Bard Lane oyó que le llamaban por su nombre, se giró y vio al mayor Tommy Leeber que cruzaba a grandes zancadas, diagonalmente, la calle, hacia él.
La sonrisa del mayor Leeber parecía algo forzada y sus ojos estaban semicerrados.
—Espero que tenga un minuto, doctor Lane.
—Me temo que no mucho más que eso, mayor. ¿Cuál es su problema?
—Según los informes, doctor Lane, mi lealtad alcanza el tope de graduación. Y las ondas de mi cerebro pasaron todos los malditos tests de la doctora Sharan. De modo que quiero saber qué significan esas dos sombras que me siguen a todas partes. —Con el pulgar señaló por encima del hombro hacia los dos guardias que permanecían de pie a varios pasos detrás de él, evidentemente incómodos.
—Estos hombres le han sido asignados de acuerdo con las nuevas instrucciones en funcionamiento, mayor.
—Si usted ha creído que puede hacerme salir de aquí fastidiándome de esta manera…
—Mayor, no tomo en cuenta sus palabras, pero debo decirle que sus dotes de observación dejan bastante que desear. Todo aquel que tiene acceso a las zonas de fabricación y a los laboratorios está sujeto a las nuevas órdenes. Habrá notado que yo también tengo un guardia. Estamos en una fase crítica. Si usted empieza a conducirse irrazonablemente, será sujetado y retenido hasta que le examinen. Yo también. En realidad, su parte es algo más sencilla que la mía. Parte de mi trabajo consiste en vigilar al guardia mientras éste me vigila a mí. Empleamos este método como defensa contra cualquier… demencia pasajera, que la doctora Inly no pueda detectar.
—Veamos, ¿cómo puedo librarme de estos tipos?
—Dejando el área del proyecto, mayor.
Leeber se frotó la barbilla.
—Veamos, doctor. Yo sé que usted no ha recibido personal nuevo. ¿De dónde han salido todos estos guardias extras?
—De otras ocupaciones.
—Lo cual disminuye muchísimo la rapidez de los trabajos, ¿no es así?
—Sí, en efecto.
—Usted ya se encuentra bastante apurado debido a haberse retrasado más de la cuenta, doctor. ¿No cree que este nuevo procedimiento puede serle perjudicial precisamente ahora?
Por un momento Bard pensó en el efecto que producirían sus puños contra el oscuro bigote militar, en plena boca. Sería un placer ver al mayor Leeber sentado sobre sus posaderas en medio de la calle.
—Puede usted informar de estas nuevas disposiciones al general Sachson, mayor. Puede usted decirle que si lo cree conveniente puede revocar esta norma de seguridad que he establecido. Pero ello saldrá a relucir en un informe, y si luego alguien vuelve a sentirse destructivo como Kornal, todas las culpas caerán sobre él.
—Por lo que valgo, Doc, el viejo no será tan quisquilloso. Se ha figurado que dentro de sesenta días no habrá nadie más aquí que un equipo de medición y salvamento, señalando con tiza todo aquello que valga la pena conservar.
—No creo que esté bien que haya dicho todo eso, mayor Leeber —dijo Bard en voz baja—. No creo que haya sido inteligente.
Observó cuidadosamente a Leeber, que sonreía en la forma más encantadora.
—Vaya, "doc". No se enfade conmigo. Estoy comportándome de esa forma asquerosa porque estos dos muchachos me han echado a perder una operación que ya creía realizada.
—No espero lealtad de usted, Leeber. Tan sólo una razonable cooperación.
—Le ruego me disculpe. Cuando se me presenta alguna buena oportunidad sólo puedo pensar en esos dos tipos mirándome desde atrás.
—Si se trata de alguna chica, puede llevársela fuera del área, Leeber. Cuando regrese, tendrá que esperar a que le asignen los dos guardias correspondientes.
Leeber hundió la punta del zapato en el polvo de la calle.
—Una noble sugerencia, "doc". ¿Quiere usted acompañarme?
