TELEPATÍA
Si no has encontrado nada extraño durante el día,
no ha sido un buen día.JOHN WHEELER
Solo quienes intentan lo absurdo conseguirán lo imposible.
M. C. ESCHER
La novela Slan, de A. E. van Vogt, capta el enorme potencial y nuestros más oscuros temores relacionados con el poder de la telepatía.
Jommy Cross, el protagonista de la novela, es un «slan», una raza en extinción de telépatas superinteligentes.
Sus padres fueron asesinados brutalmente por turbas airadas de humanos, que temen y odian a todos los telépatas por el enorme poder que ejercen quienes pueden introducirse en sus más íntimos pensamientos. Los humanos cazan despiadadamente a los slan como a animales. Con sus tentáculos característicos que salen de sus cabezas, los slans son muy fácilmente reconocibles. A lo largo del libro, Jommy trata de entrar en contacto con otros slans que podrían haber huido al espacio exterior para escapar de la caza de brujas emprendida por los humanos, decididos a exterminarlos.
Históricamente, la lectura de la mente se ha visto como algo tan importante que con frecuencia se relacionaba con los dioses. Uno de los poderes más fundamentales de cualquier dios es la capacidad de leer nuestra mente y responder con ello a nuestras más profundas oraciones. Un verdadero telépata que pudiera leer mentes a voluntad podría convertirse fácilmente en la persona más rica y poderosa de la Tierra, capaz de entrar en las mentes de los banqueros de Wall Street o hacer chantaje y extorsionar a sus rivales. Plantearía una amenaza para la seguridad de los gobiernos. Podría robar sin esfuerzo los secretos más sensibles de una nación. Como los slans, sería temido y tal vez acosado.
El enorme poder de un verdadero telépata se ponía de manifiesto en la mítica serie Fundación de Isaac Asimov, a menudo calificado el mejor escritor de ciencia ficción de todos los tiempos. Un imperio galáctico que ha gobernado durante miles de años está a punto de colapsar y arruinarse. Una sociedad secreta de científicos, llamada la Segunda Fundación, utiliza ecuaciones complejas para predecir que el imperio declinará con el tiempo y hundirá a la civilización en treinta mil años de oscuridad. Los científicos esbozan un elaborado plan basado en sus ecuaciones, en un esfuerzo por reducir ese colapso de la civilización a solo algunos miles de años. Pero entonces se produce el desastre. Sus elaboradas ecuaciones no pueden predecir un suceso singular, el nacimiento de un mutante llamado el Mulo, que es capaz de controlar las mentes a gran distancia y con ello hacerse con el control del imperio galáctico. La galaxia está condenada a treinta mil años de caos y anarquía a menos que se pueda parar al telépata.
Aunque la ciencia ficción está llena de historias fantásticas sobre telépatas, la realidad es mucho más trivial. Puesto que los pensamientos son privados e invisibles, charlatanes y estafadores se han aprovechado durante siglos de los ingenuos y los crédulos. Un sencillo truco de salón utilizado por magos y mentalistas consiste en utilizar un gancho —un cómplice infiltrado en el público cuya mente es «leída» por el mentalista.
Las carreras de varios magos y mentalistas se han basado en el famoso «truco del sombrero», en el que la gente escribe mensajes privados en trozos de papel que luego se colocan en un sombrero. Entonces el mago procede a decir a los espectadores qué hay escrito en cada trozo de papel, lo que sorprende a todos. Hay una explicación engañosamente simple para este truco.[18]
Uno de los casos más famosos de telepatía no implicaba a un cómplice sino a un animal, Hans el Listo, un caballo maravilloso que sorprendió a la sociedad europea en la última década del siglo XIX. Hans el Listo, para sorpresa del público, podía realizar complejas hazañas de cálculo matemático. Si, por ejemplo, se le pedía que dividiera 48 por 6, el caballo daba 8 golpes con el casco. De hecho, Hans el Listo podía dividir, multiplicar, sumar fracciones, deletrear palabras e incluso identificar notas musicales. Los fans de Hans el Listo declaraban que era más inteligente que muchos humanos o que podía ver telepáticamente el cerebro de la gente.
Pero Hans el Listo no era el producto de un truco ingenioso. Su maravillosa capacidad para la aritmética engañó incluso a su entrenador. En 1904 el destacado psicólogo profesor C. Strumpf analizó el caballo y no pudo encontrar ninguna prueba obvia de truco u ocultación que señalara al caballo, lo que aumentó la fascinación del público con Hans el Listo. Sin embargo, tres años más tarde un estudiante de Strumpf, el psicólogo Oskar Pfungst, hizo un test mucho más riguroso y al final descubrió el secreto de Hans el Listo. Todo lo que este hacía realmente era observar las sutiles expresiones faciales de su entrenador. El caballo seguía dando golpes con su casco hasta que la expresión facial de su entrenador cambiaba ligeramente, momento en el cual dejaba de dar golpes. Hans el Listo no podía leer la mente de la gente ni hacer aritmética; simplemente era un agudo observador de los rostros de las personas.
