Mientras la luz en la sala de conferencias iba palideciendo poco a poco, Bard y Sharan permanecían sentados con otras tres personas esperando al general Sachson.
El coronel Powys, coordinador del proyecto, jugueteaba con un lapicero amarillo encima de la mesa, produciendo un ruido desagradable al hacerlo chocar. El mayor Leeber, ayudante de Sachson, meloso y gravemente pomposo, se acariciaba las puntas de su bigote. El escribiente daba vueltas y más vueltas a un cenicero de cristal.
Bard observaba a Sharan. Ésta le dirigió una pálida sonrisa. Sus ojos estaban rodeados de unas sombras azuladas.
—El general está muy trastornado —exclamó Powys.
Sus palabras cayeron como piedras, en un pozo de silencio. Tras su tono había una acusación. La deducción era que nadie más estaba trastornado. Bard Lane refrenó el impulso de contestar con un sarcasmo.
El reloj de pared tenía una manecilla segundera. Cada vez que la manecilla daba una vuelta entera, la manecilla de los minutos saltaba de uno al otro produciendo un ligero clic. Leeber bostezó como un gato. Con voz suave, dijo:
—Es usted muy joven para toda esa responsabilidad, doctora Inly.
—¿Demasiado joven, mayor? —preguntó Sharan cortésmente.
—No he dicho tanto, doctora.
—Mayor, hago uso de ese prefijo en ocasiones oficiales. Soy miss Inly.
Él le sonrió, con los párpados semicerrados.
En el preciso instante en que la manecilla segundera indicó la hora y minuto exacto, la puerta se abrió dejando paso al general Sachson, de pequeños ojos azules llenos de chispitas. Correspondía a la estatura mínima exigida por el ejército, un rostro como una nuez seca, hombre enérgico, con bastantes uniformes cortados por expertos.
—¡Silencio! —bramó Powys.
Sólo Sharan permaneció sentada.
Sachson rodeó la mesa colocándose detrás de ella, les repasó a todos en medio de un profundo silencio y entonces se sentó, indicando con un gesto que todos podían hacer lo mismo.
—¡Se abre la sesión! —exclamó—. Por lo que más quiera, sargento. Procure esta vez anotar correctamente los nombres.
—Sí, señor —dijo el sargento con voz totalmente carente de inflexión.
—Informe, doctor Lane. Y refiérase estrictamente a lo sucedido.
—Kornal abatió la puerta del laboratorio donde habían sido reunidos los tableros de control. Estuvo solo, allí dentro, por espacio de diez minutos, según se ha calculado. Adamson estima que Kornal nos ha hecho retroceder unos buenos cuatro meses.
—Deduzco de todo eso —dijo Sachson con voz falsamente suave— que la puerta no debió ser considerada suficientemente importante como para ser vigilada.
—Había dos guardias. Kornal les golpeó a los dos con un trozo de tubería. Uno de ellos está fuera de peligro, mientras que el otro se halla en estado bastante grave. Fractura de cráneo.
—El ejército, doctor Lane, ha descubierto que el uso del santo y seña no es precisamente un invento infantil.
—Kornal tenía el privilegio de conseguir un pase a cualquier hora para entrar en el laboratorio. Había estado trabajando durante muchas horas.
Sachson no dijo nada. El sargento estaba sentado con los dedos expectantes para seguir tecleando. Los ojos azules del general se posaron lentamente en Sharan Inly.
—Por lo que tengo entendido, doctora Inly, en teoría su trabajo consiste en su responsabilidad para anticiparse a cualquier derrumbamiento mental o emocional, ¿no es así? —preguntó, Sachson.
Su voz estaba repleta de burlona galantería, que demostraba su desagrado por la intromisión de las mujeres en asuntos tales como aquel proyecto.
Bard Lane observó que la palidez de Sharan aumentaba.
—Puesto que William Kornal tenía acceso a todas las porciones del área del proyecto, general, es bien evidente que él significaba un doble riesgo dentro de la base psicológica.