—No puedo desperdiciar el tiempo, gracias.
—De acuerdo. Puesto que no me gusta que estos dos tipos participen de mi cita, creo que lo mejor será que me lleve a la chica fuera de la zona, ¿eh?
—O bien ser cuatro en total. Es decir, cinco, contando con el guardia de ella, una mujer en este caso.
Leeber se encogió de hombros. Saludó con la mano y se fue.
Bard Lane se dirigió a la cantina. Se sentó en una mesita del rincón donde poder estar solo. Estaba levantando el vaso de jugo de tomate hacia su boca cuando sintió la familiar presión en su mente. No hizo el menor intento de combatirla. Detuvo el brazo a medio camino de la boca unos instantes, continuando luego el movimiento hasta los labios. La sensación de su mente le hizo recordar los primeros cursos de ciencias dados en el colegio. Cuando miró por primera vez a través del microscopio.
Y ahora su mente era invadida lentamente mientras él permanecía sentado bebiendo tranquilamente su jugo de tomate. Dejó el vaso en la mesa. Para cualquiera que le observara él era el doctor Bard Lane, el jefe, el "Viejo". Pero él sabía que por lo que a libre albedrío se refería había dejado de ser Bard Lane.
La presencia extraña se había introducido rápidamente con sus pensamientos. Casi podía notar cómo se iba introduciendo en su mente.
Su nueva familiaridad con la recepción de los pensamientos del extraño hacían aquellos pensamientos tan claros como si le hubieran sido susurrados suavemente al oído.
—No, Bard Lane. No. Tú y Sharan Inly habéis llegado a una conclusión errónea. Nosotros no somos de este planeta. No se trata de un invento inteligente para engañaros. Somos amistosos en nuestro propósito. Me alegro de comprobar que habéis tomado todas las medidas de precaución que os sugerí. Le ruego que informe claramente a todas las personas de su confianza que deben moverse con rapidez siempre que exista la más ligera duda. Cualquier débil peculiaridad, cualquier palabra inesperada o movimiento raro, será la base en la cual moverse. Cualquier distracción podría ser fatal.
Bard veía sus pensamientos tan claros que hubiera podido subrayar mentalmente cada sílaba de las palabras.
—¿Cómo podemos saber que son ustedes amigos?
—No pueden saberlo. No hay forma alguna de probarlo. Todo lo que puedo decirle es que nuestros antepasados de hace doce mil años eran comunes. Ya le hablé del Plan. El Plan está fracasando porque la gente de mi mundo está olvidando los motivos originales. Un mundo, Marith, vive en un salvajismo bárbaro. Otro, Ormazd, ha encontrado la llave para la busca de la felicidad en su planeta. Nosotros somos ingénitos y decadentes. Su proyecto es la esperanza de la humanidad.
—¿Cuáles son sus motivos para obrar así?
Hubo un silencio en su mente.
—Si he de serle sincero, Bard Lane, debo mencionar el aburrimiento, el deseo de cambiar, el deseo de hacer cosas importantes. Y ahora existe otra razón.
—¿Cuál?
La compenetración era tan perfecta que Bard Lane quedó perplejo al sentir que un fuerte rubor cubría su rostro y su cuello.
—Quiero poder encontrarme frente a frente con Sharan. Deseo rozar su mano con la mía, no con la mano de cualquier otro en cuya mente me haya introducido.
El pensamiento pasó inmediatamente a otros asuntos.
—He estado preguntándome si debe haber alguna forma en que yo pudiera darles ayuda técnica. Yo no comprendo las fórmulas de su nave. Todo lo que sé es que la propulsión depende de los sistemas alternos de referencia temporal. Ésta es la misma fórmula que fue empleada en nuestras naves, hace mucho, mucho tiempo. Como ya le dije, hay seis naves de ésas en el exterior de nuestro mundo. Descubrí unos micro libros cuyo contenido está más allá del alcance de mi entendimiento. Yo podría retener en mi memoria mapas de calles y tableros de control y luego, sirviéndome de su mano, dibujarlos para usted.