Ha habido otros animales «telepáticos» en la historia. Ya en 1591 un caballo llamado Morocco se hizo famoso en Inglaterra y ganó una fortuna para su propietario reconociendo a personas entre el público, señalando letras del alfabeto y sumando la puntuación total de un par de dados. Causó tal sensación en Inglaterra que Shakespeare lo inmortalizó en su obra Trabajos de amor perdidos como «el caballo bailarín».
Los jugadores también son capaces de leer la mente de las personas en un sentido limitado. Cuando una persona ve algo agradable, las pupilas de sus ojos normalmente se dilatan. Cuando ve algo desagradable (o realiza un cálculo matemático), sus pupilas se contraen. Los jugadores pueden leer las emociones de sus contrarios con cara de póquer examinando si sus ojos se contraen o dilatan. Esta es la razón por la que los jugadores suelen llevar gafas negras para ocultar sus pupilas. También se puede hacer rebotar un láser en la pupila de una persona y analizar hacia dónde se refleja, y determinar con ello adónde está mirando exactamente. Al analizar el movimiento del punto de luz láser reflejado es posible determinar cómo una persona examina una imagen. Si se combinan estas dos tecnologías se puede determinar la reacción emocional de una persona cuando examina una imagen, todo ello sin su permiso.[19]
Los primeros estudios científicos de la telepatía y otros fenómenos paranormales fueron llevados a cabo por la Sociedad para las Investigaciones Psíquicas, fundada en Londres en 1882.[20] (El nombre de «telepatía mental» fue acuñado ese año por F.W. Myers, un miembro de la sociedad). Entre los que habían sido presidentes de dicha sociedad se encontraban algunas de las figuras más notables del siglo XIX. La sociedad, que existe todavía hoy, fue capaz de refutar las afirmaciones de muchos fraudes, pero con frecuencia se dividía entre los espiritistas, que creían firmemente en lo paranormal, y los científicos, que querían un estudio científico más serio.
Un investigador relacionado con la sociedad, el doctor Joseph Banks Rhine,[21] empezó el primer estudio riguroso y sistemático de los fenómenos psíquicos en Estados Unidos en 1927, y fundó el Instituto Rhine (ahora llamado Centro de Investigación Rhine) en la Universidad de Duke, en Carolina del Norte. Durante décadas, él y su mujer, Louisa, realizaron algunos de los primeros experimentos controlados científicamente en Estados Unidos sobre una gran variedad de fenómenos parapsicológicos y los publicaron en publicaciones con revisión por pares. Fue Rhine quien acuñó el nombre de «percepción extrasensorial» (ESP) en uno de sus primeros libros.
De hecho, el laboratorio de Rhine fijó el nivel para la investigación psíquica. Uno de sus asociados, el doctor Karl Zener, desarrolló el sistema de cartas con cinco símbolos, ahora conocidas como cartas Zener, para analizar poderes telepáticos. La inmensa mayoría de los resultados no mostraban la más mínima evidencia de telepatía. Pero una pequeña minoría de experimentos parecía mostrar pequeñas pero apreciables correlaciones en los datos que no podían explicarse por el puro azar. El problema era que con frecuencia estos experimentos no podían ser reproducidos por otros investigadores.
Aunque Rhine intentaba establecer una reputación basada en el rigor, esta se puso en entredicho tras un encuentro con un caballo llamado Lady Maravilla. Este caballo podía realizar desconcertantes hazañas de telepatía, tales como dar golpes sobre bloques de alfabeto de juguete y deletrear así palabras en las que estaban pensando los miembros de la audiencia. Al parecer, Rhine no sabía nada del efecto Hans el Listo. En 1927 Rhine analizó a Lady Maravilla con algún detalle y concluyó: «Solo queda, entonces, la explicación telepática, la transferencia de influencia mental mediante un proceso desconocido. No se descubrió nada que no estuviera de acuerdo con ello, y ninguna otra hipótesis propuesta parece sostenible en vista de los resultados».[22] Más tarde Milbourne Christopher reveló la verdadera naturaleza del poder telepático de Lady Maravilla: sutiles movimientos de la fusta que llevaba el dueño del caballo. Los movimientos sutiles de la fusta eran la clave para que Lady Maravilla dejara de golpear con el casco. (Pero incluso después de que fuera revelada la verdadera naturaleza del poder de Lady Maravilla, Rhine siguió creyendo que el caballo era verdaderamente telépata aunque, de algún modo, había perdido su poder telepático, lo que obligó al dueño a recurrir a los trucos).
