Las pruebas deportivas de los muchachos eran esperadas con tanta impaciencia como lo habían sido las de las chicas, pero los resultados todavía fueron más sensacionales. ¡El gran favorito, Alboroto, había sido derrotado en la prueba de salto de altura, en la de salto de longitud y en la carrera de los 100 metros! Sus compañeros intercambiaron impresiones y comentarios sin fin, pero Alboroto se limitó a declarar:
—Hoy no estaba en forma.
—¡Desde luego, no lo estabas! —dijo Einar—. He perdido una fortuna apostando a tu favor. ¿Por qué te has deshinchado de tal modo, Alboroto?
Éste se encogió de hombros.
—Quizá los demás estaban mejor entrenados que yo.
—No… Tú eres quien mejor preparado estabas.
En el «Trébol de Cuatro Hojas» también se discutía sobre los fracasos de Alboroto. Navio observó:
—Se cree ya en vacaciones y no se toma la molestia de esforzarse…
Puck pensaba en que la explicación era, sin duda, muy diferente, pero sonrió sin decir nada.
Al día siguiente, cuando las chiquillas tuvieron que hacer el examen de historia natural, recibieron una gran sorpresa ya que, en lugar del censor, se encontraron con Ellen Brinck, que ya estaba restablecida.
La profesora les sonrió amablemente:
—Buenos días, amiguitas. Demostradme que hoy estáis tan fuertes en Historia como lo estuvisteis en Geografía el pasado invierno.
Navio y Karen se sintieron súbitamente más tranquilas. Habían temido mucho aquel examen…, pero teniendo a la señorita Brinck como examinadora las cosas no podían ir demasiado mal. ¡Había sido tan gentil y comprensiva durante aquel viaje que hicieron a Jylland!
Los resultados fueron mucho mejores de lo que ellas habían esperado.
Inger, naturalmente, obtuvo un 10 en todas las preguntas sobre la Revolución francesa, Puck consiguió un 8 hablando de Luis XIV, y Navio y Karen estuvieron tan bien hablando del Segundo imperio que obtuvieron un 7 cada una. Cuando titubeaban un poco, una sonrisa animosa de la señorita Brinck parecía infundirles conocimientos.
El profesor Frederiksen —o «Frederik»— era, desde luego muy popular entre los alumnos, pero la señorita Brinck, que le reemplazaría durante el viaje del profesor a los Estados Sudamericanos, llevaba camino de ser más popular todavía.
—Todos los exámenes nos han ido bien —comentó Inger—. Por lo tanto podemos estar seguras de pasar a la clase siguiente.
—¡Tú eres el número uno en todo! —exclamó Puck.
—Lo que me ha valido ganar toda una serie de helados —dijo Karen— Inger es la honra y el orgullo del «Trébol de Cuatro Hojas»…
Puck miró a Karen, ya que le había parecido que su voz tenía un tono amargo. ¡Temía tanto que Karen se sintiera de nuevo melancólica por el hecho de tener que pasar las vacaciones en el pensionado! Si al menos consiguiera ella dar con una buena idea para resolver aquel problema… ¡Le gustaría tanto poder conseguir unas buenas vacaciones para Karen y Navio!
Pero ¿qué?
Súbitamente una idea cruzó por su mente. Se levantó bruscamente y salió del cuarto. Navio la siguió con la mirada:
—Me pregunto si no se habrá vuelto loca de repente…
—No, eso no puede ocurrir le nunca a Puck —respondió Inger, sonriendo.
—Entonces, ¿por qué se ha ido de un modo tan repentino?
—Seguramente nos lo explicará cuando regrese.
Inger no se equivocaba.
Diez minutos más tarde, Puck regresó a la habitación, radiante de alegría, y gritó:
—Escuchadme, amigas mías. Los primeros días de vacaciones los pasaré junto a mi padre en Sundkoebing, en casa del veterinario Moeller. Luego, papá y yo saldremos de viaje…
—Sí, ya nos lo habías dicho —observó Navio.