—Hay algunos problemas que todavía no hemos podido resolver —dijo Bard—. Podría usted intentar hacerlo.
—¿Qué desea que busque?
—La manera en que los mapas de astronavegación estaban coordinados con el salto del tiempo. Nuestros astrónomos y físicos matemáticos creen, en este punto, que una vez hecho el salto, se tardarán semanas haciendo observaciones y reorientando la nave. Están trabajando en algún método que extenderá el salto de tiempo como una hipotética línea a través del espacio desde el punto de partida hasta el nuevo sistema de tiempo. Entonces las coordenadas de esta línea hipotética, usando opuestos grupos de estrellas como puntos de referencia, eliminarían la duda desde el mismo instante de partida, orientados ya en la nueva posición. ¿Comprende?
—Sí. Veré si puedo descubrirle cómo lo hicieron en el pasado.
El guardián se le acercó más y le puso la mano en el hombro. Su expresión era respetuosa, pero su mano parecía de hierro.
—Señor, ha estado hablando en voz alta.
La presencia extraña se apartó de su mente. Bard sonrió al guardia.
—Le agradezco su aviso, Robinson. Estaba haciendo prácticas del dictado de una carta importante que tengo que escribir después del almuerzo.
Robinson pareció poco convencido. Bard dejó la servilleta al lado del plato.
—Iré con mucho gusto a la oficina de la doctora Inly, Robinson, pero…
—Creo que será lo mejor, señor. Las órdenes son muy estrictas, señor.
Todos los presentes volvieron sus cabezas para observarles cuando abandonaron el local, con la fuerte garra del guarda todavía castigando el brazo de Bard. Pudo oír el zumbido de la conversación cuando la puerta se cerró tras ellos. Se dirigieron hacia la oficina de Sharan. Y las sirenas de alarma empezaron a sonar.
Bard se soltó de la mano de Robinson y corrió con todas sus fuerzas hacia el centro de comunicaciones, a unas setenta yardas. Las sirenas quedaron convertidas en un apagado sonido al atravesar la puerta del edificio. El hombre que ocupaba el tablero de comunicaciones, pálido por el violento esfuerzo, miró a Bard y dijo:
—De la nave, señor. Adelante.
—¿Quién es? —preguntó Bard.
La voz que le respondió era metálica.
—Shellwand. En la nave. Acabamos de encontrar un guardia en el nivel G, cerca de la protección, tendido y frío, señor. Estamos tratando de hacer salir a todos los que están en la nave, señor.
—¿Quién lo hizo?
—No lo sabemos, señor, hasta… ¡Está empezando a temblar, señor! ¡Todo tiembla!
El receptor empezó a recoger la resonancia y ruido bronco. El hombre del tablero de comunicaciones cortó la conexión. Todos lo oían ya. Una vez oído, no podía olvidarse jamás. Bard Lane lo había oído muchas veces.
Era como el tenue retumbar de un trueno lejano al otro lado de las colinas, combinado con miles de voces masculinas, cantando una nota sostenida en desacuerdo.
Era la canción de los hombres que tratan de alcanzar las estrellas. Era la resonante furia de la fisión, poco antes de la detonación instantánea. En Hiroshima había sido como un latigazo estruendoso del destino lo que había brindado una nueva época al hombre. Ahora era aparejado, controlado, dirigido, guiado.
Bard Lane dio la vuelta y salió de la habitación. Con el hombro dio contra la puerta. No sintió el dolor. Salió hacia el espacio abierto y se quedó mirando fijamente hacia el Beatty One.
El estruendo se hacía cada vez más fuerte. La llama blanquiazul lamía ya las aletas de la nave. Cuando el vasto sonido se hizo aún mayor el Beatty One emergió hacia arriba, saliendo de la tienda de camuflaje. Se elevaba con dolorosa lentitud, con la pesadez de cualquier bestia prehistórica. Atravesó la tienda, ganando poco a poco velocidad, arrancando la tienda de las torres, deslizándose a través de ellas, incendiándola con la llama de su cola. Ahora la llama de un blanco insoportable era dos veces tan alto como la nave.