La reputación de Rhine sufrió un golpe decisivo, sin embargo, cuando estaba a punto de retirarse. Estaba buscando un sucesor con una reputación sin tacha para continuar la obra de su instituto. Un candidato prometedor era el doctor Walter Levy, a quien contrató en 1973. El doctor Levy era una estrella ascendente en ese ámbito; de hecho, presentó resultados sensacionales que parecían demostrar que los ratones podían alterar telepáticamente el generador de números aleatorios de un ordenador. Sin embargo, trabajadores suspicaces del laboratorio descubrieron que el doctor Levy se introducía subrepticiamente en el laboratorio por la noche para alterar el resultado de los tests. Fue pillado con las manos en la masa mientras amañaba los datos. Tests adicionales demostraron que los ratones no poseían poderes telepáticos, y el doctor Levy se vio obligado a renunciar avergonzado a su puesto en el instituto.[23]
El interés por lo paranormal tomó un giro importante en el apogeo de la guerra fría, durante la cual se realizaron varios experimentos secretos sobre telepatía, control de la mente y visión remota. (La visión remota consiste en «ver» un lugar distante solo con la mente, leyendo las mentes de otros). Puerta de las Estrellas era el nombre en clave de varios estudios secretos financiados por la CIA (tales como Sun Streak, Grill Flame y Center Lane). Los proyectos comenzaron en torno a 1970, cuando la CIA concluyó que la Unión Soviética estaba gastando 60 millones de rublos al año en investigación «psicotrónica». Preocupaba que los soviéticos pudieran estar utilizando ESP para localizar submarinos e instalaciones militares estadounidenses, identificar espías y leer documentos secretos.
La financiación de los estudios empezó en 1972, y fueron encargados a Russell Targ y Harold Puthoff, del Instituto de Investigación de Stanford (SRI) en Menlo Park. Inicialmente trataron de entrenar a un cuadro de psíquicos que pudieran introducirse en la «guerra psíquica». Durante más de dos décadas, Estados Unidos gastó 20 millones de dólares en la Puerta de las Estrellas, con más de cuarenta personas, veintitrés videntes remotos y tres psíquicos en la plantilla.
En 1995, con un presupuesto de 500 000 dólares al año, la CIA había realizado centenares de proyectos que suponían miles de sesiones de visión remota. En concreto, a los videntes remotos se les pidió:
En 1995 la CIA pidió al Instituto Americano para la Investigación (AIR) que evaluara estos programas. El AIR recomendó cancelarlos. «No hay ninguna prueba documentada que tenga valor para los servicios de inteligencia», escribió David Goslin, del AIR.
Los defensores de la Puerta de las Estrellas se jactaban de que durante esos años habían obtenido resultados de «ocho martinis» (conclusiones que eran tan espectaculares que uno tenía que salir y tomarse ocho martinis para recuperarse). Sin embargo, los críticos mantenían que una inmensa mayoría de los experimentos de visión remota daba información irrelevante e inútil, y que los pocos «éxitos» que puntuaban eran vagos y tan generales que podían aplicarse a cualquier situación; en definitiva, se estaba malgastando el dinero de los contribuyentes. El informe del AIR afirmaba que los «éxitos» más espectaculares de la Puerta de las Estrellas implicaban a videntes remotos que ya habían tenido algún conocimiento de la operación que estaban estudiando, y por ello podrían haber hecho conjeturas informadas que parecieran razonables.
Finalmente, la CIA concluyó que la Puerta de las Estrellas no había producido un solo ejemplo de información que ayudara a la agencia a guiar operaciones de inteligencia, de modo que canceló el proyecto. (Persistieron los rumores de que la CIA utilizó videntes remotos para localizar a Sadam Husein durante la guerra del Golfo, aunque todos los esfuerzos fueron insatisfactorios).
Al mismo tiempo, los científicos estaban empezando a entender algo de la física que hay en el funcionamiento del cerebro. En el siglo XIX los científicos sospechaban que dentro del cerebro se transmitían señales eléctricas. En 1875 Richard Caton descubrió que colocando electrodos en la superficie de la cabeza era posible detectar las minúsculas señales eléctricas emitidas por el cerebro. Esto llevó finalmente a la invención del electroencefalógrafo (EEG).
En principio, el cerebro es un transmisor con el que nuestros pensamientos son emitidos en forma de minúsculas señales eléctricas y ondas electromagnéticas. Pero hay problemas al utilizar estas señales para leer los pensamientos de alguien. En primer lugar, las señales son extremadamente débiles, en el rango de los milivatios. En segundo lugar, las señales son ininteligibles, casi indistinguibles de ruido aleatorio. De este barullo solo puede extraerse información tosca sobre nuestros pensamientos. En tercer lugar, nuestro cerebro no es capaz de recibir mensajes similares de otros cerebros mediante estas señales; es decir, carecemos de antena. Y, finalmente, incluso si pudiéramos recibir esas débiles señales, no podríamos reconstruirlas. Utilizando física newtoniana y maxwelliana ordinaria no parece que sea posible la telepatía mediante radio.
Algunos creen que quizá la telepatía esté mediada por una quinta fuerza, llamada la fuerza «psi». Pero incluso los defensores de la parapsicología admiten que no tienen ninguna prueba concreta y reproducible de esta fuerza psi.
