CAPÍTULO NUEVE: JONÁS VEGA

«Existe un deseo general de lograr la felicidad pero,

¿qué queremos alcanzar cuando hablamos de felicidad

Estación en curva

«Me recupero y voy

siendo consciente de que

debo continuar solo,

una vez más».

Los amigos circunstanciales

«Amante y asesino a partes iguales».

El último baile

Tengo la cabeza hecha un lío. Lo único que tienen en común todas las víctimas es un libro sobre el mundo de la noche donde cada uno ha escrito un relato. Cada uno le intenta echar la culpa al otro de los asesinatos. Tal vez no lo hagan con mala intención pero lo hacen. El dueño de la editorial es un poco soberbio, no me ha gustado un pelo. Me parece que es un tío del que no te puedes fiar. Está claro que está aprovechando el momento, este cúmulo de casualidades le puede llevar a forrarse con un libro del que hasta ahora nadie sabía nada.

A algunos les ha abierto puertas, como a Miguel G. que, después de esto, ha publicado su primera novela. Esa puede ser la razón por la que algunos dicen que es el enchufado de la editorial. Desde que salió el libro es el único autor que ha vuelto a publicar con ellos, quitando a JL porque, según me explicó Manuel, ganó el Premio Odisea. Parece que este crápula nocturno, habitual de los cuartos oscuros, tiene muchos secretos ocultos, como su pasión por la escritura. La noche que me entró en la barra del Strong podría haber pensado que era cualquier cosa menos escritor. Nunca se sabe. Las apariencias engañan, a veces sólo dejamos ver lo que nos interesa que vean, nada más.

Llamo al agente García para preguntarle qué tal ha ido el interrogatorio con los tres miembros de El último baile que pillé con vida en el cementerio. Parece que no ha sacado nada en claro. Me dice que esto es un cruce de acusaciones continuo. Nuestra última oportunidad es el sábado en la fiesta. Espero que todo salga bien, estamos jugando con la vida de estos chicos que, sin saberlo, accederán como cebo a una fiesta que, si no tenemos cuidado, podría convertirse en una carnicería.

Alguien lleva un rato siguiéndome y piensa que no me he dado cuenta. Me paro a mirar un escaparate y, unos metros atrás, también se para el chico. Le miro y se hace el loco. Es un mulato. No sé si será brasileño o cubano o qué, pero su piel es oscura sin llegar a ser negra. Un poco café con leche. Joven, no más de veinticinco años. Me pregunto por qué me seguirá. Continúo el paso y él también lo hace. Si me está persiguiendo es un poco descarado. Dudo sobre si puede ser el asesino pero no tiene pinta de peligroso, aunque nunca se sabe. De todas formas si este fuese el asesino y hubiese conseguido eliminar a todos los que ha eliminado sería para ponerle un monumento, al asesino más torpe o algo así. Nunca he visto a nadie tan descarado. Empiezo a plantearme que lo que busca es otra cosa, que también podría ser. Me vuelvo a detener en otro escaparate y me magreo un poco el paquete. Mientras tengo mi entrepierna en la mano, lo miro fijamente para ver cómo reacciona. El muy cabrón sonríe. Ya sé lo que quiere, este quiere carne fresca. Pero no es tan fácil. Sigo caminando y al torcer la esquina, justo delante de mí, me encuentro con un centro comercial. Busco los servicios. Estoy seguro que el mulato me perseguirá para que me lo trinque bien trincao. Los servicios públicos tienen algo que me atrae, como un imán. No sé por qué, pero es así. Me encanta follar en un baño público, me da mucho morbo. Es sólo pensar en la sensación de peligro de que nos puedan pillar y se me empieza a poner morcillona. Estoy enfermo, definitivamente. Soy un jodido enfermo pero no uno cualquiera, soy un jodido enfermo que va a follarse al negrito.

