CAPÍTULO DIEZ: MISTERNNY

«Es como las folclóricas de posguerra:

tras su sonrisa en la vida pública

se esconde una personalidad bipolar,

compulsiva y dictatorial».

El último baile

La mañana del sábado me desperté con tal dolor de culo que pronto vino a mi mente todo lo que había pasado el día antes con aquel chaval que me encontré por la calle. Supongo que el tío sería un burdo chapero y por eso me robó todas las pelas que llevaba. Qué vergüenza cuando recuperé el conocimiento y me ví con aquel señor mayor echándome agua en la cara y los pantalones en los tobillos. Encima de cabrón, apaleado. Me había robado y me había dejado ahí tirado.

Mi rabo volvía a estar en su estado normal pero mi cara seguía llena de aquellos lechazos que había echado aquella morcilla. Los fluidos secos en mi cara hacían que la barba estuviese tirante. Prefiero no volver a recordar todo aquello. Me dio tanto palo… El viejo me miraba el nardo de reojo. No sé si porque le gustaba o porque le impresionaba el tamaño. Espero que mientras estuve desmayado no me lo chupase ni nada por el estilo. ¡Qué asco!

Me gustaría poder decir que hoy, sábado sabadete, pero me temo que en lugar de eso tendré que decir fiesta, fiestete. Por fin ha llegado el día. Si esta noche no pillamos al que está aterrorizando a los miembros de la noche no lo pillaremos nunca.

Cuando cogí el móvil tenía nueve llamadas perdidas de García. Parece que el hijo de puta huele cuándo estoy follando con alguien. No sé si es telepatía o qué pero siempre interrumpe de alguna forma. Cuando llamé me dijo que Jonás Vega, otro de los miembros del dichoso libro, había aparecido muerto. Rápidamente me fui para la dirección donde me dijo que lo encontraron.

Una vez más el asesino cumplía las reglas y atacaba a su víctima en el domicilio de ésta. Curiosamente Jonás no estaba sólo colgado, sino que también estaba crucificado. Su cuerpo pendía de una soga y sus brazos, puestos en cruz, estaban clavados a una puerta de un armario que habían desmontado previamente. Ver aquello me sobrecogió de tal manera que me entraron ganas de pedir una jubilación anticipada y retirarme a vivir al Caribe o a Marruecos o a cualquier sitio donde durante un tiempo pudiese vivir bien con lo que tengo ahorrado, que no es mucho dinero. Creo que nadie está preparado para ver según que cosas.

Al ver su cara me descompuse. Yo conocí a ese chico. Por respeto, no voy a decir dónde ni cuándo y digo por respeto porque no está bien hablar de los muertos. El pasado es mejor dejarlo ahí, anclado. Removerlo nunca es beneficioso para nadie. Esto no es un Hormigas Blancas, aunque parece que sea cierto eso de que el pasado siempre vuelve. Sólo una cosa me llama la atención: cuando nos liamos me dijo que se llamaba de otra forma. Estoy seguro de que no me dijo que se llamaba Jonás, no es un nombre típico y me acordaría. Nunca he conocido a nadie que se llamase así.

—¿Qué piensas? —me pregunta García.

—Yo ya no sé qué pensar —le contesto.

—¿Crees que tiene que ver algo con la religión?

—¿Te refieres a lo de los brazos en cruz?

—El asesino nunca ha manifestado ningún interés por lo religioso.

—¿Entonces por qué este ensañamiento?

—Tal vez se odiasen por algo…

—¿Por qué? —pregunto desconcertado.

—No lo sé pero estamos ante un verdadero psicópata. Alguien que tiene la sangre fría de hacer esto es que está perturbado.

—¿Y si no fuese el mismo asesino?

—Imposible.

—¿Y si fuese una penitencia?

—¿Qué quieres decir?

—Tal vez fuese como una carga, una condena para el asesino, y quiso reflejarlo de esta forma.