Pero esto deja abierta una pregunta: ¿qué pasa con la telepatía que utilice la teoría cuántica?
En la última década se han introducido nuevos instrumentos cuánticos que por primera vez en la historia nos permiten mirar dentro del cerebro pensante. Al frente de esta revolución cuántica están las exploraciones del cerebro por PET (tomografía por emisión de positrones) y MRI (imagen por resonancia magnética). Una exploración PET se crea inyectando azúcar radiactivo en la sangre. Este azúcar se concentra en regiones del cerebro que son activadas por los procesos mentales, que requieren energía. El azúcar radiactivo emite positrones (antielectrones) que son fácilmente detectados por instrumentos. Así, rastreando la pauta creada por antimateria en el cerebro vivo, también se pueden rastrear las pautas del pensamiento y aislar las regiones precisas del cerebro que están comprometidas en cada actividad.
La máquina MRI actúa de la misma manera, excepto que es más precisa. La cabeza del paciente se coloca dentro en un intenso electroimán en forma de donut. El campo magnético hace que los núcleos de los átomos del cerebro se alineen paralelos a las líneas del campo. Se envía al paciente un pulso de radio, que hace que estos núcleos se tambaleen. Cuando los núcleos cambian de orientación emiten un minúsculo «eco» de radio que puede ser detectado, lo que señala la presencia de una sustancia particular. Por ejemplo, la actividad general está relacionada con el consumo de oxígeno, de modo que la máquina MRI puede aislar los procesos mentales apuntando a la presencia de sangre oxigenada. Cuanto mayor es la concentración de sangre oxigenada, mayor es la actividad mental en esa región del cerebro. (Hoy «máquinas MRI funcionales» [fMRI] pueden apuntar a minúsculas regiones del cerebro de solo un milímetro de diámetro en fracciones de segundo, lo que hace que estas máquinas sean ideales para seguir la pauta de los pensamientos del cerebro vivo).
Con máquinas MRI hay una posibilidad de que algún día los científicos puedan descifrar las líneas generales de los pensamientos en el cerebro vivo. El test más simple de «lectura de la mente» sería determinar si alguien está mintiendo o no.
Según la leyenda, el primer detector de mentiras del mundo fue creado por un sacerdote indio hace siglos. Metía al sospechoso en una habitación cerrada junto con un «burro mágico», y le instruía para que tirase de la cola del animal. Si el burro empezaba a hablar, significaba que el sospechoso era un mentiroso. Si el burro permanecía en silencio, entonces el sospechoso estaba diciendo la verdad. (Pero, en secreto, el viejo ponía hollín en la cola del burro).
Una vez que el sospechoso había salido de la habitación, lo normal era que proclamara su inocencia porque el burro no había hablado al tirar de su cola. Pero entonces el sacerdote examinaba las manos del sospechoso. Si las manos estaban limpias, significaba que estaba mintiendo. (A veces, la amenaza de utilizar un detector de mentiras es más efectiva que el propio detector).
El primer «burro mágico» de los tiempos modernos fue creado en 1913, cuando el psicólogo William Marston propuso analizar la presión sanguínea de una persona, que aumentaría al decir una mentira. (Esta observación sobre la presión sanguínea se remonta en realidad a tiempos antiguos, cuando un sospechoso era interrogado mientras un investigador le sujetaba las manos). La idea caló pronto, y el Departamento de Defensa no tardó en crear su propio Instituto Poligráfico.
Pero con los años se ha hecho evidente que los detectores de mentiras pueden ser engañados por sociópatas que no muestran remordimiento por sus acciones. El caso más famoso fue el del doble agente de la CIA Aldrich Ames, que se embolsó enormes sumas de dinero de la antigua Unión Soviética por enviar a numerosos agentes de Estados Unidos a la muerte y por divulgar secretos de la armada nuclear norteamericana. Durante décadas, Ames superó una batería de pruebas de detectores de mentiras de la CIA. También lo hizo el asesino en serie Gary Ridgway, conocido como el infame asesino del río Verde; llegó a matar hasta cincuenta mujeres.
En 2003 la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos publicó un informe sobre la habilidad de los detectores de mentiras, con una lista de todas las formas en que los detectores de mentiras podían ser engañados y personas inocentes calificadas como mentirosas.
Pero si los detectores de mentiras solo miden niveles de ansiedad, ¿qué hay sobre medir el propio cerebro? La idea de observar la actividad cerebral para descubrir mentiras se remonta a veinte años atrás, al trabajo de Peter Rosenfeld de la Universidad de Northwestern, quien observó que registros EEG de personas que estaban mintiendo mostraban una pauta en las ondas P300 diferente de cuando estas personas estaban diciendo la verdad. (Las ondas P300 se suelen estimular cuando el cerebro encuentra algo nuevo o que se sale de lo normal).
