Bard Lane estaba sentado al borde de su cama. Era después de medianoche del mismo día que acompañó al mayor Leeber a dar una vuelta de inspección.
Estaba sentado mientras escalofríos de miedo recorrían su mente, de la misma manera que las gotas de la lluvia se deslizan errantes por los cristales de las ventanas. La noche era fría y el viento que pasaba a través de la cortina tocaba su pecho desnudo, pero ni aun eso evitaba que el sudor le empapara el rostro.
Era como si hubiera vuelto de pronto a su infancia, a las interminables noches de terror. El grito de:
"—¡Mamá, mamá! ¡Hay un hombre sentado en mi cama!
"—Bueno. No es más que un sueño, querido.
"—¡Estaba ahí! ¡Estaba ahí! ¡Yo lo he visto, mamá!
"—¡Sss…! Despertarás a tu padre. Me sentaré a tu lado y te daré la mano hasta que vuelvas a dormirte."
Con voz soñolienta, añadía:
"—Pero estaba ahí."
Se estremeció violentamente. Ahora no tenía a nadie a quien llamar. Tenía a alguien a quien llamar, pero ello significaría… la derrota.
Uno puede luchar contra todos los enemigos exteriores del mundo, pero ¿qué puede hacer si el enemigo está en la mente? ¿Qué?
Debía tomar una decisión. La tomó. Se vistió rápidamente, cogió la chaqueta de piel que colgaba de la percha y salió de sus habitaciones en dirección a los compartimientos correspondientes a las mujeres.
Sharan Inly tenía una habitación allí. Se acercó a la muchacha que estaba al cuidado del cuadro de distribución, que estaba leyendo una revista, y que al verle entrar le saludó, sonriéndole:
—Buenas noches, doctor Lane.
—Buenas noches. La doctora Inly, por favor.
Se encerró dentro de la cabina. La voz de Sharan sonaba soñolienta.
—Hola, Bard.
—¿Te he despertado?
—Si tardas diez segundos más, sí lo hubieras hecho. ¿Qué sucede, Bard?
Bard miró a través de la puerta de la cabina. La muchacha había vuelto a su revista.
—Sharan, ¿serías tan amable de vestirte y bajar? Debo hablar contigo.
—Pareces… trastornado, Bard. Estaré contigo dentro de cinco minutos.
Bajó antes de lo prometido. Se sintió agradecido por su rapidez. Salió a su lado, sin hacer preguntas, dejándole escoger lugar y momento preferido. La condujo hasta el porche del club, donde las sillas habían sido colocadas ya encima de las mesas. Cogió dos y las puso en el suelo. En las colinas se oyó aullar un perro. En las barracas alguien reía a mandíbula batiente.
—Quiero hacerte una consulta como psiquiatra, Sharan.
—Muy bien. ¿Por quien estás preocupado?
—Por mí.
—Eso parece… absurdo. Sigue.
Habló con voz lisa, carente de inflexiones.
—Esta noche he cenado con el mayor Leeber. Regresé a mi oficina a terminar algunas cosas que tenía pendientes. Tardé un poco más de lo que había supuesto. Cuando terminé, me sentía fatigado. Apagué la luz y me quedé sentado allí en la oscuridad durante unos momentos, esperando reunir la energía suficiente para levantarme y regresar a mi habitación. Di la vuelta a mi sillón y miré por la ventana. A través de la cortina se filtraba la luz de la Luna, lo cual me permitió ver la forma del Beatty One.
"De pronto, y sin previo aviso, sentí como un… ligero golpe en mi mente. Sólo puedo describírtelo así. Un ligero codazo, y luego una presión suave pero persistente. Traté de resistir, pero aquella fuerza iba aumentando. Había en ella una confianza, en cierto modo… horrible. Una presión totalmente extraña, Sharan. Una presión tranquila. ¿Te has desmayado alguna vez?
—Sí.
—¿Recuerdas la forma en que tratas de luchar contra las sombras que te rodean, y que sólo parecen hacerse más fuertes? Fue como eso. Yo estaba sentado absolutamente quieto, y aunque estaba luchando contra aquello, una parte de mi mente intentaba encontrar la razón por la que lo hacía. Tensión, agotamiento, exceso de trabajo, temor al fracaso. Empleé todos los medios que se me ocurrieron, traté de no pensar en nada más que mirar la cortina. Clavé mis dedos en los brazos del sillón y traté de fijar mi atención en el dolor. La cosa que había en mi mente aumentaba inexorablemente la presión y yo tuve la sensación de que aquello estaba encajándose dentro de mi propia mente, moviéndose para entrar, para encontrar la forma más fácil de entrar. Perdí la habilidad de controlar mi propio cuerpo. Ya no podía seguir apretando con todas mis fuerzas, con las manos, los brazos del sillón. No puedo describirte lo espantoso que fue aquello. Yo he sentido siempre… un completo control de mí mismo, Sharan. Tal vez haya sido demasiado confiado. Es posible que incluso haya sido despectivo frente a las aberraciones de los demás.