La sonrisa de Sachson era forzada.
—Posiblemente sea yo un estúpido, doctora Inly. No encuentro que las cosas sean tan evidentes como usted piensa.
—Hace tres días ese hombre fue sometido a una comprobación rutinaria, general.
—Posiblemente el error, doctora Inly, consista en aplicar los llamados métodos rutinarios en casos especiales. ¿Qué es una comprobación rutinaria?
—Se administra un hipnótico y se formulan una serie de preguntas al empleado, relacionadas con su trabajo. Sus respuestas son comparadas con las dadas por él mismo en otras sesiones anteriores. Si hay alguna desviación, sea cual fuere, entonces se procede a una investigación especial, extraordinaria.
—¿Puede usted probar, por supuesto, que Kornal fue sometido a esa comprobación rutinaria?
Sharan se ruborizó.
—¿Debo tener en cuenta esa pregunta, general?
—Perdóneme, doctora Inly. Soy muy rudo. Antes he visto los informes. Sólo que se me ocurrió que…
—Puedo responder por la doctora Inly, si usted cree que necesita aportar alguna prueba —dijo Bard con voz áspera.
Los ojos azules del general brillaron al posarse en Bard.
—Prefiero que mis preguntas sean respondidas por la persona a quien van dirigidas, doctor Lane. Así se evitan confusiones en los informes de la reunión. —Volvióse hacia Sharan—. ¿Por qué todas las comprobaciones no son especiales en lugar de ser rutinarias?
—Podrían hacerse como usted indica, general, si yo dispusiera de un equipo de personas triple del que tengo ahora y si las personas que han de ser sometidas a los tests estuvieran libres de toda clase de trabajo durante tres días completos.
—Eso sería casi como construir todo un imperio para usted, doctora Inly.
Sharan entornó los ojos.
—General, pongo toda mi mejor voluntad en responder a sus preguntas. Comprendo que de alguna manera u otra debí haberme anticipado a la violenta aberración de Kornal. No sé cómo podría haberlo hecho, pero sé que debí hacerlo. Acepto esa responsabilidad. Pero no tengo por qué aceptar suposiciones más o menos directas acerca de la buena fe de mis actos, ni de cualquier deshonestidad por mi parte, o de algún deseo de hacerme importante.
—Borre eso del informe, sargento —exclamó Sachson.
—Preferiría que constara en él —dijo Bard tranquilamente.
Sachson se contempló sus pequeñas manos morenas. Suspiró.
—Si cree usted que el informe de esta reunión no es correcto, tiene usted el privilegio de escribir una carta que será unida a todas las copias que salgan de estas oficinas. Mientras sea yo quien dirija estas reuniones, yo dirigiré también la preparación de las notas. ¿Está claro?
—Sí, señor —dijo rápidamente Powys, sentándose muy erguido en su silla.
—Sargento —dijo Sachson—. Le ruego deje de escribir todo eso. Esto quedará fuera del informe. Deseo aclarar que yo he tenido una carrera militar razonablemente próspera. Y lo ha sido porque he evitado constantemente todas aquellas situaciones que podían haberme dado responsabilidad sin autoridad. Ahora me enfrento con una de esas situaciones. Para cualquier oficial de grado, esto es una trampa fatal. A mí no me gusta esto. No puedo darle órdenes, doctor Lane, sólo puedo hacer sugerencias. Cada vez que pasa una cosa de ésas mi reputación militar, mi historial es afectado. Ustedes, los civiles, no pueden comprender lo que esto significa. Ustedes pueden cambiar de jefe. Las cosas se olvidan o se pasan por alto. Yo siempre he de enfrentarme al mismo jefe. Siempre hay siberias donde un oficial puede ser enviado.
—¿No es acaso este proyecto bastante más importante que la reputación de un hombre? —preguntó Bard.