La idea de utilizar exploraciones MRI para detectar mentiras se debe a Daniel Langleben de la Universidad de Pensilvania. En 1999 dio con un artículo que afirmaba que los niños que sufrían de trastorno de déficit de atención tenían dificultad para mentir, pero él sabía por experiencia que esto era falso; tales niños no tenían ningún problema para mentir. Su problema real era que tenían dificultad para inhibir la verdad. «Ellos simplemente cambian las cosas», señalaba Langleben. Conjeturó que, para decir una mentira, el cerebro tiene que dejar primero de decir la verdad, y luego crear un engaño. Langleben afirma: «Cuando uno dice una mentira deliberada tiene que tener en su mente la verdad. Eso significa que razonar debería implicar más actividad cerebral». En otras palabras, mentir es una tarea difícil.
Mediante experimentos con estudiantes universitarios en los que se les pedía que mintieran, Langleben descubrió pronto que las personas que mienten aumentan la actividad cerebral en varias regiones, incluido el lóbulo frontal (donde se concentra el pensamiento superior), el lóbulo temporal y el sistema límbico (donde se procesan las emociones). En particular, advirtió una actividad inusual en el giro cingulado anterior (que está relacionado con la resolución de conflictos y la inhibición de la respuesta).[24]
Langleben afirma que ha alcanzado tasas de éxito de hasta un 99 por ciento al analizar sujetos en experimentos controlados para determinar si mentían o no (por ejemplo, pedía a los estudiantes universitarios que mintiesen sobre las cartas de una baraja). El interés en esta tecnología ha sido tal que se han iniciado dos aventuras comerciales que ofrecen este servicio al público. En 2007 una compañía, No Lie MRI, asumió su primer caso, una persona que estaba en pleitos con su compañía de seguros porque esta afirmaba que él había quemado deliberadamente su tienda de delicatessen. (La exploración fMRI indicó que él no era un estafador).
Los defensores de la técnica de Langleben afirman que es mucho más fiable que el detector de mentiras a la antigua usanza, puesto que alterar pautas cerebrales está más allá del control de nadie. Aunque las personas pueden entrenarse hasta cierto punto para controlar su pulso y respiración, es imposible que controlen sus pautas cerebrales. De hecho, los defensores señalan que en una era en que cada vez hay más amenazas terroristas, esta tecnología podría salvar muchas vidas detectando un ataque terrorista a Estados Unidos.
Aun concediendo este éxito aparente de la tecnología en la detección de mentiras, los que critican esta técnica han señalado que la fMRI no detecta mentiras realmente, sino solo un aumento de la actividad cerebral cuando alguien dice una mentira. La máquina podría dar resultados falsos si, por ejemplo, una persona llegara a decir la verdad en un estado de gran ansiedad. La fMRI solo detectaría la ansiedad que siente el sujeto y revelaría incorrectamente que estaba diciendo una mentira. «Hay muchas ganas de tener tests para separar la verdad del engaño», advierte el neurobiólogo Steven Hyman, de la Universidad de Harvard.
Algunos críticos afirman también que un verdadero detector de mentiras, como un verdadero telépata, podría hacer que las relaciones sociales ordinarias resultasen muy incómodas, puesto que cierta cantidad de mentira es un «lubricante social» que engrasa las ruedas de la sociedad en movimiento. Por ejemplo, nuestra reputación quedaría arruinada si todos los halagos que hacemos a nuestros jefes, superiores, esposas, amantes y colegas quedaran de manifiesto como mentiras. De hecho, un verdadero detector de mentiras también podría revelar todos nuestros secretos familiares, emociones ocultas, deseos reprimidos y planes secretos. Como ha dicho el periodista científico David Jones, un verdadero detector de mentiras es «como la bomba atómica, que debe reservarse como una especie de arma definitiva. Si se desplegara fuera de los tribunales, haría la vida social completamente imposible».[25]
Algunos han criticado con razón las exploraciones cerebrales porque, pese a sus espectaculares fotografías del cerebro pensante, son simplemente demasiado crudas para medir pensamientos individuales y aislados. Probablemente millones de neuronas se disparan a la vez cuando realizamos la más simple tarea mental, y la fMRI detecta esta actividad solo como una mancha en una pantalla. Un psicólogo comparaba las exploraciones cerebrales con asistir a un ruidoso partido de fútbol y tratar de escuchar a la persona que se sienta al lado. Los sonidos de dicha persona están ahogados por el ruido de miles de espectadores. Por ejemplo, el fragmento más pequeño del cerebro que puede ser analizado con Habilidad por una máquina fMRI se llama un «voxel»; pero cada voxel corresponde a varios millones de neuronas, de modo que la sensibilidad de una máquina fMRI no es suficientemente buena para aislar pensamientos individuales.
