85

Su hijo Sami y Meredith, la hija de una colega, estaban rodando por el suelo delante de él, y se preguntó vagamente por qué la hija de dos finlandeses tenía que llamarse Meredith, y cuándo y bajo qué circunstancias a los juegos infantiles de ese tipo debía atribuírseles un componente sexual.

Había leído hacía poco tiempo algo al respecto, un artículo bastante interesante en una revista especializada, cuyo contenido, sin embargo, en ese momento se le escapaba, quizá porque lo que había sucedido en la pantalla de televisión le había dejado boquiabierto.

Luego pusieron publicidad. Una bellísima música intentaba compensar la banalidad de un anuncio de una marca de automóviles.

—¿Qué pasa? —preguntó Seppo.

Se volvió hacia él y los demás invitados, que estaban sentados alrededor de la mesa y metían sus pinchos en el aceite caliente.

—Perdonadme —dijo—, era… estaba allí una de mis pacientes.

—¿Una de tus pacientes? ¿En el programa de Hämäläinen? —preguntó Seppo.

—Mmm… Sí…

—¿La mujer que estaba sentada ahí ahora mismo? —preguntó Sami, sentado en el suelo, sudando como un pollo y aprovechando un momento de tregua en la batalla con Meredith.

Asintió.

—¡No, basta! ¡Ya no más! —gritó Sami, porque Meredith había vuelto a hacerle cosquillas.

—¿Y qué tal lo ha hecho? —preguntó Seppo.

—¿Mmm?

—Tu paciente —dijo Seppo.

—Ah… No… No lo sé exactamente —dijo él.

—Deja la tele encendida. Después viene Kapanen. El actor. Me gustaría verle —dijo otra persona.

Él asintió, con el firme propósito de llamar al día siguiente a Salme Salonen.

Luego se levantó y volvió a la mesa.