afirmaciones de actividad paranormal. El ejército estaba ansioso por explorar cualquier posible ventaja que pudiera ofrecer a sus tropas, incluyendo el poder psíquico. El Consejo Nacional de Investigación estudió la creación de un hipotético «batallón de primera tierra» formado por «monjes guerreros» que dominarían casi todas las técnicas en consideración por el comité, incluidas la utilización de ESP, el abandono de sus cuerpos a voluntad, la levitación, la sanación psíquica y el traspasar muros.[31] Al investigar las afirmaciones de PEAR, el Consejo Nacional de Investigación encontró que la mitad de todos los ensayos exitosos tenían su origen en un mismo individuo. Algunos críticos creen que esta persona era la que hacía los experimentos o escribía el programa informático para PEAR. «Para mí resulta problemático que el que lleva el laboratorio sea el único que produce los resultados», dice el doctor Ray Hyman, de la Universidad de Oregón. El informe concluía que «ciento treinta años de investigación no han proporcionado ninguna justificación científica que apoye la existencia de fenómenos parapsicológicos»).[32]
Incluso sus defensores admiten que el problema de estudiar la psicoquinesia es que no se atiene fácilmente a las leyes conocidas de la física. La gravedad, la fuerza más débil en el universo, es solo atractiva y no puede utilizarse para hacer levitar o repeler objetos. La fuerza electromagnética obedece a las ecuaciones de Maxwell y no admite la posibilidad de empujar objetos eléctricamente neutros a través de una habitación. Las fuerzas nucleares solo actúan a cortas distancias, tales como la distancia entre partículas nucleares.
Otro problema con la psicoquinesia es el suministro de energía. El cuerpo humano solo puede producir aproximadamente un quinto de caballo de potencia, pero cuando en La guerra de las galaxias Yoda hacía levitar una nave espacial con el poder de su mente, o cuando Cyclops liberaba ráfagas de potente luz láser de sus ojos, estas hazañas violaban la conservación de la energía; un ser minúsculo como Yoda no puede acumular la cantidad de energía necesaria para levantar una nave espacial. Por mucho que nos concentremos, no podemos acumular energía suficiente para realizar las hazañas y milagros que se atribuyen a la psicoquinesia. Con todos estos problemas, ¿cómo podría la psicoquinesia ser compatible con las leyes de la física?
Si la psicoquinesia no se atiene fácilmente a las fuerzas conocidas del universo, entonces, ¿cómo podría dominarse en el futuro? Una clave para ello se revelaba en el episodio de Star Trek titulado «¿Quién se lamenta por Adonis?», en el que la tripulación del Enterprise encuentra una raza de seres que se parecen a dioses griegos, y que poseen la capacidad de realizar hazañas fantásticas simplemente pensando en ellas. Al principio parece que la tripulación hubiera encontrado a los dioses del Olimpo. Al final, sin embargo, la tripulación se da cuenta de que no son dioses en absoluto, sino seres ordinarios que pueden controlar mentalmente una central de potencia, que entonces realiza sus deseos y ejecuta esas hazañas milagrosas. Destruyendo su central de potencia, la tripulación del Enterprise consigue liberarse de su poder.
Del mismo modo, está dentro de las leyes de la física que una persona en el futuro sea entrenada para manipular mentalmente un dispositivo sensor electrónico que le confiera poderes divinos. La psicoquinesia ampliada por radio o ampliada por ordenador es una posibilidad real. Por ejemplo, podría utilizarse el EEG como un primitivo aparato de psicoquinesia. Cuando una persona examina sus propias pautas cerebrales EEG en una pantalla, con el tiempo aprende a controlar de manera tosca pero consciente las pautas cerebrales que ve, mediante un proceso denominado «bioretroalimentación».
Puesto que no existe un plano detallado del cerebro que nos diga qué neurona controla cada músculo, el paciente necesitaría participar activamente en aprender a controlar estas nuevas pautas mediante el ordenador.
Con el tiempo, los individuos serían capaces de producir, a demanda, ciertos tipos de pautas ondulatorias en la pantalla. La imagen de la pantalla podría enviarse a un ordenador programado para reconocer esas pautas ondulatorias específicas, y ejecutar entonces una orden precisa, tal como conmutar un interruptor o activar un motor. En otras palabras, simplemente pensando una persona podría crear una pauta cerebral específica en la pantalla del EEG y activar un ordenador o un motor.