La base de una torre, reblandecida por el calor, quedó fija y la torre empezó a inclinarse lentamente hacia el norte, sin aumentar la velocidad en su caída, sino tendiéndose suavemente contra el suelo. Al ir elevándose, pudo observarse reflejado por el sol el contorno plateado de la nave. Aún en medio del desespero que llenaba su corazón, el horror y el gran shock de fracaso, Bard Lane sentía y reconocía el fuerte sentido de pavor ante la extraordinaria belleza de la nave.
El estruendoso ruido de la nave se tornó en algo más agudo mientras el Beatty One iba elevándose en el cielo. Alto y más alto. Una estela de vapor. Y más alto todavía. Luego se inclinó lentamente, como había supuesto, ya que faltaban por instalar todavía las placas de estabilidad de 20 megohmios. Trazó una brillante parábola, tan limpia como si hubiera sido dibujada en un papel. El ruido que producía parecía que tendría que reventar los tímpanos de los que estaban presenciando aquel horrible espectáculo. Estaba aproximadamente, según Bard pudo calcular, a unas quince o veinte millas de distancia. Seguía oyéndose aquel estruendo aún después de la explosión que llenó de luminosidad flameante más de la mitad del cielo, cesando luego bruscamente. El aire les azotó con fuerza y la tierra pareció trepidar como si se acercara algún camión. Al final les llegó el ruido gutural de la explosión interna. Luego el silencio. Una nube oscura alzándose en forma de hongo hacia el cielo azul. En el aire se veía todavía un poco del rastro de vapor que la nave había dejado tras de sí.
Bard Lane dio un par de pasos hacia el bordillo, se sentó y ocultó el rostro entre las manos. Cerca de allí, un edificio de madera ardía por completo. Los motores zumbaban todavía, las sirenas pareciendo ridículas comparadas con el recuerdo del gemido del Beatty One agonizante, (un mosquito tratando de gritar más que un águila). Alguien apoyó su mano en el hombro de Bard Lane. Éste levantó la cabeza y vio el rostro serio de Adamson. Las lágrimas habían dejado la huella de su paso por las polvorientas mejillas.
—Nick, yo… yo…
La voz de Adamson era áspera.
—Tomaré un equipo de emergencia y veré lo que ha sucedido al estrellarse. Si tenemos suerte, lo encontraremos a unas cinco millas del poblado. Será mejor que hables por radio, Bard, y digas algo. Luego creo que debes anunciarlo al personal adscrito.
Adamson se alejó, andando con paso firme.
Se dirigió hacia su oficina. El guardián había abandonado voluntariamente su misión. El personal del proyecto estaba en la calle, formando pequeños grupos. De dos, tres o cuatro a lo sumo. Hablaban en voz baja. Grandes silencios. Le miraron rápidamente al verle pasar. Entró en la oficina. Bess Railly estaba sentada en su mesa, con la frente apoyada en la mano, sobre la máquina de escribir. Sus huesudas espaldas se agitaban, aunque ella no hacía ningún ruido.
Tras haber avisado a Sachson y a Washington por radio, obtuvo un circuito para el personal en cada amplificador de zona.
Habló lentamente.
