—Tenemos algo —dijo Petri Grönholm.
—¿Sí? —dijo Joentaa.
—¿Tienes la lista delante?
—La tengo.
—Bien, pues sólo hubo un niño entre las víctimas. Los nombres que buscas son, probablemente, Ilmari y Veikko Mattila.
Kimmo Joentaa leyó ambos nombres.
—Padre e hijo —dijo Grönholm—. El padre treinta y cinco, el hijo cinco. Empadronados en Turku, Asematie 19.
Nombre, dirección, fecha de nacimiento.
—Con los datos que tenemos hasta ahora, no tenemos a nadie con el mismo nombre entre los heridos. En la guía de teléfonos figura Ilmari Mattila, nadie más.
Kimmo y Sanna Joentaa, pensó. Y un número, bajo el cual ya nadie encontraría a Sanna Joentaa. En otoño, había llamado una mujer que pretendía venderle a Sanna un abono para una revista.
—¿Ya has llamado al número? —preguntó Joentaa.
—Mmm… no.
—Dame el número.
—Un momento.
Joentaa oyó un crepitar de papeles y luego, de nuevo, la voz de Grönholm, que le dictó un número.
—Gracias —dijo Joentaa—, te llamo en cuanto pueda.
—¿Tenemos algo? —preguntó Sundström.
—Un número —contestó Joentaa.
Marcó.
«Habla Veikko. No estoy en casa. Papá tampoco. Y tampoco mamá. Hasta luegooo».
La voz de un niño.
—¿Y? —preguntó Westerberg.
«Y ahora el mensaje para las cosas serias».
Una voz de mujer. Algo torpe, como si le hubiera molestado recitar un texto en el vacío. Al fondo se oía reír al niño, Veikko. La mujer dijo los nombres de las personas a las que Veikko había llamado mamá y papá y prometió devolver la llamada.
Tono.
—¿Y? —preguntó Sundström.
Joentaa se quedó un momento callado, luego introdujo el nombre de la mujer en la búsqueda de Google y buscó fotos. La reconoció enseguida. Aunque en la foto era mucho más joven. Llevaba un disfraz y estaba al timón de un barco, detrás de ella se divisaban el mar y la playa de Naantali.
—¿Quién es? —preguntó Sundström.
—La Pequeña My —dijo Westerberg—. Quiero decir, una mujer vestida de My.
Joentaa agrandó la foto, que procedía de un periódico local. Se hablaba del comienzo de un verano lejano y de la inauguración de nuevas atracciones en el parque de Moomin World, por ejemplo el barco. La mujer de la foto reía abiertamente y parecía manejar realmente el timón, hacia una dirección que ella, y nadie más, había decidido.
—Esa es la mujer… la mujer sentada entre el público… ¿no? —dijo Tuulikki.
Joentaa asintió. Su mirada rozó la pantalla en la que una banda de adolescentes finlandeses cantaba el éxito del verano. La música parecía inundarles a través de varios altavoces.
Sonó su móvil.
—Tenemos algo más —dijo Grönholm—. Ilmari Mattila estaba casado, su mujer mantuvo el nombre de soltera.
—Ya lo sé —dijo Joentaa.
—¿Ah, sí? —dijo Grönholm.
—¿Quién es la mujer? —preguntó Sundström.
Los aplausos se atenuaron. Se oyó la voz de Hämäläinen.
—Salme Salonen —dijo Joentaa.
—Salme Salonen —dijo Hämäläinen.
—¿Cómo? —dijo Sundström.
—Salme Salonen —dijo Joentaa.
—Bienvenida. Me alegra especialmente su presencia aquí… Salme Salonen —dijo Hämäläinen.