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Un día de invierno soleado. Como entonces.

Hace mucho tiempo. Ha pasado una eternidad y comienza la siguiente, que dura, como la anterior, un instante.

—Todo en orden —dice la voz.

—¿Se ha desplomado el cielo? —pregunta Rauna.

—Todo irá bien —dice la voz.

—Sí dice ella.

A través de la ventana, se ve el mar, y el café en el que solía comer con Ilmari y Veikko. Siempre que iban a Helsinki, comían en ese café. Veikko quiere un helado, aunque es invierno. Ilmari se toma una tarta de queso. Veikko quiere un helado y llora porque le traen un chocolate caliente. A ella se le van los ojos hacia el mostrador, hacia los conos de helado, e Ilmari la mira severamente. Veikko, cacao; Ilmari, tarta de queso. Ella se toma un té y le regala a Veikko la galleta redonda que está junto a la taza.

El mar está helado.

El cielo es tan azul que hace daño a los ojos.

Rauna baila y da vueltas, y Veikko se ríe, y Rauna gira cada vez más rápido, y Veikko se ríe cada vez más fuerte.

Ilmari se resbala.

—¿Te has hecho daño? —le grita ella.

Ilmari hace un gesto con la mano, hace como que no ha sido nada.

Esas cosas siempre le dan vergüenza. Se levanta, Veikko ríe, Rauna ríe, el cielo se desploma.

Ilmari se inclina y ella busca su mirada, pero ya no la encuentra, y Olli Latvala la recoge. Dentro de nada. Dentro de una eternidad. A las cinco.