Capítulo I

El suave ronroneo de la turbina se perdía casi entre el rugido del viento, mientras el sedán de color gris avanzaba a través de la oscuridad por Nuevo México. El aire de la noche, como siempre, era frío. "La noche en aquella región —pensaba— es diferente. La tierra parece descansar de la pesadez del sol diurno."

Surgiendo de las frías sombras del amanecer el sol es un vasto disco blanco ante los ojos. El sol absorbe vorazmente todos los líquidos. Un hombre que se haya perdido durante todo un día en las extensiones de roca y arena será hallado al atardecer, retorcido, en posición fetal, con los labios negros, el cuerpo marchito y momificado como si estuviera muerto desde mucho tiempo antes.

El viento secaba las membranas de la boca y de la nariz. El sol debilitaba a los hombres, formando arrugas en torno a los ojos. Marchitaba los colores y ajaba a las mujeres.

Por la noche, en el azul atardecer del desierto y al son de las viejas baladas plañideras, las jóvenes danzan demasiado apretadas, demasiado cálidamente. Pues las jóvenes saben que el sol acorta la juventud, y todo se seca pronto. Rostros atezados, indios, observan a los danzantes, y sus ojos parecen de obsidiana pulimentada. Saben que sólo ellos han nacido para aquella tierra, y cuando las pálidas risas de los otros hayan desaparecido, ellos seguirán todavía allí. El sol es un dios. El dios está encolerizado, porque ya no se emplean las altas pirámides. Al amanecer, el sol no oye ya cántico alguno, ni ve el resplandor del filo de algún cuchillo de piedra, ni contempla ninguna virgen deslumbrada esperando la certera puñalada que le arrancará el corazón del pecho.

"Tal vez —pensó, dejando reposar las manos en el volante mientras conducía— ellos estuvieran más cerca de la verdad que nosotros. Que nosotros y nuestras charlas aprendidas de reacción de hidrógeno-helio."

La velocidad durante la noche era un hipnótico. La aguja del velocímetro estaba fija en los noventa y cinco. Bard Lane se sentía fatigado. Fatigado y débil, pero sabía que esa fatiga y debilidad eran de un tipo muy especial. Eran de un tipo compuesto de esfuerzo físico, intelectual y emocional, llevado hasta un extremo realmente intolerable. Por un momento el coche pareció perder estabilidad. Sacudió la cabeza para despejar el sueño que un instante antes le había hecho cerrar, contra su voluntad, los ojos, con riesgo de su vida. Abrió un poco la ventanilla lateral para que el aire fresco le diera en la cara.

Delante había un camión que llevaba su misma dirección. Hizo las señales con las luces para adelantarle. Al hacerlo se enderezó un poco en el asiento para observar por el espejo retrovisor, sirviéndose de la luz de los faros del camión, al prisionero que dormía acurrucado en el asiento posterior.

Frente a él divisó una ciudad solitaria. Disminuyó gradualmente la velocidad, al ver el semáforo que cambiaba la luz verde por la roja. Mientras avanzaba por las desiertas calles iluminadas, observó el rostro de la muchacha que dormía a su lado. Se había apoyado contra la puerta del coche, de modo que la cabeza descansaba, aparentemente bastante incómoda, contra el ángulo de la portezuela y el respaldo del asiento. Tenía las piernas encogidas, y las manos, con las palmas hacia arriba, descansaban en su regazo. Parecía extraordinariamente joven y desamparada. Bard Lane sabía que no había nada de desamparo en Sharan Inly. Al llegar a las afueras de la ciudad pisó de nuevo el acelerador, sintiéndose de nuevo vencido por el sueño.

Sacudió la cabeza y puso en funcionamiento la radio, a un volumen discreto para que no molestara a la joven, escuchó:

"… y recuerden, cuando se encuentre cansado, tome Wilkin’s Mead. Wilkin’s Mead no es alcohólico, ni produce hábito. Cuatro de cada cinco doctores saben que Wilkin’s Mead cura el aburrimiento, a través de un simple proceso de intensificar su recepción de todos los estímulos. Hace tres años, en mayo de 1972, Wilkin’s Mead fue lanzado al mercado. Desde entonces, ciento sesenta millones de americanos han aprendido que no se ha contemplado jamás una puesta de sol, ni se ha saboreado plenamente un beso, ni se ha disfrutado comiendo un bistec hasta que se ha tenido antes una botella en las manos de Wilkin’s Mead. Y ahora, para ustedes, el informador de Wilkin’s Mead, el hombre que el Senado no puede hacer callar, Melvin C. Lynn, con su sumario nocturno de Wilkin’s Mead de noticias del mundo…

"Aquí, Melvin C. Lynn, informándoles de las noticias mundiales, por una deferencia de Wilkin’s Mead y Wilkins Laboratories, donde se ha desarrollado el secreto de su felicidad.

