Noble princesa, sobrina de Al-Mutasim
de Almería. Año 455 de la Hégira
Amigo mío, decídete, besa mi boca y no te marcharás, tierno amado mío, ven, tráeme tus ojos hechiceros, dulce morenito, qué suerte la del amante que duerma contigo…
La esclava Al-Nadá, ama de Umm al-Kiram desde que naciera, que la crió y la cuidó y la tuvo a su cargo bajo precio de su persona, revolvióse sobre sí misma y clavó sus ojos de ámbar en la muchacha, que despistadamente jugueteaba con el agua del estanque en el jardín. ¡Que Alá se apiade de ti, muchacha inconsciente que va a quitarme la vida! Al-Nadá gritaba agitando sus brazos y se había arrodillado sobre la hierba y no paraba de forzar su viejo cuerpo en gestos desproporcionados que más que abluciones de oración, parecían ser hechos para provocar la risa de su ahijada. ¡No hubiérame permitido Alá escuchar tus palabras si en verdad Él me amase! ¡Tamaño desacierto, semejante oprobio para tu familia no quiera Él que sea puesto en oídos de tu padre, y menos todavía en el de tu tío Al-Mutasim, bienhallado, señor de Almería, príncipe elegido por Alá, benefactor de tu familia, dueño de este palacio de Al-Sumadihiyya que tú habitas, tan regaladamente, y donde he pasado toda mi vida, a punto de extinguirse con lo que acabo de escuchar por tu boca!
Umm al-Kiram suspiró por toda respuesta, entornando sus bellísimos ojos azules, tan bellos y tan azules que parecían el puro reflejo del agua al pasar bajo dellos. La vieja esclava Al-Nadá seguía sacudiendo su gordura pretendiendo lograr la disculpa de la niña, y como no lo consiguiera, y como ya se le agotaran las ganas de gritos y sus carnes se le resistiesen a seguir por los suelos, determinó sosegarse un momento y recomponerse para ir junto a su mimada Umm y que ella le explicase el afán de esos versos descarados. Niña mía, motivo de mis desvelos, perla de la noche de mi existencia, que Alá guarde a las dos, a la perla y a la noche, bella niña mía, hermosa gacela que en tus ojos y en tu boca se lee la pureza, cómo es posible hallar entre tus labios versos tan diabólicos como los por mí escuchados, esa moaxaja propia de bailarina ambulante, si sabes que no es costumbre de buena cuna el que la mujer solicite al amante en sus versos, ni aun que lo desee con sus declaraciones, y que sólo requerir la presencia amada es propio de hombre, o de tierno efebo, que sabemos que es buscado por los más maduros, pero no de muchacha virgen, y aún menos de noble hija de la familia Banu Sumadih, pariente del rey de Almería, que Alá conserve a su derecha, y educada con esmero y especialmente, hija mía, dónde aprendieras tú esa canción impropia de ti, si no sales de Palacio, si sólo una vez fueron sus límites traspasados por tu exquisita persona, hija mía, el día que tu tío quiso celebrar el final de las obras y os llevó a ti y a todas las demás mujeres del harén, y a mí misma, llevónos a la torre de un ministro suyo, a las afueras de Almería, desde donde se divisaba todo el palacio en su esplendor, y quiso celebrarlo, jubiloso, con toda su familia, y sus servidores, y sus chambelanes, y no quedara en Al-Sumadihiyya más que un pequeño ejército de guardias para celarlo, y aun ese día no fueras vista por extraño alguno a los comunes de palacio, pues las mujeres todas fuéramos llevadas en literas y palanquines adornados con preciosos cobertores delicadamente tejidos y otras telas exquisitas que ocultaban la mercancía que las jamugas portaban, cómo, entonces, haya ocurrido que verso de tan atrevida factura salga de tu boca, dime qué alma oscura y malintencionada te ha enseñado la moaxaja que está matando la mía.
