Capítulo XIV

Las placas iluminadas de la sala de control producían una luz suave. El aire entraba a través de los diminutos orificios produciendo un sonido parecido a un suspiro interminable.

Toda la sala de control estaba montada en el centro de la nave. En una de las paredes, había una hilera de camas. En la otra parte estaban las despensas, tanques de agua, equipo sanitario.

Leesa se tumbó en un banco y él sujetó con las tiras de tela todo su cuerpo, vendando con fuerza. La última venda le sujetaba la frente.

Ella le miró a los ojos.

—¿Estamos realmente a punto?

—Hemos de estarlo. Y te haré una confesión. Si no hubiera sucedido todo esto, lo habría intentado solo, sin ti.

—Tal vez —dijo ella suavemente— esto no sea más que otro sueño, Raul. Un sueño más inteligente. ¿Podrás encontrar la Tierra?

—Sé el número de la Tierra. Seguiré los consejos de Bard Lane. Y entonces, pronto lo sabremos.

—Prométeme una cosa.

La miró.

—¿Qué?

—Si estamos equivocados. Si no existen más mundos, o si nos perdiéramos, quiero morir. Rápidamente. ¿Me lo prometes?

—Lo prometo.

Se acercó al tablero de control. Su colchoneta de piloto estaba puesta sobre raíles, de modo que, una vez en su sitio, podía deslizarse hacia delante bajo el tablero vertical y encajarse en el lugar debido. Ató sus tobillos y su cintura y se tumbó para mirar los controles. Puso en funcionamiento la pantalla tridimensional. Allí estaban las seis naves, el alto mundo blanco, la arenosa llanura y las colinas. Abrió el libro y echó una última mirada al número de referencia de la Tierra, aunque hacía mucho tiempo que lo sabía de memoria. Puso la tecla del número diez, seis valores superiores y cuatro inferiores, en los diez diales, comprobándolo otra vez. La copia de la nave estaba en posición neutral. Sólo entonces ató firmemente los diafragmas a su garganta. Colocó las bandas alrededor de su cabeza, y luego deslizó los brazos dentro de sus bandas.

Tan suavemente como pudo emitió el sonido de una vocal. La nave se estremeció, tembló. En la pantalla la diminuta imagen se movía lentamente hacia arriba, hacia arriba. Ahora la popa estaba tan alta como las puntas de las otras naves. Reforzó el tono de la vocal y la nave réplica siguió en el centro de la pantalla, el planeta se alejaba cada vez más empezando a ver la curvatura, disminuyendo de tamaño la blanca torre que había sido su mundo.

Aumentó una vez más el tono de la vocal. Un peso enorme presionaba su boca abierta, penetrándole hasta el vientre, cegándole por la presión ejercida sobre sus ojos. Oyó, a gran distancia, el gemido de dolor de Leesa. Dejó de producir ningún sonido. La presión fue cesando lentamente. Estaba atontado. Su planeta se había convertido en algo del tamaño de un puño, estaba en la esquina derecha de la pantalla y la imagen de la nave se había convertido en una brillante mota contra la oscura pantalla.

Sacó un brazo, ligero, de las ataduras, pulsando uno de los botones laterales de las pantallas. Su planeta desapareció de la pantalla y, para probarlo, hizo que la imagen de la nave se hiciera mayor. Ajustó los controles hasta que estuvo mirando hacia adelante desde la misma popa de la nave. El vasto disco del Sol estaba delante. Movió la mano hacia la nave réplica haciéndola girar un arco de noventa grados hacia la derecha. Y el Sol desapareció de la pantalla, moviéndose la réplica de la nave hacia la posición neutral, lentamente. La pantalla mostraba distantes puntos de luz contra la total oscuridad. Empezó a hacer el sonido de la vocal otra vez, aumentando cada vez los límites de duración, descansando luego en silencio mientras la nave corría, sin ruido, a través del vacío. Comprendió que cada vez que producía el sonido de la vocal, incrementaba más la velocidad de la nave. Al final, fuera cual fuera la intensidad de su sonido, comprobó que no había alteración de velocidad ya que seguramente había alcanzado el límite máximo.

Así era.

En alguna parte, hacia adelante, la conjunción del tiempo tendría efecto. No sabía dónde. Ni sabía cuánto tardaría.