CAPÍTULO DOS: JAVIER GINER

«Míralo de esta forma: ya no tendrás que preocuparte por la soledad… Si esto continúa así, pronto moriremos».

El dedo en el corazón

«Escribo para olvidar.

O quizás para recordar con más claridad, no lo sé».

El dedo en el corazón

«Y sólo soy feliz cuando me miento»

Manifiesto marica

Cuando llego a la escena del crimen todo está revuelto. El agente García me pone al día de todo lo ocurrido. En el salón un chico joven ahorcado, una pena. No llega a treinta años y, la verdad, está bastante follable, aunque tal vez debería decir estaba, puesto que yace de cuerpo presente.

—¿Ha dejado alguna nota, algún indicio de por qué se suicidó? —pregunto.

—De momento no tenemos nada, no parece que haya nada raro —me dice el agente García.

La casa está revuelta, como si le hubiese dado un ataque de ansiedad o algo así antes de matarse y lo hubiese destrozado todo. Las estanterías vacías, los libros en el suelo. Muchos, cientos de ellos esparcidos. Capote, Cooper, Amis, Burroughs, Leroy, Hollinghurst… Todos por los suelos pero tan faltos de vida ahora como su dueño. Algunos están abiertos, otros han sufrido la amputación de sus hojas. La habitación entera está llena de papeles. El portátil se encuentra destrozado contra el suelo y la impresora también. Hechos añicos. Debe haberlos estampado él mismo. Parece como si hubiese tenido algún problemilla, tal vez cualquier tío del «Bakala» que le ha dado plantón. Estos jovenzuelos recién ascendidos de adolescentes se creen muy maduros pero a la primera de cambio pierden los papeles, y de qué forma. Me doy cuenta de que lo que estoy pensando es una banalidad y dejo de frivolizar con estos temas porque el pobre chico está muerto y ni siquiera sé si era o no marica.

Los flashes me deslumbran una y otra vez. El equipo de homicidios, mi equipo, está haciendo fotos de todo. Efectivamente soy policía. Soy el agente Mulleras y tengo fama de rodearme siempre de los mejores profesionales. Me gusta mi trabajo. Es cierto, y siempre intento rodearme de gente a la que le guste tanto como a mí. Llevo muchos años en la profesión pero todavía se me hace duro cuando veo muerto a alguien tan joven, aunque sea un suicidio, como es este caso. ¿Qué puede pasar por la cabeza de un chico tan joven para querer dejar de vivir? Tal vez fuera mal de amores, drogas, deudas, mafias… No tengo ni idea, pueden ser tantas cosas… Un día todo va bien y al siguiente se rompe el cable que hace que tu vida marche y con él todo se va al traste.

El cuerpo empieza a oler mal y una fina capa de moscas danza a su alrededor. No sé cuántos días llevará muerto. Eso debe determinarlo el forense cuando haga la autopsia. Uno de los policías que se encuentra buscando pistas empieza a encontrarse mal y vomita. La falta de experiencia te juega malas pasadas. A todo se acostumbra uno, a todo. Incluso a ese olor pestilente y abominable. Más tarde llora.

—¿Qué te ocurre? —le pregunto.

—No entiendo ¿por qué tanta maldad? —me dice.

—¿Maldad? ¿Qué quieres decir? —vuelvo a preguntar extrañado.

—Creo que alguien que antes de ahorcarse se entretiene en destrozar su casa, sus cosas y su vida es porque tiene un problema muy grande.

—¿Y qué tiene que ver eso con la maldad?

—No lo sé, pero es lo que pienso.

El agente comienza a llorar. Me parece surrealista todo esto que está ocurriendo. Creo estar delante del agente Andy, ayudante del sheriff Truman en Twin Peaks. La realidad siempre supera a la ficción, siempre. Si David Lynch fuese español ya sabría sin duda en quién se basó a la hora de crear a ese personaje.

El juez procede al levantamiento del cadáver, en este caso, a bajarlo del techo donde cuelga y danza de vez en cuando haciendo círculos.

