Ende

Pintora

Monasterio de Távara (Zamora)

Era 1013. Año vulgar de 975

Pues no es de razón, Munia, que me vine yo a estas tierras de Távara, le di a la abadesa todo lo mío para siempre jamás e me puse a la pintura… Si pinté libros para mí en nuestro castillo, bien podría hacerme cargo yo sola del Beato, digo, e no que me han puesto a este Emeterio, que me dice si he de usar el rojo o el amarillo e si he de poner azul el arca de Noé, e no, Munia, que los barcos no son azules, salvo que el artista los quiera hacer dese color… Ítem más, que le he dicho a la priora que no he de querer un cuarto de los que pague el canónigo de Gerona por el libro… A mí que nos dé la señora casa e posada hasta que nos muramos las dos, e luego enterramiento en el claustro, e me daré por contenta… Sabe, amiga, que he comprado caro el sustento de nuestros últimos días e nuestra sepultura, pues a la abadesa le he dado todo lo mío, todo lo que me dejó mi buen padre, descanse en paz, e lo de mi difunto marido, descanse en paz también mi esposo, que es mucho, mucho, más de lo que le podría dar cualquiera condesa destos reinos, porque no he sido gastadora, Munia… Pero va, y el abad, de acuerdo con la priora, me pone delante a este Emeterio, que fue discípulo de Magio et es un gran pintor, en efecto, pero yo también, pues me está quedando la pintura a satisfacción Munia. Et he de luchar con él, con Emeterio e con los que con Emeterio están, porque tú creerás que en el escritorio del convento todo es silencio, pues no Munia, no, aquello es una jaula de grillos. Todos son frailes, yo soy la única mujer, e todos opinan de mi tarea… Me dicen, Munia, que una lega que entra en un monasterio ha de aceptar las costumbres de la casa, e que en esta casa, tanto en la de mujeres como en la de hombres, es como si no hubiera individuos, como si todos fuéramos uno. Que, aunque uno maneje la pluma, es como si la guiaran todos, puesto que, sencillamente, están las tareas divididas, e uno teje, otro pinta, e otro prepara los pigmentos para las tintas, e otro escribe, et el resultado es de todos, como si lo hubiéramos hecho todos, Munia, e que el autor no debe vanagloriarse de su obra, e que hasta firmar el trabajo es vano, ya que me aseguran que estamos en este mundo para gloriar al Criador e que el individuo está de paso. Que sólo si Dios quiere quedará mi Beato para los tiempos venideros, que lo haga bien, lo mejor posible, et amén, que el Señor me lo premiará en la otra vida. Yo contesto, Munia, que no creo que el Señor tenga tiempo para reparar en mi códice e que, aunque tuviera un instante, no lo miraría puesto que tendrá cosas más importantes que hacer, e que no se molestará porque firme… Lo firmaré, Munia, pondré mi nombre en él… Emeterio también lo hace, lo ha hecho con otros trabajos… A Emeterio no le dicen nada los demás. A mí sí, me vienen a la mesa e opinan… Es aquello un ir e venir… No paran quietos, a veces, me marean… E no me puedo quejar a la abadesa, si tal hago me dirá que demasiado consiguió con que el abad Domingo me dejara entrar en el escritorio, e razón lleva pues tuvo que porfiar con él… Munia, ¿te has dormido ya?

—No señora, te escucho atentamente…

—Bien, bien. Es que dicen que miniar un códice es cosa de hombres. Yo respondo que no hay tarea más femenina… Es como si cosieras, pero que, en vez de aguja, utilizas el cálamo, que estás sentada en una silla, apoyada en una mesa, trajinando con los colores, pero no me hacen caso… Es que tienen en poco a la mujer… Es como si el arte hubiera sido inventado para que lo realizaran los hombres, excluyéndonos a nosotras… E nada dijo Dios Nuestro Señor de semejante cosa, que yo sepa. ¿Conoces tú algún párrafo de los Santos Evangelios que hable de las artes?

