NUEVA IMAGEN DE ESPAÑA

EL cambio operado en España desde 1975 era, como hemos tenido ocasión de ver, un cambio profundo, una transformación radical, una ruptura histórica. Los treinta años de democracia transcurridos en 2005 desde el fin de la dictadura de Franco conllevaron, efectivamente, nada menos que la refundación de España como nación. Con la consolidación de la democracia, España no se reconocía en modo alguno en el país dramático y pintoresco creado por el estereotipo romántico y sancionado en la pobreza de su vida rural en los siglos XIX y XX, y por la tragedia de la Guerra Civil de 1936-1939.

Sede del gobierno, de los grandes bancos del país, de la Bolsa, de los grandes medios de comunicación (prensa, radios, televisiones) y de numerosas empresas nacionales y extranjeras, Madrid, la capital del estado, el principal centro financiero y comercial del país, proyectaba la imagen de la nueva España democrática. El renacimiento urbano de Madrid desde 1975 fue formidable: nuevos museos (Reina Sofía, Thyssen-Bornemisza), nuevas facultades y escuelas universitarias, bibliotecas, auditorios, hoteles, centros feriales y palacios de congresos; instalaciones deportivas, grandes centros comerciales, numerosos pasos subterráneos, nuevas líneas de metro, parques, grandes carreteras de circunvalación, nuevas estaciones de ferrocarril y terminales aéreas, ensanches y barrios nuevos, edificios espectaculares (torre Picasso, torre Europa, Puerta de Europa I y II, la terminal 4 de Barajas, los rascacielos de Caja Madrid, Cristal, Sacyr y Espacio). Con diez localidades de más de cien mil habitantes (Móstoles, Alcalá de Henares, Fuenlabrada, Leganés, Alcorcón, Getafe, Torrejón, Alcobendas, Pozuelo, Rivas-Vaciamadrid), la comunidad de Madrid, era en 2007 la región de mayor renta per cápita de España.

Las grandes obras (estaciones de ferrocarril, nuevas terminales aeroportuarias, circunvalaciones, autopistas y autovías, puentes, instalaciones deportivas, hoteles…) que exigió la celebración en 1992 de los Juegos Olímpicos y del V Centenario del descubrimiento de América transformaron Barcelona y Sevilla, sedes respectivas de ambos acontecimientos. La construcción en Valencia entre 1989 y 1998 de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, un espléndido conjunto arquitectónico y cultural diseñado por Santiago Calatrava y Félix Candela, cambió la ciudad. El museo Guggenheim (1997) obra de Frank Gehry, la construcción del metro, la regeneración de los terrenos de la ribera de la ría del Nervión, nuevos centros comerciales, autovías y túneles, un nuevo aeropuerto, obra de Calatrava, todo ello llevado a cabo entre 1995 y 2005, transformaron Bilbao en una ciudad decididamente moderna.

Con la construcción del estado de las autonomías, las ciudades españolas experimentaron entre 1975 y 2005 cambios —en su fisonomía urbanística, en su vida colectiva— literalmente extraordinarios. Entre 1986 y 2000, se inauguraron, por ejemplo, el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, el Centro de Arte Reina Sofía en Madrid, el Instituto Valenciano de Arte Moderno en Valencia, el Centro Atlántico de Arte Moderno y el Auditorio Alfredo Kraus en Las Palmas, el Palacio de Festivales de Cantabria en Santander, el Centro Gallego de Arte Contemporáneo en Santiago, el Museo Domus en A Coruña, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, el Museo Guggenheim de Bilbao y el Palacio de Congresos y Auditorio Kursaal de San Sebastián y Chillida-Leku, el museo al aire libre del escultor Chillida en Hernani, edificios todos ellos diseñados por grandes arquitectos (Rafael Moneo, García de Paredes, Oscar Tusquets, Frank O. Gehry, Richard Meier, Carlos Salvadores y Emilio Jiménez, Sáenz de Oiza, Álvaro Siza y otros): la arquitectura, la citada y mucho más, era la gran expresión de la nueva modernidad española.

La refundación de España con la democracia conllevó la creación de una nueva identidad. España se reconocía, así, en etapas y hechos señeros de su pasado —el Camino de Santiago, la España imperial, el Quijote, El Greco, Velázquez, la España de la Ilustración, Goya—, en su historia contemporánea (las cortes de Cádiz, la Segunda República, la Guerra Civil) y en la misma transición. Asumía las identidades particulares de las nacionalidades y regiones, esto es, su pluralidad cultural y lingüística, y la historia propia de sus antiguos reinos y territorios históricos. Se reconocía en su tradición intelectual liberal, en la plenitud cultural que vivió entre 1898 y 1936, en la cultura del antifranquismo y del exilio, y en la última modernidad del país que representaban, entre otros, creadores como Tàpies, Oteiza, Chillida, Calatrava, Moneo, Almodóvar, Barceló, Antonio López o Juan Muñoz.

España era al tiempo, como se ha visto, un país europeo, con el Mediterráneo, el arco atlántico y el mundo hispánico de América, América Latina, como sus áreas espaciales y culturales naturales. Con cerca de 450 millones de hispanohablantes en el mundo, y unos cuarenta millones de «hispanos» o «latinos» en Estados Unidos, el español era a principios del siglo XXI una de las primeras lenguas universales y un instrumento de enorme valor cultural y económico.

La historia futura de esa España refundada democráticamente desde 1975 será, por definición, imprevisible, a menudo inquietante y siempre problemática: en ningún sitio está escrito que la historia sea o racional o justa. España, muchas historias posibles, era —si se recuerda lo escrito al principio— la tesis de este libro. España, en efecto, pudo haber quedado de forma permanente, como Turquía, dentro del mundo islámico, o pudo haber cristalizado, como Italia hasta 1861, en una pluralidad de reinos y estados, tal como se constituyó en los siglos XIII a XV. España se asomó a la historia europea con los Reyes Católicos. Fue un imperio universal y la gran potencia hegemónica en los siglos XVI y XVII. Fue, luego, un estado fallido en el siglo XIX y un país en buena medida trágico (Guerra Civil, dictadura de Franco), en el XX.

La historia española no es —quede claro— ni una historia única ni una historia excepcional. Como la historia de cualquier otro país, la historia española es, sencillamente, una historia muy interesante, cuyo conocimiento —una obligación política y moral para hablar apropiadamente de España— plantea un amplio repertorio de cuestiones esenciales. La verdad histórica, escribió Ranke, al fin y al cabo el más importante historiador de los tiempos modernos, es «infinitamente más hermosa e infinitamente más interesante que la ficción novelesca».