Mas, viendo que su niña Umm seguía sin responder, el ama tiróse a sus pies suplicándole que le hablara, que le dijera qué mal la estaba aquejando y se había adueñado de su proceder otrora respetuoso y afable y aun cándido como correspondía a muchacha de tal noble condición, y fue que al mirarla al rostro, helósele la sangre al ver que sendas lágrimas caían por las mejillas de su ahijada, pálida como las rosas blancas, y reconociendo en su faz los síntomas del peor mal que podía aquejar a una doncella. Mal de amores tengo, ama. Si ya lo estaba viendo, si ya lo veía en la languidez de sus miembros, en la desviación de su mirada perdida en dirección al cielo, en los suspiros repentinos y profundos y entrecortados, y aun prolongados que brotaban de su pecho, y en la llantina incontenida que no sabe si es de alegría por lo desconocido que siente, o si de miedo por eso mismo, o si de tristeza por la ausencia del que se lo hace sentir, o si de miedo a perderlo, o si de pánico a que él no la ame, o si de gozo por la esperanza de verlo y de que te abrace, o si de impaciencia por colmar tus deseos, o si de desconcierto porque no eres dueña de tus actos, o si de azoramiento por todo ello junto y a la vez, que ella misma conocía el mal y ahora lloraban las dos, y la muchacha lloraba de angustia amorosa, pero la vieja lloraba de angustia de recordarlo, que el mal de amor es carcoma que mata como serpiente, y sólo en él mismo está el remedio para sanarlo, igual que sólo en la víbora está el antídoto a su veneno.
Maravíllate y regocíjate conmigo de lo que logra esta enfermedad de amor, que no es sino pasión ardiente, pues hace descender a la luna de la oscura noche desde los cielos hasta la tierra. Amo de tal suerte que si él de mí se separase, mi corazón donde fuese lo seguiría. Las lágrimas de la enamorada Umm al-Kiram eran brasas rusientes en el corazón de Al-Nadá, que sabía cuánta desdicha acarrea el amor sentido en una mujer de noble cuna, obligada al confinamiento de por vida en el harén de la familia o del esposo, por ser tan valiosa en su linaje, en su herencia y en su descendencia, que bien se ocupan los padres, los esposos o los hermanos varones de guardarla.
Las apasionadas palabras de Umm al-Kiram habían llamado la atención de sus primas, que se divertían cerca della en el jardín del harén, aproximándose curiosas y atrayendo justamente a sus amas, y a otras esclavas que portaban las sombrillas y los pañuelos, y los cestos de frutas y también a las aguadoras, y de tal suerte que vieron el grupo las otras esclavas que podaban los setos y limpiaban los arbustos de artemisas y las bordadoras que aprovechando que ese día no soplaba el viento típico de Almería, habíanse sacado la labor a los jardines, y también todas ellas se iban acercando, igual que las esclavas madres, dos de las cuales ya lucían abultado embarazo, y las cantoras que descansaban de una larga noche de convites a la sombra de las palmeras, con todo lo cual formóse un grupo de más de cuarenta mujeres arracimadas sobre la hierba alrededor de Umm, y los guardias eunucos no dijeron nada y las dejaron estar, porque con todas juntas ellos no podían y preferían hacer la guardia en otro sitio. Las dos primas de Umm, osadas y charlatanas, con tantas ganas de diversión que no parecían princesas a decir de Al-Nadá, alborotaron cuanto quisieron y pedían a su afligida prima que contase detalles de sus amores. Que quién es, que cómo se llama, que cuáles son sus gracias, preguntaban, y se reían escandalosamente haciendo reír a las otras mujeres y provocaban las riñas de Al-Nadá y de alguna otra vieja juiciosa, que cuándo vas a verlo y cuántas notas te ha escrito, y qué palabras de amor te dedica, y que si ya te hizo regalos, y que si ya te desgranó la fruta, y de ahí pasaban a preguntas obscenas y a descripciones atrevidas de besos y caricias y posturas amorosas y otras cosas tan impúdicas que casi están a punto de provocar que Al-Nadá llamase a los guardias para disolver la reunión, entre gritos y comentarios y risas y gestos de las otras, pero Umm al-Kiram alzó una mano en señal de que iba a hablar para cumplir con la curiosidad de las jóvenes y para sosegar los ánimos exaltados de las ancianas, por lo que todas se calmaron y atendieron a la muchacha.
