CAPÍTULO UNO: EL AGENTE MULLERAS

«La verdad varía dependiendo

del punto de vista de quién la cuente».

Mi polla sigue dura. Abro los ojos, bostezo y me estiro. Mi mandíbula se abre casi tanto como se estiran mis brazos y mis piernas. Hace apenas dos horas que me he acostado pero me he despertado y sigo cachondo. Mi cama huele a sexo y en mis sábanas las pruebas orgánicas de lo que ha ocurrido hace un rato. Me gusta el olor de las sábanas sudadas, me gusta el olor del semen, me gusta el olor del sexo. Me encanta follar. Soy un puto y jodido cerdo y lo peor es que me encanta serlo.

Antes de levantarme jugueteo un poco con mi polla. Me gusta cogerla a través de la sábana, el tacto es extraño pero agradable. Me la meneo un poco. Me he despertado con ganas de juerga a pesar de la fiestecita que me pegué anoche. Me paso la otra mano por el pecho. Mis pezones son mi punto débil, así que me encargo de darles un poco de atención y, por supuesto, de hacérselo saber a todos mis amantes. Tu cuerpo está hecho para el disfrute de otros pero también para el tuyo, así que el que quiera follar conmigo debe estimularme los pezones. No hace falta que me los estiren como si quisieran arrancármelos. No, no hace falta, no se trata de eso. Si los acarician suavemente se darán cuenta de lo agradecidos que son pues, nada más rozarlos, se alzan erectos al encuentro de quien los llama. Digamos que soy de erección fácil. Un poco más abajo tengo el mismo problema (o la misma facilidad, depende de cómo se mire): un roce, el más insignificante, y conecta el mecanismo…

Me destapo del todo. Echo a un lado la colcha y las sábanas y me toco de nuevo, esta vez sin obstáculos. Piel sobre piel. Me mojo dos dedos con saliva y los llevo a mis tetillas, jugueteo, pellizco… Recorro mi pecho, bajo por mi abdomen. Enredo los dedos en mi vello púbico, que parece más largo de lo que acostumbro a llevarlo, y por fin llego a ese mástil que se mantiene enhiesto. Mi herramienta es bastante aceptable. No es una monstruosidad de esas que tienen algunos que se ven en las saunas y sitios así, pero no está mal. Bastante compensada en lo que a largura y grosor se refiere. Una de las cosas que más me gustan es que no estoy circuncidado y eso me permite juguetear. Vuelvo a humedecer mis dedos y uno de ellos lo meto entre el glande y el prepucio. Acaricio el frenillo, suavemente. Con mi dedo rodeo el glande, que sigue envuelto en ese pedacillo de piel que parece que no sirve para nada pero que me ha regalado tantos ratos de gozo. Una gota transparente hace presencia en la punta. Con mi dedo la extiendo, luego la saboreo. Me gusta el sabor agridulce que tiene, y su textura… Me gusta su toquecillo salado, me gusta el sabor que deja en mi boca. Soy un cerdo y me gusta serlo. Ahora me rodeo todo el rabo con la mano. Sobresale un buen trozo. Con los dedos cerrados empuño el arma del placer y con la yema del pulgar recorro mis venitas hinchadas, dispuestas a explotar si alguien no hace algo para aliviarlas. Con la otra mano bajo a mis huevos: grandes, redondos, peludos, señoriales… Hace menos de dos horas que me he corrido y ya tengo ganas de hacerlo de nuevo. Soy un puto enfermo sexual. Debería tener la polla dolorida después de la sesión de sexo que me pegué anoche con esos dos tipos, pero no es así. Sigo cachondo y empalmado. Quiero volver a correrme. Quién me iba a decir a mí que cuando entré en aquel garito iba a salir de allí con dos pedazos de maromos a los que me iba a follar durante toda la noche…

