En pantalla estaban Kai-Petteri Hämäläinen y Salme Salonen, sentados una frente al otro, mientras que Sundström y Westerberg mantenían conversaciones con otros colegas. En primer término, se caracterizaban por el hecho de que nadie entendía a nadie.
—¡Intervenid! —gritó Sundström varias veces.
El colega que estaba al otro lado de la línea no parecía entender.
—La mujer que está en el escenario parece ser la persona que estamos buscando —dijo Westerberg, pero también su corresponsal parecía tener dudas.
—¿Qué quiere decir «qué mujer»? ¡Sólo hay una! —exclamó Westerberg.
—¿Tenemos a alguien apostado cerca del escenario? —preguntó Sundström—. ¿Qué quiere decir que no lo sabes…?
—No, no, a los invitados no se les registró en busca de armas, claro que no —gritó Westerberg.
Joentaa estaba sentado junto a Tuulikki y percibía los gritos de ambos, muy lejanos. No entendía por qué estaban tan excitados. Su nerviosismo contrastaba enormemente con la tranquilidad que emanaba de la pantalla.
Se hizo un momento de silencio.
Hämäläinen sentado impasible.
La mujer sentada impasible.
Se miraban y parecían haberse dicho ya todo cuanto tenían que decirse. Antes de haber pronunciado una palabra.