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Ella dice que si The Portrait of the Artist fuese franco sólo por el mero hecho de serlo, me habría preguntado por qué se lo había dado a leer. ¿Con que sí, ah? Una dama letrada.
Ella está de pie junto al teléfono, vestida de negro. Risitas tímidas, grititos, tímidas tiradas de palabras rotas súbitamente… Parlerò colla mamma… ¡Ven! ¡Pío, pío! ¡Ven! El pollito negro está asustado: frasecitas rotas súbitamente, grititos tímidos: clama por su mamma, la gallinota.
Loggione. Las paredes empapadas exudan una humedad vaporosa. Una sinfonía de olores amalgama la masa de apelotonadas figuras humanas: tufo rancio de axilas, naranjas apezonadas, ungüentos de pecho que se derriten, agua de alfóncigo, el aliento de cenas de ajo sulfúrico, hediondos pedos fosforescentes, opopónaco, el sudor franco del mujerío casado y casable, el olor jabonoso de los hombres… Toda la noche la he observado, toda la noche la miraré: cabello trenzado en pináculo y rostro oval aceitunado y blandos ojos calmos. Un prendedor verde sobre el pelo y ciñendo su cuerpo una túnica bordada en verde: el matiz de la ilusión del vidrio vegetal de la naturaleza y de la yerba exuberante, pelo de las tumbas.
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