Me coloco en uno de los urinarios que hay en la pared. No hay nadie más, parece que el baño está vacío. Pasan unos segundos y la puerta del baño se vuelve a abrir. El mulato entra sin hacerme mucho caso y mira por debajo de las puertas de los meaderos para ver si hay alguien. Una vez que ha comprobado que no hay nadie, deja un urinario vacío entre nosotros y se coloca en el siguiente. Lleva un pantalón corto de hacer deporte, se lo baja un poco por la parte delantera y se saca aquello, que es grande, gordo y negro como una morcilla. Acaba de conquistarme.

Me encuentro en un baño público con un jovencito mulato con un rabo casi tan grande como mi brazo y tan negro como mi pasado. Durante un minuto pienso que es el hombre de mi vida y que quiero estar follándomelo toda la vida. Luego reacciono y me doy cuenta de que los momentos pasan y hay que aprovecharlos, así que me pongo manos a la obra. A estas alturas de la película mi polla está firme y mirando al frente, como si se tratase del mejor de los soldados, dispuesto a lidiar una batalla. Ya he comentado alguna vez que mi rabo tiene un tamaño bastante considerable. Veinte centímetros es una cifra bastante suculenta. Lo increíble es que el negrito tiene la polla más grande que yo y todavía no está empalmado. Me salto el urinario que tenemos vacío separándonos y le cojo aquel cacho de carne para reconocerlo. Al tacto está blando. Lo recorro con mi mano, lo pajeo. Un movimiento lento, me gusta sentir cómo su polla se va rellenando poco a poco. Casi puedo sentir cómo se va hinchando. El vello de su pubis es tan negro como la piel de sus genitales que curiosamente contrasta con el resto de su cuerpo.

—Si no la chupas no me empalmo —me dice aquel muchacho pegado a una polla.

—Entonces habrá que ponerse manos a la obra —le contesto.

Le hago señas para que entremos en uno de los habitáculos.

—Me llamo Rachid —me dice.

—Encantado. Cierra la puerta —le digo.

Rachid echa el pestillo de la puerta del baño y me mira de pie mientras yo me he sentado en el inodoro.

—¿A qué te dedicas? —me pregunta.

—Haces muchas preguntas y aquí yo he venido a otra cosa —le contesto mientras en mi cara se dibuja una sonrisa maliciosa y con mis manos le bajo el pantaloncillo de deporte hasta la rodilla.

Al quitarle el pantalón su polla golpea en mi cara. Abro la boca y la sumerjo en un baño de saliva donde mi lengua es la esponja que la frota con energía. Está circuncidado y su glande es rosita. Me hace mucha gracia porque me recuerda a la nariz de Rudolf. ¿Cómo teniendo una polla tan negra se puede tener el glande tan rosa? Esta verga es negra, rosa y sabrosa. Muy sabrosa. Mientras la chupo empiezo a notar cómo crece en mi boca. Mi lengua la recorre en todas direcciones. Con cada chupada crece más y más, hasta el punto que ya no soy capaz de tragármela entera y casi tengo la mandíbula desencajada. Comer pollas es una de las cosas que más me gusta en el mundo, pero ésta me está costando. Un lagrimón me cae de uno de los ojos, la polla se me resiste pero no lo permitiré. Me tragaré esta polla entera aunque para eso tenga que separarme los pulmones. A pesar de su tamaño es bonita, proporcionada y no muy venosa, es maravillosa. Sus cojones no son tan grandes, pero tampoco están mal. El problema es que es demasiado grande para su cuerpo. Bueno, debería corregirme a mí mismo, una polla nunca es demasiado grande. Me acuerdo de lo bien que me lo pasé con Sergio el otro día mientras me daba por el culo y casi me planteo decirle al desconocido que me folle, pero me da miedo ese tamaño, no sé si mi culo será capaz de albergar tanta mercancía. El rabo sigue creciendo pero no termina de endurecer del todo, imagino que por lo grande que es. Mi móvil no para de sonar pero no estoy operativo en este momento, no puedo cogerlo. ¿Quién cojones osa molestarme?