Miro el reloj y empieza a hacerse tarde, suelto mi nabo y hago unos cuantos abdominales. Con cada embestida se clava duro en mi abdomen. Mi erección se hace más consistente. Tengo treinta y cinco años y amigos mucho más jóvenes que yo que no se hacen más de una paja a la semana. Yo no podría vivir sin sexo. Necesito follar todos los días y, si es posible, más de una vez. Para mí es tan necesario como comer, como respirar… Aunque haya gente que no lo entienda. Por un momento pienso en intentar chupármela a mí mismo, como en la película de Shortbus. ¡Joder!, que morbazo me da cuando uno de los protagonistas se hace una autofelación para acabar corriéndose en su propia boca. Pensarlo me pone muy burro. Por más que lo intento no llego a chupármela, aunque bien sabe Dios que lo he intentado una y mil veces y siempre con resultado negativo. Ahora es el turno de las flexiones. Mis brazos aguantan todo el peso de mi cuerpo y con cada bajada mi miembro, que sigue bien duro, toca el suelo, que está helado, con la punta. Un escalofrío recorre mi cuerpo y la dureza empieza a aflojar. Como si de un globo se tratase, se va deshinchando, poco a poco, hasta que queda lacio, blando, muerto. La tensión de mis músculos es la antítesis de lo que es ahora mi rabo. Un recuerdo, aquella dureza se convierte en un recuerdo, porque he parado. Ahora mi glande está cubierto totalmente por el prepucio. Mi colita se ha hecho más pequeña. Mis pelotas siguen igual: grandes, redondas, peludas, señoriales… Otra gota transparente mancha el suelo, la dejo ahí y no me molesto en limpiarla. Se me hace tarde.

Vivo en un pequeño apartamento en el centro de Madrid. No es propiedad, es de alquiler, pero llevo mucho tiempo viviendo aquí. Es de renta antigua, así que me sale bastante barato, tuve suerte. Durante un tiempo estuve follando con uno de los hijos de mi casero pero luego se casó y ya no me apetecía seguir clavándosela. Los hombres casados pierden el morbo en cuanto empiezan a comportarse como si fuesen sus esposas. Si un tío me suelta que quiere ser mi putita no me pone nada, al contrario. Los tíos me gustan tíos. Que te guste que te den por el culo no significa que te tengas que comportar como una mujercita. A todo el mundo le gusta que se la claven de vez en cuando. Al menos, a mí sí, aunque muy de vez en cuando. Abro las ventanas de mi habitación para que se ventile y quito las sábanas.

Al ponerme de pie noto un tirón en los pelos del pecho. Son los restos de la leche de alguno de mis amantes con los que me monté un trío hace un rato. ¡Vaya polvo! Uno era de Europa del Este, no sé muy bien de qué parte porque apenas chapurreaba el español y no le entendía muy bien. Tampoco me molesté, para qué engañarnos. Lo que sí hay que dejar claro es que la lengua la movía como nadie y se tragaba mi polla entera, como a mí me gusta. El muy cabrón tenía experiencia. También yo hice lo propio con su rabo, que era bastante grande, aunque no tanto como el mío. El otro era un chico español, creo que se llamaba Luis o algo así. La tenía más bien pequeña, pero daba un poco igual porque era un pedazo de pasivo. Lo suyo era ser follado, y de qué forma nos lo follamos… Le dejamos contento. Me encantan los tíos que por más que se la metas nunca se cansan. Es como si no se saciasen, como si su culo estuviese hecho de un material diferente al del resto de los mortales. Luis quería más y más y más, hasta el punto que llegó un momento en que el extranjero y yo le insertamos la polla a la vez. Nunca antes había practicado la doble penetración, pero la verdad es que mereció la pena. El chaval, que tendría como unos veinticinco años, tenía los ojos desencajados pero nos pedía por favor que no se nos ocurriese sacar nuestros cipotes de su agujero.

