ESPAÑA experimentó entre 1808 y 1840 una larga y profundísima crisis —ocupación francesa y guerra de Independencia; revolución gaditana, 1810-1812; reacción fernandina, 1814-1820; trienio constitucional, 1820-1823; década absolutista, 1823-1833; regencia de María Cristina y guerra carlista, 1833-1839—, que alteró radicalmente su realidad como nación: pérdida completa del poder naval (Trafalgar, 1805); guerra devastadora (1808-1813); pérdida del imperio americano (1810-1825); catastrófico reinado de Fernando VII, veinte años perdidos (1814-1833); guerra civil de casi siete años, 1833-1840 (unos 150.000 muertos en un país de trece millones de habitantes). Hacia 1840, España se había quedado prácticamente sin estado.
La España del siglo XIX iba a tener, como consecuencia, básicamente tres grandes problemas: la reconstrucción del estado, la revolución liberal, la estabilización de la política. El ejército emergió, según se irá viendo, como el verdadero instrumento del cambio político; el nuevo estado español, ahora ya un estado nacional, fue durante tiempo pequeño, débil e ineficiente (lo que no significa sin leyes, ni carente de principio de autoridad y de instrumentos de coacción).
España entre el liberalismo y la reacción: ese fue el tema de España 1808-1939, la gran obra del historiador Raymond Carr, que apareció en 1966; o la debilidad del liberalismo en España, que Carr explicaba por ser la España del siglo XIX (para este autor, un país de aristocracia débil, generales políticos, especuladores, periodistas destacados y abogados) un país rural, con un setenta por ciento de analfabetismo, un poder civil frágil, y capital y tecnología pobres.