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—¿Molesto? —preguntó Tuula Palonen.

Ninguno de los dos reaccionó. Tuulikki y Joentaa, el policía, miraban petrificados a una pantalla donde Tuula Palonen no lograba ver nada fuera de lo normal.

Se acercó. El público. Las filmaciones de la cámara de mano. Gente riéndose.

—¿Algo… raro? —preguntó.

Como ni Joentaa ni Tuulikki reaccionaron, añadió:

—Tengo que bajar enseguida. Ya están entrando los espectadores y Kai-Petteri llegará de un momento a otro.

Joentaa siguió callado. Tuulikki siguió callada.

—¿Me estaba usted buscando? —preguntó Tuula Palonen.

—Sí, pero ya se ha solucionado —contestó Joentaa.

—No recibimos ninguna carta que pudiera ser de su interés —dijo Tuula Palonen, sólo para conseguir que Joentaa apartase la vista de la pantalla y la mirara.

—¿Cómo dice? —preguntó él.

—Me había pedido que investigara si había habido reacciones al programa que amenazaran a Kai-Petteri o a los otros participantes.

—Sí.

—No hubo ninguna.

—Bien, muchas gracias —dijo Joentaa, que parecía no haberla ni tan siquiera escuchado.

—Pero se me ha ocurrido una cosa que quizá pudiera interesarle —continuó ella.

—¿Ah, sí?

—De alguna manera, era significativo para usted el tipo de muerte, ¿no?

Joentaa se volvió por fin hacia ella.

—Quería usted saber si había cartas que… se refirieran al tipo de muerte de… los muñecos.

Joentaa asintió.

—No tuvimos cartas así, pero el día del programa hubo… una complicación de la que me he acordado hoy.

—¿Sí? —dijo Joentaa, ahora con interés.

—Mäkelä nos había mandado tres muñecos, habíamos decidido con anterioridad qué tipo de muñecos queríamos para dar una visión lo más completa posible del trabajo de un modelador de réplicas de cadáveres…

—Sí.

—El problema fue que Mäkelä nos mandó uno que no podíamos utilizar. Era, como habíamos convenido, una víctima de accidente aéreo, pero se trataba de una niña pequeña.

—Sí.

—Era imposible sacar en el programa a una niña pequeña —continuó Tuula Palonen—, ¿entiende?

—Aún no del todo.

—No podemos exhibir a una niña muerta. Le mandamos el muñeco de vuelta y le rogamos que nos mandara otro en su lugar. Queríamos tres ejemplos, pero no una niña. Fue un follón. Mäkelä mandó un hombre y pensamos que sería también una víctima de accidente aéreo. En realidad se trataba de un muñeco que había fabricado para una película que se está realizando sobre el derrumbe de la pista de hielo de Turku.

Joentaa asintió, pero siguió sin comprender. Estaba mareado. Una niña, accidente aéreo.

Un hombre. Pista de hielo.

—No entiendo del todo —dijo.

—Después del programa, fuimos a tomar algo. Mäkelä, el forense, Margot Lind y yo.

—Ajá —dijo Joentaa.

—Y al cabo de un rato, Mäkelä empezó a hablar de sus muñecos como un descosido. Dijo que había habido un momento de irritación durante el programa, porque el muñeco que Kai-Petteri había presentado como víctima de un accidente aéreo representaba, en realidad, otra… muerte. Dijo que no había querido llevarle la contraria justo en ese momento y que, además, al fin y al cabo, las características no son a veces tan dispares, y que no hay tanta diferencia si a uno le cae la muerte desde arriba o si uno se lanza hacia ella desde arriba.

Joentaa asintió y tardó unos segundos en comprender la comparación.

—Así lo explicó, más o menos. La apariencia de los cadáveres es similar, eso dijo, independientemente de si las personas han muerto en un accidente de aviación o por el derrumbe de un edificio. Como, por ejemplo, la pista de hielo.

«Pista de hielo», pensó Joentaa.

—¿Entiende?

—No —dijo Joentaa.