El tío estaba tumbado, el pasivo encima de él y yo detrás. Las dos pollas entraban en aquel culo cada vez menos estrecho, rozándose una contra otra y los pelos de sus pelotas rozaban las mías poniéndome bien cachondo. A cada entrada y salida notaba cómo mi aparato se restregaba con el de aquel chico del Este. Polla contra polla, juntas, entrando y saliendo a la vez del mismo culo. La estimulación era doble. Estaba claro que el niñato podía con los dos y también quedaba claro que no era la primera vez que hacía esto porque se le veía muy suelto. Mientras nos lo follábamos salvajemente, tal y como nos pedía, él se masturbaba.

—Vamos, rompedme el culo cabrones. No paréis de follarme. Quiero sentirme lleno, quiero que me llenéis bien el culo —gritaba sin cesar.

Luego se escupió en una mano y empezó a machacarse aquella pollita que tanto se diferenciaba en tamaño con las nuestras. No tengo muchos problemas para aguantar a la hora de correrme pero esta situación se me salía un poco de madre. Cuando veía en el espejo la cara de este cabrón, cómo se retorcía y cómo disfrutaba, la forma de morderse el labio, de masturbarse… No sé, me estaba volviendo loco.

El extranjero y yo le sacamos la polla del culo, a pesar de su insistencia porque no lo hiciésemos y se las metimos en la boca. También tenía buenas tragaderas y, de hecho, degustó el menú sin protestar. Se lo comió todo. Los dos rabos se sentían más sueltos en su boca que en su culo pero, aun así, se retorcían uno contra el otro. Mi amante pasivo, y ahora mamador, dejaba caer enormes lagrimones por su cara, pero en ningún momento permitió que esto fuese obstáculo o impedimento para seguir con su tarea. Ni sensación de fatiga ni de cansancio, este hijo de puta podía con lo que le echasen. Su lengua se enroscaba entre nuestras pollas. Era suave y húmeda y de su boca caían las babas con las que nos lubricaba los cojones.

El extranjero se corrió primero. Un chorro largo, abundante y espeso se adentró en su garganta, el resto sobre su lengua y labios. Mientras veía aquella exhibición de fuegos artificiales yo golpeaba la mejilla de aquel cabrón al que nos acabábamos de follar con mi rabo. Mi glande daba contra sus carrillos y él gemía, ahogado por la mamada, la leche y el maltrato. No pude aguantar más y exploté. Mi leche saltó a su cara, varias veces, varios chorros. Su barba quedó pringosa y cubierta por mis posibles hijos. Él se relamía, tragándose todo lo que encontraba a su alcance. El pollón del Este empezó a morrearlo y a limpiarle con su propia lengua los restos que quedaban en su cara. Lengua contra lengua. La saliva de ambos se mezclaba en un cóctel compuesto de diferentes lefas, la suya propia y la mía. Juntos terminaron de limpiarme el sable sacándome hasta la última gota. Creo que ha sido una de las corridas más abundantes que he tenido en mi vida. Era increíble la cantidad de semen que salió. Qué delicia es sentir dos bocas a lo largo de tu enorme mástil, relamiéndolo y limpiándolo. A pesar de lo sensible que se me queda cuando eyaculo me gusta la sensación de tener una lengua acariciando mis testículos, mi glande, mi prepucio… Cuando empecé a correrme también empezó a hacerlo Luis. De su pequeña pollita salían también pequeños chorritos de lefa, todo en conjunto. Hay gente que tiene muy claro para lo que ha nacido y este chico está claro que lo ha hecho para mamarla y ser follado, básicamente. Fue una noche inolvidable, de esas que hacen historia. Por eso no entiendo por qué me he despertado empalmado de nuevo.