—Aquí Lane. No sabemos lo que ha sucedido. Tal vez no lleguemos a saber jamás quién ha sido el responsable. Estarán ustedes preguntándose por sus respectivos trabajos. Dudo muchísimo que se nos ofrezca una segunda oportunidad. Pasado mañana tendremos efectuadas las liquidaciones para la mayoría de ustedes. Algunos empleados del laboratorio para los informes de mercancías y rutinarios permanecerán aquí durante algún tiempo. La lista de aquellos que sean necesarios será colocada en el tablero de noticias mañana por la tarde. Otra cosa. No tengan la sensación que debido a lo que acaba de suceder, todo lo que hemos estado haciendo ha sido perder lastimosamente el tiempo. Hemos aprendido muchas cosas. Si no se nos da la oportunidad de emplearlas, alguien lo hará, antes o después. Todos los empleados deberán personarse en seguida a los relojes de control para retirar sus respectivas tarjetas. Entréguenlas, por favor, a míster Nolan. Míster Nolan, una vez haya tenido el tiempo necesario para revisar todas las tarjetas, enviará a alguien para retirar las innecesarias. Doctora Inly, por favor, venga a informar a mi oficina. Benton, cerque con cuerdas la zona afectada e infórmeme luego. Todos aquellos que hayan perdido objetos personales en las barracas consumidas por el fuego, que tengan la amabilidad de rellenar las correspondientes hojas de reclamación. Pueden obtenerlas y pedir instrucciones en el despacho de contabilidad de miss Mees. Brainard, disponga equipos de trabajo para encargarse de la torre que ha caído fuera de la zona. El club será cerrado esta noche… Y… no sé cómo expresarme correctamente para decirles lo que pienso, pero quiero dar las gracias a cada uno de ustedes por la devoción y lealtad tan extraordinaria que han demostrado siempre. Gracias.
Cerró la conexión. Sharan estaba de pie en el umbral. Se acercó hacia su mesa.
—¿Querías verme?
Le sonrió con aire sumamente cansado.
—Gracias, Sharan.
—¿Por qué?
—Por ser lo suficientemente inteligente para no empezar a lamentarte, a decirme cuánto lo sientes, a decirme que no es culpa mía, y todas esas cosas.
Sharan se sentó, dejando descansar una de las piernas encima del brazo del sillón.
—No hay nada que decir. Nuestro buen compañero que dice llamarse Raul ha cogido a uno del grupo y nos ha partido. Imagino que al otro lado del mundo alguien debe sentirse muy satisfecho.
—¿Dónde irás, Sharan?
—Encontraré otro hueco donde colocarme. Tal vez al Pentágono, para testificar los complejos de Edipo de los segundos tenientes del capitán del cuartel. Algo curioso. Pero ahora tengo un "hobby".
—¿"Hobby"?
—Descubrir cómo han podido ejercer esa hipnosis a larga distancia. Hay pocas personas en las que pueda confiar sin que luego de escuchar mi historia no me tomen por loca.
—Pero no vas a irte inmediatamente. Tengo miedo. Habrá una investigación. Nosotros tendremos los papeles estelares. Tú, yo, Adamson, Leeber, Kornal y algunos más. Observa la gran pista del circo, doctora Inly. Oigo a los tigres que rugen pidiendo comida. Paga tu entrada y entra a ver las siete maravillas del universo.
Un frente tormentoso avanzaba desde el norte. El día era inesperadamente húmedo y bochornoso. En la sala de conferencias del general Sachson se habían adicionado sillas extras. Dos muchachas aburridas estaban sentadas en una pequeña mesita situada junto a las ventanas, para tomar las anotaciones de lo sucedido en la reunión mediante las máquinas taquigráficas. La puerta había sido cerrada dejando afuera a los sufridos reporteros y fotógrafos, Bard Lane ocupaba el sitio de los testigos. Tenía los sobacos mojados, mientras sentía la boca seca, con un gusto metálico.
El senador Leedry sonreía mientras hablaba. Su voz de barítono era alternativamente como un escalpelo o acariciante.
—Aprecio sus intentos de explicar las cuestiones técnicas de forma que nosotros los pobres hombres profanos en esta materia podamos comprenderlo, doctor Lane. Créame, lo apreciamos, pero creo que no somos lo bastante inteligentes. Por lo menos, yo. Ahora, si no es demasiada molestia, ¿querría volver a explicarnos su teoría del accidente?