Pues necesito hablar dello, sea, os referiré la crónica de mis amores, y el nombre del que ocupa mi pecho y desvela mi sueño, y por el que apenas si me entra alimento y sólo con sus ojos siento yo que me nutro. Mas no esperéis relato de encuentros carnales que exciten vuestros sentidos y vuestros pensamientos, ni os he de contar cita alguna pecaminosa, ni habrá en mi historia desvirgamiento ni rapto ni tocamientos a escondidas en los laberintos de los jardines, pues nada dello tuvo lugar en el corto espacio de tiempo en que Alá, el magnífico, regidor de todos los destinos, me designara para elegir al dueño, desde entonces, de mi corazón. Pues sabréis que fue en las jornadas que trajeron la visita del nuevo rey Al-Mundir de Denia, el pasado mes de safar, cuando, en la audiencia oficial que nuestro rey amado Al-Mutasim ofreció en el maylis principal de Palacio, el gran salón de mármol rojo, a la representación de la corte de Denia, venida para tratos con nuestra provincia pues se interesa en las mercaderías que se establecen en el puerto de Pechina de Almería, el día miércoles en que sus ojos se cruzaron con los míos, y desde entonces no hallo el sosiego. Recuerdo, como si fuera esta misma mañana, que el gran salón de gala había sido decorado espléndidamente y en medio se levantaba el trono de nuestro rey, incrustado en joyas que al roce de los rayos del sol filtrado por los ventanales, parecía herir los ojos, y a su derecha colocábanse tres de sus hijos principales, y a su izquierda los otros dos, y luego los visires, cada uno en su puesto a la derecha y a la izquierda del trono, los chambelanes, los hijos de los visires, los libertos del rey y los oficiales del Palacio, además de los poetas de la corte, los secretarios y los servidores. Más atrás dispusiéronnos a las esposas, hijas y demás mujeres familiares del rey, por una vez y en señal de confianza con el rey de Denia, junto a los demás parientes varones de Al-Mutasim, sin necesidad de la protección de las celosías del salón, y justo pensaba yo que entre tanto gentío que éramos nosotros los de Almería, y otro tanto que se traía el de Denia, casi no iba a ser bastante el maylis rojo de Palacio, y que quizá tuvieran los eunucos que abrir las puertas grandes y unir el salón con el corredor y el pasillo, y así mismo casi tiene que ser, aunque, por gracia de Alá, el jefe oficial de los eunucos guardias se empeñó en meternos todos juntos e hizo entrar, por fin, al cortejo del rey de Denia, que traía igualmente a príncipes, hijos, visires, nobles, guardias, altos funcionarios de su Estado, jefes de las tropas, servidores personales y sirvientes de la corte, y aun esposas principales, hijas, esclavas distinguidas y guardadoras, y por fin a los porteadores de bultos y regalos y presentes que les tuvieron que hacer sitio para poder pasar, y los poetas que pedían lugar privilegiado para recitar sus panegíricos y alabanzas a uno y otro monarca, por lo que el grupo de mujeres donde yo me encontraba quedó muy cerca del grupo de servidores personales del rey, donde él se hallaba, no pudiendo por menos que hacer girar mi vista hacia donde una fuerza irresistible me llamaba, topándome con sus ojos, cuya mirada intensa como el fuego, penetró en lo más hondo de mi ser.
Sin apenas respirar habíanle escuchado todas las mujeres el relato de su encuentro, sintiéndose hechizadas por el mismo hechizo que mantenía la voz de Umm en un tono medio-bajo, sensualmente misterioso y sugeridor de lo que no decía por pudor. Una de las primas pidió detalles de lo que ocurrió en los días posteriores, y la muchacha relató cómo habíalo visto al doncel en otras recepciones en público, donde la esclava favorita del rey su tío, la bella Gayat al-Muná, a la sazón afamada y exquisita cantora, había deleitado veladas de correspondencia familiar, y siempre él había buscado pretexto para saludarla, o para acercarle la bandeja con perfumes o para alabarle la hospitalidad de su tío, igual que cuando Gayat entonaba las casidas de amor favoritas del rey, entonces él buscaba los ojos della con los suyos, y la miraba tan fijo y tan ardiente que parecían salir rayos y centellas de esos ojos tan grandes y tan seductores, y que su piel erizábasele desconocidamente, y su cuerpo era recorrido por un frío que no era de muerte, sino de nueva vida y que pronto se trocaba en calor que le subía a las mejillas y había de colocarse el velo sobre el rostro con disimulo para no provocar murmuraciones, y aun así sus ojos no podían apartarse de los de él. Otros días ocurría que, al amparo de las horas tranquilas que procuraba la siesta, y, no estando él acostumbrado a ese sueño y ella no pudiendo dormirlo, habían paseado a solas por el patio que hay junto al harén, antes de llegar al jardín, sentándose junto a la fuente hablando de lo benigno del clima de Almería en ese mes de marzo, aunque tampoco noviembre era frío, y que sin embargo julio, era poco caluroso, y luego él pasaba a alabar los ricos minerales que producía Almería, que si bien el suelo de esta tierra no era pródiga en frutas, loado sea Alá, sí proporcionaba metales y carbones y otras riquezas del interior de la tierra, y muchas piedras, habíale contestado ella, y él se había sonreído, cautivado, y a punto estuvo de acercar sus labios a los suyos, pero entonces ella le había preguntado si le gustaban las artemisas y él le había dicho que las adoraba, y entonces ella le había prometido enviarle un ramo a sus aposentos, puesto que en los jardines de palacio abundaban y se cortaban a cientos, porque si bien la tierra de Almería no producía casi ninguna otra flor, las artemisas sobraban y aún se comían la sustancia de cualquiera otra, y por eso se quitaban de los jardines, para dejar que crecieran las rosas y los jazmines… y era entonces cuando él había cogido su mano y le había besado en la palma abierta tan dulcemente que todo el cuerpo se le había alborotado, y los latidos del corazón se le agolparon en la garganta, y le había entrado un deseo repentino de tocar su pecho y sus hombros, y de besarle en los labios y de que él la besara, y más aún, sentía un impulso irrefrenable de unir su cuerpo con el de él y de yacer juntos, aun sin saber qué significaba eso.