Es difícil mantenerle la mirada a un muerto, pero más a este. Es como si antes de morir hubiese visto un fantasma, algo que no se esperase y exigiese, incluso muerto, una explicación. Las palabras del policía mojigato comienzan a tomar forma en mi cabeza. Ya no me parecen tan desencaminadas.

—¿Quién es? —pregunto.

—Aún no tenemos sus datos pero es un varón blanco, metro ochenta —contesta el agente García.

—Eso puedo verlo yo solito —le interrumpo—, pensé que podrías decirme algo más.

—No, aún no. En cuanto sepa algo te informo.

—Ok, voy a la comisaría, tengo que hablar con el jefe.

El ascensor tarda en subir y decido bajar por las escaleras, tampoco son tantos pisos. Mientras, sigo dándole vueltas en mi cabeza a su mirada. No sé, me suena mucho su cara, yo he visto a este chico en algún sitio. No recuerdo habérmelo follado ni nada de eso pero estoy seguro de haberle visto en alguna parte.

Me pongo el casco y arranco mi moto. La sensación de libertad que te da conducir no tiene comparación con nada. Me siento poderoso, seguro de mí mismo. Acelero por la autovía para sentir el aire en mi cara. Me gusta sentirme así, invencible, insuperable. Hay momentos en los que creo que nadie podrá conmigo.

Cuando llego al curro el agente García me está esperando. No sé cómo cojones lo habrá hecho para llegar más rápido que yo, pero encima tiene un montón de datos que poner encima de la mesa.

—Lo tengo —me dice.

—Desembucha.

—Se llamaba Javier Giner. Treinta años recién cumplidos. Estuvo mucho tiempo trabajando a las órdenes de un director de cine muy importante.

—¿Trabajaba en el mundo del cine? —pregunto curioso.

—Se ocupaba de las relaciones internacionales o algo así.

—¿Qué más?

—Llevaba varios años viviendo aquí en Madrid.

—¿De dónde era?

—Barakaldo, Vizcaya, y un dato curioso…

—¿Un dato curioso?

—Sí, había publicado una novela.

—¿Una novela? ¿Y qué tiene eso de curioso?

—No sé, pero me pareció que podía ser interesante —me dice.

—No entiendo por qué, pero bueno… Cientos de personas publican libros. En fin, vale, buen trabajo. Sigue investigando y si averiguas algo más…

—Descuida, en cuanto sepa algo te aviso.

—¿Cuándo estará el informe de la autopsia? —pregunto intrigado.

—Mañana por la mañana a primera hora.

—Perfecto.

—Lo entierran a las once y media de la mañana.

—Supongo que entonces mañana será un día largo. Tendremos que ir a controlarlo todo, tal vez alguien pueda darnos alguna pista.

—¿Alguna pista de qué?

—De por qué se suicidó —comento.

—Pero… ¿No te parece que eso se sale de nuestro trabajo?

—Sí, tienes razón. Es que hay algo en todo esto que me suena bastante raro.

—¿Raro?

—Sí —afirmo contundentemente.

—¿Qué hay de raro en que un chico se suicide? Es algo que pasa todos los días.

—Su mirada.

—¿Qué?

—Una persona que se suicida no te pide explicaciones con su mirada —increpo.

El agente García se queda dubitativo y yo decido volver a casa a la espera de nuevas noticias.

El día ha sido bastante largo. De camino a casa pillo un kebap en un turco y algo de hachís. Después de cenar me preparo un porro bien cargado. Al contrario que a la mayoría de la gente a mí me despeja, me ayuda a pensar, me deja ver las cosas desde otra perspectiva, otro punto de vista.

Me encanta cómo huele el hachís, y parece que a mi vecino también porque en cuanto le llega el olorcillo se presenta en casa. Siempre ando desnudo, me gusta pasearme como Dios me trajo al mundo. Me pongo un pantaloncillo corto de esos de hacer gimnasia y abro la puerta.

