En las habitaciones privadas destinadas para él por ser Dirigente, Jord Orlan estaba mirando con fijeza a la muchacha que estaba sentada frente a él, esperando desconcertarla con su silencio. Esta Leesa Kinson era demasiado… viva. Las fuertes hebras negras de su cabello eran poco corrientes. Cabellos como los de la gente de los sueños, o como el de su hermano, Raul. Los rasgos de su rostro tenían fuerza, y sus labios eran demasiado rojos. Jord Orlan prefería las mujeres más sumisas, más débiles, más frágiles. Con un esfuerzo recordó el asunto que le había hecho llamar a la muchacha.
—Leesa Kinson, se me ha informado que no has tenido ningún hijo.
—Es cierto.
—Se me ha informado que no has favorecido a ningún hombre entre todos nosotros.
Ella sonrió, como si eso no tuviera importancia.
—Tal vez nadie me ha encontrado aceptable. Se me ha dicho que soy extraordinariamente fea.
—Sonríes. ¿Has olvidado la Ley? Hay demasiadas mujeres estériles. Todas las que pueden tener hijos deben tenerlos. Es la obligación de todos tener hijos. Tú eres tan fuerte como un hombre. Es de Ley que tú tengas muchos hijos. Las débiles mueren frecuentemente, y con ellas los niños.
—Habla usted de la Ley. ¿Dónde está la Ley? ¿Puedo tocarla o leerla?
—Leer es una costumbre de los mundos primero y segundo. No nuestra.
Curvó los labios.
—Yo puedo leer. Aprendí cuando era una niña, en los pisos superiores. Mi hermano me enseñó. Puedo leer nuestro lenguaje y sé escribirlo. Muéstreme la Ley.
—La Ley me la dijeron a mí. Me la dijeron tantas veces que yo la recuerdo e incluso ahora la enseño a otros. Había esperado enseñársela a Raul, pero…
—No tiene ningún interés en ser Dirigente. ¿Va en contra de su Ley aprender a leer?
—Me pareces algo impertinente. Es mi Ley, y la tuya también, Leesa Kinson. Aprender a leer no va en contra de la Ley. Simplemente no sirve de nada. ¿Qué razón hay para leer? Tenemos los sueños, comida, podemos dormir, y tenemos las salas de juegos. ¿Por qué leer?
—Es bueno saber algo que los demás desconocen, Jord Orlan.
—Si persistes en esa actitud impertinente tendré que castigarte negándote el derecho a soñar durante muchos días.
Ella se encogió de hombros, mirándole fijamente. Sus ojos grises le hicieron sentirse extrañamente incómodo.
—Los viejos métodos son los mejores. ¿Por qué no eres feliz?
—¿Quién lo es?
—¡Vaya, pues yo! Todos nosotros. Sólo tú y Raul estáis descontentos. Los extraños. Cuando yo era pequeño había uno como vosotros. En realidad, creo que debió de ser el padre de tu padre. Él también tenía un aspecto diferente. Causó muchos problemas, y fue castigado muchas veces. Golpeó a varios hombres, y fue odiado y temido. Luego, un día, una mujer le vio cuando se arrojaba por el tubo oval que conduce a la oscuridad infinita. No sintió ningún deseo de detenerle. Ya ves, éste es el fin del descontento. Debes aprender a estar satisfecha.
Sentía pesadez en los párpados y bostezó. Esto le molestó.
Se inclinó hacia adelante.
—Leesa Kinson, creo que esta actitud tuya no es natural. Creo que está motivada por tu hermano. Ha sido una mala influencia. No tiene nada que hacer en ninguno de los juegos. Cuando no está soñando, es imposible encontrarle.
Había empezado a concebir una idea. La consideró cuidadosamente.
—¿Puedo irme? —preguntó Leesa.
—No. Siento curiosidad por tu hermano. He intentado hablar con él en diversas ocasiones. Nadie sabe nada de sus sueños. No toma parte en ningún juego. Sospecho que debe olvidarse de la principal responsabilidad del sueño. ¿Ha hablado contigo de… algún asunto que pueda ser considerado herejía?
—¿Debo decírselo?
—Creo que debes sentirte contenta de hacerlo. No soy vindicativo. Si estas ideas no son correctas trataré de cambiarlas. Si rehúsas darme cualquier información, te ordenaré favorecer a cualquier hombre escogido por mí, uno que obedezca mis órdenes. Esto entra dentro de mi poder. Y la Ley dice que debes tener hijos.