En este punto el sofoco interrumpió el relato de la muchacha y todas aprovecharon para tomar resuello y abanicarse un poco, las aguadoras repartieron cuencos con agua fresca y las viejas dijeron a las esclavas más niñas que era hora de las clases, pero éstas se negaron a volver a los salones del harén hasta que Umm al-Kiram no hubiese terminado de hablar. Después de algunas de esas tardes furtivas, un fuerte viento había azotado las tierras de Almería durante varios días, y no habíanse visto, pero él le había hecho llegar un billete donde le declaraba su amor, un amor imposible de detener, decíale que rugía en su pecho como un tigre enjaulado y batía sus alas como una paloma en vuelo, que la amaba como las estrellas aman a la noche, o como el río ama el lecho por donde discurre, que sus cabellos de oro competían con el sol del desierto y sus ojos azules eran la envidia de las turquesas y los topacios y las aguamarinas, y que su boca la llevaba clavada en el alma y sólo pensaba en acercarla a la suya, y que ése y otros pensamientos le estaban robando la paz. Ay, como a mí la mía, proseguía Umm, y entonces vino la amarga despedida, sin otro día de soledad entrambos ni podernos entregar más que una mirada de adiós cuando la comitiva y el rey de Denia marcharon, y desde entonces ni vivo, ni duermo, ni como, ni me alegro por lo cotidiano, sino que sólo sueño con él, y suplico a Alá me haga saber si hay forma alguna de estar solos, sin testigos ni espías, ni miedo ni pudor. ¡Qué maravilla! ¡A solas quiero estar con un amado que vive aunque aquí no esté, alojado en mis entrañas y en mi pecho!
Has de decir cómo se llama y le mandaremos recado, prima, para que acuda el día que determines, al puerto, y te vestirás de esclava para salir de palacio, y nadie ha de acusarlo al rey, yo te acompañaré, pues ya otras veces me recorrí el mercado del centro y el puerto de Almería, vestida con las ropas de mi esclava a mi antojo y libre de prejuicio por verme noble a otros ojos, y te aseguro que es de gran disfrute el hacerlo, y te enteras de cosas, y vives de otro modo, y así disimulada, puedes hacer lo que te plazca y a nadie importuna tu presencia, ni incomoda tu plática, y llevas el rostro descubierto y preguntas y te contestan, y entonces, allí citado, que él acuda, y os habláis, y aun otras cosas, y planeáis tu pedida de mano. Calla, pardiez, desvergonzada, que aunque no soy tu ama, por tal puedes tenerme y con derecho a darte un azote si sigues hablando desa manera, recriminó Al-Nadá, dónde se ha visto tamaña falta de cordura, y que no me entere yo que te disfrazas de lo que no eres para chafardear y corretear las calles, o te habrás de encontrar con lo que te mereces, que como princesa has de guardar tu honra y tu hacienda para el esposo que el rey y Alá te elijan, y no protestes, o mando avisar a tu padre, y tú, niña Umm al-Kiram, di quién es el tal mancebo de la corte de Denia, que hemos de hallar remedio a tus males como sea menester hacello.
