Estaba sentado en su mesa, bajo los focos. La madera noble y limpia. Sintió la suave superficie de los papeles amarillos en sus manos. Demasiado contraste. Tenía que hablar con Tuula. Primero el éxito del verano y ahora eso. A Tuula le gustaban esos cortes bruscos.
La mujer se le acercó desde la niebla. La acompañaban los aplausos. Tenía el pelo largo y rojizo, andaba muy derecha y parecía deslizarse sobre raíles. Se sentó frente a él y colocó su bolso en la silla libre de al lado.
El bombero que, tras la catástrofe, había sido de los primeros en presentarse a ayudar, tendría que quitar el bolso cuando le tocara entrar en escena al cabo de un rato, pues estaba previsto que se uniera a la conversación y que se sentara junto a la mujer. Hämäläinen pensó que ya resolvería la situación imprevista de la manera más elegante posible cuando se presentara.
—Ha dado usted un paso enorme —empezó—. Y, creo poder decirlo en nombre de todos los aquí presentes y de todos los telespectadores, es un paso que merece un gran respeto, sin que por ello podamos ni tan siquiera imaginar…
La mujer le sonrió.
Él le devolvió la sonrisa.
Más tarde sería incapaz de explicar ese momento, pudo sólo describir sus sensaciones y eso sólo un par de veces.
Bajo la mirada tensa y siempre difícil de descifrar de sus espectadores, explicaría luego que el momento de la comprensión le había pillado por sorpresa. Que jamás había visto antes a esa mujer y que no sabía qué tipo de impulso había desencadenado todo. Que lo había visto en sus ojos.
Y que vivió ese momento como un momento pleno, de dolor y de belleza.