73

Kai-Petteri Hämäläinen miraba a Tuula ordenar cuidadosamente las hojas amarillas unas junto a otras o unas encima de otras. De vez en cuando, creaba un orden nuevo o quitaba una hoja, porque la pregunta que contenía ya no era pertinente. Kapanen, el actor que había disparado contra James Bond, había acudido al programa bajo la condición de que no hubiera preguntas sobre el culebrón en cuyo reparto había comenzado su carrera.

El político, que había dominado las primeras páginas durante algunas semanas por haber consumido cocaína durante una recepción en Suecia, les rogó que no tocaran ese tema, a pesar de que ese era el único motivo por el que había sido invitado.

Con ello aterrizaron en la basura varias hojas y Tuula dijo:

—No importa. Por supuesto que tenemos que tocar el tema, pero es mejor que lo hagas tú dependiendo de la situación.

Dependiendo de la situación, pensó Hämäläinen.

—Sí, claro —dijo.

—Ya se podrá imaginar que va a ocurrir. No puede ser tan tonto. Probablemente, sólo quiere asegurarse de que no le trataremos demasiado duramente.

—Probablemente.

—Le informaré brevemente justo antes del programa. Le diré que la redacción ha llegado a la conclusión de que es imposible sortear el tema, y, al mismo tiempo, le daré a entender que no tiene de qué preocuparse.

—Sí —dijo Hämäläinen.

Tuula rio.

—Como si tuviera aún algo que esconder. El tipo no parece darse cuenta de que ha sido esa historia la que le ha valido su popularidad.

—A veces la gente no entiende —añadió Hämäläinen.

Tenía los ojos clavados en los papelitos amarillos y, al cabo de un rato, se dio cuenta de que Tuula le miraba con insistencia.

—Cómo me alegro de que estés aquí —dijo ella.

—Sí —dijo él.

Pensó en las enanas, que se le habían quedado mirando como a un extraño.

Pensó en las tímidas caricias de Irene, en el temblor de su voz, que sólo él podía percibir.

Pensó en la novia del autor de la masacre, convencida de que habría podido ayudar. Seguro.

Pensó en la noche bajo la luz de neón en el hospital.

—Te deseo suerte —dijo Tuula.

Él asintió.

—Cuando termine el programa, nos escapamos y nos vamos a celebrar tu vuelta.

—De acuerdo.

—¿Prueba de sonido dentro de cinco minutos? —dijo Tuula.

Asintió.

Notaba el maquillaje en la cara.

Se quedó sentado unos minutos más, luego se levantó y, mientras andaba por los pasillos hacia un barullo de voces que se iba haciendo cada vez más fuerte, pensó en el Enorme metido en la ducha y en cómo se habían reído las niñas, que, por fin, habían olvidado el motivo de todos sus miedos.