Ama querida, dichosa me harías y salvarías mi vida con ello, el moreno de mi alma es As-Sammar, el fatá al servicio de Al-Mundir famoso por su belleza, de ojos como azabache, dientes como perlas y piel como la noche tibia de primavera.
El gesto del ama crispóse y palideció su rostro con lo oído. Alá sea loado, Alá sea contigo, pobre desgraciada, qué has hecho, trayendo la deshonra a esta casa y la pena a mi alma, Alá se apiade de ti, hija de la familia Banu Sumadih de Almería, que te has enamorado de mancebo de relación dudosa, plebeyo, liberto, eunuco y, por si fuera poco, negro como el tizón, dónde se te nubló el juicio para fijarte en moreno semejante, tú, que eres la perla de este palacio, el orgullo de tu familia, nacida hermosa de piel blanca como los hijos de Al-Nasir, que Alá guarde, y de ojos azules como los cielos, nacida para dar herederos ilustres a tus apellidos, inteligente como no hubo otra muchacha en el harén, y con educación esmerada, no sólo por el estudio del Corán y la gramática, sino además por la lectura de los clásicos y de las grandes obras de historia y filosofía, y porque nobles poetas te mostraron el arte de hacer poesía, y por eso eres capaz de formar rimas complicadas y de hacer bellas casidas y recitar rissalas de tu invención, cómo, si no hubiera visto tu señor, y mi señor, en ti dotes de inteligencia viva y avisada, te habría procurado estudios no comunes a las mujeres, si no fuera porque esperaba de ti respuesta a la altura de tus dones, y dices ahora que mueres de amor por un negro, hija mía, que los negros no le importan a Alá, tu Dios y el mío, y vienen de ese mundo desierto que es Ifriqiya y de aún más abajo, que sólo por el gran califa Al-Nasir fueron entrados en nuestras tierras y como esclavos de los más bajos, inferiores en rango a los esclavos blancos y aun a los bereberes, y sólo para hacer bulto en los ejércitos y mandarlos a ser muertos los primeros. Y después de aquel gran señor omeya, pocos fueron quedados aquí, porque nadie los aprecia ni estima, y porque mueven a desconfianza, y sólo apetece la piel de color mulato en algunas mujeres para el harén y para solaz de su señor, que hay dueños que gustan la variedad del negro al tacto y a otras cosas indecentes que en ellas hallan, pero aun así repudian los hijos mulatos dellas habidos, pues están mal vistos, y conocemos algunos bastardos morenos que no encuentran asiento a pesar de proceder de noble padre porque la negrura de su tez no es buena recomendación, y vienes tú a decir que quieres unirte a uno desos que ni hijos ha de poder darte, y aun peor si te los diera, liberto de hace poco, plebeyo e indigno de una princesa.
Ya no había jolgorio entre las mujeres que habían escuchado los amores de Umm al-Kiram, y ahora, entre que la tarde se acercaba y que el asunto se pasaba de amores a cuestión política y de familia, la mayor parte dellas, sobre todo las más jóvenes y las esclavas con ocupaciones, habíanse ido marchando poco a poco y en silencio para no molestar y prefiriendo no seguir oyendo el resto de la tragedia, a pesar de las ganas de seguir alparceando. Una de las amas ancianas, pretendiendo aliviar el pesar de Al-Nadá, le recordó que también el visir de Almería Ben Al-Haddad, culto y refinado y amigo del gran filósofo Ibn Hazm, habíase enamorado de la esclava Nuwayra que ni siquiera era musulmana, sino mozárabe porque aunque vivía según la norma dellos, conservaba sus creencias cristianas, y el visir tuvo hijos con ella, y todos eran bien nacidos y considerados. ¡Pero ella no era negra! Bramó presa de la ira Al-Nadá, con lo que la anciana diera por concluida su buena intención y también se marchó al interior del harén, haciendo señas al resto de las esclavas y servidoras, para que hicieran otro tanto, en evitación de males mayores. Las dos primas, medio levantándose para irse, medio quedándose, desconcertadas, lloraban sin querer llorar, no sabiendo si lo hacían de ver llorar a su querida Umm o de adivinar el castigo que sin duda habría de llevarse, y por tanto, ya, sintiendo sobre sí mismas las prontas consecuencias de su falta, que seguro se traducirían en más severidad en las normas para las mujeres de Palacio, y más reclusión, y más aislamiento y menos contacto con el mundo exterior, es decir, ninguno.
