Cuando Olli Latvala entró en el vestíbulo del hotel la mujer ya estaba sentada en uno de los sofás. No parecía percibir nada del barullo que había a su alrededor, tenía la mirada perdida en el vacío.
Olli Latvala aminoró el paso. Estaba un poco preocupado. Esperaba que lograra tener la entereza necesaria para su intervención. Pensó en lo que le había ocurrido. Era inconcebible. No tenía ni idea de cuáles podían ser sus sentimientos y se preguntó si Kai-Petteri sería capaz de encontrar una brecha para hablar con ella.
Las preguntas que Tuula y él habían formulado eran buenas. Seguían una lógica y dejaban espacio para controlar los posibles imprevistos. Y eso era de fundamental importancia en un día como ese, en el que el programa se emitía en directo. Nadie como Kai-Petteri lograba controlar los imprevistos, nadie conseguía romper el hielo como él.
Romper el hielo, pensó. Perder al marido y al hijo ante sus propios ojos. Herida de gravedad. Y hasta el día de hoy, nadie sabía por qué se había derrumbado el techo de ese pabellón.
Pensó que había hecho bien en recogerla personalmente en el hotel en vez de mandar al chófer. Tenía la impresión de que necesitaba mucha atención y de que, de alguna manera, se la merecía.
Volvió a apretar el paso y le confirió a su voz un cierto volumen y un tono seguro.
—¡Hola! Aquí estoy. Ahora va en serio.
La mujer apartó la vista de la nieve que caía tras los cristales y lo miró.
—¿Vamos? —dijo Olli Latvala.
La mujer se levantó.
—Hay bastante tráfico, y está nevando. Pero conozco un atajo para llegar a la emisora —dijo Olli Latvala con una sonrisa.
La mujer asintió y lo siguió hacia fuera. Su coche estaba delante de la puerta del hotel, bañada en dorados, en un sitio prohibido. Los empleados del hotel, que flanqueaban la entrada, les hicieron un gesto con la cabeza y Latvala dijo:
—Ha habido suerte, no me han puesto una multa. A veces les basta un minuto…
Le abrió la portezuela del acompañante y luego se puso al volante en el denso tráfico de la tarde. De vez en cuando, se oían las explosiones de los cohetes. Pasaron junto a un pequeño accidente, uno de los coches había patinado y había caído en la cuneta, el otro tenía el capó algo abollado.
—No ha pasado nada —dijo Olli Latvala.
Ella asintió.
—Y usted, ¿cómo se encuentra? —le preguntó Olli Latvala—. ¿Le gusta el hotel?
—Sí —respondió la mujer.
—¿Se ha encontrado con Bon Jovi por los pasillos?
—Sí —dijo ella.
Apartó la vista de la carretera y se volvió hacia ella.
—¿De verdad?
—Sí, en la piscina.
—¿En serio?
—Sí.
—No es posible —dijo Latvala.
—Por lo menos se le parecía. Y hablaba inglés —dijo ella.
—Seguro que era él —dijo Latvala.
—A lo mejor se ha sorprendido un poco, porque yo estaba desnuda. Se me ha olvidado el bañador.
Olli Latvala se rio y volvió a concentrarse en el tráfico. Sentía cierto alivio, aunque no lograba definir el porqué.
Quizá porque finalmente estaba seguro de que aquella mujer seguía participando en la vida, aunque sólo fuera por encontrarse en la piscina con una estrella del rock.