La ciencia ficción utiliza a veces un «traductor universal», un aparato que puede leer los pensamientos de una persona y luego emitirlos directamente a la mente de otra. En algunas novelas de ciencia ficción, telépatas alienígenas implantan pensamientos en nuestra mente, incluso si no pueden entender nuestro lenguaje. En la película de ciencia ficción de 1976 Mundo futuro el sueño de una mujer es proyectado en una pantalla de televisión en tiempo real. En la película de Jim Carrey de 2004 Olvídate de mí, los médicos detectan recuerdos penosos y los borran.
«Ese es el tipo de fantasía que tiene todo el mundo que trabaja en este campo —dice el neurocientífico John Haynes, del Instituto Max Planck de Leipzig, Alemania—, pero si ese es el aparato que se quiere construir, entonces estoy completamente seguro de que es necesario registrar una única neurona.»[26]
Puesto que detectar señales de una sola neurona está descartado por ahora, algunos psicólogos han tratado de hacer lo más parecido: reducir el ruido y aislar la pauta fMRI creada por objetos individuales. Por ejemplo, sería posible identificar la pauta fMRI creada por palabras individuales, y luego construir un «diccionario de pensamientos».
Marcel A. Just, de la Universidad de Carnegie-Mellon, por ejemplo, ha sido capaz de identificar la pauta fMRI creada por un grupo pequeño y selecto de objetos (por ejemplo, herramientas de carpintería). «Tenemos doce categorías y podemos determinar en cuál de las doce están pensando los sujetos con una precisión de un 80 a un 90 por ciento», afirma.
Su colega Tom Mitchell, un científico de computación, está utilizando tecnología de computación, tal como redes neurales, para identificar las complejas pautas cerebrales detectadas por exploraciones fMRI asociadas con la realización de ciertos experimentos. «Un experimento que me gustaría hacer es encontrar palabras que produzcan la actividad cerebral más distinguible», advierte.
Pero incluso si podemos crear un diccionario de pensamientos, esto está muy lejos de crear un «traductor universal». A diferencia del traductor universal que envía pensamientos directamente de nuestra mente a otra mente, un traductor mental fMRI implicaría muchos pasos tediosos: primero, reconocer ciertas pautas fMRI, convertirlas en palabras inglesas y luego pronunciar esas palabras ante el sujeto. En este sentido, dicho aparato no correspondería a la «mente combinada» que aparece en Star Trek (pero seguiría siendo muy útil para las víctimas de infarto).[27]
Pero otro obstáculo para la telepatía práctica es el gran tamaño de una máquina fMRI. Es un aparato monstruoso, que cuesta varios millones de dólares, ocupa una habitación y pesa varias toneladas. El corazón de una máquina fMRI es un gran imán en forma de donut de varios metros de diámetro, que crea un enorme campo magnético de varios teslas. (El campo magnético es tan enorme que varios trabajadores han sido seriamente dañados cuando martillos y otras herramientas han salido volando en el momento que el aparato se ponía en marcha de manera accidental).
Recientemente los físicos Igor Savukov y Michael Romalis, de la Universidad de Princeton, han propuesto una nueva tecnología que con el tiempo podría hacer realidad las máquinas MRI de mano, lo que reduciría posiblemente en un factor cien el precio de una máquina fMRI. Según ellos, los enormes imanes de la MRI podrían reemplazarse por magnetómetros atómicos supersensibles que pueden detectar campos magnéticos minúsculos.
Para empezar, Savukov y Romalis crearon un sensor magnético a base de vapor de potasio caliente suspendido en gas helio. Luego utilizaron luz láser para alinear los espines electrónicos del potasio. A continuación aplicaron un débil campo magnético a una muestra de agua (para simular un cuerpo humano). Entonces enviaron un pulso de radio a la muestra de agua que hacía que las moléculas de agua oscilaran. El «eco» resultante de las moléculas de agua oscilantes hacía que los electrones del potasio también oscilaran, y esta oscilación podría ser detectada por un segundo láser. Llegaron a un resultado clave: incluso un campo magnético débil podía producir un «eco» que podía ser distinguido por sus sensores. No solo podían reemplazar el monstruoso campo magnético de la máquina MRI estándar por un campo débil, sino también obtener imágenes instantáneamente (mientras que las máquinas MRI pueden tardar hasta veinte minutos para producir cada imagen).
Con el tiempo, teorizan, tomar una foto MRI podría ser tan fácil como tomar una foto con una cámara digital. (Hay obstáculos, no obstante. Un problema es que el sujeto y la máquina tienen que estar apantallados de campos magnéticos perdidos procedentes de fuentes externas).