Leesa apretó los labios.
—Las órdenes pueden ser desobedecidas.
—Y tú puedes ser llevada a un lugar en el piso más alto y ser arrojada de este mundo por no haber querido obedecer una orden. No deseo tener que hacerlo. Por esto, dime lo que Raul te ha contado.
Ella se movió un poco en la silla, sin mirarle.
—Dice… dice cosas que no son verdad.
—Sigue.
—Dice que los tres mundos de los sueños existen realmente y que lo que nosotros llamamos sueños son sólo… un método para visitar los tres mundos reales. Dice que este mundo es sólo una gran construcción y que descansa en un planeta que es como los otros tres, aunque más frío y más viejo.
Jord Orlan se había puesto de pie y paseaba arriba y abajo de la habitación.
—Ah, esto es más serio de lo que yo creía. Necesita ayuda. Desgraciadamente. Debe hacérsele ver la Verdad.
—¿La Verdad como usted la ve? —preguntó ella suavemente.
—No te burles. ¿Qué dijiste tú cuando Raul te contó esas absurdas teorías?
—Le dije que no le creía.
—Muy bien, chiquita. Pero ahora debes ir con él y hacer ver que le crees. Debes animarle a que te diga más cosas. Debes descubrir lo que hace en sus sueños. Y debes informarme de todos ellos inmediatamente. Cuando sepamos toda su herejía estaremos en mejor posición para tomarle de la mano y conducirle a la Verdad. —Su voz se hizo más resonante. Estaba frente a ella, con los brazos extendidos, y el rostro resplandeciente—. Una vez, cuando era joven, yo también dudé. Pero al crecer me hice más inteligente, y descubrí la Verdad. El universo entero está encerrado dentro de estas familiares paredes. Afuera es el fin de todo, una vacuidad inimaginable. Nuestras mentes no pueden comprenderlo. En este universo, esta totalidad, existen casi un millar de almas. Somos el núcleo estático del universo, el único pequeño lugar de la realidad. Ha sido de esta manera siempre, y siempre lo será. Ahora vete, y cumple lo que te he dicho, Leesa.
Cuando salía de la habitación, Leesa se acordó de las palabras que Raul le había dicho el día antes de su primer sueño:
—Si una criatura pequeña es puesta dentro de una caja blanca antes de que abra los ojos, si vive siempre en esa caja, si le es facilitada la comida y el bienestar, y si muere dentro de esa misma caja, en el momento de la muerte la pequeña criatura puede mirar las paredes de la caja y exclamar: "Esto es el mundo".
Estas palabras acudían a su mente infinidad de veces.
Encontró a Raul en uno de los pisos superiores. Éste, al oír el suave ruido de los pasos de sus pies desnudos, se giró, asombrado.
Le sonrió.
—Hace mucho tiempo que no vienes por aquí, Leesa. No te había visto desde que interrumpiste nuestra charla.
Cerró el proyector.
—¿Qué estabas mirando?
Él se puso de pie y estiró las manos. Su expresión era huraña.
—Algo que creo que no comprenderás nunca. Esta caja contiene todos los textos usados por los técnicos que pilotaban las naves de Emigración. Los he hallado por accidente. Podría estar buscando el resto de mi vida sin encontrar los textos intermedios. La Ciencia está fuera de mi alcance. En los viejos tiempos estaba también fuera del alcance de un hombre solo. Tenían el trabajo organizado en equipos de investigación y en equipos de realización. Cada hombre cuidaba de una faceta de un determinado problema y todos juntos coordinaban su trabajo. Pero tal vez pueda… —se detuvo bruscamente—. Tal vez pueda descubrir lo suficiente para poder maniobrar una de las naves patrulleras. Conozco ya los detalles interiores de las naves.
—¿De qué serviría eso?
—Podría ir a cualquiera de los tres mundos. Podría traer a algunas personas hasta aquí y mostrárselas a Orlan y a los demás. Entonces se acabarían todas esas tonterías acerca de la Ley, y acerca de que esta existencia es la verdadera realidad. Hay hombres en la Tierra que pueden entendérselas con una nave patrullera, uno en particular del que podría aprender mucho, de modo que aunque no pudiera volver, él podría… Estoy hablando demasiado.