—Agente, hemos encontrado esto —dice uno de los policías.

—¡El último Baile! —exclamo.

—Esta vez no se lo ha llevado —dice García sorprendido.

—Tiene una nota para usted —dice el policía.

—Dame unos guantes —le ordeno. Me los pongo y abro el libro.

—«Para el agente Mulleras con cariño: Saber que me sigue la pista hace que todo esto sea mucho más interesante» —leo.

—Se está riendo de nosotros —dice García.

—¿Cómo sabe quién lleva el caso? —pregunto.

—Nos han visto en los entierros, los hemos interrogado, es normal que lo sepan.

—Hay dos personas a las que todavía no hemos interrogado —comento.

—Miguel G. y Roberta Marrero.

—¡Bingo!

—¿Entonces?

—Es muy posible que uno de esos sea el asesino.

—O puede que sea uno de los que ya interrogamos. Eso no lo podemos saber todavía.

—Es cierto, todavía tengo la mosca detrás de la oreja con Popy Blasco.

—Hay una cosa que no te he contado. El asesino obligó a Jonás a llamar a la policía para que contase que alguien estaba a punto de asesinarle.

—¿Qué?

—Los de centralita pensaron que era un loco pero en cuanto dijo quién era, intentaron localizar la llamada.

—¿Y?

—Llamó desde su propio móvil, pero duró muy poco tiempo y no nos dio tiempo a localizarla.

—Está claro que tenía prisa por que lo encontrásemos.

—Esta noche es la fiesta, nos quiere dejar claro que está dispuesto a llegar al final.

—Aquí hay otra cosa que tal vez les interese —vuelve a pronunciarse el policía.

—¿Qué es? —pregunto.

—Es una página porno —dice el chico que nos informa, que revisa un ordenador encendido.

—Un momento, esto no es una página cualquiera. Esta página es de Bésametonto —dice García.

—Joder, es cierto.

—¿Lo sabías? —me pregunta.

—Me comentó algo el día del interrogatorio —digo.

—¿Y por qué no lo investigaste?

—Se me olvidó.

—Joder, ¿cómo se te olvida algo así?

—Lo siento, vale. Un momento.

—¿Qué pasa?

—Fíjate en esto.

—«No hay entradas» —lee el agente.

—¿Qué significa eso? ¿O mejor dicho, quién lo ha escrito? —pregunto histérico.

—Tiene fecha de hoy.

—Lo sé, lo estoy viendo, pero Bésametonto lleva varios días muerto.

—Lleva más de una semana.

—¿Significa que no está muerto? —cuestiono.

—No digas tonterías. Yo lo ví y tú lo viste. Un juez autorizó el levantamiento del cadáver. Fui al entierro. Claro que está muerto.

—¿Entonces quién ha escrito esto?

—El asesino.

—¿Quién es? —vuelvo a preguntar.

—No tengo ni puta idea.

—Espera, se me ocurre una cosa. Miremos el blog de Popy Blasco —sugiero.

—¿Te acuerdas de la dirección?

—Lo busco en «Google». Aquí está.

—«No hay entradas» —lee de nuevo.

—Es increíble, el asesino tiene acceso al blog de sus víctimas.

—Un momento.

—¿Qué ocurre?

—No tenemos constancia de que Popy haya muerto.

—Es cierto. Hay que llamarlo.

—¿Y en «La Mesa Camilla»?

—«No hay entradas».

—No puede ser, sólo hay una persona ahora mismo capaz de averiguar las claves de las demás páginas.

—¿Quién?

—¡Misternny! —grita García muy seguro de sí mismo. Cuando lo interrogamos me dijo que trabajaba de diseñador gráfico y maquetador en Odisea Editorial.

—¿Y eso qué tiene que ver? —pregunto.

—Pues que los putos ordenadores le son bastante familiares. Tal vez no fuese para él muy difícil averiguar la clave de las otras páginas.