Cálmate ama, no vayas a abandonarme tú ahora, pues voy a necesitarte para hablar con el rey y pedirle mi libertad para ir con mi amado As-Sammar, aun a costa de su enojo y de ser repudiada por la familia, y preciso tu cariño y tu comprensión, y tu complicidad como siempre la he tenido, igual que cuando quise recibir instrucción y cuando quise tener maestros varones poetas. Umm al-Kiram había decidido que el llanto a nada la conduciría, y más le interesaba hacerse entender y querer por quien podría ayudarla. Y ya cuando el ama Al-Nadá habíase sosegado y se hallaba dispuesta a idear una estrategia para conseguir los fines de su ahijada, llegóse hasta ellas un eunuco de confianza que acompañaba una exhausta mensajera procedente de Denia, con recado para Umm al-Kiram que traía en un pliego firmado. La anciana hizo saber al eunuco que tomaba buena cuenta de su gesto al evitar que el mensaje pasase a manos del rey, como era la norma con las mujeres de Palacio, y que recibiría prontamente su recompensa, y luego le ordenó acompañar de vuelta a la mensajera para que regresase a su casa, no sin antes darle de comer y de beber y una bolsa con quince dinares como pago por su viaje de varios días. El mensaje estaba escrito con letra presurosa y sin excesivos cuidados, con unos trazos cortos y otros largos, y borrones y gotones de tinta esparcidos, como de quien tiene prisa y más le interesa el contenido de la misiva que su redacción y su forma.
Amada princesa de mis sueños, niña Umm al-Kiram que, desde que te viese, las maravillas de la Tierra eclipsáranse a mi entendimiento y nada ni nadie me ofrece más motivo de existencia que pensar en ti y desear tu presencia, y en soñar la soledad contigo paso noches enteras y los días se me antojan años por tu lejanía y sufriendo este mal de amores me regocijo en mi dolencia sólo por saber que eres tú quien la provoca y de esperar que seas tú quien la sane, has de saber que tu tío el rey Al-Mutasim de Almería enteróse de tus deseos por tus casidas escritas alabando mi negra belleza y cantándole a la luna y a las estrellas el tierno amor que nos une, y has de saber que ello en nada le complaciera y en todo le enfureció, y mandó emisarios a la corte de mi señor Al-Mundir de Denia, que le explicaron lo imposible de la relación tuya conmigo, y que me hicieron llamar para avisarme de lo ocurrido, y que en cuanto contaban, feliz me hacían a pesar de la gravedad que leía en sus rostros, pues narrábanme con todo lujo de detalles lo que de mí decías en tus poemas, y cuanto más describían tus versos sobre mi persona y el amor que en ti anida, cuya belleza y pasión me desbordaban, más crecía su enojo, recordando el furioso enfado de tu tío, y esto igual me lo narraban, y más dichoso yo me hacía, en contra de lo que hubiese sido lo cuerdo, que sería haberme echado a temblar de miedo y negarlo todo, pues los emisarios venían para hacerme prender y llevarme preso y asegurarse de que nunca más pudiese volver a verte, por lo que, debiendo mi rey conservar los pactos con tu tío, por bien de los negocios de Denia y por política, autorizó a que los guardias pusiesen grilletes en mis pies y manos, mandando cerrar mi casa y requisando mis escasas propiedades, y sólo permitiéndome un deseo, escribirte esta última carta que te hago llegar en secreto a través de la hija del único amigo que ha querido ayudarme, Alá lo recompense en mi nombre. Los guardias han dicho que me van a matar, que su orden es enterrarme una vez muerto a las afueras de Denia y silenciarlo todo, y que mi rey Al-Mundir me registrará como desaparecido y pronto se olvidará todo, pues no soy ni noble ni militar ni poeta, y nadie investigará, por si acaso. Cuando recibas ésta, por tanto, ya estará cumplida la sentencia, y nada podrá hacerse, y aunque supongo que sufrirás, deseo que no te desesperes, pues muero feliz de servir a causa tan hermosa como es ser culpable de amarte. Ya muerto acudiré contigo y nadie podrá evitar que te acompañe, no llores, por tanto, por mi suerte, pues estaba escrito que por ti yo tenía que descubrir la felicidad verdadera, que está de cualquier manera a tu lado. Tus versos, que otros vean como la soga a mi cuello, han sido por contra, alas para mi pecho.
Tu amado As-Sammar.