Puck prosiguió, sin embargo:
—Sí, pero hay algo que no sabéis. Karen y tú, Navio, podéis ir conmigo a casa de mi tío Anders Moeller. Tienen una habitación para huéspedes sobrante y la compartiréis durante diez días… ¡Y en este tiempo estaremos juntas!
—¡Formidablemente palpitante! —observó Navio.
Y el rostro un tanto sombrío de Karen pareció iluminarse.
—Maravilloso, Puck… ¡Qué amable eres al acordarte de nosotras dos!
—¡Bab! —exclamó Puck sonriendo—. Yo también me siento dichosa de esta solución… Veréis cómo nos divertimos. ¿Queda convenido?
—¡Convenido!
—Gracias por la invitación —dijo Karen.
Inger se limitó a sonreír, pero su sonrisa revelaba la satisfacción de buena amiga.
Puck continuó, sonriendo:
—Sólo habrá un pequeño inconveniente, chicas. Tendremos a Alboroto y Cavador como vecinos por unos días.
—¿Cómo?
—Sí. Los dos bandidos debían embarcarse para Inglaterra por la línea de Esbjerk-Harwick…, pero van a hacerlo por Sundkoebing. Se trata de un barco que hará escala en Londres, y lo toman porque les resulta bastante más barato. Alboroto me ha dicho que se alojarán en el barco unos días antes de la partida.
—Bien, en tal caso —dijo Navio, tranquilizada—, los tendremos a cierta distancia. ¡Pobre Inglaterra, que tendrá a ese par de granujillas sobre su suelo durante varias semanas!
Si Alboroto y Cavador hubiesen escuchado aquella conversación, no por ello se hubieran sentido ofendidos. ¡Desde luego eran un par de bromistas incorregibles, pero al mismo tiempo eran muy buenos compañeros y todo el mundo les apreciaba en el pensionado!
Inger se levantó sonriente:
—¿No os apetece algo bueno, amigas mías?
—¡Qué pregunta ociosa! —respondió Navio riendo—. ¿Acaso guardas un pastel en el armario?
—No, pero puedo invitaros a un helado en la tienda de Bose.
—Excelente idea —aprobó Karen, que parecía haber recobrado su buen humor desde que había recibido la invitación de Puck—. Vamos. Pero podemos estar seguras de hallar allí muchas caras conocidas.
Karen no se equivocaba. La pastelería de Oesterby era un auténtico hormiguero, enteramente compuesto por alumnos de Egeborg, que estaban pagándose las apuestas. El gordo pastelero estaba alegre y jovial como siempre e incluso su gruñona esposa hacía un esfuerzo para esbozar una sonrisa de vez en cuando.
Gritos de alegría acogieron a las jovencitas del «Trébol de Cuatro Hojas», y a pesar de las numerosa concurrencia consiguieron hallar sitio. Sin embargo, Navio y Karen se vieron obligadas a compartir una misma silla, pero todo se arregló con el mejor humor.
La conversación era animada entre el alumnado. El tema candente era saber quién sería suspendido. El año precedente mucho de los alumnos habían tenido que repetir el curso y ahora muchos temblaban. Alboroto y Cavador en particular.
—No aprobaremos —decía Cavador—. Pero será una tremenda injusticia…
—¡Sí, lo será, ya que hemos trabajado como burros!
—Por lo menos… las dos últimas semanas —admitió Alboroto.
Cavador añadió:
—¡Lo que representa un esfuerzo mucho mayor que el del año pasado, en que sólo trabajamos una semana, y a pesar de todo el director nos felicitó!
—¡Hum! —gruñó Alboroto, y pidió otro helado—. Quisiera sentirme tan optimista como tú, amigo mío.
—Lo estarás mañana cuando sepamos los resultados. ¿Quieres apostar algo?
—Los dos helados más grandes de Londres… No, no… ¡Los más grandes de toda Inglaterra!
—¡Bien! —exclamó Alboroto—. Por una vez espero que ganes la apuesta.