—¿Quieres que te folle? —me grita.

—Baja la voz, alguien podría oírnos.

—Déjate de tonterías, quieres que te folle ¿sí o no? —me repite.

Me asombra cómo el trípode ha perdido la timidez. Sin que le conteste me hace poner de pie y me da la vuelta. Sin darme tiempo a reaccionar, sólo a sentir un dolor horrible, el muy cabrón me mete sus dos dedos más largos en el culo, haciéndome sentir que acaba de desgarrarme hasta las córneas.

—¡Joder, ten cuidado! —le grito.

—Baja la voz, alguien podría oírnos —me dice sonriendo mientras se pone de rodillas para comerme el culo.

Definitivamente este es el hombre de mi vida. Un hombre que me dará rabo todos los días y me comerá el culo de la forma que lo está haciendo ahora.

¡Plas, plas! —suena la palma de su mano contra mis cachetes, mientras su lengua, que parece tan larga como su rabo, me folla incansable.

Su lengua es gorda y larga, parece que este hombre lo tenga todo así. La mete en la raja de mi culo y la mueve muy rápido, como si fuese una culebra o cualquier otra serpiente. Cada cierto tiempo ¡plas! otra palmada. Mi polla empieza a lubricar sola y todavía ni me la he tocado. ¡Pugh! Escupitajo en todo el ojete. Ahora sí que me ha conquistado, eso me pone muy pero que muy salvaje. ¡Pugh! vuelve a escupirme. Parece que este escupitajo haya sido más profundo que el anterior. Estoy con el culo en pompa subido en la taza mientras un niñato medio negro me escupe en el culo a la vez que me lo infla a hostias. ¿Qué más se puede pedir? Su lengua entra a recoger la saliva que me ha introducido con sus lapos para extenderla por mi interior, que ahora está al rojo vivo. Siento cómo ardo en deseos de que me meta esa enorme longaniza. Saca su lengua y la pasa por el rosetón de mi ojete que con tantos lametones, tanto golpe y tanto escupitajo, está que parece una coliflor. Algo se introduce dentro mi recto y esta vez no es aquella masa húmeda que habita su boca. Parece de nuevo uno de sus dedos. Sus manos son grandes, sus dedos largos y huesudos. Siento cada falange como si fuese consolador con algún tipo de relieve. Es increíble, tengo el culo tan sensible que casi puedo sentir la cosquilla que me hacen los pelillos de sus dedos. Sudo como un cerdo, me gotea la cara y el rabo, pero por culpa de diferentes líquidos.

—Vamos con otro —escucho que dice el negro.

—Joder, tienes un culito… —escucho que vuelve a decir.

Vuelve a ponerse de rodillas y mientras me tiene dentro no sé si dos, tres o cuatro dedos, porque ya he perdido la cuenta, me sigue pasando su lengua por el exterior de mi culo. En mi bolsillo, el puto móvil vuelve a sonar. Paso y no lo cojo, no puedo romper este momento. Este cabrón sabe muy bien lo que se hace, debe de estar acostumbrado a preparar culos para luego poder follárselos, porque si no es imposible. Mi culo se vacía para volver a llenarse de nuevo. El movimiento es tan rápido que pienso que lo que vuelve a entrar son sus dedos. Error, grave error. Un glande rosáceo tamaño familiar es lo que intenta abrirse camino en mis entrañas.

—Para, para, para… Me vas a reventar —le digo intentando aguantar todo el dolor posible.

—Tranquilo, tranquilo, ya verás cómo te acostumbras.

El negrazo llevaba razón, unos segundos con su glande incrustado en el culo y mi interior se adapta a aquella porra protagonista de mis más calientes sueños húmedos.

—¿Estás mejor? —me pregunta.

—Sí, ve despacio —le digo—, me duele mucho.

