«Las puertas que abren la desnudez
son mucho más divertidas
que las que abren las corbatas».
El último baile
No me gusta que nadie me hable por la mañana temprano. Estoy de mal humor, no soy persona hasta que no me he tomado mi café solo bien cargadito, bien negro, para cargarme las pilas. Después de eso lo que quieras.
Me encuentro en mi mesa cuando llegan el agente García y Gregorio, del laboratorio. García lleva unos vaqueros tan apretados que no sé cómo ha entrado en ellos. No puedo apartar la vista de su paquete. Una mirada rápida me permite radiografiar aquel rabo, conocer su tamaño, grosor… Me pregunto por qué coño me da tanto morbo y empiezo a caer en la cuenta de que es justo porque no me hace caso. No estoy acostumbrado a que un tío pase de mí como de la mierda. Eso es lo que le hace tan interesante. Tal vez sea hetero, no lo sé. Aunque con esos vaqueros tan apretados nadie lo diría…
—Éste es el número de la última llamada que recibió Giner antes de morir —dice García.
—¿A quién pertenece? —pregunto.
—A un tal Bésametonto.
—¿Quién?
—Por lo que he averiguado es un chico que nadie sabe muy bien de dónde ha salido pero se comenta que tiene un pasado oscuro.
—¿Drogas?
—Puede ser, y también temas de prostitución.
—Vaya, una joyita. Iré a hacerle una visita.
—Sí, será mejor. Aunque te repito que todo esto son rumores, nadie lo sabe a ciencia cierta.
—¿Habéis revisado cual fue la última llamada que hizo Javier?
—Sí, a su madre.
La dirección no está lejos, así que voy dando un paseo. Por el camino suena mi móvil. Es García.
—¿Diga?
—Soy yo. Se me olvidó comentarte que esta noche parto para Valencia, quiero interrogar al marido del muerto.
—¿Quieres que vaya contigo? —sugiero.
—No, mejor quédate aquí, por si ocurriese cualquier cosa.
—Está bien. Te llamo en un rato.
Me encanta pasear por Madrid por la mañana temprano. La gente va como loca de un lado a otro camino de sus propias vidas. Nadie, absolutamente nadie se fija en ti. Es lo bueno que tiene esta ciudad, que puedes pasar totalmente desapercibido si quieres. Es una ciudad que la amas tanto como la odias. A veces es cruel y se ríe de ti pagándote con soledad. La soledad es el peor castigo que se le puede dar a una persona. Yo no la quiero en mi vida, al menos no de esa forma.
Dándole vueltas al coco llego a la dirección que tenía apuntada. Llamo al telefonillo pero nadie me abre. Vuelvo a llamar y sigo sin obtener respuesta. Aprovecho que viene una señora con la compra y subo con ella. Me ofrezco a ayudarla pero me declina el ofrecimiento. Me mira con mala cara. Desconfía. Tal vez piense que quiero atracarla, no estamos en un buen barrio precisamente.
El ascensor es muy pequeño y las bolsas que lleva la señora apestan a pescado crudo. Casi estoy a punto de vomitar el café que me tomé en la oficina pero me contengo. Llego a la planta solicitada y me bajo casi sin decir adiós. ¡Joder, qué peste! Tengo la sensación de que voy a apestar todo el rato. Me siento como si fuese un pedazo de sushi andante. Inspiro un poco dentro de mi camiseta y huele a mí. Recupero la cordura. Llamo al timbre y nadie abre. Insisto. Insisto. Insisto. Tengo el dedo pegado en el timbre. A lo lejos escucho una voz refunfuñar. Unos pasos se acercan a la puerta. Un rayo de luz atraviesa la mirilla. Alguien me está observando. Me siento incómodo. Vuelvo a insistir en el timbre.
—¿Qué coño quieres? —grita.
—Abra, policía —le digo en un tono serio mientras le enseño la placa para que pueda verla a través del cristal.
La puerta se abre inmediatamente y una cabecilla asoma por el borde de la puerta con los ojos hinchados de recién despertado y toda la cara llena de marcas de la almohada.
—¿Ocurre algo?
—¿Bésame…?
—Bésametonto. Sí, soy yo —me dice asustado.
—Soy el agente Mulleras —le digo mientras le enseño la placa—. Necesito hacerte unas preguntas.
—¿Ha ocurrido algo? ¿Mi familia está bien?
—Es referente a Javier Giner.
El chico me mira de arriba a abajo y abre la puerta para que entre. Cuando entro va camino de una de las habitaciones. Está completamente desnudo, así que puedo ver cómo su culo se contonea delante de mis narices. Intento mantener la mente fría y la cabeza centrada en el caso. No he venido a reventar ese culito, he venido a hacerle un interrogatorio. ¡Que Dios nos pille confesados!
—¡Pase, no se quede ahí! —me grita desde la habitación.
—¿Dónde está?
—Estoy en el cuarto, la segunda puerta después del pasillo.
—No hace falta que me hables de usted.
