CAPÍTULO CUATRO: JUAN ERNESTO ARTUÑEDO

«Joder, es que todos los escritores sois igual.

¿Cómo?

Pues un ratito bien,

pero luego os volvéis insoportables,

cansinos a más no poder».

El último baile

«Me pongo de pie.

Bajo piratas y calzoncillos.

La coge con una mano y se la lleva a la boca.

Con la otra se toca. La saca.

Se recuesta en el sofá de rodillas

bocabajo con el culo en pompa.

Bajo pantalones y calzoncillos y me lo follo.

Me pide más. Pongo la cabeza entre sus piernas y la introduce en mi boca.

Le meto el pulgar por detrás.

Se mueve. No puedo respirar.

Aguanto hasta que se corre.

Mi boca llena de semen. Trago.

Salgo de sus piernas.

Me tumbo a su lado. Respiramos».

Peluche

«—Y te jode ¿no?

¿El qué?

Que no depende de ti

la imagen que otros tienen de ti.

Tal vez.

Eso es muy egoísta por tu parte.

¿Por qué me dices eso?

Porque los demás también

tienen derecho a opinar, a decidir.

¿Y por qué no les gusto?

La pregunta no es esa, la pregunta

es por qué te importa tanto no gustar».

Cazador

Llego tarde al entierro, después de la juerga de anoche me he quedado dormido. Esta mañana tenía una reunión con el agente García para repasar los resultados de la autopsia y no he ido. El cementerio está lleno de gente, hay cientos de personas. Me sorprende la cantidad de peña que ha venido a dar el último adiós al chico. Debía ser muy querido y muy conocido para este despliegue.

—¿Dónde te habías metido? —me regaña el agente García bastante enfadado.

—Es una larga historia.

—¿Te volviste a quedar dormido?

—Algo así.

—Llevo más de dos horas esperándote. ¿Te da igual o qué?

No le contesto. El que calla otorga. Ya le he dicho que lo siento. No le soporto cuando se pone condescendiente.

La primera vez que vi a mi compañero no me gustó nada. Incluso me pareció antipático, ahora cada día me da más morbo. Si él supiese… Hoy ha venido con un traje. Me encanta cuando viene con traje y corbata, le hace tan sexy. Por un momento pienso en arrancárselo todo pero luego me centro y escucho todo lo que me va contando.

—Tenemos que hablar —me dice.

—Te escucho.

—Tenías razón.

—¿Qué?

—No fue un suicidio.

—¿Cómo?

—Fue un asesinato.

—Sabía que había algo raro en todo esto.

—¿Cómo lo supiste?

—Por su mirada.

—No te entiendo —contesta García.

—Una persona que se suicida no te mira como si acabase de descubrir asombrado quién lo ha asesinado.

—¿Entonces?

—Está claro que quien se lo ha cargado le conocía.

—¿Por qué dices eso?

—La puerta no estaba forzada. Probablemente él mismo lo invitó a pasar confiado.

—¿Crees que estará aquí?

—Me juego la mano derecha y no la pierdo.

—¿Quién puede ser?

—A eso ya no puedo contestarte.

La gente llora, sumida en una profunda pena, la desaparición de Javier Giner. Gente de todo tipo. La más diversa fauna se ha dado cita aquí. Más que un entierro parece el acontecimiento del año. Actores famosos, cantantes, travestis… Lleno absoluto. Es la marabunta. En primera fila una señora llora en silencio. No cabe duda de que es su madre, por el parecido físico más que nada. Le digo a García que voy a echar un vistazo por si descubro algo. Nos separamos, cada uno en una dirección, cualquiera de los aquí presentes puede ser el asesino. Dos pasos después me tropiezo con alguien.

—Vaya, parece que el destino vuelve a reunirnos —escucho.

Me vuelvo para ver quién me está hablando y me encuentro nada más y nada menos que al chico que intentó ligar ayer conmigo en la barra del Strong y dejé que se fuese a su casa bien caliente. Lleva unos vaqueros y una camiseta negra que le marca los pectorales. Tiene cara de cansado, pero está guapo sin la gorra. Mucho más guapo a la luz del día que confundido en la noche.

—¿Qué haces tú aquí? —pregunto extrañado.

—Pues ya ves, en un entierro.

—Créeme que eres la persona que menos esperaba ver aquí hoy.

—¿Pensabas que no me verías más?

—No se trata de eso —le digo—. ¿De qué conocías al difunto?

—De salir de fiesta.

—¿Tú y él…? —curioseo.

—Nooo…

—¿Amigos?

—Sí, te repito que de salir de fiesta.

—¿Y quién es toda esta gente?

—Sus amigos, supongo. ¿Por qué haces tantas preguntas?