De este modo, por ejemplo, una persona totalmente paralizada podría controlar su silla de ruedas simplemente por la fuerza de sus pensamientos. O, si una persona pudiera producir veintiséis pautas reconocibles en la pantalla, podría escribir a máquina con solo pensar. Por supuesto, esto todavía sería un método tosco de transmitir los pensamientos propios. Se necesita una cantidad de tiempo considerable para entrenar a una persona a manipular sus propias ondas cerebrales mediante bioretroalimentación.
«Escribir a máquina con el pensamiento» ha estado cerca de hacerse realidad con el trabajo de Niels Birbaumer de la Universidad de Tubinga en Alemania. Birbaumer utilizó bioretroalimentación para ayudar a personas que habían quedado parcialmente paralizadas debido a una lesión nerviosa. Entrenándoles para variar sus ondas cerebrales, fue capaz de enseñarles a escribir a máquina frases sencillas en una pantalla de ordenador.[33]
También se implantaron electrodos en el cerebro de monos y se les enseñó, por retroalimentación, a controlar algunos de sus pensamientos. Estos monos fueron entonces capaces de controlar un brazo robótico por internet solo con el pensamiento.[34]
Una serie de experimentos más precisos fueron realizados en la Universidad Emory de Atlanta, donde una cuenta de vidrio fue insertada directamente en el cerebro de una víctima de infarto que había quedado paralizada. La cuenta de vidrio estaba conectada a un cable, que a su vez estaba conectado a un PC. Al pensar ciertas ideas, la víctima de infarto podía enviar señales a través del cable y mover el cursor en una pantalla de PC. Con práctica, utilizando bioretroalimentación, la víctima de infarto era capaz de controlar conscientemente el movimiento del cursor. En principio, el cursor en la pantalla podía utilizarse para escribir pensamientos, activar máquinas, conducir automóviles virtuales, jugar a videojuegos y acciones similares.
John Donoghue, un neurocientífico de la Universidad de Brown, ha hecho quizá los avances más importantes en la interfaz mente-máquina. Ha ideado un aparato llamado BrainGate que permite a una persona paralítica realizar una serie notable de actividades físicas utilizando solo el poder de su mente. Donoghue ha puesto a prueba el aparato con cuatro pacientes. Dos de ellos sufrían de una lesión en la médula espinal, un tercero había sufrido un infarto, y un cuarto estaba paralítico con ELA (esclerosis lateral amiotrófica, o enfermedad de Lou Gehrig, la misma enfermedad que padece el cosmólogo Stephen Hawking).
Uno de los pacientes de Donoghue, Matthew Nagle, un tetrapléjico de veinticinco años que está paralizado de cuello para abajo, tardó solo un día en aprender por completo nuevas habilidades computarizadas. Ahora puede cambiar los canales de su televisor, ajustar volumen, abrir y cerrar una mano ortopédica, dibujar un círculo aproximado, mover el cursor de un ordenador, jugar con un videojuego y leer correos electrónicos. Causó una sensación mediática en la comunidad científica cuando apareció en la portada de la revista Nature en el verano de 2006.
El corazón del BrainGate de Donoghue es un minúsculo chip de silicio de solo 4 milímetros de lado que contiene un centenar de minúsculos electrodos. El chip está colocado directamente sobre la parte del cerebro donde se coordina la actividad motora. El chip penetra hasta la mitad de la corteza cerebral, que tiene un grosor de unos 2 milímetros. Cables de oro llevan la señal desde el chip de silicio hasta un amplificador del tamaño aproximado de una caja de puros. Luego las señales son introducidas en un ordenador del tamaño de un lavaplatos. Las señales se procesan mediante un software informático especial, que puede reconocer algunas de las pautas creadas por el cerebro y traducirlas en movimientos mecánicos.