Cuando llego a la habitación puedo verlo tumbado sobre la cama boca abajo. Sigue desnudo y su maravilloso culo lampiño me mira llamándome a gritos. Noto que se me empieza a poner morcillona. Esto no va bien.
—Cuando era pequeño mi madre siempre me decía que había que respetar a las autoridades —me dice.
—Vale, pero te repito que no es necesario que me hables de usted. Y ahora, ¿podrías ponerte algo de ropa?
—¿Qué pasa? ¿Te incomoda? ¿No has visto nunca a un hombre desnudo?
—No es eso —le digo.
—¿Entonces? —pregunta con una sonrisa maliciosa.
—Estaremos más cómodos.
—Yo estoy bien así, hace mucho calor.
—Al menos tápate con las sábanas.
—Si insistes…
—Insisto.
—Está bien… —dice mientras se tapa de mala gana.
—¿Dónde estuviste la noche del lunes entre las nueve y las doce? —le ataco sin que se lo espere.
—Veo que va directo al grano. ¿El lunes? pues no sé ahora mismo… Creo que estuve cenando con unos compañeros de trabajo y luego fui a una fiesta en el Ocho y Medio.
—¿Un lunes?
—Lo bueno de Madrid es que puedes salir de marcha cualquier día de la semana.
—¿Puedes demostrarlo?
—Claro, pero un momento ¿qué pasa aquí? ¿De qué se me acusa? ¿No debería tener un abogado aquí conmigo?
—De momento no se te acusa de nada. Con respecto al abogado puedes llamarlo si quieres, pero tardará más en llegar de lo que voy a tardar yo en hacerte unas preguntas.
—¿Es por lo de Javier Giner?
—Sí, ya te lo dije antes.
—Pensé que había sido un suicidio.
—Sólo estamos investigando. ¿Hace mucho que lo conocías?
—No, no mucho. Unos meses, tal vez un año. Nos conocíamos de la noche. Incluso hablé con él un par de días antes de que lo encontrasen.
—¿De qué hablasteis? —pregunto.
—Quería que le echase un vistazo al manuscrito de mi primera novela.
—¿Escribes?
—Sí, y como Javier ya tenía una novela publicada se ofreció a revisarla.
—¿Tenía enemigos?
—Pues supongo que como todo el mundo, pero él era muy querido, siempre estaba rodeado de gente, todo el mundo le conocía.
—A veces la gente envidia eso.
—No creo que nadie matase a alguien simplemente por el hecho de ser popular.
—Si era tan popular y todo el mundo le quería, ¿por qué apareció muerto hace un par de días?
—Eso yo no puedo decírselo. Tengo entendido que fue un suicidio ¿no es así?
—Eso no es asunto tuyo.
—¿Me está dando a entender que fue un asesinato?
—Eso no ha salido de mi boca.
—Si piensa que lo maté yo está perdiendo el tiempo porque soy inocente —contesta enfadado.
—¿Dónde vas?
—Voy al baño. ¿Puedo o estoy arrestado?
—Claro que puedes.
Bésametonto se destapa y camina hacia el baño. Se ha bajado por el lado de la cama más cercano a mí. Al pasar a mi lado casi he podido oler su rabo que estaba a la altura de mi cara, ya que estoy sentado en un silloncito rojo que tiene en su habitación. Al caminar, su polla danza de un lado al otro. A cada paso un contoneo. La cosa promete. Ese cacho de carne, nada desdeñable, tiene pinta de crecer aún mucho más. Mi nardo vuelve a despertarse y me entran ganas de darle por el culo hasta que me suplique basta. Pienso que igual está haciendo todo esto para desviar la atención porque está mucho más implicado en el caso de lo que quiere aparentar. No sé, estoy bastante confundido.
No pasan ni dos minutos y el interrogado vuelve a la habitación. Ahora puedo ver cómo su polla viene firme. El muy cabrón no sabe cómo hacer para provocarme, así que mis fuerzas flaquean y me dejo llevar. Cuando me quiero dar cuenta tengo la polla dentro de su culo y se la estoy clavando justo como había deseado minutos antes. Mientras le doy por el culo él me insulta y me pone más cachondo aún. Me dice cosas como «hijo de puta» o «cabronazo, clávame el cipotón»…
—Cabrón, quiero follarte. Quiero reventarte el ojete —me dice.
—Cállate, aquí mando yo —le ordeno.
Me ha puesto verdaderamente cachondo, aunque tampoco es que yo sea muy difícil de calentar, la verdad. Le cambio de postura y me lo siento encima. Me ha gustado clavársela a cuatro patas, pero ahora quiero sentir cómo me cabalga. Me tumbo en la cama y él se sienta encima. Mi polla entra con la misma facilidad que la primera vez que se la he metido, no se puede decir que tenga un culo muy estrecho, se ve que lo ha usado mucho y eso también se nota porque el jodido maricón se contonea como si de una serpiente se tratase. La tiene entera dentro, hasta los huevos. Me encanta tenerlo insertado de esa forma, como si de un pincho moruno se tratase. Su respiración se agita y su galope se acelera. Tras unos gritos él acaba corriéndose en mi pecho y yo en su culo.