Si las máquinas MRI manuales se hacen realidad, podrían acoplarse a un minúsculo ordenador, que a su vez podría estar cargado con el software capaz de descodificar ciertas frases o palabras clave. Semejante aparato nunca sería tan sofisticado como los artificios telepáticos que encontramos en la ciencia ficción, pero podrían acercarse.[28]
Pero ¿alguna máquina MRI futurista podrá algún día leer pensamientos precisos, palabra por palabra, imagen por imagen, como lo haría un verdadero telépata? Esto no está tan claro. Algunos han argumentado que las máquinas MRI solo podrán descifrar vagos esbozos de nuestros pensamientos, porque realmente el cerebro no es ni mucho menos un ordenador. En un ordenador digital, la computación está localizada y obedece a un conjunto de reglas muy estricto. Un ordenador digital obedece las leyes de una «máquina de Turing», una máquina que contiene una unidad central de procesamiento (CPU), entradas y salidas. Un procesador central (por ejemplo, el chip Pentium) ejecuta un conjunto definido de manipulaciones sobre las entradas y produce una salida, y por ello «pensar» se localiza en la CPU.
Nuestro cerebro, sin embargo, no es un ordenador digital. Nuestro cerebro no tiene un chip Pentium, ni CPU, ni sistema operativo Windows, ni subrutinas. Si se quita un solo transistor de la CPU de un ordenador, probablemente queda inutilizado. Pero hay casos registrados en los que puede faltar la mitad del cerebro y la otra mitad toma el mando.
En realidad, el cerebro humano se parece más a una máquina de aprender, una «red neural», que se recablea continuamente después de aprender una nueva tarea. Estudios MRI han confirmado que los pensamientos en el cerebro no están localizados en un punto, como en una máquina de Turing, sino que están dispersos sobre buena parte del cerebro, lo que es una característica típica de una red neural. Exploraciones por MRI muestran que pensar es en realidad como un juego de ping-pong, con diferentes partes del cerebro que se iluminan secuencialmente y con actividad eléctrica que recorre el cerebro.
Puesto que los pensamientos son tan difusos y están dispersos por muchas regiones del cerebro, quizá lo mejor que los científicos puedan hacer sea compilar un diccionario de pensamientos, es decir, establecer una correspondencia «uno a uno» entre ciertos pensamientos y pautas concretas de EEG o de exploraciones MRI. El ingeniero biomédico austríaco Gert Pfurtscheller, por ejemplo, ha entrenado a un ordenador para reconocer pautas cerebrales y pensamientos específicos concentrando sus esfuerzos en las ondas µ encontradas en EEG. Al parecer, las ondas µ están relacionadas con la intención de hacer ciertos movimientos musculares. Él pide a sus pacientes que levanten un dedo, sonrían, o frunzan el ceño, y entonces el ordenador registra qué ondas µ se activan. Cada vez que el paciente realiza una actividad mental, el ordenador registra cuidadosamente la pauta de ondas µ. Este proceso es difícil y tedioso, puesto que hay que filtrar con cuidado ondas espurias, pero al final Pfurtscheller ha sido capaz de encontrar sorprendentes correspondencias entre movimientos simples y ciertas pautas cerebrales.[29]
Con el tiempo, este proyecto, combinado con resultados MRI, puede llevar a crear un «diccionario» general de pensamientos. Analizando ciertas pautas en una exploración EEG o MRI, un ordenador podría identificar tales pautas y revelar en qué está pensando un paciente, al menos en términos generales. Semejante «lectura de mente» establecería una correspondencia «uno a uno» entre ondas concretas en exploraciones MRI y pensamientos específicos. Pero es dudoso que este diccionario sea capaz de seleccionar palabras específicas en los pensamientos.
Si un día fuéramos capaces de leer las líneas generales de los pensamientos de otro, ¿sería posible realizar lo contrario, proyectar nuestros pensamientos en la mente de otra persona? La respuesta parece ser un sí matizado. Pueden emitirse directamente ondas de radio al cerebro humano para excitar regiones de este que controlan ciertas funciones.
Esta línea de investigación empezó en la década de 1950, cuando el neurocirujano canadiense Wilder Penfield practicaba cirugía en el cerebro de pacientes epilépticos. Descubrió que cuando estimulaba con electrodos ciertas regiones del lóbulo temporal del cerebro, las personas empezaban a oír voces y a ver apariciones fantasmales. Los psicólogos saben que las lesiones cerebrales causadas por la epilepsia pueden hacer que el paciente perciba fuerzas sobrenaturales, que demonios y ángeles controlan los sucesos a su alrededor. (Algunos psicólogos incluso han teorizado que la estimulación de estas regiones podría ser la causante de las experiencias semimísticas que están en la base de muchas religiones. Otros han especulado con que quizá Juana de Arco, que condujo sin ayuda a las tropas francesas a la victoria en batallas contra los británicos, podría haber sufrido una lesión semejante causada por un golpe en la cabeza).
Basándose en esas conjeturas, el neurocientífico Michael Persinger de Sudbury, Ontario, ha creado un casco especialmente cableado diseñado para emitir ondas de radio al cerebro a fin de provocar pensamientos y emociones específicos, tales como sentimientos religiosos. Los científicos saben que cierta lesión en el lóbulo temporal izquierdo puede hacer que el cerebro izquierdo se desoriente, y el cerebro podría interpretar que la actividad en el hemisferio derecho procede de otro «yo». Esta lesión podría crear la impresión de que hay un espíritu fantasmal en la habitación, porque el cerebro es inconsciente de que esa presencia es en realidad tan solo otra parte de sí mismo. Dependiendo de sus creencias, el paciente podría interpretar ese «otro yo» como un demonio, un ángel, un extraterrestre o incluso Dios.