"Internacionalmente ha sido un día tranquilo. La Conferencia de París continúa, y fuentes bien informadas han dicho a última hora de esta tarde que los delegados no han perdido todavía la esperanza de conseguir un acuerdo sobre los problemas básicos con que se están enfrentando. El delegado de Pan-Asia ha regresado a Moscú para recibir más instrucciones sobre el acuerdo siberiano respecto al no lanzamiento de nuevos satélites hasta que hayan sido asignadas a cada potencia nuevas órbitas. La Coalición de Sudamérica ha rehusado retirar su reclamación de cinco mil millas para su base en la Luna, aun cuando admiten que ha transcurrido una semana desde que recibieron las últimas señales, débiles, y que toda la expedición, todo el personal de la misma debe darse por muerto. Mañana, y en todo el mundo, así como en la conferencia, habrá los acostumbrados sesenta segundos de silencio para conmemorar el aniversario de la pérdida del primer cohete tripulado dirigido a Marte…

"Y a continuación noticias nacionales. Bliss Bailey, el capitán del ferry boat de Staten Island que embarrancó cuando se dirigía hacia las Bermudas, comunica que su barco ha sido remolcado hoy. La identidad de la rubia desnuda que saltó por la borda la pasada noche no ha sido todavía descubierta.

"Mañana entrarán en funcionamiento las máquinas automáticas para conceder divorcios legales, en Nevada. Treinta máquinas han sido instaladas para entrar en funcionamiento normal. Los solicitantes deberán introducir una moneda de cincuenta dólares en la ranura correspondiente, y dar a continuación su nombre, dirección y motivos por los que solicita el divorcio, en voz clara y baja ante el micrófono, presionando a continuación con su pulgar la placa sensible debidamente señalada. Seis semanas más tarde deberán repetir ese procedimiento, obteniendo en seguida el decreto de divorcio.

"Larry Roy, el favorito de la TV, hoy ha saltado o se ha caído desde el cuadragésimo primer piso de un hotel de New York. Melly Muro, la séptima esposa de Larry Roy, ha dicho a la policía que no puede pensar en ningún motivo que haya podido inducirle al suicidio, a menos que se tratara de un exceso de trabajo. Melly, ustedes la recordarán, es la pelirroja que, hace tres meses, tuvo tanta intervención en el divorcio de Franz Steeval, compositor y director. Larry Roy era su sexto marido.

"Marta Needis, la propietaria de Jersey City que el pasado martes asesinó a sus seis inquilinos en sus respectivas camas con una herramienta, está todavía en libertad.

"En Menphis, la joven Gayla Dennison ha sido acusada hoy de haber asesinado a su guardiana. Ha derramado lágrimas de alegría.

"En Aberdeen Proving Ground, en Maryland, la dirección psiquiátrica no está de acuerdo con su diagnóstico sobre el caso del cabo Brandt Reilly, el soldado que hace diez días apuntó con un cañón a la formación de una compañía, matando a dieciséis hombres e hiriendo a veintiuno.

"Y aquí tenemos una nota festiva en nuestras noticias. Hoy, Pierre Brevet, artista francés, corre el grave peligro de ser linchado por las airadas féminas americanas. Ha permanecido durante tres días en esta región. Dijo a los reporteros que él aprueba de corazón, para las mujeres francesas, el nuevo traje de baño consistente sólo en el monobikini, pero que después de visitar ayer la playa Jones Beach, cree que este estilo es muy atrevido y del que este país puede prescindir. Indicó que para su sensibilidad estética era "deshonroso". Esto puede ser un juego de palabras, ¿verdad, Pierre?

"Acaban de escuchar ustedes a Melvin C. Lynn, en el boletín de noticias que ofrece Wilkin’s Mead. ¿Oyen esto? ¿Saben qué es? Usted… tómese el primer vaso de Wilkin’s Mead. Y esta noche conseguirá la cita que ha estado aguardando. La cita más importante con la persona "única". Llévele una botella de Wilkin’s Mead. Y entonces puede estar seguro de que los dos disfrutarán de una de las más…"

Bard Lane dio un respingo y apagó la radio.

