¡Qué modo de llover! Aquello no era una refrescante tormenta de verano, sino un verdadero diluvio que lo inundaba todo bajo un cielo gris.
El extenso césped que se extendía ante el pensionado de Egeborg quedó inundado, y el agua se escurría como a ríos por entre la grava que rodeaba el extenso y sólido edificio y sus dependencias.
La tierra no estaba preparada para absorber tantas cantidades de agua y pronto todo quedó convertido en un inmenso charco.
No, no era aquél el tiempo preferido de los alumnos del pensionado de Egeborg.
En una de las habitaciones del ala destinada a los chicos, Alboroto y Cavador, los dos traviesos incorregibles, se sentían tan deprimidos como sus compañeros. La vida les parecía muy triste.
Alboroto estaba inclinado sobre una mesa llena de papeles y Cavador miraba lánguidamente por la ventana.
Después de un buen rato de silencio, Alboroto, mordisqueando un lápiz, dijo:
—Oye, Cavador…
—Sí…
—¿Cómo se escribe Walt Disney?
—¿Qué?
Cavador miró la lluvia torrencial unos segundos y, cuando se oyó un trueno, se dignó responder:
—¿Walt Disney? ¡Escribe, pobre ignorante!
—Estoy preparado…
—«V» de verso, «A» de Arabia, «L» de león, «T» de tormenta, «D» de diluvio, «I» de inundación, «S» de sábado, «N» de Noé, «E» de espárrago, «Y» de… de… «Y».
—¿Estás seguro de que Walt se escribe con «V»?
—No del todo. Pero ¿qué importa?
—Es que estoy escribiendo un artículo sobre cine para nuestro próximo número.
—Ah, sin duda será brillante. Pero ¿por qué de cine, especialmente?
—Es un tema que interesa a todo el mundo.
—Tal vez, si no fueras tú quien lo escribiera… Deberías pedírselo a Puck. Ya sabes que fue gracias a ella que nuestro periódico adquirió fama.
—Basta de bromas, querido amigo… Deberías ser más respetuoso con tu redactor en jefe.
—¡Redactor en jefe! —exclamó su amigo con una mueca—. Y ¿por eso has de escribir tú un artículo sobre cine? ¡También podría Annelise escribir sobre puericultura y el gordo Svend sobre el arte de adelgazar…!
—¿Por qué no escribes tú uno sobre ti mismo, ya que te crees tan listo?
—No, gracias. No tengo delirios de grandeza yo…
Alboroto no se dignó responderle y se dejó absorber de nuevo por sus papeles. Se rascaba la cabeza, mordisqueaba el lápiz y en todo se notaba que se sentía sin inspiración alguna. El número uno había sido realizado sin grandes dificultades, sobre todo gracias a Puck, que había aportado un artículo sensacional en el último momento.
Pero cada vez resultaba más difícil hallar buenas noticias.
—Di, Cavador, ¿quieres escuchar lo que he escrito?
—Desde luego que no.
—Escucha, por favor: «Watt Disney —con “V” o con “W”— empezó a trabajar como dibujante publicitario, pero se hizo célebre en todo el mundo gracias al ratón Mickey. A continuación creó los tres cerditos, el lobo feroz, el pato Donald, y toda una serie de dibujos animados maravillosos. Sus primeros filmes de largo metraje fueron Blanca Nieves, Pinocho…».
—¡Basta, basta!
—¿Qué?
—Será mejor que le pidas a Puck que te escriba este artículo, amigo mío. Te aseguro que sobre cine entiende mucho más que tú.
Un fuerte trueno hizo retumbar los cristales y el cielo gris se vio cruzado por un sinfín de relámpagos. El afligido rostro de Cavador se animó un tanto.
—Escucha, Alborotó… Tengo una idea.
—¡Oh, cielos, no…!
—Me ha venido como un rayo…
—¿Se trata de un hallazgo genial? ¿Un artículo para el periódico?
Cavador frunció la nariz.