Todo el mundo pasó una hora muy feliz en la pastelería de Bose, pero se acercaba la hora de la comida en Egeborg, y tuvieron que levantarse y despedirse del gordo pastelero El rostro de su esposa, nuevamente avinagrado, preguntó:
—¿Ya han pagado todos, Thaddaeus?
Bose hizo un signo de adiós a los últimos clientes y respondió distraído:
—Claro que sí, Elvira… Y además, aun cuando se me hubiera pasado un helado, no nos moriríamos por eso…
—¡Eres un mal comerciante, Thaddaeus!
—Si, lo sé —dijo el hombre—. Me lo has repetido bastantes veces…
Mientras toda la banda regresaba al pensionado en bicicleta, Alboroto, que pedaleaba junto a Puck, le preguntó con voz un tanto temblorosa:
—Puck… Hem… ¿Estás todavía enojada conmigo?
—¿Enfadada? —exclamó ella—. ¿Por qué iba a estar enfadada?
—Ejem… Pues por lo de las zapatillas con las puntas retorcidas…
—¡No digas bobadas! Sigo pensando en que pudiste buscar una broma más ingeniosa, pero en modo alguno podría estar enfadada contigo, Alboroto.
—¡Gracias!… Es muy amable de tu parte, Puck. ¡Si por lo menos pudiera hacer algo por ti en compensación!
—Puedes…
—¿Cómo?
Puck le miró con ironía:
—Me harás un gran favor si no te vuelves sentimental, querido Alboroto… ¡Eso no te va!
***
El siguiente día era el más importante del pensionado de Egeborg. No sólo porque era la víspera de las vacaciones, sino porque en la fiesta de adiós se darían las notas. En dos palabras, era el día que los alumnos más esperaban y temían.
En la fiestecita organizada en el gran comedor, donde la señora Frank y sus ayudantes habían preparado té, café y pastelillos, el director estaba sentado en medio de todo su personal y los alumnos en las largas mesas, aguardando impacientes. Los pasteles apenas tenían nada que ver aquel día con la impaciencia de los alumnos, se trataba más bien de las calificaciones escolares.
El gordo Svend, presidente del consejo de alumnos, se levantó para pronunciar un discursito:
—Señoras y caballeros, grandes y pequeños, en estos momentos en que todos nos disponemos a partir esparcidos a los cuatro vientos, me permito, en nombre de todos mis compañeros, agradecer al director y profesores el año escolar que acaba de transcurrir. ¡Debe de ser una ardua tarea gobernar por tanto tiempo a una pandilla como nosotros! En especial a algunos más bien, digamos, «alborotadores»…
Echó una furtiva mirada hacia Alboroto y Cavador, y añadió:
—No estoy pensando en nadie en particular…
—¡Bravo! —aplaudió Alboroto.
—¡Bien! —gritó al mismo tiempo Cavador.
Los auditores rieron y tuvo que pasar un buen rato antes de que Svend pudiera proseguir:
—Me felicito entusiásticamente de que por una vez Alboroto y Cavador estén de acuerdo conmigo y, por tratarse de una ocasión excepcional, no les pondré ninguna multa por haberme interrumpido. Cuando volvamos a reunimos, pasado el verano, estaremos todos tan llenos de energía que estaremos dispuestos a enfrentarnos de nuevo con nuestro cuadro de profesores, el cual, para decirlo todo, también habrá acumulado energías de modo que las fuerzas estarán equilibradas…
—¡Puedes contar con ello! —aseguró el director, riendo.
—Eso me tranquiliza, señor director. Así esperaremos el próximo curso con gran confianza…
Svend miró a sus compañeros y concluyó:
—Queridos amigos, sería un bruto si prolongara más mi discurso. Sé que tembláis de impaciencia por conocer las notas, así que paso la palabra a nuestro director.