—No señora, no.

—Pues eso, Munia, si no están las artes en los mandamientos ni en los pecados capitales, nada dijo dellas el Señor, en consecuencia, no son para hombre ni para mujer, son para quien las practique sin hacer mal, naturalmente… E yo lo glorifico a Él en este libro… E me dejé los ojos en la página 185 vuelta, en el laberinto de palabras, pues tuve que pintar mucho cuadradito pequeño, mucha tabla de ajedrez… ¡la vista perdí en aquella página!…

—Deberá su merced tener cuidado.

—¡Claro! Es lo que me digo, Munia… por eso les hice arrimar más las mesas al ventano, e me costó una porfía conseguirlo. Para ello tuve que enojarme con Emeterio, el primero, e luego con los demás, con los que venían a dar su razón sin que nadie los llamara, por eso que dicen que todos somos uno, e opinan cuando deben e cuando no deben… ¿Te cansas ya, Munia?

—¿Su merced tiene sueño?

—¡No, no! ¡No he de dormirme! ¡No duermo!

—Ay, mi pobre señora…

—No duermo desde que pinté a la prostituta de Babilonia montada en el caballo… Desde entonces, desde la página 63 verso, la tengo asentada en la cabeza… Emeterio no la quiso, me la pasó a mí, para mí la babilonia, para él la Crucifixión del Señor… e otra vez habré de recrearla montada sobre el dragón de siete cabezas, porque él se negará… Ya ves e, como no he tratado en mi vida con putas sabidas, me da reparo dibujar y colorear a la babilonia, que era hembra pública. Si la vieras, Munia, con la copa de los placeres en la mano tentando a los hombres… Emeterio dice que, nada más imaginarla, peca sin quererlo, que la pinte yo, que no cometo pecado, pues soy fémina… Así me la traspasó la vez pasada… Tomé el encargo por evitarle el pecado, trate de que comprendiera que no era real sino una estampa que no tenía relieves, ni bultos, pero él no aceptó. Yo no sé si sería verdadero el razonamiento de Emeterio o si me engañó, si me fue con esa añagaza, o si tanto le incomodaba la lámina, el caso es que me dio pena e que no le vi ningún peligro a la babilonia pero, de un tiempo acá, sueño con ella… Bien lo sabes tú, Munia, que no te dejo dormir…

—No te preocupes, la señora, que estoy para servirte en lo que sea menester…

—Ay, hija, no te puedes imaginar a la babilonia con la cara llena de libido…

—¿Con qué?

—Con la cara llena de libido… con un rubor en las mejillas que llama al mal, con los labios entreabiertos… Pese a que rezo mis oraciones todas las noches, ¿cómo he de dormir habiéndola pintado? Pienso en ella e me vienen escalofríos… Si no la has visto, no puedes entender cómo una imagen causa tales perturbaciones… Claro que yo no podía desamparar al hombre e dejarlo pecar conscientemente. ¿Qué clase de cristiana hubiera sido? Por eso pinté a la babilonia con aplicación e sin rechistar… No iba a permitir que Emeterio vaya derecho al infierno cuando Dios lo llame… Llegué a un trato con él: «Para mí la puta sabida y la página siguiente entera sin que tú pongas ni quites ni critiques, para ti la Crucifixión»… El hombre me lo agradeció, cumplió con el trueque e me felicitó incluso, ya te conté en su momento… Lo que no imaginé es que la puta sabida me perturbara e me impidiera dormir… Claro que no sé si es ella o el dragón, pues pienso en el bicho e me viene sofoco, ¿duermes, Munia?

—No señora…

—Dirás que tienes un ama muy parlotera… Pues sí…, empiezo e no termino… Es miedo, diría que tengo miedo. ¿Dónde está la bacina, Munia, voy a orinar, debajo de tu cama o de la mía?