Sharan Inly dijo secamente:

—Nada de Wilkin’s Mead para mí. Un buen vaso de cerveza sí que lo agradecería, si ese hombre pudiera conseguirla.

—¿La he despertado con esas tonterías de la radio? Lo siento.

—No, no me ha despertado. Esa voz meliflua de Melvin C. es insidiosa. Se ha introducido en mis sueños, rompiéndolos, Bard. Mientras le escuchaba he tenido la sensación de estar en una época de decadencia, y él es su profeta. No entiendo qué puede hacerle hablar con tanta alegría, digamos, de un asesinato.

—Trabajando siempre, ¿eh, Sharan? Siempre la psiquiatra.

Podía notar los ojos de la mujer fijos en él.

—¿Sabe una cosa, Bard? Usted siempre se escabulle del tema psiquiátrico. Noto cierta amargura en su voz cuando trae a colación ese tema.

—Si empezara a contarle mi actitud, se convertiría en una discusión. Es una fruslería. ¿Qué hace nuestro hombre?

Sharan se arrodilló en el asiento para inclinarse lentamente hacia atrás. Volvió a su posición normal suspirando.

—Seguirá todavía durante unas tres horas sin rechistar. Será mejor que aparque donde no haya demasiada luz, para que nadie meta las narices donde no le importa.

Aparcó entre varios camiones y coches usados, polvorientos. Al apearse cerró cuidadosamente las portezuelas. Sharan, de pie a su lado, repasó maquinalmente, con un gesto muy femenino, su atuendo, comprobando de un rápido vistazo si llevaba la falda muy arrugada. La brisa de la noche moldeaba la fina tela contra las formas de sus caderas y muslos. Sintió placer al contemplarla, pensando en la trampa. Trampa biológica. La naturaleza coge carne fresca, joven y un cuerpo delgado y… se hace cargo de todo y dice: "Es eso lo que tú querías". Y las pulsaciones se aceleran.

La estridente voz de un tocadiscos llenaba el aire de la noche: "… Ella nunca me dijo en realidad que me amaba…".

En el patio había varias mesas de metal, sobre las piedras todavía calientes del sol que las había bañado durante todo el día. Cogió una silla para Sharan, y entraron en el local, andando con fatiga, y ocultando con el dorso de la mano un bostezo.

Dentro había reservados, parejas que bailaban y cierto bullicio. Se colocaron en la barra, esperando pacientemente a que el hombre de rostro huesudo se acercara para servirles. Llevaba una chaqueta de cazador de color caqui sobre una camisa de tono azul descolorido, de cuello abierto.

Sharan se repasó la pintura de los labios girándose ligeramente de modo que la luz diera adecuadamente en su espejito. Cuando terminó guardó el lápiz en el bolso y se volvió, sonriente.

—¿Cómo vamos de tiempo, Bard?

—Podemos pasar media hora aquí y aún llegaremos con una buena hora de antelación a la conferencia.

—¿Quiere que conduzca yo durante un rato?

—No, gracias. Es mejor poder hacer algo.

Su mano grande y morena descansaba encima del mostrador. Ella se la acarició con gesto afectuoso.

—No se deje abatir. No era responsabilidad suya.

—Mi responsabilidad es conseguir que el trabajo se haga. No puedo echar el muerto a otro si quiero hacerlo.

La luz detrás de la joven parecía rodear sus cabellos rizados de una especie de aureola. Era agradable de contemplar. Un rostro ligeramente delgado, lleno de vida, sensibilidad, movilidad. Sostenía el vaso con ambas manos, como una chiquilla. Al tener que compartir el trabajo, los dos habían procurado mantener sus relaciones dentro de un plano de camaradería, de respeto mutuo. Había habido momentos aislados… al inclinarse sobre la mesa, una rápida mirada a través de la oficina llena, un roce inadvertido, en los cuales él se había dado cuenta de su propio sentir, y del de ella. Pero por mudo acuerdo entre ambos siempre se habían obligado a reprimir cualquier estado emocional. Tal vez algún día llegara la hora. Tal vez un día el peso de su responsabilidad habría desaparecido, y tendrían tiempo para ellos.

Al principio se había preguntado acerca de ella. Aquella nueva promoción de mujeres jóvenes en la profesión no tenía ya idea de la lucha por la igualdad. Existía. Al principio advirtió que la amoralidad de ella no era menos casual que la de otra mujer de su edad que interviniera en el proyecto. Una vez estuvo tentado de preguntarle si quería intimar un poco más. Pero, en seguida, decidió que su deber era mantener todas sus energías al grado máximo posible.