"Mis ojos seguían todavía fijos en la cortina. Con la cabeza ligeramente levantada, sin desearlo, me encontré mirando hacia donde estaba el Beatty One, tratando de ver todo su contorno. En mi mente, pude sentir con gran fuerza, que veía la nave por vez primera. Pude sentir la reacción de la cosa que había entrado en mi mente. La cosa estaba perpleja, aterrada, asombrada. Sharan, en el estado en que yo me hallaba en aquellos momentos, hubiera podido sentirme obligado a hacer… cualquier cosa. Destruir la nave, matarme… Mi voluntad y mis deseos no hubieran tomado parte alguna en la acción que yo hubiera podido realizar.
Ella le acarició el brazo, mientras decía suavemente:
—Tranquilízate.
Se dio cuenta de que su voz había ido aumentando de tono a medida que hablaba.
Respiró profundamente.
—Dime, ¿hay algo parecido a una pesadilla estando despierto?
—Hay quimeras, fantasías de la mente.
—Me sentí… poseído. La cosa que había en mi mente parecía querer decirme que no era mi enemigo, que no deseaba hacerme daño alguno. Cuando la presión alcanzó el punto más fuerte, la luz de la Luna se desvaneció. Me encontré mirando en la oscuridad, y sentí que todos mis pensamientos y recuerdos eran… cogidos, palpados, apartados.
"Y ahora, Sharan, es donde llega la parte más espantosa de esa especie de pesadilla. La cosa presionó sus propias ideas en mi mente. Era como si sustituyera mis ideas y pensamientos por los suyos. Yo observaba un largo y ancho corredor. Los suelos y paredes estaban tenuemente iluminados. La gente tenía un aspecto prácticamente carente de sexo, débiles, neutros, personas blancoazuladas, pero humanas. Era bien claro que eran hijos de padres muy semejantes. Andaban con una forma fatigada sin prisas, con una especie de semihipnótica dedicación, como si cada movimiento fuera una porción de costumbre, nada más que un hábito. Y de pronto me encontré mirando a través de una enorme ventana, una ventana situada a una gran altura sobre el nivel de la planta baja. Seis objetos en forma de cigarro de punta afilada que sólo podían ser naves espaciales, se alzaban hacia el cielo, y un enorme Sol rojo, mortecino, llenaba una buena cuarta parte del cielo. Me di cuenta de que estaba contemplando un mundo agonizante, un mundo viejo, y la gente que había en él. Tuve la impresión de tristeza, de una remota y débil melancolía. Luego la presión desapareció tan bruscamente que hasta me asombró. Mi propia voluntad, que parecía haber quedado relegada a un rincón de mi propia mente, recuperaba súbitamente su posición normal y yo volvía a ser de nuevo yo mismo. Traté de no darle importancia. Regresé a mis habitaciones y me desnudé, como si pudiera irme a la cama sin pensar más en ello. Pero he tenido que venir y hablarte a ti de lo ocurrido.
Esperó. Sharan se había puesto de pie y andaba por el porche, con las manos hundidas en los bolsillos, dándole la espalda.
—Bard —dijo—, hemos hablado acerca del factor X en las enfermedades mentales. En psiquiatría es un fenómeno recurrente. Una mente, temporalmente desenfocada, empleará como material para quimeras algo que haya sucedido en el pasado inmediato. Nuestros sueños cuando dormimos, ya lo sabes, están casi siempre basados en algo que se relaciona con el período previo de cuando estamos despiertos. Recientemente hablábamos de estar poseídos por los espíritus. Es una frase insensata. Bill nos contó los síntomas. Lo más natural es que tú hayas empleado esos síntomas haciéndolos tuyos. Pero, claro, los has llevado más allá, debido a tu medio ambiente y a tu ambición. Has tenido que mezclar a los espíritus con representantes de alguna superraza extrasolar, porque tú eres demasiado práctico para estar satisfecho con una ilusión de los espíritus. Bard, todo eso es debido al temor de que puedan detener la marcha del proyecto, al temor de las amenazas que el general Sachson te hizo.
Se volvió y le miró a la cara, con las manos hundidas todavía en los bolsillos.
—Bard, regresa a la cama. Pasemos por mi apartamento y te daré una pastilla rosa.
—No me he explicado bien, ¿verdad?
—Creo haberte comprendido.
—Doctora Inly, mañana me someteré a los tests de rigor. Si algo no está conforme, firmaré inmediatamente mi dimisión.