«Pista de hielo», pensó. Turku.

—A ver: el muñeco que nos mandó como sustituto lo había realizado para una docuficción. El accidente en la pista de hielo de Turku, se desplomó el techo. Fue una historia importante, a principios de año.

Joentaa asintió. El archivo de Mäkelä. «Muertosparadummies». Se levantó y cogió su mochila. El CD que le había copiado tan amablemente el colega de Helsinki estaba en uno de los bolsillos laterales.

—Probablemente no tiene importancia —dijo Tuula Palonen—, pero quería decírselo, ya que mostró usted interés por esos… aspectos.

—Sí, muchas gracias —dijo Joentaa mirando a su alrededor—. Quiero ver un CD. ¿Se puede ver en este ordenador? —dijo señalando al aparato que había en la mesa de al lado.

—Claro —dijo Tuulikki.

Cogió el CD y lo introdujo en el ordenador.

El móvil de Tuula Palonen emitió una sinfonía.

—¿Sí? Bien. Estupendo. Voy para allá.

—Son sólo fotos —dijo Tuulikki.

Joentaa se sentó a la mesa a su lado.

«Pista de hielo», Turku, pensó. La catástrofe había dominado las noticias. A principios de año. Durante unos días, había seguido el caso in situ, hasta que se había disipado la vaga sospecha de asesinato voluntario. Una desgracia. Una tragedia.

Pensó en el viudo sonriente delante de la casa vacía. Acostumbrado a las tragedias.

—Tengo que bajar. Ha llegado Kai-Petteri —le comunicó Tuula Palonen—. Hasta luego.

—Sí —dijo Joentaa.

—¿Quiere que abra un archivo determinado? —le preguntó Tuulikki.

—¿Por qué es mejor un hombre muerto que una niña muerta? —preguntó Joentaa.

—¿Cómo dice? —rebatió Tuulikki.

—Da igual. «Muertosparadummies», por favor.

—¿Qué?

—Ese es el archivo que quiero ver.

—Ah. Está claro.

El nombre del subarchivo era: 170208/FIN/ TUR.

17 de febrero de 2008. Pista de hielo. Finlandia. Turku.

Tuulikki apretó un botón y aparecieron las miniaturas de las fotos.

—¿Quiere verlas todas?

—Sí, por favor —dijo Joentaa.

Tuulikki apretó otro botón.

Imágenes temblorosas.

Fotos macabras, pensó Joentaa. Nada más.

Una tarde de invierno iluminada. Negro y amarillo. Bomberos de rojo. Personal sanitario de blanco. Una mezcla de colores en la oscuridad que se le emborronaba ante los ojos.

—Oh —dijo Tuulikki.

Lanzarse hacia la muerte o recibirla. Acostumbrado a las tragedias. ¿Desea quedarse con ella? Le había preguntado el médico. En el hospital. En los minutos que siguieron a la muerte de Sanna.

—¿Ha visto eso? —le preguntó Tuulikki.

—¿Qué?

—Quiero ver la foto otra vez. Un momento —dijo Tuulikki apretando botones.

Se quedaron otra vez sentados en silencio ante una imagen congelada.

—Mire al muerto del centro, junto al bombero, bajo los escombros.

Señaló un lugar de la pantalla y rozó levemente con el dedo el cadáver.

—Me recuerda a uno de los muñecos del programa. Está en la misma posición. Es idéntico, ¿no? Y le falta una pierna. Como si hubiera sido el modelo.

«Qué mona», pensó Joentaa.

—Si no viera que tiene los ojos cerrados y que tiene heridas por todas partes, diría que… son como dos gotas de agua —dijo Tuulikki.

—Sí —dijo Joentaa.

—Qué tétrico —dijo Tuulikki.

—Tengo que averiguar quién es —dijo Joentaa.

Tuulikki se echó hacia delante y acarició con los dedos algo que él ya había visto.

—Creo que ahí, junto al cadáver grande… ese fardo de ahí… parece casi…

—Un niño —dijo Joentaa.