En los experimentos anteriores con pacientes que leían sus propias ondas EEG, el proceso de utilizar bioretroalimentación era lento y tedioso. Pero con la ayuda de un ordenador para identificar pautas mentales específicas, el proceso de entrenamiento se acorta considerablemente. En su primera sesión de entrenamiento a Nagle se le dijo que visualizara el movimiento de su brazo y su mano a izquierda y derecha, flexionara su muñeca y luego abriera y cerrara el puño. Donoghue quedó entusiasmado cuando pudo ver realmente cómo se disparaban diferentes neuronas cuando Nagle imaginaba que movía sus brazos y dedos. «Apenas podía creerlo, porque podía ver cómo las células cerebrales cambiaban su actividad. Entonces supe que todo podía avanzar, que la tecnología funcionaría realmente», recordaba.[35]
(Donoghue tiene una motivación personal para su pasión por esta forma exótica de interfaz mente-materia. Cuando era niño quedó confinado en una silla de ruedas debido a una penosa enfermedad degenerativa, de modo que sintió en primera persona la desgracia de perder su movilidad).
Donoghue tiene planes ambiciosos para convertir la BrainGate en una herramienta esencial para la profesión médica. Con los avances en la tecnología informática, su aparato, ahora del tamaño de un lavaplatos, puede llegar a hacerse portátil, quizá incluso llevable en la propia vestimenta. Y los molestos cables pueden evitarse si se consigue hacer un chip inalámbrico, de modo que el implante pueda comunicar sin costuras con el mundo exterior.
Es solo cuestión de tiempo que otras partes del cerebro puedan ser activadas de esta forma. Los científicos ya han cartografiado la superficie de la parte superior del cerebro. (Si hacemos un dibujo de la correspondencia de nuestras manos, piernas, cabeza y espalda con las regiones de la superficie del cerebro que contienen las neuronas a las que esas partes del cuerpo están conectadas, encontramos algo denominado el «homúnculo», u hombre pequeño. La imagen de las partes de nuestro cuerpo, escrita en nuestro cerebro, se parece a un hombre distorsionado, con dedos, rostro y lengua alargados, y tronco y espalda contraídos).
Debería ser posible colocar chips de silicio en diferentes partes de la superficie del cerebro, de modo que diferentes órganos y apéndices puedan ser activados mediante el pensamiento. Así, cualquier actividad física que pueda ser realizada por el cuerpo humano puede reproducirse por este método. Cabe imaginar que en el futuro una persona paralítica pueda vivir en una casa especial diseñada psicoquinéticamente, y sea capaz de controlar el aire acondicionado, la televisión y todos los electrodomésticos solo con el pensamiento.
Con el tiempo se podría imaginar el cuerpo de una persona envuelto en un «exoesqueleto» especial, que permitiera a una persona paralítica una total libertad de movimientos. En teoría, dicho exoesqueleto podría dar a alguien poderes más allá incluso de los de una persona normal, y hacer de ella un ser biónico que pudiera controlar la enorme potencia mecánica de sus supermiembros solo por el pensamiento.
Así pues, controlar un ordenador mediante la propia mente ya no es imposible. Pero ¿significa eso que un día podremos mover objetos, hacerlos levitar y manipularlos en el aire solo con el pensamiento?
Una posibilidad sería cubrir nuestras paredes con un superconductor a temperatura ambiente, suponiendo que un día pudiera crearse tal dispositivo. Entonces, si colocáramos minúsculos electroimanes dentro de nuestros objetos domésticos, podríamos hacerlos levitar mediante el efecto Meissner, como vimos en el capítulo 1. Si estos electroimanes estuvieran controlados por un ordenador, y este ordenador estuviera conectado a nuestro cerebro, podríamos hacer flotar objetos a voluntad. Pensando en ciertas cosas podríamos activar el ordenador, que entonces conectaría los diversos electroimanes y harían levitar a los objetos que los contiene. Para un observador exterior parecería magia —la capacidad de mover y levitar objetos a voluntad.
¿Qué hay del poder no solo de mover objetos, sino de transformarlos, de convertir un objeto en otro, como por arte de magia? Los magos lo consiguen mediante ingeniosos trucos de prestidigitación. Pero ¿es este poder compatible con las leyes de la física?
Uno de los objetivos de la nanotecnología, como he mencionado antes, es utilizar átomos para construir máquinas minúsculas que puedan funcionar como palancas, engranajes, cojinetes y poleas. Con estas nanomáquinas, el sueño de muchos físicos es poder reordenar las moléculas dentro de un objeto, átomo a átomo, hasta que un objeto se convierta en otro. Esta es la base del «replicador» que encontramos en la ciencia ficción, que permite fabricar cualquier objeto que uno quiera con solo pedirlo. En teoría, un replicador podría acabar con la pobreza y cambiar la naturaleza de la sociedad. Si se puede fabricar cualquier objeto con solo pedirlo, entonces el concepto de escasez, valor y jerarquía dentro de la sociedad humana se vuelven del revés.