—¡Deja ya de pensar en el periódico! No, lo que estaba pensando es que dos personas tan listas como tú y yo estamos aquí aburriéndonos mortalmente… En el colegio no pasa nada nuevo… Todo el mundo se aburre…
—Bien, ¿y qué?
—Pues que deberíamos tratar de animar eso un poco. No sería difícil.
Alboroto se impacientó:
—Bien, dime de una vez qué has pensado.
—Deberíamos tratar de divertimos un poco a costa de Puck y sus amigas del «Trébol de Cuatro Hojas».
—¿Cómo?
—Oh, no sé… Hay que dar con ello.
Alboroto se reclinó en su silla y contempló a su amigo con lástima,
—Querido Cavador… Hubo un tiempo en que me sentía feliz de ser tu amigo, pero ya hace mucho de esto. Cada vez que se trata de Puck, tu pobre mente calenturienta tiene las más tristes ideas y al final son ella y sus amigas quienes se ríen de nosotros. ¿No te acuerdas del día en que nos pilló la policía y ella tuvo que rescatamos?
—Sí, pero…
—Fueron tus geniales ideas las que nos pusieron en aquella situación y no me agradaría que me volviera a suceder algo semejante.
Cavador pareció abatido:
—No se puede vencer siempre.
—¡Hum!
—Sí, ya puedes decir ¡Hum! Hasta Navidad si te parece, que yo te aseguro sorprenderte…
—¿Agradablemente?
—¡Te lo prometo!
Mientras los dos muchachos, conspiraban de tal suerte, la atmósfera que reinaba en el «Trébol de Cuatro Hojas» era del todo diferente. Inger, sentada junto a la ventana, miraba la tormenta, mientras Puck, Navio y Karen se escondían bajo sus edredones. Inger acabó por decirles:
—Vamos, hijitas, no sé por qué tenéis miedo de los truenos que son totalmente inofensivos.
—¡Oh! —exclamó Navio sacando la naricilla.
Un poco después asomó la rojiza cabellera de Karen. Puck fue la última en salir de su escondite. Y las cuatro amigas iniciaron una conversación un poco nerviosa, interrumpida de vez en cuando por los truenos. Cuando éstos eran muy fuertes, las tres chiquillas volvían a taparse con los edredones.
Al principio, Puck no estaba demasiado asustada, pero se le contagió el miedo de las demás. Gran variedad de ideas cruzaban por su mente. Y en especial pensaba en su padre, que se encontraba en Chile, al otro lado del mundo, dirigiendo una importante obra. Había estado a punto de regresar a Dinamarca a pasar unas vacaciones cuando cayó enfermo. Felizmente, ya estaba convaleciendo.
Puck suspiró.
—¡Ah, qué decepción que su papaíto no estuviera cerca! En tal caso, ¡se reiría muy mucho de aquella tempestad! Se habría sentado a su lado y le habría tomado una mano. Pero por desgracia aquello ya no sería posible hasta el próximo otoño.
Sintiendo las lágrimas resbalar por sus mejillas, salió de debajo del edredón para secarlas. Su mirada se cruzó con la de Inger y declaró con forzado atrevimiento:
—Ya estoy cansada de estar aquí. ¡Saldré a pasear a pesar de los relámpagos y los truenos!
—En mi mesa hay chocolate con almendras —dijo Inger.
—Perfecto —respondió alegremente Puck.
La cabecita de Navio se asomó también.
—¿Quién ha hablado de chocolate?
—También habrá para ti si te arriesgas a salir del edredón.
También Karen había oído aquello, de modo que poco después las cuatro amigas estaban junto a la mesa repartiéndose amistosamente el chocolate.
La tempestad parecía amainar. Los truenos se espaciaban y las muchachitas iban recobrando su valor. Al oeste empezaba a clarear. Tal vez aún tendrían una bella puesta de sol. Inger abrió la ventana y el aire fresco llenó la habitación, despejando las mentes de sus ocupantes…
—¡Qué bello espectáculo es una tormenta, después de todo! —exclamó Navio.
