«No la paguen conmigo que,
al fin y al cabo, no soy más que
una marioneta de unas ratas cobardes».
El último baile
—El entierro de Bésametonto no ha sido tan multitudinario como el de Javier —me dice García.
—¿Y eso? —pregunto.
—El rumor está en la calle, alguien los está asesinando. Javier Giner, Bésametonto, La Tasero, etc. Ya es un hecho que alguien quiere cargarse a la gente de la noche.
—Pero sólo a los que escriben.
—No entiendo nada —dice.
—Yo tampoco, lo único que sé es que Madrid está en peligro.
—No sólo Madrid, recuerda que el primer crimen fue en Valencia.
—Pero ese ha sido aislado.
—Tenemos que encontrar una conexión para todos estos crímenes, algo que nos haga ver por qué alguien está interesando en acabar con ellos —dice el agente García.
—He leído los libros y no hay nada especial. Bueno sí, he recordado cómo se llama el libro donde colaboraban los tres escritores —digo.
—¿Cómo?
—El último baile.
—Hicimos un listado de todos los libros que se encontraron en casa de las tres víctimas y en ninguna de las tres encontramos ese libro.
—¿Estás seguro?
—Me he leído tantas veces el informe que podría enumerártelos uno a uno si fuese necesario.
—Pues entonces está claro que el asesino no quiere que nos enteremos de su existencia.
—¿Por eso se los lleva del escenario del crimen?
—Puede ser, no estoy seguro.
—¿Crees que es uno de los que aparece en él? —pregunto.
—No lo sé, pero está claro que tiene algo que ver con el puto libro. El último baile, parece como algo premonitorio, como la última vez, el último día, no sé…
—¿Y la última víctima? —pregunto.
—¿La Tasero?
—Sí.
—Exactamente igual que los anteriores, aunque esta vez no se lo cargó de un golpe.
—¿Entonces?
—Primero lo hinchó a somníferos y alcohol y cuando estuvo bien ciego lo ahorcó —me cuenta el agente García.
—¿Cómo estas tan seguro?
—Sólo había un vaso, pero mandé analizar las botellas por si quedaban restos de saliva.
—¿Por si alguien había bebido de ellas?
—Efectivamente.
—¿Y?
—Los restos que se encontraron no pertenecen al fallecido.
—Eso significa…
—Eso significa que el asesino trajo las botellas y bebió a morro, pensando que así no nos daríamos cuenta.
—Buen trabajo —le felicito—, pero me extraña que con lo listo que está siendo con algunas cosas sea tan idiota para otras.
—Eso significa dos cosas, o que no está fichado y sabe que no lo vamos a pillar o que quiere mosquearnos un poco más.
—¿Tú qué crees?
—Estoy de acuerdo contigo. El asesino está demostrando ser frío y calculador. Al principio dejaba rastros de sangre, ya no. Aprende con cada crimen. Es meticuloso, se toma muchas molestias como para dejarse pillar así. De todas formas los de laboratorio están investigando para darnos más datos.
—¿Entonces yo?
—De momento estás libre sin cargos, pero espero no verte haciendo tonterías de nuevo ni en lugares donde no debas porque la próxima vez no podré salvarte el culo.
—Eres el mejor, sabía que no me dejarías tirado.
—Bueno, déjate de cursiladas baratas y escúchame bien. Recórrete todas las librerías de Madrid buscando el puto libro, tenemos que encontrarlo para ver qué se dice en él.
—¿Por qué no lo has pedido a la editorial?
—Pues porque no tengo ni puta idea de cuál es —me dice.
—Pareces nuevo. Dame una conexión a Internet y te lo arreglo.
—Vaya, ahora vas de listillo.
—Suéltame, no te vayas a arrepentir. Me voy a casa, allí tengo ADSL y conseguiré toda la información que necesitamos.
—Vale. Dentro de media hora he quedado con Antonia Delata para hacerle unas preguntas.
—En cuanto sepa algo te llamo.
—Está bien. Se me olvidaba, hay una cosa que no te he contado. Cuando encontramos a Bésametonto apuñalado sobre su cama encontramos algo encima del cuerpo.
—¿Por qué no me dijiste nada?
—Encontramos el flyer de una fiesta que va a haber este sábado.
—¿Y qué significa eso?
—No lo sé, pero La Tasero tenía el mismo flyer en el bolsillo de los pantalones cuando lo encontramos.
—¿Y qué tipo de fiesta es?
—No lo sé. Sabemos que será en el Ocho y Medio y que Roberta Marrero presentará su nuevo disco y pincharán los chicos de «La Mesa Camilla».