El señor Frank se levantó, con una gran hoja de papel en la mano. Sonrió a sus alumnos y dijo:
—Yo tengo exactamente la misma impresión que Svend: no quiero haceros esperar más… Dejadme, pues, decir brevemente que todos los alumnos han aprobado el curso y pasan a clase siguiente…
Un grito de alegría cubrió las palabras del director. Cavador saltó en su asiento y agitó alocadamente los brazos.
—¡Hurra! ¡He ganado el helado más grande de toda Inglaterra!
Alboroto le tiró de la chaqueta:
—Siéntate, idiota… ¡Si tú lo has ganado, yo lo he perdido!
Cuando la calma se hizo de nuevo, el señor Frank pudo seguir:
—Es la primera vez que tal cosa sucede en este colegio, y es también la primera vez que una alumna ha obtenido un 10 en todas las asignaturas.
La alegría entonces alcanzó proporciones fantásticas y de todos lados surgieron gritos de entusiasmo:
—Bravo, Inger…
—¡Fantástico, Inger!
—Inger, felicitaciones…
El director levantó la mano, sonriente, para ordenar silencio. Después dijo:
—Me place que todos hayáis adivinado el nombre de la feliz alumna… Inger, ven…
Inger se levantó, vacilante, y se acercó a la mesa del director, el cual le estrechó la mano y le dijo:
—¡Mis felicitaciones, Inger! Puedes sentirte orgullosa de ti misma, como todos lo estamos de ti. Permíteme ofrecerte un obsequio…
El director le tendió una gran caja y prosiguió:
—Es un servicio de té, para cuatro personas, Inger, ya que sabemos que a las del «Trébol de Cuatro Hojas» os gusta compartir las alegrías.
Los compañeros aplaudieron con frenesí cuando Inger se volvió, con su gran caja bajo el brazo. Navio le murmuró:
—¡Oh, qué buen té beberemos el próximo curso!
—Felicitaciones, Inger —dijo dulcemente Karen apretándole un brazo.
—Lo mismo digo —murmuró Puck—. ¡Eres una chica fabulosamente fabulosa!
Inger se sentía incapaz de responder. Las lágrimas amenazaban con llenarle los ojos, y sólo pensaba en la alegría de sus padres al conocer aquellas notas.
Svend, Lone y Erika tuvieron también premios, ya que los tres habían obtenido un 9 en todos los exámenes. El director leyó las notas de los demás alumnos y finalmente declaró:
—¡Ya sólo me quedan dos nombres en la lista!
—¡Alboroto y Cavador! —gritaron de todas partes—. ¡Un hurra por ellos!
Alboroto se levantó e inclinó profundamente:
—Gracias por el honor que me hacéis, queridos amigos…, es «casi» demasiado…
—Soy de la misma opinión, Hugo —dijo el director con una sonrisa—. Henrik y tú habéis pasado con justeza entre grandes escollos. ¿Me prometéis trabajar de lo lindo el próximo curso?
—No le decepcionaré, señor director —respondió gravemente Alboroto.
—Gracias, amigo mío.
—Ejem… He querido decir que no le decepcionaré prometiéndole algo que tal vez no pueda cumplir —añadió Alboroto.
La señora Frank sonriendo se volvió hacia el profesor de gimnasia.
—Ah, este chico es desesperante…
—En mi opinión —respondió Strandvold—, es el más brillante de todos los alumnos que hemos tenido,
—¡No se puede uno ganar la vida siendo sólo bueno en esquí y carreras, señor Strandvold!
—Claro que sí, señora Frank, siendo profesor de gimnasia…
Ella rió de buena gana…
—Bendito sea Dios… En tal caso tiene aún esperanzas.
El señor Frank, entonces, dirigió unas palabras particulares a los alumnos que ya iban a abandonar la escuela definitivamente:
—Al proseguir el camino de la vida, jóvenes amigos, no olvidéis que todos, aquí, hemos tratado de daros un buen comienzo. Tal vez en algunos momentos os ha parecido que los profesores éramos demasiado severos, pero era sólo por sentido de la responsabilidad, a fin de que adquirierais el máximo de conocimientos y estuvierais bien armados para esa vida donde cada vez se compite más duramente.