—Debajo de tu cama, señora, espera, ya enciendo la vela…

—Deja, deja, que cuesta mucho que prenda el eslabón… Las monjas desaguan a oscuras… Nosotras vivimos en un convento et hemos de hacer lo mismo que ellas. Ay, ay… No sé si son los años, pero para mí que orino mucho.

—No. Yo he hecho dos veces desde que empezaste tu plática, señora Ende.

—Yo una. Ésta es la primera. Lo malo es que no me puedo dormir…

—Deberías probar, señoría, a estarte un poco callada, e no alces la voz, que la monja que tenemos vecina se quejará a la abadesa.

—¡Ah, no, los muros son muy gruesos, además la dueña está muy sorda e vieja!

—Mañana, señora, antes de acostarte, te haré un cocimiento de melisa e valeriana para que descanse…

—Quizá sea lo mejor, pues tengo la cabeza muy revuelta… Cargas la mano en la melisa, Munia, me hará bien, tendré plácidos sueños en vez de estas pesadillas de la babilonia e del dragón… Ya me aseguró mi madre que los libros resultan a la larga perturbadores, tanto más para mí que los ilumino, e nunca quiso que aprendiera a leer, aunque no seguí su criterio, y llevaba razón porque no me dejan vivir… Estoy como alocada, hija… Perdiendo el seso, quizás… Et es que me vuelvo parlotera, lo que no he hablado en toda mi vida, he de hacerlo tendida en el lecho e con la candela apagada…

A la noche siguiente, la dama Ende ingirió un cocimiento para dormir preparado por su aya, la anciana Munia, pero no le hizo efecto pues habló y habló, incluso me pareció más alborotada que ayer:

—Si no le hubiera mirado a Emeterio a los ojos, lo digo todo… A punto he estado de echarme a reír, casi estallo en carcajadas… Lo que te digo, hija… Me enseña el fraile la estampa de la Crucifixión ya terminada e lo veo al instante: Emeterio se ha confundido… Dimas, el buen ladrón, está a la siniestra, además lo ha llamado Limas y no Dimas, su nombre verdadero, el diablo lo azuza, et eso que es un hombre bueno que va a alcanzar la salvación; Gestas, el mal ladrón, está a la diestra… Emeterio se ha confundido, Munia… Me miró a los ojos, como implorante, pues si cunde el hecho de la confusión se va al traste su buena fama et el maestro Magio es capaz de levantarse de su tumba, e yo guardé silencio… Fue un silencio espeso… Me quedé con la boca abierta, sin poder articular palabra o, tal vez, el Señor me negó las palabras… Mejor, porque de otro modo lo hubiera dicho todo, hubiera gritado que los ladrones estaban mal puestos, Dimas, que no Limas, ocupando el lugar de Gestas, e viceversa… E se hubieran enterado monjas e frailes, et a esta hora el hecho sería la comidilla del convento… Es grave, muy grave lo que ha hecho Emeterio, debió dejar todas las letras al fraile Senior, que es quien mejor escribe en este cenobio… Claro que ha sido un error, que él no ha puesto maldad en su acción, que su cabeza estaba embarullada et ha errado… Nos sucede a menudo a los artistas… Tenemos en la mente que una palabra es con be alta y, sin embargo, es con be baja, o, de repente, se nos escurre el cerebro e trocamos a los ladrones de sitio, o escribimos una ce en vez de una ele, porque las palabras son muy traidoras… A mí ya me ha pasado alguna vez, aunque nunca un error de tal magnitud, pues que Emeterio estaba con Dios Hijo e con los dos ladrones, uno dellos santo, otro condenado al fuego eterno por los siglos de los siglos. E yo, viendo lo que sucedía, grave por demás, et al otro suplicándome con la mirada como para que no descubriera su enorme fallo, en vez de estallar a risotadas, me compadecí de él, por eso guardé silencio e compostura, puesto que los artistas deben estar unidos en el sentimiento e tapar posibles fallos de sus colegas, pues que todos estamos en un mismo empeño. Le di la mano, Munia, con ello hicimos un pacto de mutuo silencio… Cierto que no sé si he hecho bien… Entiende que si alguna persona se da cuenta del trueque podría acusarme a mí de él cuando no he sido, cuando nada he tenido que ver… Que yo estaba con mi ramera, contenta incluso, pues la tenía muy bella sobre un hermoso dragón, e andaba coloreando la séptima cabeza, casi terminada la tarea, sin miedo, sin temblor ninguno, mismamente como si la babilonia no fuera puta sabida ni el dragón una bicha inmunda, cuando me dice Emeterio con alegre voz: «Mira, señora Ende», e yo miro e veo, et él mira e ve, lo que nunca quiso ver e, de inmediato, me mira suplicante, et al cabo yo le doy la mano e sello ansí un pacto de silencio. E otros que vienen a mirar no ven, no ven cambiados a los dos ladrones, ni dicen nada de que el buen ladrón se llame Dimas y no Limas… Entonces me digo que el Señor los ha cegado, los ha enceguecido, para dejar el nombre de Emeterio bien alto, puesto que se lo merece después de tanto trabajo, et a fin de cuentas, en los Comentarios al Apocalipsis se glorifica al Criador de todo lo visible e invisible, por eso Dios ha hecho un milagro… Ha hecho que los frailes del escritorio no vieran lo que había et a mí me ha cerrado la boca, et a ti te la cierra también porque yo te ordeno que no hables de este asunto con nadie, que no se lo digas ni a tu confesor. ¿Oyes, Munia?