—Esto, doctor Lane —dijo Sachson—, es un punto de vista muy relativo. Deje que le diga exactamente lo que pienso del "Proyecto Tempo". En todos los anteproyectos extraterrestres, las fuerzas del ejército han estado bajo control. Los especialistas civiles fueron empleados de acuerdo con normas del servicio civil, en capacidad técnica y consultiva. Nuestras intervenciones han sido parte de las atribuciones generales militares. Y debo añadir que todos los proyectos que tuve el honor de dirigir fueron completados en el tiempo previsto o antes.
"Ahora, doctor Lane, es usted quien dirige, si puedo usar esa palabra. Usted es quien tiene la autoridad. Yo tengo la responsabilidad. Es una situación condenada. Sé bien poco de lo que está sucediendo en su escondido valle en las montañas de Sangre de Cristo. Yo sé que una guardia montada adecuadamente, de acuerdo con las normas militares, hubiera evitado ese… ese accidente. Ahora voy a hacerle una petición. Tan pronto empecemos a hablar para el informe, usted me solicitará que destaque al mayor Leeber al área del proyecto, en calidad consultiva. El mayor Leeber me informará directamente de todos los asuntos que, a su buen criterio, puedan ser propensos a perjudicar la buena marcha del contrato.
Bard Lane se irguió al comprender la oculta amenaza que encerraban aquellas palabras.
—¿Y si yo me opusiera?
—Ya he pensado en esto, doctor Lane. Si usted se opusiera, pediré ser relevado de toda futura responsabilidad con respecto al "Proyecto Tempo". Esto hará ruido, naturalmente. Estallará ante las propias narices de los legisladores. Existe ya cierta presión discernible para que el comité del Senado investigue este proyecto y el aparentemente interminable número de dólares requerido. Mi dimisión puede cristalizar en ese movimiento. Usted y su proyecto serán objeto de una investigación.
—¿Y…? —preguntó suavemente Bard Lane.
—Y descubrirá usted que mucha gente de Washington, mucha gente importante, tendrá la misma idea que tengo yo; la única forma de profundizar en el espacio, mi científico amigo, es a través de las perfecciones superiores de unidades de propulsión físicas, tales como los corrientes A-6. Todo lo demás son sueños.
—¿Y siendo así que está usted tan seguro de su opinión, por qué razón no recomendó que se suspendiese la continuación de este proyecto?
—Esto no es parte de mi responsabilidad. Mi responsabilidad es conseguir que su nave, la Beatty One, despegue de la Tierra. Si falla durante el vuelo, no es cosa de mi incumbencia. Si usted no consigue hacerla despegar, podemos emplear el armazón en un proyecto militar que ahora está en estudio. Puede usted escoger, doctor Lane. Cooperar con mi ayudante Leeber o renunciar a su proyecto.
Bard Lane tardó unos segundos en organizar sus ideas.
—General, permítame ser lo suficientemente atrevido para resumir la reciente historia de los viajes espaciales. Incluso desde el mismo comienzo en los trabajos de los viejos V-2 de propulsión química en White Sands hace unos veinticinco años, ha habido historias de fracasos o fallos. Éstos pueden ser divididos en tres categorías: Una, deficiencia técnica en el personal y en las naves. Dos, espionaje y sabotaje; Tres, debilidad en el factor humano.
"El «Proyecto Tempo», general, tiene su propia respuesta a cada una de esas categorías de fallos. Teniendo personal técnico magníficamente capacitado respondo al número uno. Situación secreta y personal cuidadosamente leal, según comprobaciones, es la respuesta a la dos. La doctora Inly y su equipo son la respuesta a la tres. Yo soy todavía quien dirige, como usted ha dicho.
“Me llevaré al mayor Leeber bajo las tres siguientes condiciones: Una, no discutirá ningún problema técnico ni teórico con ningún miembro del personal. Dos, llevará ropas civiles y observará todas las reglas. Tres, se someterá a la revisión clase A de seguridad y a un test que deben pasar todos los que son nuevos empleados.
Leeber se ruborizó y Sachson dijo:
—Doctor Lane, ¿cree usted estar en situación de poner todas esas condiciones?