—Hola.

—Hola Sergio —saludo.

—He alquilado la última película de François Ozon y pensé que tal vez te apetecería verla.

—Claro, pasa —le digo mientras me aparto de la puerta y dejo la entrada libre, no sin antes dibujar una sonrisa en mi cara correspondiendo a la que él lleva dibujada en la suya.

Sergio pasa y se queda de pie en medio del salón, como cortado.

—No te quedes ahí como un pasmarote. ¡Siéntate! —le grito amistosamente.

—Gracias —me dice tímido.

—¿Quieres? —le pregunto tendiéndole el porro.

—Sabes que sí.

—¿Qué pasa, que lo hueles desde tu casa o qué? —interrogo mientras me río.

—Bueno, ya sabes…

—No, yo lo único que sé es que es encender un porro y sonar el timbre.

—Bueno vale, soy un poco fumeta.

—¿Un poco fumeta? Tú lo que eres… Mejor me callo —suelto mientras ambos nos reímos y nos seguimos pasando el canuto.

—Peor es lo tuyo —me dice al rato.

—¿Por…?

—Coño, porque eres poli.

—¿Y qué tiene eso que ver?

—Se supone que arrestas a la gente que trafica con drogas y luego tú eres un consumidor.

—La droga debería estar legalizada.

—¿En serio? —me pregunta.

—Ahorraría muchos problemas a esta sociedad.

—¿Qué problemas?

—No tengo ganas de hablar de eso.

—¿Pongo la peli?

—Hoy he tenido un día horrible —comento.

—¿Has matado a alguien?

—No, peor. Hemos encontrado un muerto.

—¿Y por qué es peor?

—Porque cuando lo matas tú sabes por qué lo haces. Porque probablemente algo ha hecho mal, está a punto de hacerlo o va a matarte él a ti. Cuando lo encuentras y ya está muerto hay que averiguar por qué lo está y eso puede deberse a muchos más factores.

—Joder, vaya mierda, creo que no podría hacer tu trabajo.

—Ni yo el tuyo. Cada uno tiene lo que quiere —sugiero amablemente mientras doy una larga calada.

—Oye pásalo, que eres un agonía.

—Perdona pero es mi porro.

—¿No querías compartirlo?

—Tendrás morro, anda acábatelo y pon la peli, que me está entrando sueño.

—Vale.

Sergio da una última calada al cigarrillo de la risa y lo aplasta contra un cenicero. Mete el DVD en el reproductor y busca el mando.

—Lo tengo yo —le digo.

—Ah, vale.

—Espero que esté bien la peli.

—Calla que empieza.

—«Cazzo, presents» —leo en la pantalla.

—¡Mierda! —grita Sergio.

—¿Qué ocurre? —pregunto intrigado.

—Creo que me he equivocado de película.

—¿Y eso?

—No sé, no me di cuenta.

—Joder, vaya si te has equivocado.

—Es una peli porno —me especifica.

—No hace falta que me lo digas, ya me había dado cuenta.

—Creo que debería resarcirte por mi error —me dice Sergio.

—¿Qué vas a hacer?

—Tú déjame a mí.

Sergio se abalanza sobre mí y comienza a besarme. Sus labios son carnosos y su lengua muy húmeda. Tengo que reconocer que me encanta cómo besa. También me gusta que cada vez que encienda un porro aparezca en mi casa con la excusa de ver una película que ha alquilado. Siempre trae una porno.

Le gusta morder más de la cuenta y no entiendo por qué, pero eso tiene un efecto en mí que me pone muy cachondo. Apenas me ha mordido un par de veces, me ha dado dos besos y me ha metido la lengua en la boca, cuando mi verga ya está apuntando al cielo. Mi vecino no tiene un cuerpo diez, al contrario, incluso le sobran algunos kilos, pero sabe cómo jugar para parecer y ser morboso. Jugar, de eso se trata. El sexo es un juego, siempre. A veces me divierto más follando con él que con el mejor de los trofeos que pille en cualquier garito.