—La página de Internet que te comenté. Está claro que el asesino quiere que vayamos a esa fiesta.
—Un tal Aviador…
—Aviador Deluxe.
—Ese, será el presentador del evento.
—¿Cómo has dicho que se llamaba el sitio?
—Ocho y Medio.
—Esto no me gusta. Bésametonto me habló de ese sitio.
—A mí tampoco. ¿Lo conoces? —pregunta García—. A Aviador, quiero decir.
—Lo ví en el entierro de Giner.
—¿Hablaste con él?
—No. Sólo lo ví de lejos. Estaba llorando con La Tasero, ambos se daban ánimos mutuamente.
—Tendremos que tener cuidado, sobre todo tú. Está claro que el asesino sabe quién eres y va a por ti.
—¿Por qué dices eso?
—Porque debió verte en casa de Bésametonto.
—¿Crees que había alguien allí cuando llegué?
—No lo sé.
—Cuando me metí en la ducha llamaron al timbre.
—Pues entonces ya sabes que no. ¿Qué te dijo Bésametonto del Ocho y Medio?
—Me dijo que había estado allí la noche que asesinaron a Giner.
—¿Un lunes?
—Eso dijo.
—Pues está claro que mintió. ¿Por qué les gustará tanto jugar a los misterios a todas estas modernas de mierda? Vamos a mi despacho, te devolveré tu placa y el arma.
—Vamos.
Una vez dentro García cierra la puerta, se sienta en su mesa y abre un cajón. Allí residen mi placa y mi pistola desde que me arrestaron en el lugar del crimen.
—¿Confías en mí? —le pregunto.
—¿A qué viene eso? Pues claro.
—¿Pensabas que yo maté a ese pobre chico?
—En absoluto, te conozco mejor de lo que crees. Sé lo que piensas con sólo mirarte… —me susurra.
Sin pensármelo dos veces le planto un beso en los morros que inmediatamente me es correspondido. La lengua de mi compañero se enrosca con la mía convirtiéndose en una sola. Acabo de abrir la caja de Pandora. He prometido hace dos minutos que no iba a hacer ninguna tontería más y no sé si la estoy haciendo o no, pero no puedo evitarlo, hace mucho que lo deseo. Le desabrocho los pantalones y observo los boxer negros ajustados que lleva y lo abultados que están, porque su paquete está bastante duro a estas alturas de la jugada. Los bajo fuertemente y huelo. Me gusta cómo huele su polla. La observo, la miro y la trago. No puedo aguantar más. Abro la boca y la introduzco entera en mi garganta, que se amolda gustosa al manjar que le ofrezco. Muchas veces me había imaginado follando con mi agente favorito pero nunca podía imaginarme que aquel poli de no más de uno setenta de estatura tuviese aquel chorizo de Cantimpalos de medio kilo entre las piernas. Gratamente sorprendido sigo saboreando. Chupo, lamo, trago… Le paso la lengua por todos los recovecos de su nardo. Estoy tan nervioso que me tiembla todo el cuerpo. Parezco un niño pequeño que tiene miedo de ser pillado. Ni que fuese la primera vez que se la chupo a alguien. El agente García, sin saberlo, está cumpliendo una de mis fantasías más íntimas, que es la de follarme a alguien en mi curro. Siempre me ha dado mucho morbo y él la está haciendo realidad. Hace unos días dudaba sobre si era hetero o no y ahora resulta que le estoy lamiendo el cipote. Su rabo en mi boca se encuentra como pez en el agua. Su vello está cuidado. Me gusta, odio las selvas. El glande acaricia mis amígdalas, mis manos sus cojones. Me obliga a sacarme la polla de su boca y me dice que ahora le toca a él. Estoy tan nervioso que ni siquiera estoy empalmado, no puedo creerlo, yo que me empalmo sólo con que me miren de forma lasciva. Me doy cuenta de que el tema no le preocupa demasiado, es más, tampoco tarda en saborearlo. Mi nabo se despereza en su boca y me gusta notar cómo crece en contacto con su saliva. El hijo de puta la chupa bastante bien. Ahora lo tengo claro, no es hetero y tampoco es la primera tranca que se come. Lo hago poner de pie y me agacho yo, tengo que seguir disfrutando de este regalo.
—No me lo puedo creer. Siempre consigues lo que quieres —me dice.
Yo no digo nada, sólo lo miro con la misma mirada que echaría una ninfómana a su amante. Lo miro con deseo, quiero que se pare el tiempo, quiero que me folle.
—Pero qué cerdo eres —me dice—. ¿Qué pasa, que venías preparado?