Parece que en el país de este hijo de puta no entienden lo que significa despacio porque me da una embestida tan fuerte que siento cómo su polla llega hasta mi traquea, y eso que la tengo metida por el culo. Un enorme calambre recorre mi cuerpo. Me ha partido el culo en dos, estoy seguro. De mis ojos vuelven a caer lágrimas. Rachid me agarra muy fuerte para que no pueda escaparme. Yo pienso que estoy a punto de desmayarme. Siento un dolor tan intenso que creo que voy a morirme. Sus brazos rodean mi cuerpo y sus enormes labios de negro zumbón comienzan a besarme el cuello y la nuca. Su polla permanece aparcada en su nueva plaza de garaje. Cuando nota que empiezo a reaccionar a sus besos, empieza a moverla muy, muy despacio, la saca un poco para volver a meterla, muy poco a poco. El dolor desgarrador deja de serlo para, a su vez, también dejar de ser dolor y convertirse en cosquillas que pasan a ser placer. Un gustazo. Tener la berenjena de aquel cabrón enterrada en mi culo es el gustazo más grande que he sentido en mi vida. El movimiento acompasado es cada vez más rítmico. Sus salidas y entradas comienzan a ser más fuertes. Cada entrada es una nueva embestida. Sus cojones me dan golpes en los míos haciendo que me excite mucho más. Mi cuerpo es el doble de grande y fuerte que el de este niñato, sin embargo me está follando como nunca nadie lo había hecho, claro que yo antes tampoco había visto una herramienta como esa. Ahora entiendo eso que dicen de que los negros la tienen grande.

—¿Te gusta cabrón, te gusta? —me pregunta entre gemidos mi nuevo amigo.

—Calla y fóllame —le digo.

—Di que te gusta que te meta mi enorme polla cabronazo —me ordena.

—Fóllame, fóllame.

—He dicho que me digas que te gusta que te meta mi enorme polla —me ordena de nuevo y de forma algo violenta, lo que me encanta.

—¡Adoro que me metas tu enorme polla! —le grito.

—¿Te gusta que el negrata te folle?

—Sí —le digo gimiendo y mordiéndome el labio para no hacer mucho ruido.

—Dímelo, di que te gusta que un negrata te folle.

—Me gusta que un puto negro de mierda me folle el culo. Quiero que me rompas el culo. Quiero que me destroces el culo. Quiero que me mates a polvos.

—Tú sí que sabes cabrón —me dice sudoroso mientras se saca la polla.

Lo miro con cara de no aprobar que me saque la polla del culo. Rachid me obliga a que me agache. Su polla en primer plano delante de mis narices. Ahora está totalmente dura, rígida y mirando hacia arriba de una forma un poco curvada. Me la acerca a la cara y de su punta, ahora roja en vez de rosa, haciendo juego con mi culo que lo siento en carne viva, comienzan a brotar unos chorros de esperma que me bañan directamente. Su leche sale impulsada muy fuerte. Su rabo ahora es como una fuente, no para de salir un líquido acuoso, a ratos blanco y a ratos semitransparente, translúcido diría yo. Su savia se derrama por mi cara, chorreando por mi frente, mis labios, mi barbilla. Estoy sentado en el suelo de aquel retrete, que está tan frío como los cubitos de hielo. El tipo, viendo que mi rabo sigue duro, se escupe en una mano y comienza a restregar su enorme mano pegajosa por los restos de su semen y su saliva por mi glande. La sensación es tan intensa que al principio creo que me voy a mear encima. Luego, cuando consigo controlarla, me corro de una forma tan violenta que me desmayo en el acto. Muerto de placer, literal. El negro se asusta al ver que me he caído desplomado. Antes de salir huyendo me roba la pasta que llevo en la cartera. Supongo que al ver que era policía se asustó mucho más. Lo último que recuerdo de antes de dormirme es que mientras me corría la música de mi teléfono volvió a sonar.

Cuando me despierto un señor me echa agua en la cara. Seguía con los pantalones en los tobillos y muchas explicaciones que dar. Las insistentes llamadas tenían una mala noticia: Jonás Vega había aparecido muerto.