Inger sonrió discretamente:
—¿Te has dado cuenta desde tu escondite?
Prefiriendo no contestar, Navio siguió mordisqueando el chocolate.
—Ha sido horrible —dijo Karen—. ¿Verdad, Puck?
Puck asintió.
Pero ignoraba que en aquel instante otra suerte de tempestad amenazaba con desencadenarse sobre sus cabezas.
Una tempestad cuidadosamente preparada por Alboroto y Cavador.
* * *
El señor Josiassen, profesor de física, se reclinó en su asiento y enganchó los pulgares en las sisas de su chaleco.
—¡Hugo! Después de la interesante tempestad que hemos tenido, con tantas descargas eléctricas, podríamos hablar un poco de Benjamín Franklin. ¿Qué puedes decimos de él?
Alboroto se levantó y miró consternado hacia sus compañeros. Empezó con titubeos:
—Pues bien… Franklin… nació…
—Inventó el rayo —le sopló Cavador.
El rostro de Alboroto se iluminó y prosiguió más firmemente:
—Franklin era americano y se hizo célebre por haber inventado el rayo.
Risas ahogadas recorrieron la clase y el señor Josiassen dijo irónicamente:
—Tus conocimientos de física han sido siempre profundos, Hugo. ¿Qué más puedes decimos de ese célebre físico?
Entonces fue Puck quien le sopló:
—Su padre era fabricante de camiones.
Alboroto lo repitió textualmente en voz alta.
—Supongo que quieres decir de jabones.
—En efecto, sí…
—Perfecto, Hugo. Te pongo un cero… Y también Bente tendrá una mala nota por apuntarte.
Anotó las dos calificaciones y prosiguió:
—Karen, dinos tú lo que sepas de Benjamín Franklin.
Karen se levantó y, tratando de luchar con sus ganas de reírse, consiguió al fin pronunciar con voz casi seria:
—Benjamín Franklin nació en Boston en 1706. Su padre era fabricante de jabón. Benjamín fue un genio no sólo en los negocios sino en toda clase de asuntos. Así fue nombrado embajador en París en 1775, donde la sencillez de su porte se hizo pronto popular…
—Bien —dijo el señor Josiassen—. Prosigue tú, Inger. Hablábamos de sus trabajos científicos.
Inger, siempre seria, respondió con firmeza:
—A partir de 1745 se dedicó a toda suerte de investigaciones científicas y formuló interesantes teorías en materia de electricidad. Mediante un experimento que se hizo célebre, demostró que las nubes tormentosas están cargadas de electricidad y que el relámpago es una enorme chispa eléctrica…
—¿Cuál fue su primer invento?
—El pararrayos.
—Bien.
Después de la clase, Alboroto y Cavador se eclipsaron. Cuando estuvieron ante la puerta principal, Alboroto dijo:
—Cavador…, creo que no voy a poder olvidar la amabilidad de Puck y sus «camiones». ¡Ella se lo habrá buscado!
—¡Bravo! —exclamó Cavador.
Ambos muchachos se encaminaron hacia el lago, a fin de ir perfilando sus planes. También Puck se alejó hacia la orilla izquierda del lago, a través del bosque, hasta las ruinas del viejo castillo.
Sus pensamientos estaban ocupados por la imagen de su padre, convaleciente en un lugar alejado de América del Sur.
Acá y allá se detenía para contemplar una flor más bella que las demás, y sin darse cuenta empezó a cantar:
Qué bello, qué bello es el bosque, No hay en él ningún malhechor…
Bruscamente se detuvo. Cerca del sendero, unos matorrales se agitaron, y de ellos surgieron dos individuos de aspecto poco tranquilizador. Sus trajes eran puros desgarrones, ambos iban sin afeitar y uno de ellos tenía un ojo tapado por un trapo negro.
Puck gritó, dio media vuelta y echó a correr.
—¡Detente! —gritaron los hombres—. Eh, detente…
Puck se puso a correr más rápido todavía, ya que acababa de darse cuenta de que los dos hombres la perseguían.