Bard sabía que aquello era el punto principal de toda la reunión. Si cedía, Leeber adquiriría pronto su propio personal, un grupo militar, y, pulgada a pulgada el general Sachson iría tomando posesión del control. Si no cedía, Sachson podía hacer lo que había amenazado. Sin embargo, una dimisión semejante no sería una buena nota en el historial del general.
—No aceptaré al mayor Leeber bajo ninguna otra condición —dijo el doctor Lane.
Sachson le contempló fijamente durante varios segundos. Suspiró.
—No veo motivo por el cual no podamos encontrarnos a medio camino, doctor. Debería ofenderme por sus dudas respecto a la lealtad de mi personal.
—General, todavía me acuerdo del caso del capitán Sangerson —le recordó suavemente Bard.
Sachson pareció no haberle oído. Miraba a Leeber.
—Haga entrar al prisionero, Leeber —dijo.
Leeber abrió la puerta de la sala y habló en voz baja con uno de los guardianes. Bill Kornal fue conducido inmediatamente a la sala.
Sharan Inly dio un respingo y corrió a su lado, examinando el morado que rodeaba el ojo izquierdo de Kornal. Se giró hacia el general, con los ojos súbitamente brillantes:
—Este hombre es un paciente, no un prisionero, general. ¿Por qué le han golpeado?
—No se preocupe por eso, doctora Inly. No culpo al individuo que lo hizo.
—Todo eso que no conste en el informe, sargento —dijo Sachson—. Tome asiento, Kornal. Usted es… o era… un técnico.
—Más que un técnico —dijo rápidamente Bard Lane—, Kornal es un físico muy competente con más de cinco años de permanencia en Brookhaven.
—Acepto estas palabras —dijo Sachson. Sus ojos miraban fríamente—. Pero creo que no será necesario tener que recordarle, doctor Lane, que deseo que las preguntas me sean respondidas por la persona a quien van dirigidas. —Se volvió hacia Kornal—. Usted destrozó un equipo muy delicado. ¿Sabe cuáles son los castigos que se dan por destrucción voluntaria de propiedades del Gobierno?
—Eso no tiene importancia —dijo Kornal fríamente.
El general Sachson sonrió.
—Considero que esa afirmación suya es muy peculiar. Posiblemente podría usted explicármelo.
—General —dijo Kornal—, el Beatty One significa para mí mucho más de lo que yo podría explicarle. Nunca he trabajado con tanto ahínco por nada en toda mi vida. Ni nunca fui tan feliz. No me importa si el castigo es ser arrojado en aceite hirviendo.
—Tiene usted una forma muy extraña de explicarse respecto a su consideración por el "Proyecto Tempo". Tal vez pueda usted contarnos por qué destruyó la propiedad del Gobierno.
—No lo sé.
—Posiblemente no quiera usted decirnos quién le encargó que destruyera aquellos tableros —dijo Sachson con voz suave.
—Todo lo que puedo decirle es lo que le conté a Bard…, al doctor Lane, general. Me desperté y no pude volver a dormirme. Me vestí y salí a tomar un poco el aire y a fumar. Estaba de pie fuera cuando de pronto el cigarrillo cayó de mi mano. Como si alguien me hubiera cogido la mano haciéndome abrir los dedos. Como si estuviera siendo apartado a un pequeño rincón de mi mente, donde yo no pudiera observar, ni pudiera hacer nada.
—Hipnotizado, supongo —dijo Sachson, agriamente.
—No lo sé. No es como cuando te administran esa droga hipnótica. Mi propia mente no estaba velada, sino simplemente arrinconada, a un lado. Es la única forma en que puedo explicarlo.
—De modo que usted estaba con su mente en un rincón. Continúe, por favor.