Mi apartamento es un puto caos. Mi casa es reflejo de mi vida: un desorden crónico. Un desorden ordenado donde sólo yo encuentro lo que busco. Nunca podría vivir con nadie. Dudo que se acostumbrase a este batiburrillo de cosas que no tienen sitio y van rondando de un lugar a otro, de la mesa al sofá, del sofá al mueble… Pero yo tampoco podría permitírselo a nadie. Así que sigo soltero, pero no entero, eso está claro. Me gusta follar sin complicaciones, placer por placer, como decía aquella canción. La principal diferencia entre follar y hacer el amor es que cuando haces el amor conoces el nombre y apellidos de la persona con la que estás. Por eso prefiero follar, porque los compromisos me tocan las pelotas y mi interés por el nombre de mis amantes es bastante insignificante, nulo, por no decir que carezco de él. Lo veo algo totalmente innecesario. No necesito saber cómo te llamas para poder chupártela. El sexo es sólo sexo y tiene la importancia que se le quiera dar. No pretendo ni necesito que nadie me regale la luna para poder follar. No me prometas nada que no te he pedido. Ven, echamos un polvo y lárgate. Una vez que me he corrido estorbas en la cama. A veces dos son multitud.

Doy al «play» y comienza a sonar Moby. Me encanta la canción «Lift me up». Cuando va por la mitad me da pereza y cambio el disco. No termino de oírla. De repente, me apetece escuchar a Bowie.

Acordándome del trío sólo he conseguido que mi pequeño amigo vuelva a estar en pie de guerra. Desnudo, me dirijo al baño mientras noto cómo aquel cacho de carne que sobresale de mi cuerpo tan duro como si llevase un hueso dentro se balancea arriba y abajo con cada paso que doy. Es una situación rara, no sé si es molesta o no, pero sí que es rara.

Me miro desnudo al espejo y no me veo mal. Poseo un buen cuerpo. Mi trabajo me cuesta mantener los abdominales. Tengo una buena tableta. Algunos dicen que soy creído y prepotente. Puede ser, pero tengo razones.

Llevo barba de varios días que, lejos de darme aspecto de sucio como a mucha gente, a mí me da un rollo a lo tío duro que mola bastante. Mi mandíbula es muy cuadrada y esto también gusta, lo noto en las miradas de los otros. Suelo verme guapo en los ojos de los demás. Más que guapo, atractivo, morboso tal vez. Mi nariz es grande y mis labios carnosos. Mis ojos son marrones, normales diría yo, aunque los hay que dicen que tengo mirada penetrante. Desafiante, más bien, pero eso también se debe a la cicatriz que tengo de cuando me partí la ceja. Llevo la cabeza al uno. Me encanta la sensación de pasar la mano o la lengua por una cabeza rapada. Mido aproximadamente un metro ochenta y cinco y no sé cuánto peso, pero supongo que debo estar muy cerca de mi peso ideal, al menos eso es lo que parece observándome en el espejo. En la tetilla izquierda tengo un piercing recién hecho que aún me duele. Por eso cuando me masturbo ese pezón ni me lo toco y si lo hago es de forma muy suave. Esperaré mejor a que se cure. Tengo los pezones muy sensibles y el pendiente lo acentúa aún más. Mi pecho y mi abdomen están cubiertos por una fina capa de pelo, no mucho, el necesario. Odio a los tíos que van todo depilados y se les queda la piel como si fuesen una gallina a la que acaban de desplumar, pero tampoco me gustan esos a los que no se les ve la piel de tanto pelo que tienen. Me gusta el pelo pero no en exceso. Las cosas en exceso nunca son buenas. Mi culo está duro y firme, es lo que más me curro en el gimnasio. Me gusta que la peña se ponga cachonda al tocarlo y quieran rompérmelo. Rara vez me dejo. El ansia que les provoca mi negativa me excita muchísimo. Tal vez ahí sí tenga demasiado pelo, no lo sé. Tampoco nadie se ha quejado nunca. Como decía no estoy mal de cuerpo, ni de manubrio, ni de culo, pero lo que más me gusta de mi cuerpo con diferencia son los tatuajes. Tengo varios, me vuelven absolutamente loco. Desde mi punto de vista no hay nada más morboso que un tío rapado, con buen cuerpo, con un piercing en el pezón y lleno de tatuajes. Conmigo funciona. Llevo una especie de tribal que abarca desde el hombro hasta medio brazo, llegando también hasta casi el cuello. Tengo otro en un muslo, ocupándolo hasta la rodilla y otro donde la espalda pierde el nombre, que pone «love» en letras góticas. Todavía no tengo muy claro porqué me puse esa palabra pero supongo que uno echa de menos lo que no tiene. En este momento no lo tengo pero es que tampoco lo quiero, no lo tengo nada claro. Mis pies son grandes y mis piernas fuertes. Uso un cuarenta y cuatro. En definitiva, me gusto a mí mismo, me gusta mi cuerpo y eso me da seguridad, y se nota. Siempre consigo lo que quiero, siempre. Así que procura no olvidarlo.