¡Qué terrible aventura!
Su corazón latía aceleradamente. ¿La seguían aún? Sí, los pasos de sus perseguidores resonaban cada vez más cerca.
Quiso echar una ojeada por encima del hombro, pero tropezó con una raíz, perdió el equilibrio y cayó al suelo.
Por unos segundos todo pareció dar vueltas a su alrededor. Permaneció quieta, aterrorizada.
Y pudo oír una voz jovial que decía:
—No me extraña que la hayamos asustado. Pero somos simples comparsas, hijita.
—¿Comparsas?
—Sí, de una película.
—¿Una película?
—Sí. Nos encaminábamos hacia las ruinas del castillo para filmar allí unas escenas. Estamos desolados por haberte asustado.
—Eh, Sorensen, Schmidt… —gritó una voz—. ¿Dónde diablos estáis?
Un hombre alto y delgado, que parecía un poco irritado, avanzaba por el sendero. Al ver a Puck se quedó un tanto perplejo y los dos comparsas le pusieron al corriente de la situación.
El rostro del hombre se iluminó y se volvió hacia Puck:
—Comprendo que la vista de ese par de ladrones de caminos te haya asustado… Pero yo no te asusto, ¿verdad?
—N… No.
—Bien —dijo el hombre dando a la chiquilla un golpecito amistoso—. Me llamo Brummer y estoy tratando de hacer una buena película. ¿Cómo te llamas tú?
—Puck… Es decir, mi verdadero nombre es Bente Winther, pero todo el mundo en el colegio me llama Puck.
Brummer rio.
—Puck… Como el geniecillo de Shakespeare… ¿Te gustaría asistir al rodaje de un filme?
—Oh, sí, mucho…
—Pues bien, en tal caso, ven… Es decir si ya no tienes miedo…
—No, claro que no —dijo Puck riendo—. ¿Cómo se llama la película, señor Brummer?
El director del film se encogió ligeramente de hombros:
—Oh, es un melodrama… Una mezcla de Sin familia, Ivanhoe y el Sueño de una noche de verano. Pero todo muy moderno.
—Parece divertido.
—Esperemos que ésa sea también la opinión del público
—¿El guión es bueno?
—No está mal. La acción transcurre en 1970. Una pareja está cansada de la monotonía de la vida cotidiana que, según ellos, está desprovista de todo encanto y romanticismo. Entonces un cúmulo de circunstancias les coloca en una época pasada… Es decir, en sucesivas épocas pasadas, lo cual les hace darse cuenta de los inconvenientes y falta de comodidades en tales épocas, hasta que regresan a la nuestra… donde se instalan en un cómodo apartamento con calefacción central, nevera, cocina eléctrica, máquina de lavar, etc…
Llegaron a un claro en el bosque donde se erguían las ruinas del viejo castillo, y Puck abrió los ojos de puro asombro.
El espectáculo que se ofrecía a la vista era la confusión misma. Varios camiones dispersados y unidos por cables eléctricos, proyectores, un grupo de hombres con atavíos de la Edad Media, y un hombre en pantalón y americana que se esforzaba en ordenar aquel caos. Sin embargo, Puck no tardó en darse cuenta de que el desorden reinante era pura apariencia, ya que todo se desarrollaba según un pían minuciosamente establecido.
El señor Brummer dijo sonriendo:
—Sí, incluso en pleno verano el sol es raro en Dinamarca. Así que hay que aprovechar su presencia al máximo para rodar los exteriores. Todo es más fácil en Hollywood, donde el sol brilla todo el año. Ahora contempla el rodaje y dime qué piensas…
Se calló de pronto como si acabara de recordar algo.
—¿No me has dicho que perteneces al pensionado próximo?
Puck asintió con la cabeza,
—Sí, al pensionado de Egeborg, al sur del lago.
—¿Hay chicos y chicas en el colegio?
—Sí. Somos unos ochenta en total.