—Curiosidad.

—¿Tú de qué lo conocías?

—Aquí las preguntas las hago yo.

—Oye no te pongas chulo, ni que fueses madero.

—Está bien. Soy el agente Mulleras —le explico mientras le enseño la placa y lo cojo del brazo apartándolo un poco de la multitud.

—¿Qué? ¿He estado a punto de enrollarme con un poli?

—Tú lo has dicho, a punto. Pero para tu fortuna, no se dió el caso…

—Me largo.

—Tú no vas a ningún sitio.

—No quiero tener nada que ver con esto.

—Mira… No recuerdo tu nombre…

—Te lo dije anoche.

—Pues no lo recuerdo.

—JL. Todos me conocen como JL.

—Muy bien. Ahora tienes que ayudarme.

—¿Por qué yo? Si no me conoces —me replica.

—Pues por eso, porque siempre confié en la bondad de los desconocidos.

—No quiero que me vean hablando con un poli.

—Nadie sabe que soy poli. Escúchame bien. Javier no se ha suicidado como todo el mundo piensa.

—¿Qué? —me dice perplejo.

—Lo han asesinado.

—No me lo puedo creer.

—Pues empieza a hacerlo. Necesito que me expliques quienes son algunas personas porque creemos que el asesino puede estar entre nosotros.

JL se lo piensa un momento y decide colaborar. La sonrisa que tenía dibujada en su cara ha desaparecido y ese tonteo que pretendía tener conmigo también. Ahora me alegro doblemente de no habérmelo tirado, nunca se sabe, podría ser el asesino. No se puede estar jugando con fuego todo el rato, aunque reconozco que el peligro me pone mucho.

—¿Por qué hay tanta gente en este entierro?

—Javi era muy querido. Todo el mundo en Madrid lo conocía, era muy famoso en el mundo de la noche.

—¿Por eso hay tantas travestis? —pregunto.

—Por eso hay tanta gente famosa en general, te repito que conocía a mucha gente.

—¿Sabes si tomaba drogas?

—No tengo ni idea.

—¿Bebía?

—Supongo que como todo el mundo, aunque bueno, alguna que otra vez sí que lo he visto pedo.

—¿Borracho?

—Nada especial, todo el mundo descontrola cuando sale de fiesta.

—¿Quiénes son esos de ahí? —pregunto señalando a dos que van vestidos muy raro.

—Aviador Deluxe y La Tasero.

—¿Qué?

—Son sus nombres de guerra.

—¿De guerra?

—Así los conoce la gente en el mundo de la noche. Nadie sabe cómo se llaman realmente porque a quienes conocen es a sus personajes.

—¿Y esa?

—Roberta Marrero. Es dj y también canta.

—¿Y quién es ese gordo tan serio?

—Es Miguel G. Debe haberle pillado por sorpresa, a juzgar por su cara, se le ve muy afectado.

—¿Qué pasa, que tú te lo esperabas?

—No, pero hombre, sólo era un conocido, no puedo estar tan afectado.

—Ni siquiera parece que se te haya muerto un conocido —le increpo.

—¿Me intentas decir algo?

—Nada en absoluto. ¿No es esa la Terremoto de Alcorcón?

—Sí, eran bastante amigos.

—¿Y qué hacen aquí Alaska y su marido?

—Creo que Javi era muy amigo de Mario Vaquerizo.

—¿Tenía enemigos?

—Supongo que como todo el mundo.

—¿No sabes de nadie?

—No, te repito que todo el mundo le quería mucho.

—Pues está claro que alguien no le quería tanto.

Le pido el teléfono a JL y le digo que probablemente tendrá que ir a contestar unas preguntas para ayudarnos con el caso. Casi tengo que amenazarle diciéndole que si no colabora estará encubriendo al asesino y se le podría juzgar por cómplice. Me promete que irá cuando le necesitemos. Me reúno de nuevo con mi compañero y le cuento todo lo que he averiguado. No sé por qué razón, pero no le hablo de JL y el teléfono me lo guardo yo. Creo que en el futuro me será muy útil. En el coche, camino de la comisaría, me cuenta cosas de la autopsia:

—La autopsia dice que Javier murió la noche del lunes entre las nueve y las doce de la noche. La puerta no estaba forzada, así que está claro que él conocía a la persona que lo mató y por supuesto lo dejó entrar en casa sin ningún tipo de problema. Probablemente no era la primera vez que visitaba su casa. Estaba revuelta, como si alguien hubiese estado buscando algo, así que tal vez discutieron. Javier no tenía signos de violencia en su cuerpo ni pistas en las uñas que pudiesen llevarnos hasta el asesino. Hay una cosa que tenemos clara, tenemos que descartar a cualquier asesino heterosexual.