—Tal vez lo encuentre interesante.
—Hace poco no pensabas así.
—¿No puedo haber cambiado de idea? —exclamó ella.
Su voz parecía excitada.
—¡Leesa! ¿Estás empezando a comprender lo que yo vengo comprendiendo desde hace tanto tiempo?
—¿Por qué no? Tal vez yo… pudiera ayudarte.
Él arrugó la frente.
—Podrías, sí. Casi había perdido la esperanza de ello. No importa. Creo que debo confiar en ti. —La miró directamente a los ojos—. ¿Comprendes ya que has estado destrozando, durante seis años, las vidas de seres que realmente existen y que estaban trabajando en sus cosas mientras nosotros estamos hablando? ¿Lo crees?
Leesa se cogió fuertemente a los brazos de la silla.
—Sí —respondió tan tranquila como pudo.
—Ya te he dicho que nosotros hemos durado más de lo previsto. Si no se hiciera nada acabaríamos desapareciendo, pero seguiríamos una y otra vez interviniendo en la vida de los hombres hasta el mismo fin, haciéndoles cometer cosas peligrosas e incomprensibles, haciendo que con sus actos confundieran a sus amigos, arruinando sus vidas. Yo voy a poner fin a todo eso.
—¿Cómo, Raul?
—Marith es demasiado primitivo para los viajes espaciales; Ormazd demasiado interesado en la mente humana para ser mecánicos. La Tierra es mi esperanza. Hay un hombre que está al cargo de un proyecto para construir una nave espacial que es extraordinariamente parecida a esas que te enseñé desde la ventana. Debido a que han sucedido tantos accidentes extraños que ellos no pueden explicar pero nosotros sí, este proyecto se desenvuelve en el mayor secreto. Con once mil millones de mentes en las que escoger, y teniendo en cuenta que nosotros los Observadores no llegamos a los ochocientos, no es probable que descubran ese proyecto, aun cuando se halla en una zona donde hemos arruinado otros proyectos. Estoy tratando de protegerlo y estoy tratando de ponerme en contacto más directo con un hombre llamado Bard Lane que es quien está al cargo del proyecto en cuestión. Quiero explicarle lo que les ha sucedido a los demás proyectos, y avisarles de lo que nosotros podemos hacer mientras soñamos. No hace mucho alguno de nosotros se posesionó de la mente de uno de los técnicos destruyendo el trabajo de varios meses. No he podido descubrir quién fue. No han regresado, pero pueden hacerlo. Yo no puedo ir a preguntarles. Levantaría sospechas, porque es algo que no he hecho en muchos años. Pero tú podrías descubrirlo, Leesa.
—¿Y si lo descubriera?
—Le dices a la persona que ocupó la mente del técnico que tú lo hiciste también destruyendo el proyecto por completo. A fin de que seas suficientemente convincente, deberías…
—¿Por qué te detienes?
—¿Puedo confiar en ti? En cierto modo, no me pareces suficientemente… entusiasmada con la realización de que en los mundos de los sueños nosotros estemos tratando con la realidad. El día en que me convencí al fin, creí por un tiempo que me había vuelto loco. Quería ir a la sala de los sueños y destrozar todos los cables, todos los diales.
—Puedes confiar en mí —dijo ella, con suavidad.
—Bien, a fin de convencer a la persona que hizo el daño, tendrías que echar un vistazo al proyecto. Se llama "Proyecto Tempo". Te explicaré exactamente cómo encontrarlo. Es difícil debido a la carencia de contactos en los alrededores. He tenido bastante suerte empleando a los conductores de vehículos, y es bastante casual que tengas la suerte de salir cerca de la carretera. La última vez me llevó tanto tiempo que apenas dispuse de una hora para hacer lo que… tenía planeado.
—¿Qué haces cuando estás allí?
—Explicarle a Bard Lane quiénes somos.
—¿Cómo lo descubriste?
—Antes de decírtelo debes prometerme solemnemente que no harás daño alguno al proyecto. ¿Lo prometes?
—No haré ningún daño, lo prometo —dijo, y mentalmente añadió "por lo menos durante la primera visita".
Abrió una caja en el suelo.
—Aquí tengo un mapa —le dijo.
Ella se arrodilló a su lado. Observó cómo su hermano trazaba con el dedo las posibles rutas a seguir para entrar en la zona del proyecto.