—Nunca llevo calzoncillos —le susurro.
El pecho y el abdomen de mi amante están cubiertos de pelo, como a mí me gusta. Si pasas las manos puedes notar su tableta de chocolate. Sus pezones me vuelven loco. Tiene uno ligeramente más grande que el otro y mi lengua se desvive con ellos. Parece que a él no le gusta, así que vuelvo a su polla. Estamos cortados, tal vez por el tiempo que hace que nos conocemos, porque puede entrar alguien y pillarnos en cualquier momento o simplemente porque a ambos nos ha pillado por sorpresa. Todavía no me puedo creer tener sus por lo menos veinte centímetros en la boca. Es un rabo elegante, grande y gordo, y sus pelotas son increíbles, redondas, gordas, colgantes. Le doy la vuelta y le observo el culo. ¡Joder, qué culo! Se nota que el cabrón se lo curra en el gimnasio, le muerdo los cachetes, los muslos y, cuando intento abrirme paso con la lengua, me lo impide. Lo prohibido siempre es más morboso así que sigo comiendo rabo y le meto uno de los dedos. Sentado en su silla golpea mi cara con su polla y me vuelve loco.
—Maltrátame con tu polla —le digo.
Él obedece. Yo mientras me pellizco los pezones. El poli coge su cipote y empieza a masturbarse. No hay nada que me ponga más en un hombre que ver cómo se toca él mismo. Su mano sube despacio por todo su tronco y luego vuelve a bajar. Con la otra mano se acaricia el pubis y la base del pene, los muslos, los huevos… Estoy tan caliente… Quiero que me eche toda su leche en la boca. Saco la lengua, quiero saborearla, quiero sentir su textura… Alguien llama a la puerta. Nos vestimos en menos de dos segundos y abre a Gregorio, de laboratorio. Yo me marcho de allí a buscar en Internet, tal y como habíamos quedado, nervioso, acalorado, avergonzado y muy, muy cachondo.
En casa, un poco más tranquilo por todo lo que ha pasado, decido no darle muchas vueltas y ponerme a trabajar directamente. Busco en «Google» «La Mesa Camilla» e inmediatamente se me abre una página. No parece nada sospechoso. Hablan de cosas de los ochenta y noventa: series de televisión, actores, cantantes… Pero no aparece nada que se pueda relacionar con los asesinatos por ningún sitio. Veo una crónica escrita por Antonia Delata. La leo pero tampoco me da muchas pistas. Sólo que tiene una lengua viperina que si se la mordiese moriría envenado. Tiene gracia, hay que reconocer que el cabrón tiene gracia. Miro los enlaces pero no veo nada fuera de lo normal, en el foro tampoco. Me vuelvo a «Google» y pongo «Javier Giner». Cantidad de páginas aparecen ante mis ojos pero la que más me llama la atención es un blog de un tal Popy Blasco que, casualmente, también aparecía como enlace en «La Mesa Camilla». Pincho y leo. Me quedo atónito. ¿Cómo alguien puede decir semejante cantidad de barbaridades y quedarse tan tranquilo?: que si la Giner se merecía lo que le pasó, que si era un mediocre… Nadie en su sano juicio diría estas cosas de otra persona aunque fuesen verdad y mucho menos las colgaría en Internet para que cualquiera pudiese tener acceso. Sigo leyendo y encuentro que también tiene «amables» calificativos para el resto de los muertos. Este chico se va a buscar un buen lío. Me falta por buscar el libro en Internet. Cuál es mi sorpresa cuando lo encuentro y veo que no sólo Javier Giner, Juan Ernesto Artuñedo, Bésametonto, La Tasero y Antonia Delata aparecen como colaboradores sino que Popy Blasco, del que acabo de leer su blog, también.
—679216923. Vamos… Cógelo… —le hablo al teléfono como si pudiese oírme.
—¿Diga?
—¿García?
—¡Ah!, hola.
—¿Puedes repetirme los nombres de la gente que aparecía en el flyer?
—Roberta Marrero, Aviador Deluxe y los chicos de «La Mesa Camilla». ¿Por?
—Creo que lo tengo —le suelto.
—¿Qué es lo que tienes?
—Todos ellos eran autores de El último Baile, el libro de relatos que te comenté.
—¿Todos ellos?
—Sí, Antonia Delata también.
—Justo de eso quería hablarte.
—No me digas…
—Sí, no se presentó al interrogatorio y decidí ir a su casa por si acaso estaba colgado de la misma forma.
—Joder, joder, joder. ¿Cómo cojones sabe nuestros pasos?
—No tengo ni idea, pero lo que está claro es que es bastante listo.
