Un muerto en la nieve, un muñeco sobre una camilla, una mujer entre el público y, en la cuarta pantalla, Hämäläinen hablando con un ganador que decía haber sido toda su vida un perdedor.
—Y ahora es demasiado tarde —decía—, ¿qué hago ahora con todo ese dinero? No tengo ganas de viajar y ya tampoco puedo conducir, por los ojos.
Hämäläinen sorteó la situación con una broma.
El público se rio.
El hombre de pelo blanco siguió igual de arisco y no demostró la menor intención de suavizar su opinión de que haber ganado el bote millonario le había supuesto un estorbo considerable, lo que le faltaba a su avanzada edad.
—Divertido —dijo Sundström—, a mí también me gustaría ser así cuando llegue a su edad.
—¿En serio? —preguntó Tuulikki.
—Era una broma —dijo Sundström.
Un monótono sonido de móvil. Joentaa se lo sacó del bolsillo.
—¿Petri?
—Hola, Kimmo. Bueno, algo tenemos —dijo Grönholm.
—¿Sí?
—En el derrumbamiento del pabellón del hielo hubo veinticuatro muertos. Tenemos todos los nombres.
—Bien.
—¿Te los puedo mandar por fax? O te mando la lista por correo electrónico, si estás cerca de un ordenador.
—Sí, por favor. Pero date prisa.
—De acuerdo —dijo Grönholm—. Ya verás que hay varias víctimas con los mismos nombres. Aún no hemos logrado filtrar a padre e hijo, estamos en ello.
—Bien —dijo Joentaa.
—Te llamo en cuanto sepa algo.
—Otra cosa. ¿Están listados también los heridos que sobrevivieron?
—Mmm… no.
—Pues nos hacen falta también.
—Eso va a ser más complicado. Si no recuerdo mal, eran bastantes. Y es más difícil conseguir esos nombres de manera exhaustiva.
—Inténtalo, por favor. Y en cuanto des con un nombre igual que el de alguna de las víctimas, me llamas. Lo que buscamos es probablemente un hombre y un niño entre las víctimas mortales y una mujer entre los supervivientes.
—De acuerdo. Nos ponemos a ello. Hasta luego —dijo Grönholm y colgó.
Joentaa se dirigió a Tuulikki:
—¿Podría usted localizar a Olli Latvala?
—Lo puedo intentar, pero me temo que no va a funcionar. Es él quien se ocupa de los invitados, y hoy tenemos un programa muy amplio.
Joentaa asintió.
—Había mencionado que había por lo menos unos cuantos nombres de las personas que vinieron al programa. Todos aquellos que habían solicitado entradas y que las recibieron por correo. Me gustaría tener esa lista.
Tuulikki asintió. Intentó marcar su número, pero al cabo de un rato colgó meneando la cabeza.
—Imposible. A estas alturas tendrá oídos sólo para su microauriculares y para las personas que esperan su turno para entrar en el programa.
Joentaa asintió.
—No importa. Tengo que leer mi correo electrónico. ¿El ordenador está conectado a Internet?
—Sí, claro —dijo Tuulikki.
Joentaa se sentó junto al ordenador y minimizó la foto del archivo de Mäkelä.
—¿Qué te ha dicho Petri Grönholm? —le preguntó Sundström.
—Tienen los nombres de las víctimas, me ha mandado la lista.
—A lo mejor soy un poco lento, pero aún no tengo claro cuál es la relación de unas cosas con otras —intervino Westerberg acercándose también al ordenador.
Joentaa abrió el mensaje de Grönholm, que no tenía texto, sino sólo un anexo en Word.
—La lista debería contener el nombre del hombre y del niño de la foto.
—Ajá —dijo Westerberg.
Joentaa abrió el documento. Una lista más, pensó. Nombre, apellido. Aún faltaban las fechas de nacimiento, Grönholm y Päivi Holmquist estaban trabajando en ello, porque era importante saber la edad de las víctimas. Se inclinaron todos sobre el ordenador y leyeron:
Leo Aalto
Seppo Aalto
Markku Aalto
Petra Bäcksträm
Sulevi Jääskelainen
Eva Johansson
Ronja Koivistio
Ella Kuusisto
Lara Kuusisto
Pentti Laakso
Kielo Laakso
Viola Lagerbäck
Sipi Lindström
Raija Lindström
Ilmari Mattila
Veikko Mattila
Kaino Nieminen
Tuomas Nieminen
Arsi Peltola
Urho Peltola
Tuomas Peltonen
Akseli Pesonen
Tapio Pesonen
Laura Virtanen
Joentaa tenía la sensación de ir a dar en cualquier momento con un nombre conocido. De una persona que quizá conoció hace mucho tiempo para luego perderla de vista y volver a encontrarla años después en esa lista. Pero los nombres no le decían nada. Letras extrañas en un papel blanco virtual, en un monitor, en una oficina extraña. Ordenados alfabéticamente.
—¿Y Petri te ha podido decir algo más?
—Están en ello. Intentan aislar los nombres relevantes. Le he dicho que estamos buscando a un hombre y un niño, probablemente padre e hijo. Me llamará en cuanto tenga noticias —dijo Joentaa.
Sundström asintió.
En una de las pantallas, Hämäläinen despedía al triste ganador de la lotería, y el hombre del pelo blanco abandonó el escenario apoyándose en un bastón.