(Uno de mis episodios favoritos de Star Trek: la próxima generación incluye un replicador. El Enterprise encuentra en el espacio una antigua cápsula espacial del siglo XX que va a la deriva y que contiene los cuerpos congelados de personas que padecían enfermedades mortales. Rápidamente, estos cuerpos son descongelados y curados con medicina avanzada. Uno de ellos, un hombre de negocios, se da cuenta de que, después de tantos siglos, sus inversiones deben de haber producido rentas enormes. De inmediato pregunta a la tripulación del Enterprise por sus inversiones y su dinero. Los miembros de la tripulación están intrigados. ¿Dinero? ¿Inversiones? En el futuro no hay dinero, apuntan. Si uno quiere algo, simplemente lo pide).
Por asombroso que pudiera ser un replicador, la naturaleza ya ha creado uno. La «demostración del principio» ya existe. La naturaleza puede tomar materias primas, tales como carne y verduras, y crear un ser humano en nueve meses. El milagro de la vida no es otra cosa que una gran nanofactoría capaz, en el nivel atómico, de convertir una forma de materia (por ejemplo, un alimento) en tejido vivo (un bebé).
Para crear una nanofactoría necesitamos tres ingredientes: materiales de construcción, herramientas que puedan cortar y unir estos materiales, y un plano que guíe la utilización de las herramientas y los materiales. En la naturaleza, los materiales de construcción son miles de aminoácidos y proteínas a partir de los cuales se crean la carne y la sangre. Las herramientas de cortar y unir —como martillos y sierras—, necesarias para conformar estas proteínas en nuevas formas de vida, son los ribosomas. Están diseñados para cortar proteínas en puntos específicos y recomponerlas para crear nuevos tipos de proteínas. Y el plano lo proporciona la molécula de ADN, que codifica el secreto de la vida en una secuencia precisa de ácidos nucleicos. A su vez, estos tres ingredientes se combinan en una célula, que tiene la extraordinaria capacidad de crear copias de sí misma, es decir, de autorreplicarse. Esta hazaña se consigue porque la molécula de ADN está conformada como una doble hélice. Cuando llega el momento de reproducirse, la molécula de ADN se divide en dos hélices separadas. Cada hebra separada crea entonces una copia de sí misma recogiendo moléculas orgánicas para recrear las hélices que faltan.
Hasta ahora los físicos solo han tenido éxitos modestos en sus esfuerzos por imitar estas características encontradas en la naturaleza. Pero la clave para el éxito, creen los científicos, es crear ejércitos de «nanorobots» autorreplicantes, que son máquinas atómicas programables diseñadas para reordenar los átomos dentro de un objeto.
En principio, si tuviéramos billones de nanorobots, estos podrían converger en un objeto y cortar y pegar sus átomos hasta transformar un objeto en otro. Puesto que se estarían autorreplicando, tan solo un puñado de ellos serían necesarios para iniciar el proceso. También tendrían que ser programables, de modo que pudieran seguir un plano dado.
Hay obstáculos extraordinarios que superar antes de que se pueda crear una flota de nanorobots. En primer lugar, los robots autorreplicantes son extraordinariamente difíciles de construir, incluso en un nivel macroscópico. (Incluso crear máquinas atómicas sencillas, tales como cojinetes y engranajes, está más allá de la tecnología actual). Si nos dan un PC y un cajón de componentes electrónicos sobrantes, sería muy difícil construir una máquina que tuviera la capacidad de hacer una copia de sí misma. De modo que si una máquina autorreplicante es difícil de construir en una mesa, construir una en un nivel atómico sería aún más difícil.
En segundo lugar, no está claro cómo habría que programar un ejército de nanorobots semejante desde el exterior. Algunos han sugerido enviar señales de radio para activar cada nanorobot. Quizá se podrían disparar a los nanorobots rayos láser con instrucciones. Pero esto supondría un conjunto independiente de instrucciones para cada nanorobot, de los que podría haber billones.
En tercer lugar, no está claro cómo podría el nanorobot cortar, reordenar y pegar átomos en el orden adecuado. Recordemos que a la naturaleza le ha costado 3000 o 4000 millones de años resolver este problema, y resolverlo en algunas décadas sería muy difícil.