En el futuro quizá sea posible emitir señales electromagnéticas a partes precisas del cerebro de las que se sabe que controlan funciones específicas. Lanzando tales señales a la amígdala se podrían provocar ciertas emociones. Al estimular otras regiones del cerebro se podrían evocar imágenes y pensamientos visuales. Pero la investigación en esta dirección está solo en sus primeras etapas.
Algunos científicos han defendido un «proyecto de cartografía neuronal», similar al Proyecto Genoma Humano que hizo un mapa de todos los genes en el genoma humano. Un proyecto de cartografía neuronal localizaría cada neurona individual en el cerebro humano y crearía un mapa en 3D que mostrara todas sus conexiones. Sería un proyecto verdaderamente monumental, puesto que hay más de 100 000 millones de neuronas en el cerebro y cada neurona está conectada con otras miles de neuronas. Suponiendo que dicho proyecto se lleve a cabo, cabe pensar que sería posible representar cómo ciertos pensamientos estimulan determinados caminos neurales. Combinado con el diccionario de pensamientos obtenido utilizando exploraciones MRI y ondas EEG, cabría pensar en la posibilidad de descifrar la estructura neural de ciertos pensamientos, de tal modo que se pudiera determinar qué palabras específicas o imágenes mentales corresponden a la activación de neuronas específicas. Así se conseguiría una correspondencia «uno a uno» entre un pensamiento específico, su expresión MRI y las neuronas específicas que se disparan para crear dicho pensamiento en el cerebro.
Un pequeño paso en esta dirección fue el anuncio en 2006 del Instituto Allen para las Ciencias del Cerebro (creado por el cofundador de Microsoft, Paul Allen) de que habían sido capaces de crear un mapa en 3D de expresión genética del cerebro del ratón, que detalla la expresión de 21 000 genes en el nivel celular. Piensan continuar con un atlas similar del cerebro humano. «La terminación del atlas cerebral Allen representa un enorme salto adelante en una de las grandes fronteras de la ciencia médica: el cerebro», afirma Marc Tessier-Lavigne, presidente del instituto. Este atlas sería indispensable para quien quiera analizar las conexiones neurales dentro del cerebro humano, aunque el atlas del cerebro queda bastante lejos de un verdadero proyecto de mapa neuronal.
En resumen, la telepatía natural, del tipo que se suele presentar en la ciencia ficción y la literatura fantástica, es hoy imposible. Pueden utilizarse exploraciones MRI y ondas EEG para leer solo nuestros pensamientos más sencillos, porque los pensamientos están dispersos de forma compleja por todo el cerebro. Pero ¿cómo podría avanzar esta tecnología en las décadas o siglos venideros? Inevitablemente la capacidad de la ciencia para sondear los procesos mentales se va a expandir exponencialmente. A medida que aumente la sensibilidad de nuestros MRI y otros dispositivos sensores, la ciencia será capaz de localizar con mayor precisión el modo en que el cerebro procesa secuencialmente pensamientos y emociones. Con mayor potencia de computación seríamos capaces de analizar esta masa de datos con mayor precisión. Un diccionario del pensamiento podría catalogar un gran número de pautas de pensamiento, de modo que diferentes pautas en una pantalla MRI correspondan a diferentes pensamientos o sentimientos. Aunque una correspondencia «uno a uno» completa entre pautas MRI y pensamientos quizá nunca sea posible, un diccionario de pensamientos podría identificar correctamente pensamientos generales sobre ciertos temas. Las pautas de pensamiento MRI, a su vez, podrían cartografiarse en un mapa neuronal que muestre qué neuronas exactamente se están disparando para producir un pensamiento específico en el cerebro.
Pero puesto que el cerebro no es un ordenador sino una red neural, en la que los pensamientos están dispersos por todo el cerebro, nos encontramos con un obstáculo: el propio cerebro. De modo que aunque la ciencia sondee cada vez a mayor profundidad en el cerebro pensante, haciendo posible descifrar algunos de nuestros procesos mentales, no será posible «leer los pensamientos» con la precisión prometida por la ciencia ficción. Dicho esto, yo calificaría a la capacidad de leer sentimientos generales y pautas de pensamiento como imposibilidad de clase I. La capacidad de leer más exactamente el funcionamiento interno de la mente tendría que ser clasificada como imposibilidad de clase II.
Pero existe quizá una manera más directa de aprovechar el enorme poder del cerebro. En lugar de utilizar radio, que es débil y se dispersa con facilidad, ¿podríamos utilizar directamente las neuronas del cerebro? Si así fuera, seríamos capaces de liberar una potencia aún mayor: la psicoquinesia.