—Los A-6 emplean lo que ellos llaman, en el ejército, radiación elástica. La defensa actúa también como inhibidor. Cuando actúan, las píldoras son suministradas a la cámara CM, para la combustión. La cámara CM utiliza los principios antiguos para realizar el empuje. Los controles del A-6 no habían sido instalados todavía. No hay posibilidad de un accidente en la transferencia de las píldoras hasta la cámara conductora.
El secretario de Defensa, Logan Brightling, se aclaró la garganta para interrumpir.
—¿Cómo es que el Beatty One estaba equipado con todo ese material del A-6 antes de ser instalados los controles?
—A pesar de los inhibidores, las píldoras generaban un calor considerable. El Beatty One tenía un método eficiente para utilizar este calor por energía autocontrolada —continuó dando sus opiniones—. Por esto —concluyó— hemos supuesto que la cámara propulsora fue suministrada con algunas píldoras más de las que habrían sido llevadas normalmente de una vez por el transportador, y por esto suponemos que no ha sido un accidente del transportador.
Leedry curvó los labios.
—O sea, doctor Lane, que quiere usted darnos a entender que alguien entró en… ese infernal centro de radiación y saboteó la nave.
Bard se removió en su silla.
—No puedo ver otra respuesta. Cinco segundos después de quedar abierta la sección de almacenaje, no habría la menor esperanza de vida pasados los siguientes veinte minutos, cualquiera que fueran los tratamientos que se aplicaran. Quien lo intentara sacrificaría su vida inútilmente. En la nave se hallaban en aquel momento doce técnicos, además de los doce guardias que les vigilaban, de acuerdo con las nuevas disposiciones de seguridad establecidas por mí desde cuatro días antes del accidente. Evidentemente, el saboteador fue más listo que su guardián. El operario del ascensor así como dos obreros más que se hallaban demasiado cerca de la nave perecieron, resultando en total veintisiete bajas. Una gran sección de la cubierta de camuflaje cayó en llamas sobre una empleada de la oficina de contabilidad. Murió ayer a causa de las quemaduras sufridas. O sea, que en total son veintiocho las víctimas.
El general Sachson se inclinó hacia Leedry, murmurándole algo al oído. Leedry no cambió de expresión. Dijo:
—Doctor Lane, ¿tendría la amabilidad de pasar a la otra mesa, por favor, durante unos minutos? Doctora Inly, ¿tiene la bondad de acercarse?
Leedry dejó transcurrir algunos segundos. Sharan ocultó la rapidez de su pulso, el enfermizo nerviosismo que le daba a su boca un sabor metálico.
—Doctora Inly. Usted ha declarado previamente respecto a sus obligaciones y a las reglas de trabajo que cubrían tales obligaciones. Por lo que yo entiendo sus disposiciones eran que cualquier empleado sometido a observación en una cama del hospital debía permanecer internado, como mínimo, un período de siete días. Sin embargo, de acuerdo con sus informes, encontramos que el doctor Lane fue puesto en observación y dado de alta después de transcurridos tres días tan sólo. Creo que debe usted tener alguna explicación para ese cambio en sus normas.
Se oyó el zumbar de las conversaciones en murmullo por la habitación. El presidente de la Junta tuvo que llamar al orden a los asistentes.
Sharan se mordió los labios.
—Vamos, doctora Inly. ¡Seguramente sabrá usted por qué ordenó que se diera de alta al doctor Lane!
—Descubrí que… la prueba que me había hecho suponer en un principio que el doctor Lane no se hallaba bien… no era lo que me había pensado.
—¿Es verdad que usted ha sido bastante amiga del doctor Lane? ¿No es cierto que han estado con frecuencia juntos y solos? ¿No es cierto que entre los demás empleados del proyecto corrían rumores acerca de sus relaciones que parecían algo más… íntimas de los normal entre profesionales? —Leedry se había inclinado en su sillón, para dar más énfasis a sus preguntas.
—Me ofenden sus deducciones, senador.
—Limítese a responder a mis preguntas, doctora Inly.
