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Kai-Petteri Hämäläinen veía a la mujer y detrás de ella la niebla iluminada por los focos y, más atrás, las siluetas de las personas que los miraban y los escuchaban mientras ellos callaban.

Desde el transmisor que tenía en la oreja, le llegaban de vez en cuando instrucciones. La voz algo rasposa, pero voluminosa, del director preguntando qué carajo estaba pasando. «Hola, hola, Kai-Petteri, ¿me oyes?»

Bajó la cabeza y echó un vistazo a las preguntas que nunca le haría. Preguntas extendidas sobre la madera oscura y lisa, agrupadas bajo palabras clave y conjuntos temáticos en hojitas amarillas. «Señora Salonen, usted misma fue víctima de la desgracia del 17 de febrero de este año en Turku. ¿Guarda usted un recuerdo preciso de ese momento? ¿Cómo vive con ello? ¿Cuánto tiempo estuvo usted en el hospital? ¿Cómo se encuentra ahora?»

¿Cuánto tiempo había pasado? No tenía ni idea.

Vio a Tuula gesticular en medio de la niebla. Hacía gestos desacompasados con los brazos, no había manera de descifrarlos.

La mujer que tenía enfrente parecía mirar a través de él hacia un punto lejano. Ni triste ni contenta. Jamás había visto un rostro tan neutro. No la conocía de nada.

Tal vez había sido el vestido. La sombra de un vestido que había visto.

O quizá era el silencio grabado en su cara.

Apareció desde la niebla la figura del Enorme.

Parecía muy tranquilo, les sonrió, tanto a él como a la mujer, como para darles ánimos. Cogió el bolso y se sentó en la silla que estaba prevista para el bombero. Puso muy discretamente una mano sobre el brazo izquierdo de la mujer. Ella no pareció darse cuenta.

—¿Tiene usted niños? —se oyó Hämäläinen a sí mismo.

El Enorme meneó la cabeza.

—Desgraciadamente no —dijo.

Hämäläinen asintió. Publicidad, dijo la voz dentro de su oreja. El programa continúa dentro de tres minutos y cincuenta y ocho segundos.