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La entrevista, a la que los medios llamarían así durante los días siguientes, a pesar de que ninguno de los participantes pronunció una sola palabra, duró dos minutos y treinta y cuatro segundos. Cuatro minutos duró el bloque publicitario posterior.

Durante la publicidad, el Enorme sacó a Salme Salonen de escena. Hämäläinen se los quedó mirando y pensó que parecían una pareja, muy juntitos, la mujer parecía apoyar la cabeza sobre el brazo del hombre en un gesto de intimidad.

Hämäläinen se sentía muy tranquilo, tranquilo como hacía tiempo que no lo estaba. Tuula se le acercó y le preguntó qué pasaba.

Él meneó la cabeza y dijo:

—Nada.

—¿Nada?

—No. Nada.

—¿Qué ha pasado con esa mujer?

—Nada —dijo Hämäläinen.

—¿Qué quiere decir «nada», Kai?

—Todo en orden, ¿quién es el siguiente?

—¿Cómo? —preguntó Tuula.

Hämäläinen estudió sus notas.

—El bombero. Y luego Kapanen —dijo—. Estupendo. Que entren.

—Kai… tenemos que…

—He visto la película de James Bond. Kapanen lo hizo fenomenal —atajó Hämäläinen.

Salió de la niebla una asistente y le secó la cara empapada en sudor.

—Kai, no podemos seguir así, como si nada… —insistió Tuula.

—Pues claro que podemos. Y, ahora, deberías salir del escenario, dentro de nada estamos otra vez en el aire —le instó Hämäläinen bajando la vista hacia las preguntas que iba a hacerle a Kapanen.

Una detrás de otra. No se iba a dejar ni una en el tintero.

Tuula se lo quedó mirando unos instantes. Él lo notó, pero siguió con la mirada fija en las preguntas. Tuula desapareció con las piernas flojas en la luz cegadora. La voz que sonaba en su oreja hacía la cuenta atrás de los segundos.