—Me dirigí a donde los carpinteros habían colocado una nueva casa-dormitorio. Los fontaneros habían dejado algunos trozos de tubería por allí. Cogí uno corto y lo escondí entre mis ropas. Entonces me dirigí hacia el laboratorio, acercándome a los dos guardias que allí estaban. Me conocían. Debe comprender que todo este tiempo mi cuerpo estaba haciendo cosas sin que mi mente se las ordenara. Y yo tenía la extraña sensación, como si dijéramos al borde de mi mente, que no estaba bien construir la Beatty One. Era desagradable, fuera como fuera. Repugnante. Y todos mis amigos, toda la gente que estaba durmiendo en aquella área, eran enemigos y no… muy brillantes. ¿Comprende lo que quiero decir?
Sachson le miraba fijamente.
—Creo que esas palabras necesitan una explicación algo más extensa.
Kornal se rascó la cabeza.
—Mire. Suponga que usted entra de noche en un poblado africano, general. Todos están dormidos. Usted se siente mucho más superior e inteligente que aquellos salvajes, general, y sin embargo usted siente cierto temor a despertarles y a que se le echen encima. Fue así. Saqué el trozo de tubería y golpeé con ella a los dos guardias, por detrás y por delante. Cayeron sin sentido y yo atravesé la puerta del laboratorio. Una vez dentro, fue como si yo no hubiera estado nunca allí. El equipo, los tableros, todo me era desconocido. Eran algo repelente, como el Beatty One, y yo tenía que destrozarlos. Tuve diez minutos hasta que me descubrieron. Una vez me cogieron volví a ser yo mismo. Había hecho un buen trabajo. Cuando Adamson lo vio se echó a llorar. Lloraba como un niño. Lo que se apoderó de mi mente y de mi cuerpo… fue una especie de cosa maligna, creo yo.
Bard se dio cuenta de la mirada de asombro de Sharan.
—¿Los malos espíritus se apoderaron de usted, eh? —dijo Sachson, con las cejas arqueadas hacia arriba, con burlón asombro.
—Algo. Algo que entró y se apoderó de mí. Yo no podía hacer nada. Después, cuando volví a recuperar mi propia personalidad, quise matarme. Pero no pude.
Sachson se volvió hacia el coronel Powys.
—¿Qué puede hacerse en tales casos, Roger?
Powys tenía una voz ruda, bronca.
—No podemos hacer un juicio, general, si el sujeto sabe demasiado de cualquier proyecto importante que esté en ejecución. Cuando aquel hombre trató de volar el Gettysburg Three, contó luego una historia muy parecida a esta de ahora. Los principales doctores trataron de encontrar un nombre para eso, y nosotros le tuvimos en un lugar seguro hasta que el Gettysburg Three despegó. Por supuesto, cuando llegó a las quinientas millas empezó a vacilar, estrellándose en Hawaii…
—No le he preguntado la historia de los vuelos a Marte, coronel. ¿Qué sucedió con McBride?
—Bien, señor. Cuando el Gettysburg Three hubo despegado, los doctores dijeron que McBride se había recuperado, de modo que le hicimos un juicio. Debido a que se trataba de un hombre enrolado en el ejército, pudimos condenarle a trabajos forzados durante cinco años, pero, por lo que comprendo, no podemos hacer lo mismo con Kornal, ya que no está bajo nuestra jurisdicción.
Sachson dirigió a Powys una mirada glacial.
—Gracias, coronel. Breve y conciso, como siempre.
Bard se dirigió al general al hablar:
—Bill, creo que mejor será que regreses al proyecto. ¿Quieres intentarlo?
—¿Si quiero? —levantó sus manos—. Dios, cómo he trabajado. Adamson dice que se ha perdido el trabajo de cuatro meses. Yo puedo hacer que esto quede reducido a tres por lo menos.
Sachson dijo, ásperamente:
—¿Es que se ha vuelto loco, Lane?
Bard le ignoró.
—¿Qué opinas, Sharan?
—Si puede pasar los tests iniciales, no veo motivo por el cual no pueda hacerlo. Empleamos los mejores tests que se conocen. Si puede pasarlos a satisfacción, será tan aceptable como cualquier otro que pueda hacerlo. El mayor Leeber puede pasarlos al mismo tiempo.
—Hago constar mi objeción a sus propósitos —dijo Sachson.
