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Sentado junto a Tuulikki contemplaba la imagen de dos cadáveres bajo un montón de escombros.

Tuulikki llamó a un colega y le rogó que la sustituyera en la reunión con los cámaras. Joentaa marcó el número de Grönholm.

—El derrumbamiento del pabellón de hielo en Turku. Principios de año —dijo.

—Mmm… ¿sí? —preguntó Grönholm.

—Seguro que te acuerdas.

—Naturalmente.

—Necesitamos los nombres de las víctimas. Una lista completa. Posiblemente buscamos a padre e hijo.

—¿Padre e hijo?

—Tenemos una foto. Los cadáveres de un hombre y un niño. Podrían ser padre e hijo. En principio es sólo una suposición, yacen de algún modo… abrazados. Pero necesitamos los nombres. Pídele a Päivi Holmquist que te eche una mano en la investigación.

—De acuerdo. ¿Ha habido…? ¿Cómo es que de repente se trata del pabellón de hielo?

—Te lo explicaré todo más tarde. Ahora hay que darse prisa. Estamos muy cerca.

—Bien. Me pongo a ello de inmediato.

—Gracias. Llámame en cuanto tengáis algo.

—Hasta luego —dijo Grönholm.

—Hasta luego —contestó Joentaa y colgó el teléfono.

Tuulikki se levantó y se dirigió hacia el monitor donde aún temblaba la imagen de la gente riéndose. Y la de la mujer del centro, que no se reía. Tuulikki empezó a maniobrar con botones y reguladores y Joentaa llamó a Sundström.

—¿Hola? ¿Kimmo?

—¿Dónde estás? —le preguntó Joentaa.

—En la emisora. En el vestíbulo, junto al puesto de control. Acabo de llegar.

—Pues sube por favor al 36.

Sundström se quedó un momento callado.

—¿Qué quieres decir?

—Yo también estoy en el edificio. En el piso 36. En el despacho de una montadora, Tuulikki.

—¿Tuulikki?

—Díselo a Westerberg.

—Está aquí a mi lado.

—Pues entonces subid los dos. Tenemos algo que me gustaría enseñaros.

—Sí… bueno. Subimos enseguida —dijo Sundström.

—Hasta ahora —dijo Joentaa colgando.

Observó a ambos muertos, que yacían en un mar de escombros y de nieve, ante el fondo de un invierno oscuro y estrellado.

A sus espaldas, Mäkelä dijo:

—¡Qué mono!

Tuulikki había cambiado la película.

—Idénticos —dijo casi sin voz.

Hämäläinen rio. Una risa simpática. El público lo siguió.

Joentaa se volvió hacia Tuulikki y vio en pantalla el muñeco bajo la luz de los focos, sobre una camilla.

Los muertos no tienen cara, le había dicho Vaasara.

Pensó en el momento, que no terminaba nunca, y en que el invierno que se veía a través de los cristales era igual que el invierno pasado, cuando se derrumbó el techo del pabellón de hielo de Turku.