Ahora se alegraba de haber tomado aquella decisión, pues así había tenido ocasión de llegar a conocerla mejor y de comprender que una amoralidad aparente no casaba con el resto de su carácter. En realidad, es probable que ella fuera algo "anticuada" en ese aspecto. Y estaba seguro que en caso de haber hablado, como fue su primera intención, algo se hubiera roto en la buena armonía que reinaba entre los dos, en el momento en que ella se hubiera negado.

Hasta que el importantísimo TRABAJO estuviera hecho, Sharan Inly seguiría siendo para él tan sólo la doctora Inly, ayudante del proyecto, a cargo del campo psíquico.

—El general —dijo ella tristemente— va a sentirse muy irritado.

—Eso es una declaración incompleta. Le saltarán chispas de las puntas de los dedos.

Ella acabó de beber el contenido de su vaso, volviendo a llenarlo.

—¿Qué le parece si empezáramos la discusión de que antes me ha hablado?

—¿Tiene ganas de oír a alguien que ataca su profesión, doctora Inly?

—Claro. Soy una misionera. Yo llevaré la luz a su pobre mente profana.

—Pues, ahí va. Incluso desde Freud y Jung han estado ustedes hablando con cariño de ciertas armas básicas. Yo soy un profano en psiquiatría. Sin embargo, soy un científico. Como científico estoy un poco desconcertado por su jovial aceptación de la verdad de sus hipótesis fundamentales. Tome, por ejemplo, el caso del tipo que llevamos en el coche. Emplearé algo de su lenguaje especial. Este tipo ha estado protegido por dos cosas. Lealtad y, por lo que a usted atañe, estabilidad. Usted busca toda clase de variedades de neurosis y no puede descubrir nada de importancia. Por consiguiente, tenemos un tipo estable. No tiene manías persecutorias, ni tendencias de depresión maníaca, ni nada que indique una demencia precoz. No echa de menos a su madre, ni guarda zapatos de señora, ni dibuja cosas pornográficas. Todos los tests a que usted haya podido someterle de acuerdo con las reglas establecidas, indican que Mr. X es un individuo de vida limpia, material técnico ideal.

Vio cómo ella arrugaba la frente.

—¿Está en desacuerdo con eso?

—No del todo. Pero todos los tests claros indican que su estabilidad es un estado permanente.

—No es eso. Los tests y toda la teoría admite que, frente a una fuerza extraña e inesperada, incluso los más estables, los más equilibrados, pueden convertirse en psiconeuróticos, en una forma u otra. ¡Dios mío!, por esto estoy yo metida en esto. Mi trabajo consiste en detectar la presencia de cualquier cambio y…

—Ahora llega a mi punto. Yo digo que una de sus exposiciones básicas es que tiene que haber un cambio de medio ambiente para crear la fuerza que de como resultado una alteración del cociente básico de estabilidad. Yo digo que esa suposición es demasiado ligera. Sostengo que tiene que haber algo más, adicional, para estudiar. Creo que el cambio de estabilidad a inestabilidad puede producirse en un abrir y cerrar de ojos sin que haya ninguna evidencia de algún estímulo exterior. Olvídese de la debilidad hereditaria. Olvídese del viejo asunto de pretender huir de una vida insoportable. Yo digo que puede cogerse a un tipo perfectamente normal, ponerle en una situación en la que su vida sea satisfactoria… y ¡buum!… puede largarse así. Usted lo ha visto. Yo también. ¿Por qué? ¿Por qué sucede esto? Le sucedió a Bill Kornal. Estaba perfectamente, y al minuto siguiente estaba como si algo… algo totalmente extraño se hubiera metido en su mente. Por esto le llevamos ahora en nuestro coche, y ya ve, cuánto trabajo perdido.

—¿Vamos a retroceder de nuevo a la vieja idea de estar poseídos por los demonios?

—Tal vez sí. ¿Qué me dice de las noticias que hemos escuchado? ¿Qué es lo que está interfiriéndose perpetuamente en la humanidad? Están haciendo ustedes un buen trabajo, aunque algo limitado. Como si estuvieran flotando alrededor de algo que es un factor desconocido, que no han descubierto todavía. Hasta que lo consigan, yo seguiré observando la psicología y psiquiatría con cierta expresión francamente dudosa, Sharan.

Se oyó un ligero zumbido. Buscó con la mirada en el cielo nocturno hasta divisar, contra las estrellas, las luces móviles de un jet de transporte, que perdía altura para ir a aterrizar a Albuquerque.