—No seas niño, Bard. ¿Quién si no tú puede llevar sobre sus espaldas el "Proyecto Tempo"? ¿Quién si no tú puede conseguir la lealtad que has conseguido de los quinientos empleados que trabajan aquí, en este escondrijo, en algo que sólo unos cincuenta de nosotros puede comprender?
—Suponte —dijo él duramente— que la próxima vez que sufra una de esas aberraciones me vuelvo tan destructivo como Kornal…
Ella se le acercó lentamente, llevando su silla junto a la de él, se sentó y cogió su mano entre las suyas.
—No lo harás, Bard.
—Creo que forma parte de tu trabajo devolver la confianza, ¿verdad?
—Y deshacerme de aquellas que presentan indicios de inestabilidad mental. No lo olvides. Parte de mi trabajo es vigilarte. He estado vigilándote. Tengo un archivo completo sobre ti, Bard. Por un momento obsérvate objetivamente. Treinta y cuatro años. Educado por un tío. Escuela pública. A los doce años ya tienes ideas propias para resolver los problemas de geometría. Eres escéptico con respecto a las soluciones euclidianas. Ganas una beca en Ciencias gracias a la originalidad de un experimento que hiciste en el laboratorio de física de la escuela superior. Trabajas por el dinero que necesitas. Obtienes cierta reputación al ayudar en el diseño de la primera aplicación práctica de la energía atómica en el uso industrial. Servicio gubernamental. Años de agotador trabajo en los A-4, A-5 y A-6. ¿Sabes ahora el porqué de ese pequeño… lapsus, en tu oficina?
—¿Qué quieres decir?
—No tienes habilidad para relajarte. No has tenido nunca tiempo para dedicarlo a una chica, para perder un fin de semana. Nunca te has quedado dormido apoyado contra el tronco de un árbol. Cuando lees para distraerte, lees libros científicos y obras de texto. Tu idea de una velada feliz es cubrir quince páginas de papel blanco con pequeñas letras griegas, o algo por el estilo.
—¿Qué es lo que prescribe el doctor? —preguntó suavemente.
Apartó su mano y se recostó contra el respaldo de la silla. La Luna iluminaba ligeramente las mejillas de la mujer, dejando sus ojos ocultos en la sombra.
Tras un largo silencio, ella contestó:
—El doctor prescribirá al doctor, Bard. Regresaré a tus habitaciones contigo…, si… si tú me quieres allí…
Sintió que los latidos de su corazón aceleraban la marcha. Dejó transcurrir unos segundos. Al final dijo:
—Creo que lo mejor es que seamos honrados con nosotros mismos, Sharan. Será lo mejor. Tú has puesto las cosas en un punto muy delicado. Conozco tu lealtad personal hacia mí, y hacia el proyecto. Sé de tu intensa capacidad de lealtad. Ahora respóndeme honradamente a esto, querida. Si yo no hubiera venido a contarte este problema…, ¿habrías hecho esa clase de oferta?
—No —susurró ella.
—¿Y si yo te lo hubiera pedido, de acuerdo con la forma que hoy en día parece ser normal?
—No lo sé. Probablemente no, Bard. Lo siento.
—Entonces dejemos este asunto, sin hacernos daño alguno. Me tomaré una píldora rosa y mañana por la mañana vendré a verte para los tests.
—Y cuando haya terminado con los tests, Bard, te enviaré a las colinas con un rifle que pediré prestado a un buen amigo mío. Vas a pasar todo el día cazando zorros y pensando en cualquier otra cosa que no sea ese condenado proyecto. Es una orden.
—Sí, señor —dijo él, saludando militarmente.
—Por favor, Bard. Debes comprender que todo eso no es más que fatiga, lo cual te ha hecho sentir los síntomas que Kornal nos describió. Una debilidad nacida de la tensión y de la fatiga. Es auto hipnosis, pura y llanamente. Puede sucederle a cualquiera de nosotros.
—Fuera lo que fuera, Sharan, no me gustó. Vamos. Te acompañaré.
Anduvieron lentamente. No había necesidad de hablar entre ellos. Ella le había tranquilizado hasta cierto punto. Una vez estuvo en la cama, esperando que la píldora hiciera su efecto, se preguntó por qué no habría aceptado de buena gana el sacrificio que ella había estado dispuesta a hacer en pro de la buena marcha del proyecto, aun a costa de su propia integridad. Pensó en el aspecto de ella bajo la luz de la Luna; en sus senos jóvenes y erguidos, que se adivinaban bajo el tejido de la chaqueta que llevaba. Sonrió amargamente ante sus escrúpulos, ante su aversión en aceptar tal regalo. Los dos se habían dado cuenta que ellos eran casi adecuados el uno para el otro, aunque no del todo. Y "no del todo" no era suficiente para ninguno de los dos.