—¿Y eso? —pregunto sin entender nada.

—El asesino no le dio la mano a la víctima cuando se encontraron, no había huellas, por lo que suponemos que debió darle dos besos. Sólo una chica u otro chico homosexual le habrían saludado así.

—¿Cómo sabes que él era homosexual?

—Encontramos en su casa un viejo diario.

—¿Daba alguna pista?

—Sólo hablaba de viejas conquistas. El último pasaje que escribió estaba fechado hace un año y medio.

—¿Cómo lo asesinaron?

—Le asestaron un golpe seco en la cabeza.

—Vaya.

—Sí, el asesino tuvo suerte, probablemente ni siquiera pensaba matarlo pero cuando se dio cuenta de que su amigo no respiraba decidió colgarlo, fingiendo así un suicidio.

—No está mal.

—Desde luego que no. Pensaría que al ser un suicidio no se iba a hacer autopsia.

—Pues le salió el tiro por la culata. ¿Algo de sexo, drogas…?

—Nada.

—¿Entonces cuál puede ser el móvil?

—Yo creo, sinceramente, que buscaba algo que tenía la víctima y, como no se lo dio, pues acabó con él.

—Algo ¿como qué?

—No tengo ni idea. El caso es que en la casa se encontró en un cajón una buena cantidad de dinero y no se lo llevó.

—Tal vez no lo encontró.

—No, no estaba escondido. Se veía nada más abrir el cajón. Era otra cosa lo que buscaba.

García maniobra marcha atrás para poder aparcar el coche. Sus brazos se tensan mientras gira el volante de forma brusca. Bajo la tela del traje se adivinan unos bíceps bastante interesantes. Una vez en la comisaría descubro que tengo un post-it en mi mesa de los del laboratorio que dice lo siguiente:

«Soy Gregorio, del laboratorio. Tengo algo que puede estar conectado con el caso del chico del falso suicidio. Pásate o pégame un toque. Te interesará».

Inmediatamente llamo a Gregorio a su despacho y no pasan ni dos minutos cuando lo tengo delante de mí con una carpeta marrón que deja encima de mi mesa y abre para mostrarme unas fotografías:

—Varón, treinta y tres años. Apareció en Valencia hace dos semanas, aproximadamente.

—¿Y qué tiene que ver con esto? —pregunto sin saber a qué se refiere exactamente.

—También apareció colgado.

—¿Cómo?

—Efectivamente, otro falso suicidio. Después de hacerle la autopsia se descubrió que había muerto de la misma forma, un golpe en la cabeza. Este chico tuvo menos suerte. No murió de un sólo golpe, fueron varios, tenía la nuca destrozada y luego lo habían ahorcado también para que pareciese un suicidio.

—Entonces con Javier era reincidente, sabía exactamente dónde tenía que dar para no dejar marcas.

—Así es. A Javier lo encontró la asistenta, a éste lo encontró su marido que…

—¿Marido?

—Sí, estaban casados legalmente, fueron de las primeras parejas homosexuales que se casaron en Valencia nada más aprobar la ley del matrimonio homosexual.

—También gay. ¿Se investigó a su marido?

—Sí. De hecho, al principio nos despistó un poco el hecho de que el marido descolgase el cuerpo. Cuando llegué la poli tenía el cuerpo en el regazo y lo abrazaba llorando. Él nos dijo que se había desnucado al bajarlo, cuando le hicimos la autopsia nos dimos cuenta de que no era así.

—¿Por qué dijo eso?

—Si lo encontró de frente, no vería la herida. Supongo que se mancharía de sangre cuando empezó a besarlo y abrazarlo y por eso pensó que había sido él quien lo había desnucado. Por ahora está libre de sospecha. No había indicios que le apuntaran como posible asesino.

—Los dos eran homosexuales… ¿Se conocían? ¿Puede ser un crimen pasional?

—No se descarta, aunque no lo parece. De todas formas si fuese un crimen pasional sería porque hay un tercero en acción y tendríamos que descubrir quién es. La forma de actuar del asesino es fría y calculadora. Está claro que estaba premeditado. Primero practicó con el chico de Valencia y luego perfeccionó su puntería. Recuerda que a Javier lo mató de un sólo golpe. Creo que si no lo cogemos a tiempo podría convertirse en un asesino en serie.

—¿Cómo se llamaba el valenciano?

—Juan Ernesto Artuñedo.

—¿Y qué conexión encontramos con Javier Giner, además de la muerte? —pregunto.

—Ambos eran gays.

—Tiene que haber algo más. ¿Se conocían?

—No tenemos pruebas de ello todavía.

—Entonces está claro que tiene que haber algo más.

—Ambos eran escritores.