—Señora, seré una tumba.

—Está bien así… Pero no sé si he atinado con esto del silencio, no sé… Porque, veamos, que los frailes y monjas que habitan en este cenobio no vean hoy o mañana o mientras vivan el error de Emeterio, por milagro del Señor, no implica que no lo vean otras gentes en tiempos futuros, puesto que Dios no tiene por qué hacer un milagro que dure hasta la consumación de los siglos, por ello me preocupa que del fallo de Emeterio me puedan echar la culpa a mí…, una mujer. De dos pintores ¿quién se equivocó?, ¿quién era iletrado el fraile o la monja? La monja, Munia; la mujer, que nunca el hombre… E tendrá triste gracia… Me revolveré en mi sepultura, pero nada conseguiré… Me llamarán iletrada e inculta… Magio y Emeterio serán ensalzados y yo humillada… ¿No has cargado la mano en la melisa, verdad, Munia? La adormidera no me hace nada, estoy más despierta que cuando me metí en la cama. Cierto que ando muy encorajinada tanto por el error de mi colega, como por si lo descubre algún avisado o las generaciones venideras, o por si san Dimas se enoja, que bien pudiera ser aunque no lleva traza, como te he comentado antes. E, ¡Señor Jesucristo, tan ufano como estaba Emeterio diciéndome que nunca había visto representada en un libro la Crucifixión del Señor e que, tal vez, fuera la primera vez que se pintaba en Hispania!, e zurce el demonio… Quizás, el demonio no se gustó, Munia, quizá pensó que Emeterio lo hizo demasiado pequeño, demasiado chico, viéndose poco, e no gustó dello, porque los demonios tendrán apetitos e gustos como los hombres, digo yo, o que Satán se comparó con el Crucificado e salió perdiendo, pese a que el Cristo sangra y él no… Ay, no sé, hija, voy a cerrar los ojos, e que sea lo que Dios quiera, si me cargan a mí la culpa ¿qué he de hacer? Nada puedo hacer… A las buenas noches…

—A las buenas noches, señora Ende.

Estudiando los comentarios a la edición facsímil del Beato de Gerona, realizada por EDILAN, S. A. Madrid (1975), me encuentro en el artículo titulado: «El arte de los Beatos y el códice de Gerona», obra de don José Camón Aznar, lo siguiente: «A los lados, en cruces simétricas, Dimas, a quien llama Limas, y Gestas en iconografías confundidas […] Se piensa que es obra de Ende».