Nos quedamos tirados en la cama descansando y él saca del cajón de su mesita de noche un libro.
—No sé si conoces esto, pero tal vez deberías echarle un ojo —me dice.
—El último baile —leo—. ¿Qué es? —pregunto todavía medio extasiado.
—Un libro en el que colaboramos Javier y yo.
La portada del libro es una travesti gorda sentada en un sillón hablando por el móvil. Bajo la foto viene lo interesante, los nombres de todos los que participan en el libro y cuál es mi sorpresa al ver que entre ellos también se encuentra Juan Ernesto Artuñedo. ¡Bingo!
—¿Quién es Juan Ernesto Artuñedo? —le pregunto para ver si sabe algo de él.
—No lo sé. Vive en Valencia. Sólo le he visto el día de la presentación, nada más. Apenas nos saludamos.
—¿Y por qué colabora él también en el libro?
—Supongo que cosas de la editorial, no tengo ni idea.
—¿Puedo darme una ducha? Tengo que irme —le pregunto.
—Sí claro. Además he quedado en un rato y no quisiera tener que echarte, me parece muy violento.
—¿Un cliente? —pregunto inocentemente.
—¿De dónde has sacado eso?
—Lo siento, no quería ofenderte, pero oí…
—Yo que tú no me creería todo lo que cuentan.
—Sí, tienes razón.
—Tú eres policía, deberías ser objetivo.
—Lo siento.
—He quedado con Antonia Delata.
—Mejor ni te preguntaré quién es esa.
—Es un chico que colabora en la «La Mesa Camilla». Le he pedido que haga un artículo de unos conciertos para mi página.
—¿Qué es «La Mesa Camilla»? —pregunto sin entender nada—. ¿Si es un chico por qué se pone ese nombre?
—Lo del nombre son cosas de la noche, ganas de ser el más moderno… No sé.
—¿Y «La Mesa Camilla»?
—Es la web de referencia de todas las maricas, junto con «Viva el pop».
—¿Referencia de qué?
—Cosas de los ochenta, reportajes, anuncios, foros, comentarios…
—Bueno, voy a darme una ducha, necesito pensar un poco. Ah, el libro me lo llevo, puede darme algunas pistas.
Bésametonto me da una toalla para que me seque cuando acabe. Abro el grifo y el agua sale con tanta presión que casi duele, me encanta. Me doy una ducha muy caliente. Me gusta que cuando salga los cristales estén empañados. Mi recién follado e interrogado está limpiándose los restos de la follada. Ahora me siento mal porque no he podido contenerme. Acabo de romperle el culo a un posible asesino, porque todavía no se puede descartar a nadie y menos a él, que se nota que es un tío sin moral ni principios que ha tenido claro que iba a hacer cuanto pudiese por que me lo follara en cuanto le he dicho que era policía. Debería ser un poco más inteligente y saber mantener la bragueta cerrada. Esto podría traerme algún que otro problemilla.
—¿Qué piensas? —me pregunta—. ¿No te habrás enamorado?
—No te preocupes, no caerá esa breva.
—¿Qué pasa, que no follo bien?
—Sí, muy bien. La verdad es que se notan los años de experiencia.
—Entonces, ¿te ha gustado?
—¿El polvo?
—Sí.
—No ha estado mal.
—Podríamos repetirlo si tú quieres…
Antes de contestar llaman a la puerta.
—Salvado por la campana. No te escapes, voy a abrir —me dice.
Termino de enjabonarme. Me limpio bien la polla y el culo, no me gusta que queden restos. Comienzo con el enjuague. Me tomo mi tiempo, me gustan las duchas largas y relajantes, aunque esté en casa de un extraño. Después de haberle metido tu polla en el culo a alguien deja de ser un extraño. ¿Qué más vínculo que ese? Me ha entrado champú en un ojo y no veo nada. Me escuece. Oigo unos pasos sigilosos que se acercan hasta mí. Supongo que es el tío éste, que se ha quedado con ganas de más. Mi rabo empieza a subir de nuevo. Abro la cortina para hacerle notar que le he oído y que también estoy dispuesto, pero soy yo el que se sorprende. Alguien al otro lado me está apuntando con una pistola.
—¿Mulleras?
—¿Agente García?
—¡¿Qué coño haces tu aquí?! —gritamos los dos a la vez.
—Vístete —me dice y se sale del baño con cara de pocos amigos.
Cuando salgo del baño encuentro todo lleno de policías. Están por todas partes, haciendo fotos. No puedo evitar que venga a mi mente la imagen del día que encontramos a Giner muerto. No me gusta nada, algo me huele mal.
—¿Qué ocurre aquí? —pregunto—, ¿qué hace aquí todo el mundo?
—Bésametonto está muerto —me contesta mi agente favorito.
—¿Qué?
—Tienes derecho a un abogado, todo lo que digas puede ser utilizado en tu contra.