El programa siguió adelante. Hämäläinen se sentía ligero. A lo mejor tenía algo que ver con el hecho de que estaba flotando sin tocar el suelo. Le sorprendía que sus invitados no parecieran notarlo.
Habló intensamente con el bombero que había ayudado a rescatar a las víctimas del pabellón. Charló con un Kapanen de excelente humor. Anunció a Bon Jovi e incluso logró sacarle, después de su actuación y de las fechas de su gira, un par de frases simpáticas sobre el invierno en Finlandia.
Todo fluía. El público escuchaba y reía. La mujer y el silencio parecían no haber existido nunca. No lo entendía. El programa terminó con fuegos artificiales de gran sofisticación técnica, salieron todos al escenario a saludar y Hämäläinen saludó también.
Luego se fue, como sobre raíles, a su camerino, se bebió lo que, a juzgar por la etiqueta, debía ser zumo recién exprimido de pomelo y Tuula y Olli Latvala entraron parloteando, él levantó la mano y dijo:
—Silencio.
Se callaron.
—Silencio absoluto, por favor —dijo.
Al cabo de un rato, Tuula dijo que a la mujer se la había llevado la policía. Y que seguía sin entender por qué.
Y que si él sabía lo que había ocurrido. Dijo que las redacciones de teletexto y de Internet, que habían seguido los acontecimientos muy de cerca, hablaban sólo de una mujer apabullada por el dolor y de un presentador sensible que había preferido no presionarla.
Hämäläinen sintió de nuevo el suave pinchazo, lo sintió muy seguido en varias partes del cuerpo.
—¿Ah, sí? —preguntó.
—Yo creo que así es como lo ha percibido también el público en el estudio —intervino Olli Latvala.
—Interesante —dijo Hämäläinen.
—Pero se han llevado a la mujer. Y sé que sospechan que existe una relación con la catástrofe, con el derrumbamiento del pabellón de hielo… —dijo Tuula—. ¿Conocías a esa mujer?
—No —dijo Hämäläinen.
—Te tiene que haber irritado muchísimo que no haya hablado. Habéis pasado varios minutos sentados frente a frente sin decir palabra. ¿Por qué no has dicho nada?
—No se me ha ocurrido nada que decir —dijo Hämäläinen.
—¿Podría ser ella la mujer que te acuchilló?
—Claro —dijo Hämäläinen.
—¿Claro? —preguntó Tuula.
—Claro que era ella.
—¿Así que la has reconocido?
—No. Cómo voy a reconocer a alguien que no he visto nunca…
—Kai, no entiendo nada.
—A mí me pasa lo mismo —dijo Hämäläinen.
—¿Lo podemos sacar en las noticias? —preguntó Olli Latvala.
—¿Mmm? —preguntó Hämäläinen.
—¿Pueden citar lo que has dicho? Que es la mujer que te… agredió. Que eso es, por lo menos, lo que intuyes.
—Las noticias… —dijo Hämäläinen.
—Sí, te lo pregunto porque Lundberg me lo ha preguntado a mí —dijo Latvala—. Es quien se ocupa hoy de la redacción. Aún no tienen ninguna declaración de la policía. Por el momento, nadie sabe lo que ha ocurrido realmente.
—Ah —dijo Hämäläinen.
—Me han preguntado si pueden hacerte una entrevista —continuó Olli Latvala.
—Una entrevista.
Le entró la risa.
—Me limito a transmitir lo que me ha pedido Lundberg —matizó Latvala.
—Está bien, Olli, de verdad, no es culpa tuya.
Hizo una breve pausa y luego siguió riéndose entre dientes.
Irse a casa, pensó. Hacer estallar un par de fuegos artificiales. De los buenos. Iluminar todo el ciclo. Irene sonríe. Las enanas están boquiabiertas.
Borró la sonrisa de su cara y se sintió por un momento lleno de una energía desfallecida y pasajera que le permitió decir:
—Me temo que tendré que declinar la oferta. Por este año, estoy hasta las narices de entrevistas.