—¡Hum! —reflexionó el director—. ¿Crees que podrías representar un pequeño papel en el filme?
—¿Un papel en el filme? —exclamó Puck, que no podía creer en lo que estaba oyendo—. Sería apasionante. Pero no tengo la menor idea de cómo se hace…
—Oh, se aprende fácilmente… Tienes el tipo que necesito… La semana próxima necesitaré una veintena de muchachos. ¡Volveremos a hablar de eso!
Cuando el director se alejó para dirigir el rodaje de unas escenas, Puck tuvo que pellizcarse un brazo para estar segura de que no soñaba.
—¡Un papel en una película! Demasiado bello para ser cierto…
* * *
Puck no regresó al colegio hasta una media hora antes de la cena, justo con el tiempo preciso para poner a sus amigas del «Trébol de Cuatro Hojas» al corriente. Ellas le escucharon con los ojos brillantes de emoción.
Navio exclamó:
—¡Es verdaderamente apasionante! Y dime, ¿te han hecho unas pruebas? ¿Cómo te ha ido?
—Todavía no lo sé, Navio. Me han colocado a unos treinta metros y me han dicho que caminara hacia la cámara. De vez en cuando me ordenaban detenerme, volverme, mirar el cielo…
—Es decir, cosa fácil…
—Sí, pero me ha parecido que el director quedaba satisfecho. La semana próxima necesitará una veintena de chicos y chicas y me ha pedido que yo los escogiera…
—¡Bravo, bravo! —gritó Navio en el colmo de su entusiasmo—. Nos convertiremos todos en grandes estrellas de la pantalla… Iremos a Hollywood, y poseeremos lujosas casas con enormes piscinas…
—Calma, calma —dijo Inger—. No te pongas nerviosa. Navio. Ni siquiera sabemos si nos querrán para ese filme.
—Puck nos escogerá, estoy segura. Ah, qué feliz me siento…
—No temáis —dijo ésta—. Si el señor Frank nos lo permite, las cuatro entraremos en el reparto de la película. Y también Annelise, y Else y Joan…
—¿Y los muchachos?
—Alboroto y Cavador en primer lugar… Y Uva-Seca, Caoba, Svend, Flemming… Y en cuanto a los que no sean escogidos, podrán asistir al rodaje.
—Ah, Puck, y tú serás una auténtica vedette…
Puck sonrió, sentada en su cama:
—Yo, vedette de cine… No es para tanto. Total, un pequeño papel. Pero el director ha asegurado que yo tenía el tipo que hacía falta.
—¡Qué suerte tienes! —suspiró Navio—. Tal vez tú sí irás a Hollywood. ¿Me permitirás que te acompañe?
—Claro que sí —dijo Puck riendo abiertamente—. Iremos todas y tendremos una casa para cada una.
—¡Formidablemente palpitante!
En aquel momento sonó el timbre para la cena.
* * *
Aquella misma noche, el director de cine se dirigió en coche al pensionado de Egeborg, para hablar con el señor Frank. La noticia se propagó como pólvora. Cuando Puck fue llamada al despacho, estaba tan nerviosa que sus piernas temblaban.
—Siéntate, Bente —dijo el señor Frank amablemente—. Supongo que ya sabes por qué te llamo.
—Sí, señor…
—El señor Brummer me ha dicho que eres una excelente actriz, Bente, muy natural en tus gestos y expresiones… Y no veo ningún, inconveniente en que participes en el rodaje de la película.
—¡Oh, es tan divertido! —exclamó Puck, roja hasta las orejas.
—¡No se te vayan a subir los humos a la cabeza, jovencita! —aconsejó el señor Brummer.
—No hay cuidado en eso tratándose de Bente —replicó la esposa del director que asistía a la entrevista.
—Cierto —acordó el director—. De no estar seguro de ello, jamás hubiera dado mi consentimiento. ¿Cuántos comparsas precisa, señor Brummer?
—Unos veinte. Mitad chicos, mitad chicas… Le pagaremos a cada uno 20 coronas por su trabajo…
«Cielo Santo —pensó Puck—. Aquél era un sueldo formidable…».