La brisa agitaba los cabellos de la joven, que dijo lentamente:

—Tendría que levantarme en furiosas protestas contra sus palabras, jefe. Pero algo dentro de mí me dice que puede haber cierta verdad en sus palabras. Sin embargo, si admito que usted puede tener razón, estoy admitiendo también la imposibilidad de aislar nunca ese factor desconocido. ¿Cómo puedo descubrir algo que aparece sin avisar y desaparece del mismo modo?

—Posesión de los demonios —dijo él, sonriendo.

Ella se levantó, esbelta contra la luz, más provocativa con su gesto totalmente espontáneo que si hubiera preparado la pose cuidadosamente.

—Así, pues —dijo—, los demonios están muy activos últimamente. Oh, ya sé que cada generación que llega a los cuarenta cree firmemente que el mundo va a irse al diablo. Pero esta vez, Bard, aun siendo joven como soy, creo que puede haber algo de verdad. Nuestra cultura parece como una gran máquina que estalla en pedazos. Algunas partes desaparecen. Partes que son importantes. Decencia, dignidad, moralidad. Todos nos hemos vuelto impulsivos. Todo lo que uno desea es correcto… Es…

—¿Una anarquía sociológica?

—Sí. Y ahí tiene usted, Mr. Lane, mi motivación. Ahora ya sabe por qué estoy tan ansiosa por que usted triunfe. Tengo la esperanza de que si la humanidad puede encontrar algunos horizontes nuevos, ello significará el retorno a un mundo decente. ¿Qué rara soy, verdad?

Se dirigieron hacia el coche. Él observaba el cielo, lleno de estrellas que desde allí parecían más próximas, más a su alcance.

—¿Demonios esquivos, eh?

Ella se cogió de su muñeca mientras andaban, hundiéndole, sin darse cuenta, las uñas en la carne.

—No seguirán siendo esquivos, Bard. No lo seguirán siendo.

—Hace cuatro años que tuve mi pequeña obsesión, Sharan, y parecen tan lejanos como siempre.

—No ceda nunca, Bard.

—Me gustaría saberlo.

Habían llegado al coche. A través de la ventanilla posterior, ligeramente abierta, les llegaba el sonido de los ronquidos de Bill Kornal.

—Me hace sentirme enferma hablar con usted de ceder —le dijo casi en un susurro.

Bard se inclinó para poner la llave en la cerradura. Con el hombro rozó el de ella.

Sin saber cómo sucedió, se la encontró en sus brazos. Ella se apretó fuertemente contra él, ofreciéndole los labios, aunque pudo oír un ligero quejido. Sabía que le estaba haciendo daño en la boca, pero no podía evitarlo. Comprendía que aquello había sido una negligencia, un poco de tiempo robado al proyecto, del interminable acopio de esfuerzo y responsabilidad.

Había esperado encontrar en ella todo el calor y pasión de una joven adulta y sana. Pero quedó sorprendido al ver que ella le aventajaba todavía a él.

—Esto no está bien —dijo la mujer.

Se apartó un poco, ladeando la cabeza. Él se arrodilló palpando el suelo en busca de la llavecita que se le había caído. Se levantó.

—Lo siento —dijo.

—Los dos estamos fatigados, Bard. Los dos estamos muy asustados por lo que pueda hacer el general Sachson. Ambos buscamos el apoyo del otro… el consuelo. Olvidémoslo.

—Olvidarlo precisamente, no, Sharan. Guardémoslo para cuando llegue una ocasión propicia.

—Por favor —dijo ella agudamente.

—De acuerdo, no debía haber dicho eso —sabía que su voz sonaba ligeramente indignada.

Abrió la portezuela. Ella se colocó en su sitio, entrando él a continuación y sentándose al volante; cerró la portezuela de golpe y puso el coche en marcha, mientras aceleraba intensamente de velocidad. Miró a la joven con rápida ojeada. Ella miraba fijamente hacia adelante, sin expresión alguna.

—Digamos que he estado poseído por uno de esos demonios —dijo él.

—Probablemente lo estemos los dos —le respondió la joven.

La miró otra vez y vio que sonreía. Ella se le acercó un poco más.

—Además, Bard, yo soy una niña muy estirada, creo.

—No me lo ha parecido así.

—Eso es lo que quiero decir —dijo ella, enigmáticamente—. Ahora, a portarnos bien.

El sedán gris avanzaba hacia el sur a través de la noche.