Un físico que se toma en serio la idea de un replicador o «fabricante personal» es Neil Gershenfeld del MIT. Incluso imparte un curso en el MIT: «Cómo hacer (casi) todo», uno de los cursos más populares en la universidad. Gershenfeld dirige el Centro para Bits y Átomos en el MIT y ha dedicado mucha reflexión a la física que hay tras un fabricante personal, que él considera que es la «próxima cosa grande». Incluso ha escrito un libro, FAB: The Coming Revolution on Your Desktop-From Personal Computers to Personal Fabrication, donde detalla sus ideas sobre la fabricación personal. El objetivo, cree él, es «hacer una máquina que pueda hacer cualquier máquina». Para difundir sus ideas ya ha montado una red de laboratorios por todo el mundo, principalmente en países del tercer mundo donde la fabricación personal tendría el máximo impacto.
Inicialmente, él imagina un fabricante de propósito general, lo bastante pequeño para colocarlo en la mesa, que utilizaría los últimos desarrollos en láseres y microminiaturización con la capacidad para cortar, soldar y dar forma a cualquier objeto que pueda visualizarse en un PC. Por ejemplo, los pobres en un país del Tercer Mundo podrían pedir ciertas herramientas y máquinas que necesitaran en sus granjas. Esta información se introduciría en un PC, que accedería a una enorme biblioteca de planos e información técnica desde internet. Luego, el software del ordenador adecuaría los planos existentes a las necesidades de los individuos, procesaría la información y se la enviaría por correo electrónico. Entonces su fabricante personal utilizaría sus láseres y herramientas de corte en miniatura para construir en una mesa el objeto que ellos desean.
Esta fábrica personal de propósito general es solo el primer paso. Con el tiempo, Gershenfeld quiere llevar su idea al nivel molecular, de modo que una persona podría literalmente fabricar cualquier objeto que pueda ser visualizado por la mente humana. El progreso en esta dirección es lento, no obstante, debido a la dificultad de manipular átomos individuales.
Un pionero que trabaja en esta dirección es Aristides Requicha, de la Universidad del Sur de California. Su especialidad es la «robótica molecular» y su objetivo no es otro que crear una flota de nanorobots que puedan manipular átomos a voluntad. Requicha escribe que hay dos aproximaciones. La primera es la aproximación «de arriba abajo», en la que los ingenieros utilizarían la tecnología de grabado de la industria de semiconductores para crear circuitos minúsculos que pudieran servir como los cerebros de los nanorobots. Con esta tecnología se podrían crear nanorobots cuyos componentes tendrían un tamaño de 30 nm utilizando «nanolitografia», que es un campo en rápido desarrollo.
Pero existe también la aproximación «de abajo arriba», en la que los ingenieros tratarían de crear robots minúsculos de átomo en átomo. La herramienta principal para ello sería el microscopio de exploración (SPM) que utiliza la misma tecnología que el microscopio de efecto túnel para identificar y mover átomos individuales. Por ejemplo, los científicos se han hecho muy habilidosos moviendo átomos de xenón sobre superficies de platino o níquel. Pero, admite, «los mejores grupos del mundo aún tardan unas diez horas en ensamblar una estructura con casi cincuenta átomos». Mover átomos individuales a mano es un trabajo lento y tedioso. Lo que se necesita, afirma, es un nuevo tipo de máquina que pueda realizar funciones de nivel superior, una que pueda mover automáticamente cientos de átomos a la vez de la forma deseada. Por desgracia, semejante máquina no existe aún. No es sorprendente, la aproximación de abajo arriba está aún en su infancia.[36]
De modo que la psicoquinesia, aunque imposible según los estándares actuales, puede hacerse posible en el futuro a medida que lleguemos a entender más sobre el acceso a nuestros pensamientos mediante el EEG, MRI y otros métodos. Dentro de este siglo sería posible utilizar un aparato dirigido por el pensamiento para manipular superconductores a temperatura ambiente y realizar hazañas que serían indistinguibles de la magia. Y para el próximo siglo sería posible reordenar las moléculas en un objeto macroscópico. Esto hace de la psicoquinesia una imposibilidad de clase I.
La clave para esta tecnología, afirman algunos científicos, es crear nanorobots con inteligencia artificial. Pero antes de que podamos crear minúsculos robots de tamaño molecular, hay una pregunta más elemental: ¿pueden siquiera existir robots?