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Raafael Mertaranta le mandó un beso con la mano antes de desaparecer en el ascensor.

Tuula Palonen se dio la vuelta y se dirigió a la cantina. Un breve pinchazo en el estómago al pasar por la zona precintada, el rectángulo de suelo sobre el que Kai-Petteri había yacido, luchando por su vida. Un pensamiento irreal.

Escogió una sopa de aguacate, un risotto y, de postre, una crema rosa adornada con frambuesas que tenía un aspecto sospechosamente hipercalórico pero apetitoso. Para beber, un vaso de agua y un café solo.

Se sentó a una mesa apartada, comió deprisa y ya tan sumida en el desarrollo de las horas siguientes que ni siquiera apreció el sabor de la comida.

Al final, se acercó la crema de frambuesas y el café y cogió el plan y un lápiz rojo de su cartera. Empezó a leer, tomándose de vez en cuando una cucharada de crema y un sorbo de café, y a poner una señal a cada una de las tareas ya cumplidas.

Durante un momento, titubeó y pensó en Joentaa, el policía. Le llamaría para decirle que no había habido reacciones fuera de lo corriente al programa de Mäkelä y el médico forense. Ni cartas amenazadoras ni nada parecido. Por supuesto que no. Muchas de las cartas habían alabado el contenido altamente informativo del programa y los firmantes daban las gracias, pero eso no era lo que Joentaa andaba buscando. Pensó en las extrañas preguntas que le había hecho acerca de los muñecos y de esas muertes inventadas.

Observó el plan, las preguntas y los comentarios y su mirada se quedó clavada una vez más en el tema número cinco.

Pensó en Harri Mäkelä. En la tarde alegre y bien regada después de la grabación. Mäkelä, que se había bebido una cerveza tras otra y había estado charlando sin parar. Un accidente aéreo que no era tal. Recordaba aún que no había logrado comprender el significado de lo que le estaba diciendo Mäkelä. Pero a lo mejor al policía silencioso le interesaba.

Se propuso llamarle en cuanto tuviera un momento libre y se tomó la última cucharada de la crema de frambuesas. Vació la taza de café, pasó otra vez por el vestíbulo junto al precinto amarillo, esperó al ascensor y subió hasta el duodécimo. En la gran oficina abierta de la redacción del programa de Hämäläinen se encontraba Margot Lind hablando por teléfono.

—Te está buscando Olli —dijo nada más colgar—. Y te ha llamado uno de esos policías. O, mejor dicho, uno de la recepción para decir que no pudo localizar a nadie y que el policía quiere que le llames.

—Bien —contestó Tuula Palonen.

—Un momento, he anotado el nombre. Joentaa, de Turku.

Joentaa, pensó Tuula Palonen. Joentaa, qué pesado. En ese momento entró Olli Latvala, impetuoso y confiado, como siempre, y dijo:

—Te está buscando un policía. Joentaa.

Margot Lind soltó una carcajada.

—Parece que no se da por vencido.

—¿En qué sentido? —preguntó Latvala.

—Está bien, está bien. Ahora le llamo —dijo Tuula Palonen—, dame el número, Margot.

—No es necesario. Ya está aquí. Está con los montadores viendo material de archivo.

—Ajá —dijo Tuula Palonen—, ¿qué material de archivo?

—La versión primera del programa con Mäkelä y el forense. Y todo lo que hemos podido encontrar sobre ese programa. Lo que grabó la cámara de mano, por ejemplo.

—Bien —dijo Tuula Palonen.

—Quería ver, sobre todo, las imágenes que muestran al público —comentó Latvala.

—Ajá. Bueno, pues voy para allá.

—No es necesario. Si no me equivoco, ya le hemos conseguido todo lo que necesitaba —dijo Latvala.

—Pues mejor así —concluyó Tuula Palonen.

—Si tienes tiempo, me gustaría hablar contigo de un par de ideas para el escenario —dijo Olli Latvala.

—De acuerdo.

Latvala se sentó junto a ella. Pensó otra vez en Harri Mäkelä, que les había mandado un muñeco impresentable. No era posible. El mismo día de la grabación habían tenido que retirarlo, pero Harri Mäkelä les había proporcionado un sustituto. Y luego, por la tarde, después de la décima cerveza y el cuarto orujo, les había explicado que había habido un pequeño malentendido. Quizá debería subir a ver qué hacía Joentaa. Material de archivo. Imágenes del público.

—Oye, Tuula, ¿estás aquí? —preguntó Olli Latvala.

—¿Eh? Sí, claro.

—Pero ¿me has oído?

—Empieza otra vez desde el principio, por favor —dijo ella.

—Bueno, la idea es que Kai-Petteri utilice unas veces el sofá y otras los sillones, dependiendo del tema —explicó Latvala—. A los saltadores de esquí yo los pondría, seguro, en el sofá, dado que además se traen los esquís.

—¿Cómo? —preguntó Tuula Palonen algo ausente.

—Sus esquís.

—¿Salen al escenario con los esquís?

—Sí, tiene que ver con los contratos de los patrocinadores. Y Kai-Petteri tendrá que hacerles también un par de preguntas sobre cómo están hechos y eso. Y los esquís de salto son muy largos, por eso el grupo de sillones y la mesa no se prestan, ¿entiendes?

—Claro —dijo Tuula Palonen.

—El problema es que el siguiente tema también está previsto para el sofá, así que se crearía una situación estática; y mi sugerencia de que a los esquiadores se les filme con la cámara de mano ha sido rechazada por la dirección.

—Sí.

—Habla tú con ellos, por favor.

—De acuerdo —dijo Tuula Palonen.