Y concluyó sonriente:
—Y ahora, nada más. ¡Al ataque con los pasteles!
Una tempestad de aplausos acogió aquellas palabras, pero al cabo de algunos segundos sólo se oía el tintineo de las cucharillas en la porcelana.
***
El sábado por la tarde, todos se preparaban para irse. Muchos padres habían acudido en coche a recoger a sus hijos, otros alumnos se iban en tren. Los más deportivos entre los chicos se disponían a regresar a sus casas en bicicleta. Por todas partes se estaban deseando buen viaje. Sólo algunos pocos alumnos permanecían tristes: eran aquellos que pasarían el verano en el pensionado.
Las chiquillas del «Trébol de Cuatro Hojas» se despidieron de Alboroto y Cavador, los cuales se disponían a tomar el tren para Sundkoebing. Alboroto rió ampliamente:
—Nuestro barco no sale hasta dentro de unos días, pequeñas, así que tal vez volvamos a vernos…
—Oh, no —gimió Puck, con una cómica mueca—. Durante las vacaciones sólo queremos ver gentes agradables.
—Sí —apoyó Navio con energía—. Evitadnos la vista de los dos seres más bobalicones…
—Es un deseo recíproco, pequeña Navio —dijo Alboroto—. Pero el destino tiene cosas extrañas…
Cuando los dos muchachos se hubieron alejado, Inger dijo sonriendo:
—Tengo una sorpresa para vosotras, chicas… En el «Trébol de Cuatro Hojas» nos espera el té de la despedida.
—¡Excelente idea!
Pocos minutos después las cuatro amigas se hallaban instaladas ante la mesita con el té servido por Inger. La señora Frank les había prestado un fogoncito de alcohol y un mantel floreado, e Inger había hecho traer de la pastelería de Bose los mejores pastelillos.
—¡Eso te habrá costado una fortuna, Inger! —dijo Puck—. Es demasiado…
Inger sonrió.
—No pases cuidado. En mi casa, a causa de mis notas en los exámenes, me aguarda sin duda una buena recompensa en dinero.
—Te lo mereces…
—Gracias, Puck —respondió Inger, dulcemente—. Todas me habéis ayudado a obtener ese resultado…
—¿Nosotras?
Inger afirmó con la cabeza.
—Sí, gracias al buen ambiente que reina ahora en el «Trébol de Cuatro Hojas», una puede concentrarse bien y trabajar mejor.
—¡Hum! —dijo Navio—. A mí las mismas condiciones no me han hecho obtener muy buenos resultados…
—Será mejor que bebamos el té —dijo Puck alegremente.
Y las cuatro amigas pasaron una agradable hora alrededor del lindo regalo obtenido por Inger.
El ingeniero Winther llegó en el gran coche del veterinario Moeller para recoger a las jovencitas. Inger tomaría el tren en Oesterby, dirección opuesta, pero para acompañar a sus amigas, prefirió ir a tomarlo a Sundkoebing… y recorrer dos veces el mismo trayecto.
Las cuatro amiguitas charlaban alegremente.
Se prometieron enviarse postales y se dijeron que las vacaciones no eran tan largas, después de todo.
—Sé que pasaré unas vacaciones muy tranquilas en Asserbo, con mis padres —dijo Inger—, pero no sé si deseároslas a vosotras algo más «palpitantes»…
—¡Hum! —comentó Navio—. Alboroto…
—… Y Cavador —continuó Karen.
Puck rió alegremente:
—¡Callaos! Los dos bandidos sólo permanecerán unos días por aquí y no tendrán tiempo de hacer muchas diabluras.
Navio sacudió la cabeza con descorazonamiento:
—Cuando se trata de diabluras, poco tiempo les basta a ese par…
—Pues yo pienso —dijo Puck— que el barco les parecerá tan interesante que no pensarán en otra cosa.
¡Pero Puck se equivocaba de cabo a rabo!