—El doctor Lane es un buen amigo mío. Nada más que eso. Con frecuencia estábamos juntos y con frecuencia discutíamos qué curso de acción sería el mejor para el proyecto.
—¿De veras? —preguntó Leedry.
—Senador, considero esa línea de investigación tan edificante como garabatear en la pared del lavabo.
—Está usted alterando el orden —exclamó el presidente—. Siéntese, por favor.
—Prepárese de nuevo, doctor Lane —dijo Leedry—. Le necesitaremos dentro de breves momentos, doctora Inly.
Bard ocupó el puesto de testigo otra vez. Leedry esperó a que sus compañeros dejaran de hacer comentarios.
—La doctora Inly es muy atractiva, ¿verdad? —le preguntó a Bard en tono jovial.
—Es una psicóloga competente —respondió Bard.
—Oh, indudablemente. Ahora veamos, doctor Lane. Ayer tomamos testimonio de alguno de los supervisores del hospital. ¿Puede usted explicarnos cómo es que fue usted visto haciendo el amor a una joven enfermera llamada Anderson?
—¿Puedo preguntar qué es lo que está usted intentado probar? —preguntó Bard. Su voz era baja.
—Será un placer decírselo, doctor Lane. Puedo responderle fácilmente. Doctor Lane, usted es un hombre muy famoso. Es muy joven para la enorme responsabilidad que le ha sido confiada. Ha malgastado usted la fruslería de más de mil millones de dólares. Dinero que ha salido de gente que trabaja para vivir. Seguramente sentía usted el peso de esa responsabilidad. Ahora respóndanos a esta pregunta, doctor Lane. Durante el período de tiempo desde que usted permitió a William Kornal regresar a sus obligaciones después de haber destrozado el equipo clave de control, ¿ha sentido sinceramente, alguna vez, que no era usted la persona adecuada para las responsabilidades que le fueron asignadas?
Bard Lane observó sus manos. Miró a Sharan Inly y vio que tenía los ojos humedecidos.
—Sí.
—¿Y sin embargo no presentó la dimisión?
—No, señor.
—Puede retirarse. Espere en la antesala. Por favor, tenga la amabilidad de acercarse, mayor Leeber. Tengo entendido que usted estaba como observador desde el accidente de Kornal.
—En efecto, así es.
El mayor Leeber estaba sentado muy erguido en su silla. Cada pedazo de metal de su uniforme relucía como un pequeño espejo de oro. Su voz había perdido aquellas entonaciones perezosas. Era firme.
—¿Quiere usted darnos su opinión acerca de la capacidad como director del doctor Lane?
—Creo que será mejor que les repita verbalmente el informe que envié al general Sachson, tres días antes de ocurrir el "accidente". Me refiero al párrafo tercero de mi informe: "Parece que el doctor Lane está más indicado para realizar la supervisión del trabajo técnico en el campo de investigaciones y que no tiene ni temperamento ni práctica para el trabajo administrativo que se requiere en el jefe de un proyecto como éste. La informalidad que reina aquí es indicadora de la carencia de disciplina. El doctor Lane ha ido demasiado lejos con sus nuevas disposiciones de seguridad, detalladas más arriba, que permiten la fraternización entre personal superior y simples empleados oficinistas. El oficial abajo firmante recomienda encarecidamente que cualquier intento de llamar la atención a las personas en Washington que están en situación inmediata de ordenar una investigación en gran escala del proyecto, sería lo más adecuado."
Leedry se giró hacia Sachson.
—General, no es necesario que se moleste en venir hasta el banquillo. Díganos tan sólo qué hizo usted con el informe del mayor.
—Lo endosé, con mi aprobación de las conclusiones de Leeber, enviándolo por correo oficial, a través del Jefe de Coordinación al Comandante General de las Fuerzas Armadas. Supuse que sería discutido con el secretario de Defensa.
—Estaba sobre mi mesa, a mi atención personal, cuando se supo que el Beatty One había despegado prematuramente. Felicito al general y al mayor Leeber por su participación en este asunto. Cuidaré de que esto figure en sus respectivos historiales.