—Vale, mañana por la mañana en la oficina te cuento el resto, creo que estamos cerca.
—Está bien. Ah, una cosa, vuelves a ser el principal sospechoso. No salgas de casa y si lo haces llámame para saber dónde estás en todo momento.
—Joder no me lo puedo creer…
—Sólo será unos días, hasta que podamos demostrar que eres inocente.
—Gracias —le digo—, eres un amigo.
—No hay de qué, para eso estamos, ¿no?
Enciendo la tele para que me haga compañía pero no la miro. Sólo necesito algo de ruido a mi alrededor para que irrumpa en esta ansiedad que comienzo a sentir. Vuelvo a ser el principal sospechoso. Ese cabrón va un paso por delante de nosotros, sabe lo que hacemos y lo que pensamos. Ese hijo de puta es muy listo.
Me hago un porro. Necesito un porro bien cargado. Lo enciendo y le doy una buena calada. Noto cómo el humo llega a mis pulmones. Me encanta esta sensación. Suena el timbre, supongo que es Sergio, así que ni me molesto en ponerme nada de ropa.
—Hola —dice Sergio—. He alquilado una peli. ¿Te apetece?
—No. Hoy quiero que te dejes de tonterías y me folles de una vez.
Mi vecino se queda blanco y con cara de espanto. No se esperaba mi reacción. Intenta chuparme la polla como siempre pero no le dejo. Me siento en el suelo y apoyo mi tronco en el sofá. Mi culo queda en buena posición para ser observado, saboreado e insertado. Él duda, se queda como parado.
—¿A qué esperas? ¡Cómetelo! —le grito.
Dicho y hecho. El jovencito no está muy acostumbrado a hacer estas cosas, se nota, pero ya va siendo hora de que se espabile. García me ha dejado con un calentón del quince y tengo que sacármelo como sea.
Pasa su lengua curiosa y tímida por mi ojete. Despacio. Saborea. Cada vez va moviendo la lengua más rápido y cuando menos me lo espero empieza a introducirla. Mi polla ahogada contra el sofá se mantiene rígida. Con mis manos aprieto los cojines. Hacía mucho tiempo que nadie me daba tanto placer, hacía mucho tiempo que nadie ponía ahí su boca. De vez en cuado me giro y miro a Sergio. Está totalmente desnudo pajeándose mientras me come el culo. Su polla está bastante brillante, lo que me hace pensar que como no aminore el ritmo se va a acabar corriendo. Me doy la vuelta y comienzo a besarlo apartándole las manos de su rabo y poniéndoselas en el mío. Así se entretiene un poco. Cuando creo que está algo más calmado le tumbo en el suelo y me siento encima. Su polla no está mal, como de unos diecisiete centímetros más o menos, me la meto despacio. Primero molesta un poco, la falta de costumbre, supongo, pero luego me dejo llevar y cabalgo mejor que el Llanero Solitario. Siento cómo este niñato entra y sale de mí y me mata de placer. Quiero que me haga sufrir, quiero que me folle salvajemente, quiero que me saque esto que tengo dentro y contra lo que no sé cómo luchar.
Mis manos en mis pezones, a veces en mi polla, se van turnando. Cambio de postura y me pongo a cuatro patas. Mi amigo el fumeta comienza a controlar la situación. Antes de encajármela me da golpes con su polla en mis cachetes.
—Vamos, fóllame. Quiero sentirla toda dentro —le grito.
—Veo que estás caliente —me dice.
—Quiero que me petes el culo como nunca se lo hayas hecho a nadie.
Estoy como poseído, hacía tanto tiempo que no dejaba que me follasen que había olvidado lo bien que se pasa. Las embestidas son bastante salvajes. Con cada metida siento que me va a reventar por dentro pero no quiero que pare, me gustaría que estuviese así toda la noche. Dale que dale. Mientras me está follando me pasa algo que nunca me había ocurrido, comienzo a correrme. Me corro sin tocarme. Es tanta la excitación que eyaculo sin tocarme. Sergio, al ver eso, se pone tan cachondo que la saca, se quita el condón y se corre contra mi cara, por supuesto sin pedirme permiso. Su corrida es muy abundante, blanca y espesa. Esta noche hemos intercambiado los papeles y me ha encantado el rol que ha adquirido mi vecino. Me ha hecho sentir sometido a su voluntad y eso me ha encantado. A veces creo que tengo un problema con el sexo. No es bueno que me escude en él cada vez que estoy preocupado, es una forma de evadirme, me pregunto si no será también una adicción.
—Bueno, ahora, ¿me das una calada a ese porro? —me dice Sergio.