—¿Y qué me dices de Popy Blasco?

—Podría ser también, aunque me da la sensación de que éste es simplemente un metomentodo.

—No lo sé, pero no podemos arriesgarnos.

—Voy a llamar a Popy —digo.

—¿Qué ocurre?

—Salta el buzón de voz.

—Vamos, no me jodas…

—Me temo lo peor.

—Déjale un mensaje.

—Vale, «Popy, soy Mulleras si escuchas esto llámame, es muy importante».

—¿Qué hacemos nosotros ahora?

—Creo que tengo una idea.

—¿Cuál?

—Hay que detener a Misternny —afirmo.

—Pero no tenemos suficientes pruebas.

—Eso nos dará tiempo.

—¿Tiempo para qué?

—Para pensar un plan, y creo que ya lo tengo.

—Pues dime, porque ahora mismo estoy un poco perdido —dice García.

—García, no hace mucho, en tu despacho me dijiste que confiabas en mí, ahora necesito que lo hagas más que nunca —le suplico.

—¿Qué pretendes?

—Tengo una corazonada.

—Mulleras, si falla tu corazonada nos caemos con todo el equipo.

—Lo sé, pero sólo puedo pedirte que confíes en mí.

—Está bien.

—Arresta a Misternny.

—Vale, eso ya ha quedado claro.

—Eso es lo que quiere el asesino, que lo arrestemos, por eso nos ha dejado estos mensajes —le cuento.

—¿Y vas a seguirle el juego?

—Sí y no.

—Explícate.

—Lo voy a arrestar tal y como él quiere, pero lo que no sabe es que yo sé que Misternny es inocente.

—No entiendo nada.

—Avisa a la prensa de que ya hemos encarcelado al asesino, pero no des más datos.

—Está bien.

—Yo voy a la sede de la editorial Odisea.

—¿Para qué?

—Tengo que involucrar en la fiesta de alguna forma al otro personaje que queda vivo. Tengo que asegurarme de que asista.

—¿Seguro que sabes lo que haces?

—Creo que sí.

Salgo de allí cagando leches y me dirijo a la calle Espíritu Santo, que es donde reside la editorial. Manuel está a punto de salir, pero le pido que me escuche unos minutos.

—Soy todo oídos —me dice el señor Pérez.

—Hemos detenido a Misternny.

—¿Qué? No puedo creer que él fuese el asesino.

—Yo tampoco —le digo.

—¿Entonces?

—Voy al grano que no hay mucho tiempo.

—Tú dirás.

—En la biografía de Miguel G. que aparecía en el libro de relatos decía que trabajaba como dj los fines de semana, ¿no?

—Sí, pero no entiendo nada.

—Pues quiero que lo metas a pinchar.

—¿Qué?

—Al no estar los chicos de «La Mesa Camilla», alguien tendrá que hacerlo.

—¿Crees que puede ser el asesino?

—Eso no lo sé, pero necesito que estén todos los posibles sospechosos esta noche en la fiesta.

—¿Qué es eso de todos los posibles sospechosos?

—Está claro que es uno de los miembros del libro y necesito que estén todos allí reunidos para poder arrestar al verdadero culpable.

—Me temo que va a ser imposible.

—¿Por?

—No va a querer. Digamos que a raíz de la entrevista en El Mundo, Roberta y él tienen algunas diferencias.

—¿Cómo?

—Ambos se pusieron a caer de un guindo mientras la periodista grababa toda la conversación, para luego reproducir en una página entera la cantidad de improperios que se dedicaron el uno al otro. Ahora no se hablan, son muy orgullosos.

—Pero no lo entiendo. Si alguno de los dos fuese el asesino, probablemente con el primero que acabado sería con el otro ¿no?

—Tal vez sea Aviador Deluxe quien, por cierto, también estaba presente en esa entrevista —me recuerda Manuel.

—¿Tienes una copia de la entrevista?