—Y yo también —rezongó Powys.
—Lo siento, general —dijo Bard—. Kornal es un hombre excelentemente preparado. Le necesitamos. Si aquello fue una enajenación temporal, y no parte de un ataque que pueda repetirse, él puede ayudarnos a reparar el daño que hizo. No tengo tiempo para pensar en castigarle por lo que pasó. Bill se castigará a sí mismo, más que cualquier otro pueda hacerlo.
Sachson se puso en pie.
—Parece que sea su hijo. Pero todo esto consta en el informe. Cuando pierda otros cuatro meses, el "Proyecto Tempo" quedará anulado, o bien se le asignará un nuevo director. Sargento, el doctor Lane le dictará las palabras exactas por su petición respecto al mayor Leeber. Se levanta la sesión. Llévese a Leeber con usted cuando se marchen.
Se pusieron en pie, en silencio, mientras el pequeño general abandonaba la habitación, favoreciéndoles a todos con una débil inclinación de cabeza, a guisa de saludo.
Tan pronto como la puerta se hubo cerrado tras el general, el mayor Leeber dijo untuosamente:
—Sé lo que están ustedes pensando de mí. Les parezco una espina a su lado. No es culpa mía que el Viejo me arrojara contra ustedes. Pero, créanme, permaneceré apartado de su camino. Tommy Leeber puede ser un tipo realmente feliz. Todo lo que necesito es bien poco. Un par de veces a la semana escribiré al Viejo un informe y así todos podremos vivir tan felizmente en las montañas.
Leeber tenía una mueca perezosa bailándole en los labios, bajo un bigote oscuro, de tipo militar, pero bajo aquellos párpados soñolientos había un brillo fijo, frío, negro.
—Contento de tenerle con nosotros —dijo Bard sin demasiado entusiasmo.
Sharan se puso de pie. Leeber se le acercó.
—¿Y usted, miss Inly? ¿Se alegra de que vaya con ustedes?
—Naturalmente —dijo ella con aire ausente—. Bard, ¿cuánto tardaremos en partir?
—Será mejor esperar a después del mediodía. Esto nos dará un poco de tiempo para dormir.
Los otros se fueron. El sargento miraba expectante a Bard. Éste le sonrió.
—Usted conoce a su jefe. Escriba eso de acuerdo con las normas que le satisfagan, siempre y cuando se incluyan las condiciones que he impuesto anteriormente. ¿Las tiene anotadas?
—Sí, señor. ¿Quiere que se lo lea cuando lo tenga redactado?
—No es necesario.
Se dirigió hacia la puerta.
El sargento dijo:
—¡Uf!… doctor Lane.
—¿Sí?
—Respecto al mayor Leeber. Es un hombre muy inteligente, doctor. Y tiene una carrera militar estupenda. Creo que cualquier día puede ascender a general.
—Una ambición digna, supongo.
—Le gusta causar… buena impresión, donde cree que es importante.
—Gracias, sargento. Muchas gracias.
De nuevo en la habitación que le había sido asignada, Bard Lane se tendió para dormir un poco. Pensó en lo que Kornal había dicho. ¡Poseído por los malos espíritus! Un espíritu que puede invadir una mente, aun en contra de su voluntad, usar el cuerpo de aquella mente como si fuera un instrumento. ¿Estaban los antiguos más próximos a la verdad que nosotros, con nuestras medidas y brújulas y textos? Un hombre no puede hacer frente a una teoría que dice que existe una dosis innata de inestabilidad en la mente, que la demencia puede presentarse en el instante siguiente. Incluso la teoría de los espíritus es más confortante que eso. Tal vez, pensó, es que compartimos este planeta. Tal vez siempre lo hayamos compartido. Nosotros somos… Cosas que los Otros emplean para divertirse. Tal vez Ellos puedan deslizarse fácilmente en las mentes humanas y ejercer su humor endiablado. Tal vez nos visitan desde cualquier planeta lejano, como si fuera una excursión para Ellos, un picnic. Y tal vez se ríen…