—Verá —dijo el director—. Yo siempre me he opuesto a que los alumnos tengan demasiado dinero en sus bolsillos. Así que propongo que sus sueldos vayan a parar a un fondo común, del que todos puedan participar. Puede elegirse un comité para administrarlo…
—Y ¿quién formaría parte de ese comité?
—En primer lugar, Bente, claro… Y luego Inger… Y Svend, que ya preside el consejo de alumnos… Yo lo supervisaría y veríamos el destino más conveniente para ese dinero. ¿Qué opinas, Bente?
—Sensacional —respondió Bente con espontaneidad.
—Bien, pues ya puedes poner a tus compañeros al corriente de lo acordado. El señor Brummer te deja elegir a los veinte alumnos que figurarán en el filme.
—De acuerdo, señor.
—Entonces, Bente, ya puedes irte. Mañana por la tarde os vais a las ruinas del castillo. El señor Brummer os dará las instrucciones precisas.
Puck hizo una reverencia.
—Gracias por todo, señor director… Señor Brummer…
—Buenas nuches, Bente.
—Y buena suerte —exclamó la esposa del director.
—¡Gracias, señora!
* * *
Cuando Puck se reunió con sus compañeros, la inundaron de preguntas.
—¿Cómo ha ido?
—¿Qué dice el director?
Puck trató de resumir lo hablado brevemente y concluyó:
—La idea es perfecta. Cuatrocientas coronas entre los veinte alumnos es mucho dinero y debemos emplearlo útilmente. Lo que me molesta es que el señor Brummer sólo necesite a veinte de nosotros, por tanto habrá sesenta que quedarán decepcionados. ¿Nadie me guardará rencor?
—¡Jamás de los jamases!
—Gracias, pues. Bien, empezaré por elegir a Navio, Inger y Karen, lo que es lógico puesto que compartimos la misma habitación. Después a Annelise, Else y Joan… Y los demás, ya veremos…
—Y ¿los chicos?
Puck se volvió hacia Alboroto y dijo, sonriendo:
—Evidentemente, es imposible dejar de pensar en ti. Alboroto, y en ti. Cavador… Sin vosotros, la película sería un fracaso… Y luego el presidente del consejo de alumnos… Y Uva-Seca, cuyos ojos nos son indispensables…
—¡No, no, yo no me atrevería! —rehusó Aage Joergensen, llamado «Uva-Seca» a causa del color de sus ojos—. Prefiero que escojas a otro…
Puck se volvió hacia el gordo Svend y le dijo:
—Ocúpate tú de escoger a los veinte chicos. Svend.
—¡De acuerdo!
Entre risas y gritos, los alumnos sortearon a quiénes debían participar en él filme.
Alboroto y Cavador se eclipsaron discretamente. Cuando estuvieron en el desembarcadero se sentaron y cambiaron impresiones.
—Ha sido muy amable por parte de Puck el habernos elegido —dijo Alboroto.
—Sí, evidentemente —aprobó Cavador—. En tal caso creo que deberíamos renunciar a nuestros proyectos de gastarle una broma.
Alboroto, de un gesto, hizo acallar los escrúpulos de su compañero.
—Boberías, querido amigo. Puck es la única que tendrá un buen papel en el filme, por tanto, debemos hallar el modo de gastarle una buena broma. Pero debemos pensarlo con calma, hacer trabajar nuestra materia gris. ¡Es absolutamente indispensable que esta vez el triunfo sea nuestro!
—Sí —aprobó al cabo Cavador—. ¡El día del desquite está cerca! La victoria ya no se escapará de nuestras manos.
—Claro que no. ¿Acaso no poseemos las dos mentes mejor constituidas de todo Egeborg…?
—… Y sus alrededores —concluyó Cavador, con modestia.
No era aquélla la primera vez que los dos chicos se daban autobombo. Pero, hasta entonces, Puck había acabado por vencerles siempre…