El porro también me pone muy cachondo, no sé por qué. Me hace follar sin parar. Una y otra vez, una y otra vez, sin parar. El jovencito está sentado encima mío mientras me besa y me muerde. Yo no puedo resistirlo y le arranco la camiseta. Tiro con todas mis fuerzas hasta que consigo romperla por la espalda, dejándole con el torso desnudo. Él gime, no se lo esperaba, pero parece que le ha gustado. Lo beso y con mi mano abarco una de sus tetas, que son grandes y pronunciadas.

Su boca succionadora recorre ahora mis tetillas, con cuidado, porque sabe lo de mi piercing. Yo sé que no estará mucho por ahí, porque sé cual es el punto débil de mi amigo. Mi rabo le vuelve loco. Dicho y hecho. Me pongo de pie para que le sea más fácil el acceso y, en vez de bajarme los pantalones, empieza a mordisquear con sus enormes labios la silueta de mi polla. Siento cómo palpita en su boca. Cuando ve que tengo los ojos en blanco de lo caliente que estoy y ya me ha dado varios suculentos bocaditos, baja mi pantalón e intercepta al vuelo aquel cacho de carne, que va a parar directo a su garganta. De un trago, hasta el fondo. Su lengua se enrosca como si de una serpiente venenosa se tratase. Aprieta mi nardo y lo intenta asfixiar. Parece que quisiese dejarlo seco, sacar hasta la última gota. La chupa rápido, luego más despacio, cambiando el ritmo. Entera y luego sólo la punta. Sabe cómo me gusta y cómo tiene que hacerlo para no dejarme correr. Con su mano agarra mis pelotas. Su lengua se pierde bajo mi prepucio buscando algún escondite secreto y con el piercing que tiene en ésta juega con mi frenillo. Más tarde recorre con la misma las venitas que habitan mi aparato, ahora duras y tensas. A Sergio le gusta que me haya afeitado los huevos, les dedica una atención especial cuando nunca antes les había hecho mucho caso. Su lengua es el arma más poderosa que posee. La forma de lamerme los huevos me lleva al cielo. Con una de sus manos estruja mi falo chupando todo lo que sale de la punta, transparente y limpio, elixir sabroso. Su mano sube y baja a lo largo de mi porra. Con cada bajada mi glande queda al descubierto y cada vez que esto ocurre lo lame. Estoy a punto de correrme y él lo sabe, por eso abre su boca y, poniéndola bien cerca, me indica lo que quiere que ocurra a continuación. Mis gemidos de placer son la banda sonora de la historia. En la pantalla hay un tío haciéndole a otro un fist fucking. En la vida real el cabrón de mi vecino me está haciendo la mamada del siglo. No puedo más, noto la contracción en mis pelotas y comienzo a correrme. Lo hago abundantemente. El primer chorro en su cara, el resto en su boca. Sergio traga sin pensar. No le hace ascos a mi leche, al contrario, parece que le encanta. Cuando deja de brotar aquel fluido blancuzco vuelve a meterse mi pepino en su boca y lo deja bien limpio, reluciente.

—Cabrón, vaya boca que tienes —le digo mientras intento recuperar el aliento.

—¿Te ha gustado?

—¿Que si me ha gustado? Me ha encantado. La chupas de vicio.

—Me alegro. Ahora debo irme.

—Espera ¿y tú? —pregunto señalando el bulto que provoca su erección.

—Tengo que irme, otro día.

—¿Seguro?

—Sí, no te preocupes. Me esperan en casa.

—Vaya, pues gracias —le digo extrañado.

—A ti, por invitarme a pasar.

—El gusto es mío.

Una vez sólo, y con mi pene de nuevo en reposo, me hago otro porro. Esta vez me lo fumo solo, pausadamente, disfrutándolo. Noto cómo los ojos me hacen chirivitas y la cabeza se me va un poco. Hace calor, me apetece salir. Me visto y me voy de caza. A esta hora el Strong ya está abierto.