Bowie grita en la sala mientras estoy sentado en la taza del inodoro. Tiro de la cisterna y me vuelvo a mirar en el espejo. Pongo mi nabo y mis huevos en el lavabo y los mojo. Agarro la espuma de afeitar y la extiendo bien por mis pelotas y la base del rabo. Voy a afeitarme las bolas. Se lo he visto a algunos tíos en el gimnasio y me gusta cómo queda.

La espuma está fría pero más lo está el mármol, o de lo que coño sea mi lavabo, porque al plantar los cojones he dado un respingo. Nunca antes me los he afeitado pero hoy me apetece hacerlo.

Apoyo la cuchilla sobre la piel y me tiembla un poco el pulso. Respiro hondo y comienzo la faena. Agarro mis testículos con una mano estirando la piel para poder pasar la gillette fácilmente. El filo está helado. Un nuevo escalofrío vuelve a recorrer mi piel, produciéndome cosquillitas en los huevos. Me gusta la sensación de pasar la maquinilla, me excita, me pone lo peligroso. Siento una mezcla de miedo, grima y morbo. Voy quitando cremosas capas para dejar al aire mi piel blanca. Enjuago la cuchilla en el agua, que está muy caliente, y vuelvo a empezar, una y otra vez, hasta que no queda espuma, ni pelos, ni nada, sólo piel, la piel de mis enormes huevos. Con la mano derecha tiro del glande. Ahora voy a afeitarme la base del pene, así se verá mejor y nadie tendrá que escupir pelos cuando me la esté chupando. Podría decirse que estoy haciendo un bien social.

Me despisto pensando en tonterías y hundo la cuchilla más de lo que debería. Me hago un corte. La sangre no tarda en brotar. Es un cortecito de nada pero la sangre es muy escandalosa. Me la limpio con los dedos y al soltarme el miembro me doy cuenta de que se mantiene solo. Esta situación me ha excitado bastante. Vuelvo a estar empalmado. No sé si ha sido sentir un objeto cortante o el corte en sí, pero mi polla está mucho más dura que antes, cuando me desperté. Finalizo el corte de pelo y me observo en el espejo, de un lado, del otro, pero soy incapaz de ver cómo ha quedado de frente, porque sigo en pie de guerra. Mi entrepierna está salvaje, parece que tenga vida propia. Cojo el pene y lo hecho para abajo haciendo fuerza, me veo y me gusto. Mi polla y mi mano se enzarzan en un pulso para demostrar quién puede más. Gana mi rabo. Al soltarlo golpea fuertemente mi bajo vientre, como una catapulta.

Me meto en la ducha dejando correr el agua por mi «nuevo» cuerpo. Es increíble la sensación de desnudez que te aporta el hecho de no estar acostumbrado a no tener pelo en determinadas zonas. La piel está muy sensible y el corte me escuece un poco, pero sigo excitado, cada vez más, no puedo soportarlo. Con el grifo abierto y el agua cayendo sobre mi cuerpo empiezo a masturbarme.

Una mano recorre mi polla de arriba a abajo otra vez como tantas otras lo ha hecho. Se conocen bastante bien. Mis manos saben dónde y cómo posicionarse para llegar al éxtasis cuanto antes. Mi otra mano recoge mis pelotas, ahora sin pelo, y las acaricia, suavemente. Juega con ellas, las aprieta en la base, las estira…

Levanto mi brazo y huelo mis axilas. Siguen oliendo a sexo, el pasivo del trío me las estuvo lamiendo un buen rato. Vuelvo a acordarme de la follada que le hemos echado entre el extranjero y yo.

