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Todas las miradas puestas sobre él. Todas las cámaras enfocándole. Sentía las piernas blandas, la sonrisa en los labios y el sudor en la frente. El transmisor en la oreja funcionaba. El asistente se hallaba a pocos metros y sujetaba en alto los carteles con las palabras clave. En el teleprompter esperaba ya el primer comentario. La famosa frase que Tuula había escrito para él se le había olvidado. Estaba en el centro del mundo y no encontraba las palabras.

—Bienvenidos —dijo—. Me alegro mucho de estar aquí con ustedes esta noche. Me alegro de que ustedes… estén conmigo.

Se volvió y se dirigió hacia el grupo de sofás rojos donde tenía que saludar a su primer invitado. Parecía muy confortable.

La frase que había formulado Tuula sonaba diferente. Probablemente mejor.

Sintió la cámara en su espalda. Se sentó. Todos los comentarios en el teleprompter. Las palabras clave en los cartones grandes que le mostraba el asistente.

—Un año que termina, otro que comienza. Aquí estamos, juntos, para mirar atrás. Intentaremos averiguar lo que ha sido importante. O suficientemente bello. O suficientemente triste como para acompañarnos hacia el nuevo año. Las cosas que se salen de lo cotidiano y que dan lugar a lo que permanece. No podemos olvidarlas. O no queremos. O no debemos.

Sintió un ligero mareo y el impulso de secarse el sudor de la frente.

—Hoy quiero saludar a mi mujer, que casi siempre está sentada delante del televisor cuando aparezco en él. Mi mejor crítica, y la más importante. Y la única.

El público se rio. También lo hizo él. El sudor de su cuerpo era agradable.

—Y también quiero saludar a mis hijas. Hola, enanas, nos vemos más tarde. Pobres de vosotras si no aguantáis hasta medianoche, he preparado un montón de fuegos artificiales.

Otra vez risas. Sintió las miradas del público, sin poder ver a las personas. Sólo veía la luz cegadora de los focos.

Se iba sintiendo cada vez más ligero. Contempló durante unos instantes la introducción del teleprompter antes de seguir hablando.

—Y también quiero saludar, claro está, a mi primer invitado. Alguien a quien la fortuna, en este año pasado, le fue más que propicia. Nuestro afortunado del año tiene nada menos que setenta y cuatro años y se ha llevado el bote más grande de toda la historia de la lotería finlandesa. ¡Bienvenido, Elvi Laaksola!

Se inició un aplauso y apareció en escena un hombre de pelo blanco que más que feliz parecía asustado.