Sharan Inly se echó a reír. Aquel ruido estaba fuera de lugar en la sala. La carcajada había sido tan estridente como el ruido del cristal.
—Caballeros, me divierten ustedes. El ejército ha estado resentido desde el principio contra el "Proyecto Tempo". El ejército opina que los intentos de viajes espaciales son absurdos, a menos que sean llevados en una atmósfera de formaciones de compañías, galones y compartimientos estancos. El doctor Lane ha sido atrapado precisamente en medio y será quien pagará los platos rotos. La triste verdad es que él posee más integridad en su dedo meñique de lo que el mayor Leeber ha sido capaz de ver —se giró hacia Leeber y le sonrió—. Usted en realidad es un hombrecillo más bien despreciable. Caballeros, todo este asunto me pone enfermo el corazón, y casi estoy a punto de enfermar de otra cosa. Voy a irme y ustedes pueden citarme por ultraje o para retenerme físicamente. Imagino que este último va más de acuerdo con sus procedimientos. Encantada de haberles conocido.
Pasó al lado del sargento que estaba en la puerta, que cerró suavemente cuando ella hubo salido.
—Déjenla ir —dijo Leedry—. Imagino que pasará mucho, mucho tiempo antes de que el Servicio Civil le designe empleo gubernamental. Y acaba de decirnos todo lo que necesitábamos saber. Su apasionamiento por Lane, y el efecto de ese apasionamiento en su juicio, es ahora cuestión de informe. Sugiero que consideremos esta conclusión. Mi opinión personal es que el "Proyecto Tempo" fracasó debido a la enorme negligencia e inestabilidad mental del doctor Bard Lane.
El general Sachson, puesto en pie, dijo:
—Si me permitiera el privilegio de hacer un comentario, senador…
—Naturalmente, general —dijo Leedry calurosamente.
—Encontrará en mi historial que hace dos años cuando estaba siendo considerado el "Proyecto Tempo", yo leí los informes y emití una opinión negativa. Esta mucha… es decir, la doctora Inly, dio a entender que el ejército había intentado bloquear el "Proyecto Tempo". Deseo negar tal alegación. Soy un soldado. Sigo órdenes. Una vez aprobado el "Proyecto Tempo", le di toda mi cordial colaboración. Las actas de las reuniones efectuadas con relación al proyecto están a su disposición como pruebas de esta cooperación.
"Sin embargo, y para ser honrado, debo confesar que desde un principio consideré el "Proyecto Tempo" como algo insensato. Creo que con persistencia, con la aplicación de la disciplina y el esfuerzo, conseguiremos conquistar el espacio de acuerdo con el plan trazado por el general Roamer hace dieciséis años. Primero debemos establecer una base adecuada en la Luna. La Luna es la primera piedra para ir a Marte y Venus. Caballeros, según la táctica militar, debe consolidarse primero la zona propia antes de dar un paso adelante. El "Proyecto Tempo" ponía la carretera varias millas delante del caballo. Los viejos métodos son los mejores. Los métodos conocidos y probados serán los verdaderos.
"¿Esa teoría de salto del tiempo es algo que puedan ustedes comprender, sentir o tocar? No. Es una teoría. Yo, personalmente, no creo que exista variación alguna. Creo que el tiempo es constante en todas partes, en todas las galaxias y en todo el universo. Lane era un soñador. Yo soy una persona activa. Ya conocen mi historial. Yo no deseo que este fracaso les haga volver la espalda a los vuelos espaciales. Necesitamos una base en la Luna. Desde una base en la Luna podemos observar la garganta de Panasia. Debemos conseguir esa base antes de que lo hagan ellos, y no disipar nuestros esfuerzos consintiendo las tonterías de algunos físicos de la nación. Gracias, caballeros.
Leedry inició el estallido de aplausos educado, pero entusiasta. El mayor Leeber se puso inmediatamente en pie y aplaudió con los demás.