La torre de cristal se dibujaba con precisión contra el cielo azul claro. Kimmo Joentaa entró en el edificio por las amplias puertas oscilantes. Uno de los porteros le saludó e intentó localizar a Tuula Palonen, pero no estaba en su despacho. Marcó otro número y consiguió a uno de sus colaboradores. Tras una breve conversación, el portero colgó y se dirigió a él:
—Viene enseguida. Puede usted esperarle en la cafetería.
—Gracias —dijo Joentaa.
Pasó otra puerta y entró en el amplio vestíbulo. El lugar donde Hämäläinen había sido agredido estaba aún precintado con plástico amarillo y parecía una pieza de exposición o una instalación hermética de algún artista. Fue a la cafetería y se sentó a una mesa libre. Al cabo de muy poco tiempo, se le acercó a grandes zancadas muy decididas un hombre joven.
—Olli Latvala —dijo—. ¿Es usted el señor de la policía?
—Sí. Kimmo Joentaa.
—No nos habíamos conocido antes, creo.
—No.
—He pasado los últimos días absorto en la planificación del resumen del año. Por eso estoy un poco bajo presión. ¿Quería usted hablar con Tuula?
—Sí. Aunque, en realidad, creo que usted también podría ayudarme.
—Encantado.
—Se trata del programa con Harri Mäkelä y Patrik Laukkanen, el médico forense.
—Sí…
—Me gustaría visionar todo el material que tengan disponible. Sobre todo, me interesa el público.
—¿El público?
—Sí. Hay siempre una cámara que filma al público, ¿no es cierto? Para recoger sus reacciones.
—Eh… sí, claro…
—Y ese material… ¿Está disponible?
—Mmm. Se reirá usted, pero no tengo ni idea. Yo soy responsable de la preparación del programa y de su tratamiento posterior. Lo que realmente pasa durante el programa está en otras manos. Tendría que preguntarle al director o al montador responsable.
—Eso sería estupendo. Es bastante urgente. Y otra pregunta: ¿se registran los nombres de quienes participan como público?
—Mmm…
—¿Tienen ustedes listas con los nombres de la gente del público?
—Mmm…, no creo. A menos que no se trate de reservas. En ese caso, tenemos los datos, porque enviamos las entradas por correo. Pero uno también puede venir por las buenas y preguntar si aún hay plazas libres en el estudio.
—Bien. Necesito esas listas.
—Entiendo. Le hago una propuesta. Se toma usted un par de cafés y yo me ocupo de reunir el material.
—Bien.
—Estupendo. En un cuarto de hora estoy de vuelta —dijo Olli Latvala.
Se alejó con paso firme pasando junto al precinto, en dirección a los ascensores. Joentaa se relajó en su silla.
Se acercó una camarera y limpió la mesa.
—¿Le traigo algo? —le preguntó.
—Mmm… un té, de menta. No… mejor una manzanilla, gracias.