Aparca el coche y coge la mochila del asiento de al lado. Camina sobre el barro de nieve en un día azul y luminoso hacia la casa, sonriendo a Aapeli, que le da las gracias por la tarjeta de Navidad.
—Mis hijos se han olvidado de mí, pero tú… —dice Aapeli. Ella sonríe.
—Una foto muy bonita…, de Ilmari y Veikko… Dónde… ¿dónde la hicisteis?
—En Estocolmo, junto al río —dice ella sonriendo. Aapeli asiente.
—Bueno, pues nada… —dice él.
—Hasta pronto —dice ella.
—Y mis mejores deseos. Para ti —dice Aapeli.
—Para ti también —contesta ella.
Se vuelve a mirar cómo Aapeli se encamina hacia los árboles blancos, con pasos lentos y cautelosos.
Abre el portal y se dirige hacia el sótano, al cuarto de las lavadoras. Saca la ropa de la mochila y se queda un rato mirando las manchas. Sabe lo que ha pasado, pero no consigue recordarlo.
Mete la ropa en la lavadora, pone el detergente y echa una moneda en la ranura. Observa cómo el agua y el detergente se funden en la espuma.
Saca el cuchillo de la mochila, se dirige hacia la pila, abre el grifo y lo aclara hasta que queda como nuevo.
Entonces, sube a su casa y, al abrir la puerta, siente hambre por primera vez en mucho tiempo.