—Guardamos todos los recortes de prensa que hablan de nuestros libros, lo hagan bien o mal.

—Necesitaría leerla.

—Carlos, necesito la entrevista de El Mundo donde Miguel G. y la Marrero se tiraron de los pelos —dice por un telefonillo que debe dar a su despacho.

—Gracias —le digo—, ahora debes llamar a Miguel y pedirle que pinche.

—¿Y si me pide pasta? ¿Qué le digo?

—Tío no seas rata, págale lo que iban a cobrar los de «La Mesa Camilla».

—Lo iban a hacer gratis.

—Pues entonces cuéntales que es una buena causa y bla, bla, bla…

—Está bien.

—Aquí tienes la entrevista —entra Carlos y me la entrega.

—Ahora tengo que irme, la leeré por el camino. Te llamo en un rato para ver si has solucionado lo de Miguel G. Piensa que si esta noche arrestamos al verdadero asesino tú y tu editorial quedareis libre de sospecha.

—Espero que así sea —dice Manuel.

—Eso depende sólo de ti —contesto desafiante.

Salgo a la calle y me apoyo tranquilamente en una pared para leer la entrevista. Antes vuelvo a llamar a Popy, que sigue sin cogerlo. Esto me empieza a oler bastante mal.

En el artículo se dice que Javier Giner y Antonia Delata también estaban presentes. El reportaje, que no entrevista, es malo y está lleno de errores. Habla de la fiesta En Plan Travesti en presente, cuando hacía varios meses que había acabado. Supongo que de la fiesta que hablan es de la que organizaron para promocionar El último baile pero la periodista tuvo algún lapsus o no se enteró muy bien de qué iba la historia. El cruce de acusaciones tampoco es para tanto: uno le dice a la otra que es una pretenciosa y la otra le responde como le sale de las narices. Eso tampoco es motivo para asesinar a nadie, de hecho, los dos siguen vivos. Todo apunta a que el asesino pueda ser Aviador, pero ¿por qué? Recuerdo el primer entierro de todos los que se han ido sucediendo, estaban Aviador y La Tasero llorando por la muerte de Javier. Miguel G. también tenía cara de bastante compungido. Además Aviador ha sido el único que ha ido a todos los entierros. Cuando JL me explicó… Un momento, JL. Me había olvidado de él. Él también es uno de los que intervienen en el libro y también sigue vivo y no se le ha vinculado de ninguna forma en la fiesta. Necesito que asista. Recuerdo que su cara no mostraba el más mínimo dolor en el entierro de Javier Giner. Aparenta llevarse bien con todo el mundo pero tal vez sea una estratagema. Me voy corriendo a casa a buscar su número de teléfono, tengo que conseguir que asista esta noche a la fiesta y creo que sé cómo hacerlo. Por el camino vuelvo a llamar a Popy, que sigue sin dar señales de vida.

—¿JL? —pregunto cuando escucho que alguien responde a la llamada.

—Sí, ¿quién es?

—No me puedo creer que no te acuerdes de mí.

—Pues si no te explicas un poco…

—Nos conocimos hace unos días, tal vez un par de semanas —le cuento misterioso.

—¿Sí?

—Sí, y me gustaría volver a verte. ¿Vas a ir esta noche a la fiesta? —pregunto.

—¿Al concierto de Roberta? —me pregunta ahora él.

—Sí, claro.

—Sí, tenía pensado pasarme un rato.

—Yo estaré a primera hora.

—Pero a esa hora estará vacío.

—Mejor, así podré dedicarme a ti en cuerpo y alma.

—¿En serio? ¿Qué quieres hacerme?

—Eso te lo demostraré luego —le digo.

—Pero… ¿cómo coño sabré quién eres?

—Créeme que lo sabrás y no te arrepentirás de haberme conocido.

Cuelgo el teléfono y me meto en la ducha. Creo que el pez ha mordido el anzuelo.