Recuerdo cómo el que no hablaba español me desabrochó los vaqueros de un tirón y se tragó mi polla entera, cuando saltó hacia fuera deseosa de caricias. Hasta las amígdalas y sin que las más remota sensación de fatiga se reflejase en su cara. El muy cabrón sabía lo que se hacía y con su lengua relamía mi glande, lo succionaba.

Se la metí a Luis sin lubricante y sin resistencia, porque es uno de esos culos que han nacido para eso, para ser follados una y otra vez, sin necesidad de miramientos, sin «despacio que me duele», ni «poco a poco». De una vez, entera. Unos veinte centímetros de carne insertados a golpes y de golpe en un culo que ardía de lo caliente que estaba. Ese culo necesitaba ser follado desde hacía un buen rato y yo sólo hice lo que él me pedía, follármelo. Luis abría con sus manos sus cachetes y dejaba a la vista su ojete, rosado y hambriento.

Antes de metérsela no pude evitar comerle ese culito. Mi lengua se abría paso en aquel laberinto de placer. Me gusta comerle el culo al tío al que me voy a follar, sobre todo si sus ojos se quedan en blanco, como le pasó a él. Disfruto mordiéndole los cachetes, escupiéndole en todo el ojete, oyéndole suplicar que se la clave de una vez… La primera vez que se la metí me sentí tan bien dentro que pensé que no querría sacársela en toda la noche. Lo tenía a cuatro patas en mi cama y mi rabo entraba y salía de su culo con una facilidad pasmosa. Las embestidas eran tan fuertes que mis pelotas golpeaban contra las suyas. Luis hincaba la cabeza en el colchón unas veces, otras se metía en la boca la herramienta del sin nombre, que ya empezaba a tener ganas de coger el relevo para poder entrar en aquella cueva.

Mis manos agarraban su cintura, atrayéndolo hacia mí. Quería sentir el final de aquel culo, quería meterla hasta el fondo y sólo paré de empujar cuando noté mi polla entera dentro de él. Alterné las embestidas con algunas palmadas en sus cachetes, que se ponían rojos. Luis con cada hostia gemía más y más.

Estoy recordando esto y parece que lo estoy viviendo de nuevo. El gel de baño hace que mis manos resbalen más de lo normal. Las gotas transparentes que nacen en mi punta también ayudan a ello. Estoy muy, muy cachondo. Noto cómo mis pelotas se encogen y suben. La bolsa que las envuelve ahora no cuelga tanto como antes. Una corriente eléctrica recorre mi cuerpo y mi polla. Mi leche comienza a salir a borbotones, salpicando las paredes de la ducha.

Los cristales transparentes acogen como inquilinos estos chorros espesos que no se van con el simple agua que cae. En la sala, Bowie canta el «Rebel, Rebel», parece que también lo estuviese celebrando. Y de nuevo ese olor a sexo que tanto me gusta hace acto de presencia. Me gusta cómo huele la leche, mi leche. Me gusta cómo sabe… Siento que me mareo. Cuando tengo orgasmos muy intensos me mareo y tengo que tumbarme antes de perder el conocimiento. Muchos de mis amantes se asustan cuando esto me sucede. No es típico, pero es cierto que me ocurre. Juro que no exagero nada. Me siento en el plato de ducha, el agua cae sobre mí espabilándome. Mi nácaro vuelve a lo suyo, a su tamaño habitual, poco a poco, con paciencia. La misma paciencia que yo he tenido para disfrutar de esta corrida. Hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien con una simple paja.

Termino de enjuagarme y salgo. Mientras me seco con la toalla suena el teléfono.

—¿Agente Mulleras? —preguntan al otro lado de la línea.

—Sí, soy yo.

—Soy el agente García. Venga cuanto antes, ha aparecido un tío muerto.